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viernes, 28 de febrero de 2020

Egaña | Las Tres Zetas

Incisivo como acostumbra ser, nuestro amigo Iñaki Egaña pone el reflector sobre el caótico manejo ambiental por parte de los jeltzales

Por nuestra parte deseamos dedicar este texto al otro fantasma de Zaldibar, el tal Patxi Amantegi:

Las tres zetas

Iñaki Egaña

Zaldibar, Zubieta, Zabalgarbi. Aunque podían ser más y componer un acrónimo con los escándalos contaminantes de Petronor, Boroa, Cementos Lemoa, despojos del topo donostiarra… Con el añadido de los taludes del Tren de Alta Velocidad, la desaparición de toneladas de tierra ya pagadas y supuestamente extraídas. Un cúmulo de una gestión opaca donde la consigna oficial es la de que todo va bien, y que la única cuestión es la de una oposición sindical, partidista o popular que inventa desastres.

Zabalgarbi ya nos ha dado muestras en los últimos años de lo qué va a suceder en Zubieta, de las trampas empresariales y administrativas para que el negocio de los vertederos sea uno de los más boyantes. De esos que dan millones de beneficios a cuenta de la opacidad, cuando no la mentira. Gorka Bueno ya desveló, en un brillante trabajo, que Zabalgarbi ha recibido ayudas astronómicas incluso cuando estaba averiada, que los niveles de arsénico en los vegetales del entorno son elevadísimos y que las inspecciones de “agentes tóxicos con graves efectos en la salud como dioxinas, furanos y metales pesados solo son monitorizadas durante menos de ocho horas cada trimestre, y nunca durante condiciones anormales de funcionamiento de la planta”.

Desde el derrumbe del vertedero de Zaldibar estamos viviendo un post surrealista. No tanto por las noticias de descargas clandestinas, de ocultación de informaciones sobre la calidad del aire, del despiece sobre las mafias de las basuras, de la ausencia de inspecciones. Sino porque frente a lo evidente, incluso la notoriedad en respirar un aire contaminado, se ofrece la normalidad. Una normalidad efectivamente surrealista ya que la misma es capaz de suspender partidos de fútbol en la elite, de sugerir abandonar las cercanías de Zaldibar a las embarazadas y lactantes y también, al resto, de cerrar las ventanas.

Esta gestión me ha puesto los pelos de punta. La falta de trasparencia, la ocultación de la situación real y la prepotencia de las instituciones señaladas con el dedo por una incompetencia manifiesta, ¿qué hubieran hecho si el programa nuclear hubiera ido adelante y, por ejemplo, la extinta central nuclear de Lemoiz hubiera tenido alguna falla en su funcionamiento? La gestión de la tragedia de Zaldibar y la defensa a ultranza de los proyectos de Zabalgarbi y Zubieta nos acarrean demasiadas dudas para sentirnos tranquilos si el desastre hubiera sido de una magnitud superior.

Lo que trasladado a otros sectores de la vida cotidiana provoca desasosiego. Estamos en manos de una elite política inútil cuyo valor reside en ser portavoz de las grandes empresas, de los intereses económicos de los bancos, verdaderos dueños del presente, que nos machaca una y otra vez como si fuéramos los responsables de un proyecto cuyo único objetivo es el de provocar el caos.

De esa forma, las víctimas somos atacadas como si fuéramos verdugos. Los agentes sociales, que voluntariamente han trabajado hasta la extenuación para superar la desinformación, para denunciar los pelotazos, o para protestar simplemente, son tratados con vehemencia, deshumanizados y a veces vilipendiados como si se trataran de analfabetos, paletos de la política que no entienden en qué campo se juega. Lo ha sufrido el Errausketaren Aurkako Mugimendua.

Pero también lo hemos sufrido los ciudadanos de a pie, con unos ataques extraordinarios, fuera de lugar. El último hace apenas una semana. Las oposiciones del PNV son “grupos de comunicación, sindicatos y partidos” que en el tema del vertedero de Zaldibar han actuado como “corderos carnívoros que piensan con la boca”. Continúa la expresión con un “han ido a la yugular del lehendakari” y “para eso no necesitamos parlamentarios de la oposición”. Es decir que lo mejor en este país es dejarnos de tonterías, de una vez por todas, y convertir en batzoki los últimos reductos que aún no absorben ese brebaje acunado en la sigla JEL.

El autor reciente de estas reflexiones es el abogado Txema Montero, un adulador declarado del lehendakari Urkullu que, en su tiempo, fue eurodiputado por la hoy prohibida y vilipendiada Herri Batasuna. Montero, que es un hombre ilustrado y emplea multitud de citas en sus artículos, bien sabía que eso de los “corderos carnívoros” era el título de una obra legendaria, escrita por Agustín Gómez Arcos.

Un título que refería amores incestuosos y homosexuales. Por eso, nos hemos dados por aludidos quienes nos encontramos en las antípodas de los planteamientos políticos jeltzales. Hemos entendido bien el mensaje. A quienes hemos criticado la gestión del Gobierno vasco en la tragedia de Zaldibar, Montero nos llama “maricones”. Pero de forma muy fina. Una expresión muy fea para un señor de su talla intelectual.

Llevamos toda la vida reivindicando una desconexión con esta rapiña que nos llevará dentro de diez años a consumir dos planetas completos. Pero solo tenemos uno. Apenas se cumplen los escasos frenos que nos imponemos para avanzar en ese decrecimiento a la vorágine consumista, energética, sobre todo. Apenas se han reducido los niveles de dióxido de carbono. Es más, el año pasado ya sobrepasamos niveles que la tierra no conocía desde hace millones de años, antes de que surgiera sapiens, neandertales o denisovanos. Apenas nos esforzamos en transmitir lo delicado de la situación.

Y por eso, siguiendo la estela de una de nuestras invenciones capitalistas por excelencia, la obsolescencia programada, creo que hemos adoptado ya la autodestrucción, en una crónica anunciada como las que relataría Gabo, el maestro de las letras de Macondo. Decenas de procesos mortuorios se han convertido ya en irreversibles. El ecocidio está a la vuelta de la esquina.

Y mientras eso está ocurriendo, algunos especuladores se siguen llenado sus cuentas de euros que los llevarán a algún paraíso fiscal. Vivirán como dioses. Y sus representantes institucionales nos hablarán de normalidad, mientras Alberto Sololuze y Joaquín Beltrán seguirán desaparecidos.






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