La comunidad vasca en México es manipulada hábilmente desde Lakua lo que ha provocado que no tenga una voz propia y por lo tanto su presencia como tal en México ha sido nulificada por su incapacidad para crear lazos con el resto de la sociedad.
Debido a esto a Madrid se le facilita la labor para exportar su campaña de propaganda contra todo lo vasco para lo que cuenta con la bovina colaboración de periodistas mexicanos que por unas cuantas cuentas de vidrio están dispuestos a publicar artículos como este aparecido en El Universal:
Si la comunidad vasca en México estuviera más activa y por lo tanto reconocida, los mexicanos tendrían la suficiente información para entender que este artículo es basura y que todo lo que intenta el autor del mismo es vilipendiar. Lo irónico es que la comunidad vasco-mexicana calla para beneficio de Lakua que a su vez calla para beneficio de Madrid, y así es como Madrid responde, acusando a la comunidad vasca de fomentar la violencia cuando los principales generadores de violencia son precisamente ellos, los españoles.
Por cierto, el autor Salvador García Soto es tan desaseado en su labor periodística como ignorante de la historia de los vascos que ni siquiera hace la conexión entre el hecho de que Javier Mina (no se llamaba Francisco Javier, eso es otro error) que por ser navarro no era español, sino vasco.
Debido a esto a Madrid se le facilita la labor para exportar su campaña de propaganda contra todo lo vasco para lo que cuenta con la bovina colaboración de periodistas mexicanos que por unas cuantas cuentas de vidrio están dispuestos a publicar artículos como este aparecido en El Universal:
Serpientes y Escaleras
Salvador García Soto
La primer pregunta que muchos se hicieron cuando el Ejército Popular Revolucionario se adjudicó las explosiones en ductos de Pemex en Guanajuato y Querétaro, fue qué hacía la guerrilla eperrista en la región del Bajío y cómo, en una zona donde no se les conoce ni presencia ni células organizadas, pudieron llevar a cabo de manera tan precisa —“quirúrgica” dijeron ellos mismos— varias explosiones certeras y simultáneas.
Ni los fallidos “servicios de inteligencia” del gobierno mexicano, ni los especialistas en el EPR y en grupos guerrilleros ubican ningún tipo de presencia de la organización en estados del Bajío. ¿Cómo realizaron entonces una acción tan precisa?
Entre ex funcionarios de inteligencia del gobierno se maneja un dato que puede responder esa pregunta.
El “comando” que el EPR dijo tener en Guanajuato y Querétaro y que, según su comunicado, planeó y ejecutó los atentados en las instalaciones de Pemex, se denomina Francisco Javier Mina. Y ¿quién era Mina? Un militar español, originario de Navarra, que en 1816, enterado en Londres de la lucha independentista en México por Fray Servando Teresa de Mier, decidió cruzar el océano para formar un ejército y apoyar a los insurgentes mexicanos.
El dato histórico parecería irrelevante, pero la nacionalidad española de Mina, y su perfil idealista de abandonar su carrera militar para convertirse en un guerrillero que vino a un país desconocido a combatir al imperio español, podría tener algo más que ingenio para nombrar al “comando” del EPR en el Bajío.
Guanajuato y Querétaro son dos de los estados donde se han detectado presencia de células de la ETA que operan en México. La organización terrorista vasca ha hecho de algunas ciudades del Bajío, como Celaya, Irapuato y la capital queretana, puntos donde radican militantes etarras enviados a México para huir de los cuerpos de seguridad del gobierno español cuando son plenamente identificados.
De hecho, algunos de los que hoy son ubicados en España como cabezas principales de ETA vivieron en algún momento en el Bajío mexicano, y ahí radicaban también otros presuntos etarras de los que a partir de 1996 han sido extraditados por el gobierno mexicano y entregados a la justicia de España. Cálculos extraoficiales de agencias españolas, estiman que actualmente hay unos 80 miembros de ETA radicando en México, que es visto como el país donde radica al colectivo etarra más importante de los que operan Latinoamérica.
El caso más reciente de extradiciones fue el de seis vascos entregados al gobierno español el 19 de mayo del 2006, tras un largo proceso de tres años que terminó con un fallo adverso de la Suprema Corte a su petición para evitar la extradición.
Félix Salustiano García Rivera, alias “Yiyo" (49 años), Asier Arronategui Duralde (36), María Asunción Gorrochategui Vázquez (49), Juan Carlos Artola Díaz (45), José María Urquijo Borde, alias "Kinito" (46) y Ernesto Alberdi Elejalde (47) habían sido detenidos en julio de 2003 por la PGR, acusados de formar parte de un comando de ETA que operaba en el país y que participó en la adquisición de 180 temporizadores electrónicos para la elaboración de artefactos explosivos.
El EPR en sus primeros años de actividad no mostró capacidad para el manejo y utilización de artefactos explosivos de precisión y sus tácticas eran más bien de ataques armados a comandancias policiacas o instalaciones militares. Pero en los últimos meses, después de los bombazos del 6 de noviembre del 2006 en el Distrito Federal, la PGR lo señaló como responsable de esos atentados. Tres días después de aquellas explosiones, el 8 de noviembre, el gobierno encontró en Celaya, Guanajuato, un paquete con 17 piezas de plástico que contenían líquido explosivo.
¿En qué momento pasaron al uso de explosivos que utilizan temporizadores similares a los empleados por los etarras? ¿Es una simple ocurrencia usar el nombre de un insurgente español para bautizar a su “comando” donde no se les conocía presencia ni actividad?
Si al gobierno de Felipe Calderón le queda algo de “inteligencia”, tiene muchas preguntas por responder.
Si la comunidad vasca en México estuviera más activa y por lo tanto reconocida, los mexicanos tendrían la suficiente información para entender que este artículo es basura y que todo lo que intenta el autor del mismo es vilipendiar. Lo irónico es que la comunidad vasco-mexicana calla para beneficio de Lakua que a su vez calla para beneficio de Madrid, y así es como Madrid responde, acusando a la comunidad vasca de fomentar la violencia cuando los principales generadores de violencia son precisamente ellos, los españoles.
Por cierto, el autor Salvador García Soto es tan desaseado en su labor periodística como ignorante de la historia de los vascos que ni siquiera hace la conexión entre el hecho de que Javier Mina (no se llamaba Francisco Javier, eso es otro error) que por ser navarro no era español, sino vasco.
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