Con un estilo deliciosamente mordaz, Jonathan Martínez hace cera y pabilo de la clase política madrileña así como de sus colaboradores operando en Hego Euskal Herria con este texto publicado en Naiz:
Viajar a Madrid
Jonathan Martínez | Investigador en ComunicaciónHace unos días, el diputado abertzale Peio Dufau acudió al programa “¡Políticos, a la mesa!” del canal LCP para charlar delante de un plato de cordero al chilindrón. Con el pretexto de la gastronomía, la entrevista saltó de las batallas sindicales a los pimientos de Ezpeleta, pasando por la especulación inmobiliaria y los jamones de Baiona. Hubo un instante emotivo y viral porque sonó “Martxa baten lehen notak” de Mikel Laboa. ¿Por qué has elegido esta canción?, quiso saber la presentadora. Porque expresa la esencia de lo que somos, respondió Dufau. Yo no estoy en París por placer, sino para representar a mi tierra.
A los vascos del norte y del sur nos unen muchas cosas y muchas otras cosas nos separan. Lo que más nos separa son los lugares adonde acudimos sin placer. Unos a París y otros a Madrid. No me refiero al descanso vacacional con fotografía feliz en la Torre Eiffel, paseo por El Retiro, artisteo en Montparnasse o relaxing cup of café con leche en la plaza Mayor. Ojalá todos los desplazamientos tuvieran el ocio por objeto. Me refiero más bien al traslado resignado, al madrugón con ojeras y tentempié de gasolinera, a la vista oral en la Sala de lo Penal, cuarenta minutos en el locutorio, quítese el cinturón, vaya a la ventanilla cuatro, vuelva usted mañana.
Recuerdo haber viajado a Madrid para ver el juicio contra Udalbiltza. El magistrado fue llamando a los testigos del registro policial, pero muchos de ellos ni siquiera se habían personado porque tenían otros asuntos en el extranjero o andaban de vacaciones o se habían jubilado. Cuando por fin apareció un policía que había tomado parte en la redada, el fiscal le preguntó qué clase de documentos requisaban y cómo determinaban si tenían relación con el caso. El agente reconoció que arramblaban con todo lo que no entendían. «Si estaba en vasco, a cajas». Tras un calvario de arrestos, cárcel, audiencias y viajes a Madrid, la acusación no pudo demostrar sus fantasías terroristas.
Hay cosas que son posibles en Madrid pero imposibles en Euskal Herria. En Gasteiz, por ejemplo, era imposible dar homenaje a Txiki y Otaegi porque Alberto Alonso y Gogora los tenían por emisarios de «la violencia, el terror y el miedo». Sí hubo homenaje en la Cámara baja de Madrid con la única ausencia de PP y Vox. También hay cosas que no ocurren en Madrid pero ocurren en Euskal Herria. La Ertzaintza, por ejemplo, clasifica a los detenidos por su origen, al contrario que las policías con sede madrileña. Lo hace, según Bingen Zupiria, por presiones de una extrema derecha que es fuerte en Madrid pero marginal en Gasteiz.
Euskal Herria y Madrid están unidos por insólitas cadenas. Pongamos por caso a Miguel Ángel Rodríguez, mano derechona de la presidentísima madrileña, que cerró las listas del PP en las últimas elecciones municipales de Durango. Los vascos vivimos bajo una incómoda paradoja: a los mozos de Euskal Herria sur, los madrileños nos llaman «chicarrones del norte». En un mitin electoral, Rodríguez retorció aún más la geografía denunciando que el País Vasco está casi «fuera de Occidente». Ni norte ni sur: los jeltzales nos tienen en la China maoísta. El candidato de Rodríguez, Carlos García, terminó dando la alcaldía al PNV y últimamente lo hemos visto reclamar la ilegalidad para EH Bildu.
Miguel Ángel Rodríguez ha vuelto a la actualidad defendiendo en sede judicial su legítimo derecho al bulo. Durante el juicio contra el fiscal general del Estado, media España se sofocaba de vergüenza ajena mientras en tierras vascas bostezábamos curados de espanto. ¿Quién es Antonio Balas, teniente coronel de la UCO que defendió el recorte sospechoso de algunas conversaciones «por motivos de privacidad»? Pregunten en Intxaurrondo. ¿Quiénes son los magistrados del Tribunal Supremo que han condenado a Álvaro García Ortiz con una clamorosa ausencia de pruebas? Vénganse al norte (o al sur, o a la China maoísta) y se lo explicamos.
Cuatro de los siete magistrados que han juzgado al fiscal general participaron en el proceso condenatorio contra los jóvenes de Altsasu. Dos de los siete magistrados firmaron la condena del caso Atutxa antes de que Estrasburgo les cantara las cuarenta por haber vulnerado el Convenio Europeo de Derechos Humanos. El magistrado Juan Ramón Berdugo, que el otro día condenó al fiscal general, había confirmado la sentencia contra Arnaldo Otegi por el caso Bateragune. Estrasburgo amonestó a España por haber denegado un juicio justo. Si uno regresa al macrosumario 18/98 o al proceso contra las «herriko tabernak», algunos de los togados se repiten.
Hubo un tiempo en que los pretextos antiterroristas sirvieron para justificar cualquier atropello. La Policía irrumpía en la sede de LAB para llevarte esposado a Madrid. La Guardia Civil irrumpía en la redacción de Egunkaria para llevarte encapuchado a Madrid. Dice Xabier Beortegi que viajó a Madrid aturdido por los golpes de cuatro agentes. Estrasburgo condenó a España. Cuenta Xabier Atristain que lo asfixiaron con una bolsa durante el mismo trayecto. Estrasburgo condenó a España. «Durante el viaje a Madrid me dan golpes y collejas», dice Beatriz Etxebarria. Estraburgo volvió a condenar a España.
Ahora pienso en los viajeros inversos, los falangistas que viajaron a Gasteiz para glorificar el fascismo, los autobuses de Ciudadanos que salían de Madrid para montar el pollo en Errenteria o en Altsasu, el paseo de Cayetana Álvarez de Toledo hasta Etxarri-Aranatz para ofrecer un mitin solitario en una plaza llena de estiércol. Qué bonito es viajar a París o a Madrid, como ellos, solamente por gusto, tomar el autobús de la mañana, asomarse a la ventanilla y quedarse dormido mirando el cereal interminable de la meseta mientras suena Mikel Laboa en los auriculares.
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