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martes, 20 de agosto de 2002

Las Raíces de Txillida

La Jornada ha publicado esta semblanza del escultor vasco Eduardo Txillida en honor a su legado.

Aquí el texto:


Soy un árbol con raíces en el País Vasco, decía el escultor

Fue partidario de disfrutar el arte en espacios públicos

Ángel Vargas

''Soy un árbol que tiene sus raíces en el País Vasco y sus ramas extendidas en el mundo entero", solía decir Eduardo Chillida Juantegui, cuya fructífera trayectoria la dedicó no sólo a moldear sus creaciones, sino a procurarles las formas que reclamaban y, en especial, a conferirles la mayor cantidad de espacio posible. De allí que se le conociera como ''el arquitecto del vacío".

El Museo Chillida-leku (en euskera, ''el sitio de Chillida''), único en su tipo en España, fue abierto en septiembre de 2000 por los reyes Juan Carlos y Sofía, con lo que concretó uno de sus proyectos vitales.

Localizado a 10 minutos de San Sebastián, sobre la carretera que va hacia Hernani, con una superficie de 12 hectáreas, aledaño al caserío Zabalaga, el recinto es una casona del siglo XVI de piedra y madera reconstruida y habilitada por el artista durante 13 año de trabajo, con la ayuda del arquitecto Joaquín Montero.

''Su afán nunca fue recuperar las estancias del edificio, ni adecuarlo como sala común de exposiciones. Desde un principio lo concibió como escultura'', explicó a La Jornada Luis Chillida -en septiembre de 2000-, uno de los ocho hijos que el artista procreó con su esposa Pilar Belzunce.

El planteamiento estético de Eduardo Chillida, en la creación de su museo, es consecuencia de lo plasmado en casi todas sus creaciones e incluso en el proyecto consistente en vaciar la montaña de Tindaya, en las islas Canarias, para crear un espacio escultórico interior.

Llegar a lo esencial de las cosas

''Llegar a lo esencial, al alma de las cosas, es una labor que mi padre ha procurado siempre", manifestó entonces el hijo del escultor vasco.

El Museo Chillida reúne la colección particular del artista, la más grande que de él existe en el orbe, con casi 150 piezas, entre las de pequeño y de gran formato realizadas en diversos materiales. Algunas, por cierto, fueron adquiridas por la familia.

Majestuosas como elefantes en las sabanas africanas, 40 imponentes esculturas en hierro, acero y granito se distribuyen a lo largo y ancho de los jardines del recinto. Y más de 70 obras en formato menor realzan el aspecto místico del caserío Zabalaga.

En el edificio, sin mayor decoración que las vigas de madera del techo y sus muros de piedra, se pueden observar creaciones en pequeño formato realizadas por el artista, desde sus primeros trabajos, hechos en yeso, hasta su encuentro con el hierro, el acero, la madera, el alabastro, el granito y la terracota.

El Museo Chillida-leku explicó Luis Chillida, propone un espacio ''en movimiento" para motivar la capacidad de sorpresa de los visitantes.

''El concepto de mausoleo no va con nosotros, sino más bien con el de un museo con vida para que las obras tengan existencia propia."

El escultor siempre ha sido partidario de que el arte sea disfrutado en sitios públicos, como ocurre con El peine de los vientos, su escultura emblemática que mira al mar en Donostia.

Por la paz y la tolerancia

Eduardo Chillida vive una extraña sensación, refirió su hijo. Por una parte la satisfacción y la alegría de ver concluido su museo y, por otra, la conciencia de que eso significaba el punto final de su gran trayectoria.

''Resultó duro para mi padre seguir cuando se ha llegado a lo máximo. Le fue difícil preguntarse qué habrá de hacer ahora, por lo que su museo es un final que él trataba de transformar en puntos suspensivos", comentó su hijo Luis.

Respecto del entorno de violencia en el País Vasco, ''mi padre siempre se ha manifestado en favor de la paz y la tolerancia''.

La rebelión marcó la trayectoria escultórica de Chillida. El propio artista, en 1987, señaló que la arquitectura era el único elemento capaz de dinamizar su rebeldía interior. Ese franquear los límites de las medidas constructivas es lo aportó originalidad a su quehacer, ligereza a sus monumentales obras e hizo posible que elementos tan rotundos como el hormigón o el acero, sin perder su condición, llegaran a liberarse de su propia pesadez. 




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