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lunes, 10 de noviembre de 2025

La Pasionaria y el Antifascismo

Continuamos con la cobertura que Público está haciendo del material fílmico de la Revolución Española centrándonos en lo que respecta a Euskal Herria con este recuento acerca de las acciones de Dolores Ibarruri Gómez, nacida en Bizkaia, conocida en la lucha de izquierda como La Pasionaria.

Adelante con la lectura:


Pasionaria, madre del antifascismo

Durante la Guerra de España, Dolores se convirtió en emblema de la defensa republicana. La ‘Juana de Arco comunista’, tal y como es presentada en una película de la Corporación Hearst, pide en una visita a Francia apoyo militar para la República.

Noelia Adánez

De negro siempre. El negro evoca modestia, severidad, luto. Dolores, mujer, camarada y madre, carga consigo una estudiada iconografía. Se sabe imagen y sabe que las palabras que pronuncia cobran una fuerza mayor porque es de su persona de la que emanan. 

Está esperando. Dolores se impacienta y juega a deshacer un ramito de florecillas silvestres que, antes de tomar asiento, le habrá regalado un camarada. Dolores está muy cansada. 

“La lucha por el pueblo español es la lucha por la paz, es la lucha por la libertad, es la lucha por la democracia”. Todo es lucha en la vida de Dolores Ibárruri, Pasionaria.

Cuando durante la guerra de España Dolores Ibárruri viaja a Francia para pedir apoyo militar, para demandar un respaldo activo a la República española, el personaje Pasionaria tiene ya más de tres lustros de vida. En 1918, Dolores firma su primer artículo con ese seudónimo. Lo titula “La hipocresía religiosa” y se publica durante la Semana Santa en El Minero de Vizcaya. 

La hija de minero hubiera querido ser maestra y como no pudo, siguió leyendo por su cuenta. En la Casa del Pueblo de Muskiz leyó prensa obrera y con toda seguridad obras de referencia como el Manifiesto Comunista. Quién sabe si también se asomó con timidez y reverencia a algunas páginas de El Capital. 

La lucha de Dolores

Aquellas lecturas y aquellas experiencias, contribuyeron a decantar la lucha de Dolores hacia el comunismo como una vía distinta al anarquismo y al socialismo en el que ella, junto a quien era su marido desde 1916, había comenzado a militar.

Dolores y Julián Ruíz participaron en la fundación del PCE en 1921, pero Dolores se trasladó sola a Madrid diez años después para trabajar en la redacción de Mundo Obrero. Por el camino, se quedó el padre de sus hijos, de quien se separó, y provisionalmente, Rubén y Amaya. De los seis hijos que Dolores parió murieron cuatro. Alguna tuvo que ser enterrada en un féretro improvisado en un cajón de conservas. Cuatro criaturas muertas y un quinto, Rubén, que perdió la vida con 22 años, en 1942 en la batalla de Stalingrado, el mismo año en el que Dolores es nombrada secretaria general del PCE. Entonces, su pelo oscuro se emblanqueció.

Pasionaria recibió condolencias de multitud de personas, algunas anónimas y otras conocidas. En respuesta a la carta de uno de los principales dirigentes de la Komintern, la hija de mineros, la vizcaína recia acostumbrada a las mayores privaciones y los peores sufrimientos, la camarada que ha conocido la cárcel, la crudeza de la guerra y la desgracia del exilio, se quiebra:

“La muerte de Rubén es el golpe más doloroso que podía recibir. Y aunque hago esfuerzos por sobreponerme, el dolor es más fuerte que mi voluntad. ¡Mi hijo era mi ilusión y ya no le tengo! Parece como si con él se hubiera ido la fuerza que me hacía vivir”.

Pero Dolores continuó viviendo cuarenta y siete años más: otra vida entera. Murió en 1989, tres días después de la caída del Muro de Berlín. Su exilio había terminado en 1977 cuando volvimos a ver “a Dolores caminar por las calles de Madrid”, como cantó Ana Belén.

Su regreso se convirtió en uno más de los tantos capítulos que jalonaron el relato amable de la Transición como un proceso de reconciliación nacional, bajo el que se ocultaron el coste humano y político del exilio, de la represión y de la violencia desatada por el franquismo, un régimen inclemente de vocación totalitaria. Durante el exilio, Pasionaria asumió la crítica a Stalin, dimitió como secretaria de su partido para pasar a detentar un cargo honorífico como presidenta en 1960 y, aunque se alineó con la ortodoxia de Moscú, fue tajante en la condena a la invasión de Checoslovaquia en 1968.

