Ya Floren Aoiz ha dedicado un escrito a las sandeces balbuceadas por Alfredo Pérez Rubalcaba, es el turno para que Carlos Tena desmenuce las palabras escupidas con bilis por parte de Juan Carlos Borbón en este texto publicado en inSurGente:
¿Hay que dar en la cabeza a los franquistas?
(Dedicado al locuaz admirador del terrorista Francisco Franco: o sea, a Juan Carlos de Borbón)
Carlos Tena
Supongamos que en el parlamento español se condenase una ideología totalitaria, o un sistema nacido de la violencia armada. Por ejemplo, el asalto a una democracia que todo un pueblo refrendó en las urnas, esas cajitas de cartón o metacrilato, de latón u hojalata, que suelen utilizar gobiernos que creen en el sufragio universal, como los que impulsan, con todo el poder de Falsimedia en contra, presidentes como Rafael Correa, Evo Morales o Hugo Rafael Chávez, dando la palabra a la ciudadanía, en decenas de ocasiones, para expresar su voluntad en cualquier tema de interés nacional.
En las llamadas democracias del mundo libre, desde que ciudadanos como David Eisenhower, Richard Nixon o John F. Kennedy, se apercibieron que las técnicas de Hitler no eran tan descabelladas como se afirmaba, (excepto la de asesinar a seis millones de personas de origen judío), se adoptaron algunas de las estrategias del sangriento mandatario, para acabar con los enemigos del capitalismo de la forma que fuere.
La más exitosa ha sido sin duda el robo de los símbolos y los conceptos. Se han ido apropiando paulatinamente de términos tan hermosos como libertad, verdad, democracia, respeto, e incluso de otros antagónicos, como terrorismo, narcotráfico o dios, con la misma alegría con la que Patxi López, Rubalcaba o el Rey se dedican a lanzar frases huecas, vacías de todo sentido intelectual, en su alocada carrera por demostrar que los asesinos son los que matan con bombas y tiros, mientras que los cientos de miles de cadáveres sobre los que se alza la libertad vigilada que millones de ciudadanos padecemos, fueron parte de la herencia que dejó el mayor terrorista de la historia reciente española: el mentor del actual monarca. Un general golpista, ajeno a todo lo que pudiera significar cordura, generosidad y dignidad. Nadie más ignominioso que el que hereda, de las manos de un criminal, todo el poder que este atesoró en vida y tras su muerte, porque la familia del dictador y sus descendientes siguen aún disfrutando del patrimonio robado al pueblo español.
El Parlamento Europeo, en Julio de 2006, con la significativa excepción del Partido Popular español y de la extrema derecha (como si no bastara con el PP), condenó la dictadura que desde 1939 reinó en España durante casi 40 años, coincidiendo el acto con el 70° aniversario de la asonada fascista, en una sesión en la que ninguno de los diputados afines a esa ideología (polacos y checos en primer lugar) quiso renegar del llamado Caudillo. Carlos Iturgaiz sonreía hipócritamente en su escaño, mientras que Mayor Oreja toreaba de salón hablando de “superar el pasado”, como queriendo decir que un millón de muertos, de infamia, de tortura y represión, son pelillos a la mar, señorías, absteniéndose de efectuar una mínima condena del franquismo. En su lugar, se dedicó a exaltar la transición, hoy más bien traición en todas sus vertientes, con palabras que cómicos como Cantinflas hubieran bordado Ambos aparecen hoy como supuestos demócratas que saben sonreír, pero amenazan con fumigar a todo un colectivo social, demostrando gozar, además de una personalidad frenopática, de un amplio respaldo gubernamental, gracias a algunos de sus primos socialistas, e incluso de ciertos dirigentes de Izquierda Unida.
