Con este artículo de Gara vamos a tocas un punto que nunca tocan los integrantes de grupos como la AVT o Covite, por mencionar un par; la sanguinaria brutalidad con la que actuaron los sublevados desde 1936 hasta la caída de la Segunda República Española, brutalidad que continuó durante toda la dictadura, hasta el mismísimo 27 de septiembre de 1975.
La particular violencia exhibida por la dictadura franquista nunca ha sido condenada por los herederos ideológicos del franquismo que hoy se encuentran enquistados en todos los partidos políticos estatales (PP, PSOE, Ciudadanos, Vox) y en más de uno de carácter regional (UPN).
Lejos de condenarla se ha buscado activamente negarla, disimularla, blanquearla, relativizarla... vaya, todo menos aceptarla. Ya no hablemos de garantizar la no repetición.
Es por ello que se vuelven necesarios ejercicios como el aquí descrito, la visita de un grupo de jóvenes estudiantes a la fosa común de Berriozar.
Adelante con la lectura:
Esto aprendimos cuando nos llevaron a una fosa común
A la exhumación de 21 cuerpos de jóvenes anarquistas en Berriozar acudió una clase de alumnos de Turismo y Animación Sociocultural a través del programa Escuelas con Memoria. GARA les pidió una reflexión como pie para este reportaje.Aritz Intxusta
Atención, que va a ir todo muy aprisa. Dos montañas de cadáveres de 1936 suman en total 17 cuerpos, pero se sabe que tienen que aparecer 21 por lo menos. Las calaveras asoman amarillas y rotas por los impactos de bala de la ejecución. A pie de excavación, Lourdes Herrasti y Paco Etxeberria, de Aranzadi, dan indicaciones. También abajo, la consejera de Relaciones Ciudadanas, Ana Ollo, el equipo de Memoria, Josemi Gastón y César Layana, y el alcalde de Berriozar, Raúl Maiza, en cuyo cementerio está la fosa. A un lado del gran agujero, con banderas desplegadas al viento, llora un grupo de militantes de la CNT. Al otro lado, una veintena de alumnos de Turismo y Animación Sociocultural han acudido con claveles rojos.De todo el cuadro, interesan ahora estos últimos, los alumnos de los claveles. El resto ya se contó el mismo día de la exhumación, el 21 de marzo. Bueno, en realidad, aquella crónica no recogió todo. Faltaba cómo habían vivido la experiencia aquellos jóvenes que participan del programa Escuelas con Memoria. Antes de que se marcharan, este periódico les propuso que respondieran sin prisa a una serie de preguntas que se les envió por correo, para trabajarlas en el aula a sabiendas de que el resultado final formaría parte de una pieza periodística, que es la que ahora están leyendo. De ahí el arranque tan atropellado, pues lo interesante hoy es lo que sintieron esos alumnos y empieza a contarse en el párrafo siguiente.
Fátima Amouad no tenía muy claro a qué subía aquella mañana al cementerio. «Viniendo de un contexto cultural y religioso diferente –cultura árabe y religión musulmana–, y siendo específicamente de origen marroquí, el tema de la muerte y de los restos humanos, para mí es algo muy sensible y por lo tanto sagrado», explica.
Así pues, asomarse a la fosa le supuso cierto conflicto entre fe y razón: «Por una parte me daba mucho respeto ver restos humanos con mucho sufrimiento y violencia, pero por otra tenía que verlo, conocerlo y sobre todo contarlo para que no caiga en olvido. Al menos, para devolver una mínima parte de la dignidad que perdieron».
«Ha sido muy impactante la imagen. Se podía notar la tensión y el sufrimiento de estas personas. Seguían con sus alpargatas o zapatillas, con botones… ha sido muy duro», relata Amouad en su escrito. La manera en que los mataron y el ver cómo se encontraban los huesos, hizo a la joven «vivirlo más de cerca».
El respeto y la profesionalidad que mostraron el equipo de Aranzadi, superaron ese tabú religioso. Siendo aquellos restos algo sagrado para la fe musulmana, Amouad juzga el trabajo como admirable y considera que sirvió para «dignificar» a estas personas.
Con las prisas del arranque, no se ha recordado todavía que los 21 ejecutados a los que se ha desenterrado con intención de devolverlos a sus familias eran en su mayoría veinteañeros militantes de la CNT. Esa cercanía de edad golpeó emocionalmente al grupo de estudiantes.
«Me impactó la edad de las personas que estaban enterradas allí. Saber que la gran mayoría tenían entre 20 y 30 años de edad, o que incluso una de las personas solamente tenía 18 años», escribe Asier Cámara.
