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viernes, 14 de septiembre de 2018

Merckx y la Itzulia

La Euskal Herriko Itzulia 2018 remueve memorias y ha inspirado este texto publicado en las páginas de Noticias de Gipuzkoa:


Miguel Usabiaga

La entrada de la Vuelta en Euskadi, precedida por una etapa contrarreloj, me hace viajar a los tiempos de mi infancia. Aquellos años era frecuente que la Vuelta terminara en Donostia, en el velódromo de Anoeta, tras una contrarreloj final. Así que en mi memoria están soldadas esas imágenes (Euskadi, Vuelta, contrarreloj...) y, si se juntan, irremisiblemente me transportan al pasado. Recuerdo a Tamames derrotando en un día lluvioso a nuestros Lasa y Perurena. Recuerdo a Hinault por la carretera del circuito de Lasarte, saltando una barricada en el año en el que se interrumpió el paso de la Vuelta por aquí, hasta que volvió hace siete de años, con un clima político más templado. Ese paso de la Vuelta tenía un gran efecto emulador en un chaval que deseaba ser corredor. El año 1975 en el que venció Tamames, el lunes posterior al fin de la prueba tomé mi bicicleta e hice el mismo recorrido con un recorte de periódico en el bolsillo en el que llevaba la clasificación completa de la contrarreloj. Pude comprobar, al atravesar la imaginaria meta, que mi tiempo era mejor que el de los últimos clasificados profesionales. Me llenó de orgullo, me puso alas. Pero mi mejor recuerdo es el de Eddy Merckx. Ese año la Vuelta se cerraba con otra contrarreloj entre Hernani y Donostia. A diferencia de esta Vuelta actual, aquella era disputada bajo la hegemonía del campeón belga, para mí el ciclista más grande de todos los tiempos. Quizá Coppi pudiera comparársele, por su clase, pero el italiano tuvo la mala suerte de ver su carrera interrumpida por la II Guerra Mundial. La llegada a Hernani de Merckx fue todo un acontecimiento. Los niños nos enteramos de que su equipo, el Molteni, se alojaba en el hotel San Antonio. Y allí fuimos en masa. Establecí con mi primo un plan para verle. Como la contrarreloj era por la tarde, supuse que, tras descansar, al final de la mañana iría a reconocer el recorrido y que regresaría al hotel unas tres horas antes de su salida.

Eso daba como resultado las dos del mediodía. Para esa hora el resto de niños, apresurados por la obligación de ir a comer, ya no estaban. Mi primo y yo, solos, permanecíamos apostados en las escaleras del hotel. Como nada es perfecto, la Guardia Civil tuvo que hacer su aparición y aguarnos la fiesta. Una pareja de la Benemérita se nos acercó y nos ordenó que fuéramos al bar a comprarles unos refrescos. Se nos vino el mundo encima. Era seguro, por la ley de Murphy, que en ese momento en el que nos íbamos a ausentar, aparecería El Caníbal, a quien llamaban así por su voracidad, por la manera en la que devoraba a sus rivales. Pero en una demostración de espontaneidad estratégica, nos miramos, nos pusimos de acuerdo, mi primo tomó el dinero de los guardias y fue a por sus refrescos. Y en ese preciso instante en el que él desaparecía en el bar, Eddy Merckx llegaba en un coche, descendía y se cruzaba conmigo, el único niño en la escalera. Le interrumpí el paso y le pedí un autógrafo. Me lo firmó, y, en otro alarde de dominio de la acción directa, le dije: “Un autre, deux”, dibujando una uve con mis dedos y ofreciéndole otro papel. El campeón sonrió y firmó otro autógrafo para mi primo, que cuando supo lo ocurrido no dejó de blasfemar contra los guardias civiles, que en ese momento representaban para ambos la expresión completa de la dictadura. El canibalismo de Merckx en ruta lo pagaba sobre todo con Ocaña, a quien minimizaba en cuanto podía. Ese año se instaló en la Vuelta la leyenda de que era tal su ambición que disputaba bajo cualquier pancarta, y se dijo que esprintó debajo de una del partido comunista creyendo que era un premio. Lo veo difícil porque corría el año 1973, el partido comunista era ilegal y, aunque a veces en acciones audaces, jugándose el tipo, sus militantes pusieran pancartas, no duraban mucho porque rápidamente eran retiradas por la policía. En todo caso es una bella leyenda.

Los tiempos son otros, quizá la mejor preparación de todos los corredores atenúa la diferencia de la clase natural que atesoran unos y otros. El caso es que no existe el gran dominador que hacía las grandes vueltas más previsibles, pero también las dotaba del brillo de la gesta sublime, heroica. Ahora, con las fuerzas y la clasificación más igualadas, la emoción es más cercana a la de otros deportes de resultado sorpresa. Es lo que buscan también los organizadores en su esfuerzo por captar el interés de todos, de la audiencia, no solo de los amantes apasionados del ciclismo. La etapa del Balcón de Bizkaia resultó espectacular en ese sentido, con los corredores disputando cada palmo de terreno como en una guerra de trincheras, arrastrándose por la pendiente imposible para arañar un puñado de metros, de segundos. Los veía y recordaba a El Caníbal, su foto que puse en el frente de mi bici naranja como un talismán, su autógrafo que es aún uno de mis tesoros, y en aquel terrible régimen por suerte ya superado.





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