Radio España Independiente

En la Unión Soviética Dolores se encargó de poner en marcha Radio España Independiente, Estación Pirenaica y, como parte de este proyecto, escribió los diálogos de una sección titulada “Ventana a ventana” en la que dos vecinas comentaban la realidad política española sin censura. La Pirenaica fue la voz de la resistencia antifranquista, que los comunistas lograron mantener con vida hasta 1977. Secciones como aquella en la que dos comadres conversaban, antecedieron importantes iniciativas de signo marcadamente feminista, como la que dirigía Pilar Aragón (Josefina López Sanmartín) -la Elena Francis del antifranquismo- quien locutaba la “Página de la mujer”.

La voz de “la Pili”, que oficiaba de amiga en su respuesta a las cartas que recibía, a diferencia de Elena Francis, que siempre respondía desde la posición tutelar propia de una “madre”, imprimió en los españoles que escuchaban La Pirenaica, una huella tan profunda como la que había dejado el “¡No pasarán!” que Dolores Ibárruri pronunció por Unión Radio el 19 de julio de 1936. La “madre” del antifranquismo en España estaba en las antípodas de la “madre” Francis; era caudal político, palabra que emplazaba al combate, igualitarismo democrático, libertad y resistencia.

Durante la Guerra de España Dolores se convirtió en emblema de la defensa republicana. Ya se había significado como diputada, pero tras el golpe, el Partido Comunista llevará a cabo un esfuerzo consciente y constante para convertirla en un símbolo que el tiempo elevará a la categoría de mito.

Dolores se comprometió activamente con los milicianos y soldados republicanos, de quienes intentó estar tan cerca como le permitieron las circunstancias. Su fortaleza moral y su proximidad comenzaron a dotarla de un aura casi taumatúrgica. En el Partido recibían cartas de gentes que le solicitaban su intercesión para la resolución de toda clase de problemas. Sus viajes y sus esfuerzos para conseguir el apoyo internacional a la causa republicana, hicieron que su figura alcanzara una proyección aún mayor.

Sus llamamientos a la unidad de todos los republicanos, su defensa de la democracia frente a los golpistas y al fascismo, eran también una interpelación a la comunidad internacional para evitar lo que terminó ocurriendo: España se convirtió en el ensayo general de la Segunda Guerra Mundial. En su célebre discurso de septiembre de 1936, pronunciado en el Velódromo de invierno de París, Dolores dice:

“Y sin ninguna vacilación, unidos en el mismo sentimiento y con la misma decisión de cerrar el paso al fascismo y defender la República y la democracia, comunistas, socialistas, republicanos, anarcosindicalistas y nacionalistas vascos, nos lanzamos a la lucha dispuestos a toda clase de sacrificios, porque no ignorábamos lo que el fascismo representa y de lo que es capaz la reacción española. (...) Consciente de lo que nuestra lucha significa, el pueblo español prefiere morir de pie a vivir de rodillas.

Al lado de los rebeldes, apoyándolos en su agresión contra la República y contra el pueblo, participan fuerzas fascistas extranjeras, cuyos aviones bombardean las abiertas ciudades españolas.”.

Dolores se desgañita: “Y no olvidéis, y que nadie olvide, que si hoy nos toca a nosotros resistir a la agresión fascista, la lucha no termina en España. Hoy somos nosotros; pero si se deja que el pueblo español sea aplastado, seréis vosotros, será toda Europa la que se verá obligada a hacer frente a la agresión y a la guerra.”

El discurso del Velódromo de invierno es trágicamente premonitorio de lo que ocurrió entre 1939 y 1945. La inacción de Francia y del Reino Unido, la insuficiencia de la ayuda soviética y la intervención de Alemania e Italia en favor del bando sublevado, marcan el curso de los acontecimientos. Cuando las fuerzas republicanas pierdan la guerra de España, el destino de Europa habrá quedado al albur del fascismo.

Ochenta años después de concluída la Segunda Guerra Mundial, la ofensiva ultra, la antidemocracia y la reacción vuelven a amenazar la convivencia y los frágiles consensos que en las últimas décadas han dejado espacio a los discursos de izquierdas. Ahora, como entonces, la justicia social es menos una realidad que una conjetura; ahora, como entonces, las mujeres estamos destinadas a jugar un papel determinante en la contención de la reacción ultra. No pasarán. 

 

 

 

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