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martes, 11 de agosto de 2009

La Palabra

Este texto ha sido publicado en Gara:

Gari Mujika | Kazetaria

El poder de las palabras

Nunca se debería desdeñar la verdadera dimensión del lenguaje como vehículo de poder. Y menos aún en la arena política, donde las palabras lidian como marionetas, casi siempre prostituidas, sin atisbo de honradez ni sinceridad, huérfanas de verdad.

La persecución que la Revolución Francesa orquestó desde los resortes del poder gubernamental contra los ciudadanos fue lo que creó la palabra «terrorismo». La democracia, la justicia, la libertad... Casi todos los términos políticos han sido pervertidos desde el estamento político en beneficio propio. Siempre. Y en países como el nuestro, que padecen un conflicto político con vertientes violentas, la terminología, el control de las palabras y los mensajes suele ser otro tentáculo dominante más.

¿Qué oculta la pertinaz exigencia de la condena? ¿Cuál es el verdadero valor que le otorgan a un verbo vacío de contenido por no conllevar cambio real alguno?

Algunos de casa, además, se toman licencia para autoproclamarse lo que no son, e intentan, de modo peyorativo, definir un espacio sociopolítico como «radical». Pese a su pretensión de insulto, personalmente lo agradezco por su clarificación. Considero que ser radical es positivo, porque los cambios, los verdaderos, se deben realizar de raíz. El autonomismo, reformismo o recogida de migajas en la que se ha convertido la política vasca es el espejo en el que se refleja el fracaso de un rumbo que mantiene a un pueblo sin derechos con una soga controlada desde fuera y que cada día aprieta más, forzando más convulsión y sufrimiento.

Es obvio que los medios constituyen herramientas que insuflan predeterminadas dosis políticas y que los juntaletras cuentan con poder de influencia. Pero si las palabras, la comunicación, es poder, también lo es su antagonista: el silencio.

Cuatro meses de sonrojante silencio sobre Jon Anza. Ningún partido político, ninguno, lo ha mencionado. Silencio ante el secuestro y torturas a Alain Berasategi. Ordenan silencio y cumplen como esbirros. Para definir esa forma de no actuar, por si acaso, yo también opto por el silencio.


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