Traemos a ustedes la opinión de Iñaki Egaña con respecto a la más reciente barrabasada por parte del régimen español en relación con el pueblo saharaui:
La venta del Sahara
Iñaki EgañaEntre nosotros, la cuestión saharaui ha estado muy ligada a razones políticas y también a demandas sentimentales. Cuando en 1976 España abandonó su colonia tras la Marcha Verde marroquí y la olvidada guerra de Ifni, en la que por cierto perdieron la vida numerosos jóvenes vascos de remplazo, las resoluciones de Naciones Unidas abordando la descolonización del territorio y el reconocimiento de su derecho de autodeterminación, abrió la puerta a una Transición esperanzadora.
Las expectativas se vinieron abajo cuando desde Madrid se enrocaron, reafirmándose en el derecho a decidir únicamente para las colonias, por lo que Euskal Herria quedaba descartada, y en el hecho de que a los vascos no le eran aplicables los derechos universales porque un sector de su comunidad, el más levantísco, practicaba la lucha armada. Cuando abandonen las armas los de Bilbao, podremos hablar de todo, incluso del derecho de autodeterminación, dijeron. En El Aaiún, el Frente Polisario, surgido en 1973, se levantó en armas. Legítimo, señalaron. Incluso los polisarios entraron en la Internacional Socialista.
Ahora, aquel arreglo político se viene abajo, con el reconocimiento del Gobierno de Pedro Sánchez del derecho a pernada de Rabat sobre el Sahara. Pasándose por el arco del triunfo los acuerdos sobre la soberanía saharaui y apeándose de las decisiones de Naciones Unidas. Concluyó la Transición hace años y ahora lo hace la post colonial, con aquel intermedio patético de la “reconquista” del islote de Perejil. España ha tomado partido por la vía abierta por Donald Trump reconociendo la pretendida propiedad de Marruecos en el Sahara a cambió de que Rabat avalase a Israel y diese carpetazo a la causa palestina.
La posición de Madrid ha llegado en un momento convulso, con el gaseoducto argelino que atraviesa Marruecos y surte a España cerrado, con la guerra en Ucrania modificando los suministros de Rusia a Europa bloqueados en beneficio de los intereses de Washington y con un reordenamiento de las fuentes energéticas en el Primer Mundo. Sánchez ha perdido una ocasión propicia para mantener un discurso propio y ha seguido la línea que hubieran marcado otros gobiernos más a su derecha, los del PP o Vox. Sumisión a la OTAN y, especialmente, a EEUU. Aunque para ello haya tenido que romper con su pasado.
Fue Antony Blinken, secretario de estado norteamericano ya con Biden, el que marcó las pautas ahora seguidas por Madrid. Antes de la invasión de Ucrania por Rusia. Por tanto, era un proyecto de cocción lenta, ajeno a pesar de lo que nos digan de un supuesto alineamiento actual entre Argel y Moscú. Sánchez únicamente esperó a la vista de Wendy Sherman, la numero dos de la diplomacia yanqui, para confirmar su enfoque y hacerlo público.
El Sahara es pieza codiciada. En 2030, China y EEUU agotarán sus reservas de fosfatos. Y el Sahara ocupado posee el 50% de las mundiales de ese mineral indispensable para la producción de fertilizantes. Claves para producir alimentos. Washington se adelanta a Pekín. Para los fertilizantes se necesita amoniaco que al día de hoy producen Rusia y Ucrania. Marruecos acaba de abrir una factoría que le podría convertir en el primer productor mundial de fertilizantes.
Multinacionales alemanas, francesas y españolas, junto a los bancos que les apoyan, llevan años trabajando también en energías renovables y en el hidrógeno verde en Marruecos. La planta de hidrogeno verde que puso de ejemplo Josu Jon Imaz como “pionera tecnológicamente a nivel mundial”, no estará precisamente en Bizkaia. Sino, probablemente, al otro lado del estrecho de Gibraltar. Hecho que confiere al PNV también su parte de complicidad en la decisión de Sánchez.
Lo político es puramente económico. Y resta la cuestión emocional, asimismo en conflicto. Porque en la política, hace ya tiempo que la credibilidad del PSOE está muy tocada, por no decir que anulada. En 1978, aún cuatro años para entrar en las legislaturas de Felipe González, líderes socialistas vascos como Juan Iglesias, Nicolás Redondo, Ramón Rubial o Txiki Benegas, desfilaban con la pancarta pidiendo el reconocimiento del derecho de autodeterminación. Para vascos y saharauis. En poco tiempo se produjo la transformación, criminalizando bajo sus gobiernos a quienes la solicitábamos para nuestra comunidad, o jaleando, como en el caso de Catalunya, a quienes apaleaban a los que la ejercían siquiera de modo metafórico.
Mantuvieron, eso sí, el reconocimiento de los saharauis y se dedicaron a dar largas con eso del equilibrio en las influencias y en las estrategias económicas. Las monarquías corruptas de ambos estados parecieron ajenas a semejantes mesuras. Felipe González priorizó las relaciones con Hasan II y relegó la cuestión del Sahara al olvido. En la Península, numerosos ayuntamientos, entidades y familias se sumaron a la campaña de acoger a niños saharauis desplazados en Tinduf, territorio argelino, donde se apiñaban decenas de miles de refugiados.
Y en esta campaña estival, como también se realizó años más tarde con niños procedentes de Chernóbil, el PSOE, como el atlantista PNV, sacaron pecho. Las fotografías anuales de los dirigentes socialistas apoyando la “solidaridad” con el pueblo saharaui, copaban portadas. Es especialmente significativa aquella performance de Denis Itxaso, junto a Lih Beiruk y Brahim Abdelfatah, militantes del Frente Polisario, y sus declaraciones a favor de los saharauis y su derecho a la independencia.
Hace unos días, el mismo Itxaso, con únicamente siete años más y con la diferencia que ahora ejerce de delegado del Gobierno en la CAV, ese cargo más policial que civil, acaba de criminalizar al Frente Polisario a través de su declaración del Sahara como apéndice de Marruecos. Porque bien sabemos vascos y catalanes que ser independentistas en la Península, como también en el Sahara, a pesar de las promesas, es contrario a esa naturaleza excluyente que conforma, de derecha a izquierda, la España monárquica también del siglo XXI.
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