Si, como dijo George W, Bush (intimo amigo de Aznar, otro afecto al terrorismo de estado, como Javier Solana), es cierto eso de que “quien da refugio a un terrorista es tan culpable como aquel”, parafraseemos la sentencia y afirmemos, ya que así lo advertimos en la vida diaria, que si se detiene a ciudadanos por exhibir llevar fotografías y/o retratos de presos, también hay que hacerlo que los responsables de todos y cada uno de los edificios, laicos o religiosos, donde se exhiban bustos, estatuas, placas, cuadros, retratos, diplomas, dibujos, etc., del padrino espiritual y político del actual jefe del estado español, al que no le afectan esos 70 años de desvergüenza, callando acerca del siniestro pasado de su protector, Más bien al contrario, su nada graciosa o agraciada majestad, se enorgullece de que todavía en numerosas calles, iglesias, glorietas, plazas, avenidas, y no digamos cuarteles, de parte de la península ibérica, se mancille el recuerdo de quienes combatieron por lo que ni él, Iturgaiz o Mayor Oreja, jamás reprobarán.
De esa forma se sigue utilizando un curioso rasero bicéfalo, esa doble moral tan inherente a los hipócritas, para convencer al personal de que los responsables de casi 900 muertes, son mucho más criminales que los que procesaron y ejecutaron, sin garantía jurídica alguna, durante y tras el golpe de estado franquista, a cientos de miles de inocentes ciudadanos, cuyo pecado era haber defendido la democracia y ser fieles a la constitución de 1931. Y por si ello fuera poco, los representantes del Partido Popular Europeo, en la mentada votación de Estrasburgo, dejaron claramente expuesta sus simpatías por el terrorismo que allí se condenaba. ¿Con qué derecho se arrogan estos amigos del crimen y la impunidad, de la venganza y el odio, la venia para dar clases de mesura, respeto y fidelidad a unos ideales democráticos?
Soy de los que profesan respeto por las decisiones del Parlamento europeo, aunque no comparta los contenidos en muchas ocasiones. Y, lo que son las cosas, en esta ocasión hago mías las palabras pronunciadas por Josep Borrell: "…para condenar a los responsables de la dictadura franquista, para rendir homenaje a sus víctimas y para expresar el reconocimiento a todos los que combatieron por la democracia, padecieron persecución e impulsaron el retorno de España a Europa".
Por ello, me niego a seguir la iracunda pauta real del garrote y la tortura. Sigo firmemente convencido de que a los franquistas no hay que darles en la cabeza, aunque nos hiciéramos ricos con tanto serrín, sino que debemos trabajar para que llegue el día en que se les muestre libremente a todos los ciudadanos, con luz y taquígrafos, cámaras y alta definición, cada día y cada semana, en todos los medios de comunicación, en todas partes, la miseria y la muerte que sembraron, y que aún siguen desparramando en este lugar de la vieja Europa.
La memoria del verdadero rostro del Generalísimo se ha hurtado a la población nacida desde 1970 hasta nuestros días, por imposiciones reales y castrenses, colocando sobre aquel una máscara de supuesta dictadura bondadosa, como la que se fabricó para ocultar las hazañas hasta sus compañeros más salvajes (Queipo de Llano, Mola, Sanjurjo, Yagüe, etc.), que aún detentan títulos nobiliarios, heredaros por sus familiares más directos. Que los más jóvenes vayan en tropel cuando se sigan abriendo esas fosas comunes repletas de cadáveres, sobre las que ríen Iturgaiz y Oreja, y cuyos gastos no sufraga el gobierno de Zapatero, para que puedan contemplar in situ la pretendida bondad y mansedumbre de los golpistas.
Cuando las actuales y futuras generaciones, que ojalá se eduquen en la ciudadanía, conozcan el verdadero rostro de lo que fue aquella bestial etapa de la historia, y el que lucen hoy los apologistas de Franco, aprenderán a despreciar su memoria, tanto como yo me avergüenzo del Rey Juan Carlos de Borbón. Es la única y más civilizada manera de acabar con ellos.
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