La forma en la que estructura su reflexión el joven resulta muy significativa. De una parte, busca referentes cercanos para empatizar. No lo consigue, pero aun así logra conectar: «No conozco a ningún familiar cercano que haya sido enterrado en una fosa común. Sin embargo, pienso en todas esas familias, que a raíz de una guerra han perdido familiares y no saben dónde están. Me pongo en su piel, y no me imagino lo mal que se tiene que pasar sin saber dónde estará algún familiar».
Su segundo camino de razonamiento, va justo en el sentido contrario, toma la experiencia en la fosa como referente cercano y lo emplea para entender mejor qué supone una guerra. «Será una experiencia difícil de olvidar. En este sentido, para mí fue un choque de realidad ver en primera persona el resultado que dejan las guerras», expone. «De algún modo –continúa el joven–, aquellos cuerpos eran la representación de lo que una guerra conlleva, que es el sufrimiento y la vida de muchas personas».
El siguiente paso, lógicamente, es aplicar lo que ha aprendido a la situación en Ucrania, la guerra emocionalmente más cercana hoy: «Personalmente me siento afortunado de poder haber vivido esta experiencia y de saber más acerca de la historia de mi entorno, así como ser más consciente de la realidad, que aunque no nos afecte a un nivel muy cercano, fuera, en otros países como Ucrania, sigue ocurriendo».
«Incapaces de pensar»A quien no haya presenciado nunca una exhumación le convendrá saber que es una situación muy introspectiva, porque hay que esforzarse por reconstruirlo todo. Se parece a cuando uno se acerca a una ruina muy antigua y trata de imaginarla tal como fue en su día. Ante la fosa, hay que poner a cada calavera un rostro, vestirla con ropa sucia, imaginarla con el pelo revuelto, de rodillas y con la cabeza gacha, o negándose a bajarla. Hay que pintar también a cada uno de ellos un último pensamiento de despedida a un ser querido, ¿una madre, quizás? Y luego destrozar todo eso con el sonido seco del balazo. Por eso, generalmente, la gente suele estar callada en las exhumaciones.
El texto que ha remitido Diana Manzanos va por ahí, por contar esa parte más difícil de la vivencia. «Obviamente te entra el miedo y empatizas un montón porque es algo que a mí no me entraría en la cabeza, pero por otra parte te quedas con mal sabor de boca al ver tan específicamente los restos humanos de cuando por aquel entonces eran personas, como yo, con sentimientos, familias, amigos/as, parejas, VIDAS...».
Cree Manzanos haber dado con algo esencial para el ser humano en esta experiencia, algo que a ella le ayudará a diferenciarse a futuro de los verdugos de aquellos jóvenes. Lo cuenta así: «En verdad la raza humana se guía por su entorno, y si no desarrolla esas capacidades cognitivas, sensoriales, motoras... se queda en personas incapaces de pensar por sí mismas (trozos de jamón York con piernas, rocas...) a las que poder manipular totalmente y a la ligera. Por ende, se generaban tantas injusticias, desigualdades sociales y crímenes de guerra que van en contra de los derechos humanos».
Muy de interés su aprendizaje sobre la dualidad del conocimiento, pues aprender no te hace necesariamente más feliz. Cuenta Manzanos que presenciar algo así «cambia tu perspectiva totalmente y te amplía la vista panorámica de una forma brutal tanto positiva como negativa».
Los puntos en común
No es fácil abrirse a contar sentimientos así. La mayoría de compañeros de Manzanos, Cámara y Amouad prefirieron remitir sus reflexiones de forma conjunta. Así, de lo que dispone el periódico es de un resumen más esquemático de lo que aprendieron y que se extrajo de un debate guiado en clase. Cuentan el resto de estudiantes que conocer la historia despierta también el miedo a que se repita. El grupo sintió que, por afinidad ideológica, a ellos también los hubieran matado. Les impactó que la búsqueda de los cuerpos haya sido tan larga y también el testimonio de forenses venidos de distintos países para estudiar los cuerpos, aprender técnicas y viajar a otros países a buscar más.
Aprendieron los estudiantes el concepto de «dignificar» a alguien buscando sus huesos, asignándoles una identidad o haciendo todo lo posible por encontrar a su familia.
Toda la clase dice sentirse afortunada por haber podido vivir esa experiencia. Y en el fondo lo son. Son afortunados porque quedan pocas fosas por abrirse. Habrá contadas clases como las del 21 de marzo. No se acaban los desaparecidos, pero sí las pistas para seguir mirando. La mayoría seguirán perdidos. De los que mataron en la fuga de Ezkaba faltan por hallarse a tres de cada cuatro.
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