Les compartimos el texto que nuestro amigo Iñaki Egaña dedica al 50 Aniversario del fusilamiento de los cinco militantes antifranquistas, hecho que en Euskal Herria dio pie al Gudari Eguna.
Adelante con la lectura:
Las otras, los otros
Iñaki EgañaEl cincuenta aniversario de los fusilamientos de Txiki y Otaegi, así como de los tres militantes del FRAP (Xosé Humberto Baena, José Luis Sánchez y Ramón García), ha permitido visualizar la época para los que no la vivieron, interpretar con la perspectiva el tiempo político y sus derivadas y también desnudar las miserias de negacionistas, nostálgicos y reconstructores del pasado a su medida. Que ha dado lugar, asimismo, a situaciones dolorosas para quienes vivieron de cerca la época, el estado de excepción consiguiente, las torturas, detenciones, exilio o apaleamientos masivos. Han dejado de existir y su contribución ha sido borrada de la historia. La simplificación en el presente de la mayoría de las cuestiones políticas y la polarización conducen a una pelea que parece producirse exclusivamente en la victoria de relatos y en la expansión de simbolismos. Txiki y Otaegi fueron terroristas que lucharon por una causa antinatural: la independencia y el socialismo para Euskal Herria, según buena parte de los constitucionalistas hispanos actuales. Para nosotros, en cambio, fueron el símbolo de un recorrido aún inacabado de una generación soportada en las anteriores y soporte de las posteriores.
Los juicios de aquel verano de 1975 descubrieron el valor de la solidaridad humana y, con una lectura medio siglo después, de que el símbolo esconde las ramas de un árbol frondoso completado con la savia que nutre a las hojas. Hubo dos fusilados, Txiki y Otaegi, pero en esa crónica del proceso (detenciones, torturas, juicios-farsa y fusilamientos) miles de hombres y mujeres mostraron su solidaridad con los encausados. Y otros dieron su vida para evitar, sin lograrlo, las ejecuciones. Fueron los otros, cuyo reconocimiento debemos.
Entre ellos a Montxo Martínez Antia (Donostia), Josu Mujika (Legazpi) y Andoni Campillo (Gernika), militantes Polimilis que se habían trasladado a Madrid y Barcelona para presionar al Estado y, como sucediera durante el Proceso de Burgos, un secuestro sirviera para el canje: la vida del secuestrado (dos en el caso de 1975) por la conmutación de las penas a los condenados a muerte. La lectura era sencilla. El secuestro del cónsul alemán Behil fue determinante en la conmutación de los de Burgos, las movilizaciones ayudaron. El proyecto dispuesto para evitar las muertes de Garmendia y Otaegi fracasó y las penas capitales se ejecutaron. Cinco vascos muertos. De aquel intento, aún dos militantes que pudieron escapar de Madrid de las razias policiales, permanecen en el exilio. Uno de África y el otro en América, lejos de su patria.
Las huelgas generales convocadas para salvar la vida de los condenados (por cierto rechazadas expresamente por la elite jeltzale, no así por muchos de sus militantes que las secundaron) dejaron un reguero de tragedias. Centenares de trabajadores fueron expulsados de sus empresas y tuvieron que comenzar de cero en el mundo laboral. Los grupos parapoliciales actuaron con total impunidad, destrozando comercios, negocios y atentando contra personas solidarias que sufrieron de por vida los efectos que hoy se llaman colaterales, sin recibir asistencia de tipo alguno, entonces y ahora. Incluso María Manotas, madre de Txiki, y su hija Isabel, fueron agredidas en su vivienda de Zarautz semanas después del fusilamiento de Jon en Cerdanyola. Los detenidos en comisarías y cuarteles fueron torturados, sufrieron malos tratos y su trayectoria quedó ensombrecida por un relato que se olvidó de ellos. Sus familias recibieron amenazas. Alguno de ellos, incluso, no pudo soportar la carga del recuerdo del tormento y se suicidó.
Y contra esa sociedad que se refugiaba en las iglesias, la España católica también fue implacable. El sacerdote que ofició el responso en Zarautz fue detenido. En Donostia Gasteiz e Iruñea, quienes asistieron a los funerales, fueron apaleados con porras y fuego real. Afortunadamente no sucedió una matanza como el Tres de Marzo, meses después, la que ocurrió en Gasteiz. Entre las decenas de heridos de bala, un niño de 8 años.
La solidaridad también llegó del exterior. Figuras hoy encumbradas por la historiografía oficial, tales como Costa Gravas, Yves Montand o Michel Foucault, fueron detenidos, esposados y expulsados del Estado español, cuando se disponían a dar una rueda de prensa en Madrid. Organismos nada sospechosos de revolucionarios como El Vaticano, la Comunidad Europea o Naciones Unidas, que pidieron clemencia para los condenados a través de sus líderes el papa Pablo VI, François Ortolí y Kurt Walheim, fueron ninguneados, tal y como sucedió en la Declaración de Aiete de 2011 cuando Esteban González Pons, vicesecretario de Comunicación del PP, les dijo a Tony Blair, Jimmy Carter, Bill Clinton, Kofi Annan o Gro Harlem Brundtland: "Los extranjeros que vienen a una supuesta conferencia de paz en el País Vasco pensando que están en Irlanda o en Sudáfrica, realmente no tienen ni puñetera idea del país en el que se encuentran”.¿Qué fue de aquellos solidarios que, en Lisboa, Copenhague, Estocolmo, Hendaia, La Haya, Bruselas, Roma, Ginebra, París y Atenas asaltaron consulados españoles y fueron apaleados y detenidos? ¿Cuáles eran los nombres de los jugadores de las selecciones de Italia y Finlandia que en un partido de fútbol guardaron un minuto de silencio tras conocerse las ejecuciones? Los del Athletic saltaron en Granada al campo con brazaletes negros. Ante la amenaza policial, dijeron que los llevaban por la muerte de un directivo. Y coló. Pero en Santander, Aitor Agirre y Sergio Manzanera también lucieron brazaletes negros. Un numeroso sector del público los abucheó cada vez que tocaban el balón. En el descanso, la Policía entró en los vestuarios para despojarles de los brazaletes. Días más tarde, fueron multados con 100.000 pesetas cada uno. Y recibieron amenazas durante su carrera deportiva.
Fusilaron a Txiki y a Otaegi. Nuestro recuerdo. Pero también evocaremos el protagonismo de miles más, dignos y honrados hombres y mujeres que han sido engullidos por la historia. Los otros.
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