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lunes, 23 de diciembre de 2019

Cronopiando | El Milagro

Se ha desatado el escándalo en México con el mea culpa por parte de los Legionarios de Cristo del abuso sexual de 175 menores de edad por parte tanto del fundador de ese grupo religioso Marcial Maciel -60 víctimas en su cuenta personal- como de otros sacerdotes así como de 90 seminaristas a manos de seminaristas de mayor edad.

Eso es solo la punta del iceberg, una especie de lavado de cara que en realidad oculta muchos casos más.

Establecido lo anterior, les compartimos este Cronopiando de nuestro amigo Koldo:


Koldo Campos Sagaseta | Cronopiando

(Del libro de Koldo Campos “Diario íntimo de Jack el Destripador” ilustrado por J. Kalvellido y publicado en el 2012 por Tiempo de Cerezas).

He escrito alguna vez que no me agrada atender peticiones, que yo no ejerzo mi profesión a la carta ni rebaño mondongos porque así me lo pidan, haya o no haya dinero por el medio. Mis destripamientos los elijo yo y, en todo caso, los determina la conducta del destripado. Pero también he dicho alguna vez que siempre hay excepciones y el caso de Marcial Maciel es un buen ejemplo.

Además de miles de cartas de personas que habían sufrido toda clase de abusos sexuales y violaciones por parte de este religioso mexicano, de peticiones como las de mis entrañables amigos Roberto y Amparo desde Untzue, yo mismo me había sentido indignado al leer en algunos medios de comunicación el proceder de tan notorio canalla y la impunidad con que había venido ejerciendo su lascivo ministerio, siempre arropado por la curia vaticana y a buen resguardo de la humana justicia.

Si algún tipo de delincuente me repugna es ese que, amparado en los hábitos, es capaz de los más atroces crímenes mientras los grandes medios de comunicación le dispensan favores y reconocimientos.

El muy sinvergüenza hasta se apellidaba Degollado, toda una provocación que, sin ánimo de hacer un chiste fácil, me decidió a honrarle el apellido. De hecho, iba a ser la primera vez que destripaba a un degollado.

A pesar de sus criminales antecedentes, de haberse convertido en un contumaz pederasta desde muy joven, casi desde que con 16 años decidió dedicar su vida al servicio de Dios y al de la infancia desvalida, este sobrino de un santo mexicano y fundador de los Legionarios de Cristo, que acompañara a Juan Pablo II en todas la visitas que el papa realizara a México, había cumplido los 88 años de impunidad sin otro contratiempo en el camino que la invitación que le cursara la Santa Sede en el 2006 para que se retirara a “una vida de oración y penitencia”.

Ni que decir tiene que yo estaba dispuesto a colaborar con su retiro y a convertir la invitación del Vaticano en una jubilación definitiva.

Así que, tomé el primer avión que salía para México y, una vez allá, llamé por teléfono a la sede de los legionarios de Cristo para concertar una cita con su eminencia pederastísima.

Sabía que me iba a recibir porque había urdido el pretexto perfecto. Desde que le dije por teléfono que me encontraba en su país acompañado de seis púberes mancebos dispuestos a ingresar en su legionaria congregación, me citó para el día siguiente.

Puntual como acostumbro me presenté en su lujosa residencia, obviamente solo. Me recibió en el jardín, acompañado de la que tiempo después se sabría era su amante y de algunos desnudos retoños que retozaban alegres por la hierba, junto a un estanque con patos.

Cuando le manifesté que deseaba hablar a solas con él y que en breve llegarían los infantes prometidos, mandó a su amante a la cocina junto con los niños y me extendió la mano dispuesto a sellar el trato.

Yo busqué en el bolsillo de mi frac el cuchillo de carnicero que me había llevado para la ocasión y, cuando ya lo enarbolaba para no seguir purgando el castigo de contemplar su repulsivo rostro, ocurrió el milagro. Al tiempo que, repentinamente, el día se oscurecía y un haz de luz iluminaba la escena, un arcángel del Señor descendió de las alturas en medio de un estrépito de celestiales trompetas y timbales y detuvo mi brazo justiciero.

-¡No lo hagas Jack… -me ordenó imperioso- no lo hagas! ¡Contén tu ira…déjame hacerlo a mí!

Tampoco el enviado de Dios, provisto de una espada de fuego, estaba por demorar la acción divina. Fue visto y no visto. El arcángel exterminador se abalanzó sobre el degollado cortándole de un solo y certero tajo su cabeza. Después picoteó su viril miembro, así como sus manos y, satisfecha su benemérita misión, echó las partes seccionadas al estanque para regocijo de los patos. Envainó entonces la espada en una de sus alas y, a los acordes de la misma banda sonora, se elevó en las alturas desapareciendo mientras recuperaba el día su luminosa claridad.

Yo, discretamente, abandoné la residencia. Era consciente de que nadie iba a creerme que, en verdad, no fuera yo sino el Todopoderoso quien, finalmente, hiciera justicia al depravado. Lo que nunca acabaré de entender es porqué la sabia sentencia del Creador se había demorado tantos años.






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