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jueves, 10 de enero de 2019

Entrevista a José Ángel Iribar

El portal Jot Down ha publicado esta extensa entrevista a uno de los grandes íconos del deporte vasco, José Ángel Iribar, El Txopo:


Álvaro Corazón Rural    | Fotografía de Andoni Lubaki

Golpea la mesa con la mano tras cada frase. Es tímido. Sigue siéndolo. Se emociona y se ríe mucho con las anécdotas deportivas, sobre todo recordando a sus compañeros. Se pone muy serio, sin embargo, y un tanto esquivo con las cuestiones políticas en las que tuvo protagonismo. José Ángel Iribar Kortajarena (Zarautz, 1943) no solo fue el mejor portero de España en su día, considerado ahora un adelantado por los expertos, también fue un ciudadano que tuvo que descubrirse a sí mismo en época de silencios y represión. Aunque es un hombre reservado, un gesto delata su personalidad. Pide que no se incluyan en la entrevista buenas acciones que ha realizado, gestos altruistas realmente sorprendentes dignos de ser reseñados; prefiere guardarlos para sí.

¿Cómo fue su infancia?

Nací el día del Ángel de la Guarda y por eso me llamo José Ángel en lugar de José Benito, como mi abuelo. Mi abuelo me caía muy bien, pero me gusta más José Ángel [risas]. Por lo visto, tenía tendencia a ir hacia el balón antes de aprender a andar. Lo primero que me regalaron los Reyes fue una pelota y no me separaba de ella. Eso me contaron años después. Mi padre era de familia tradicionalista y mi madre, nacionalista. Así que en casa no se hablaba nada de política. Nos juntábamos muchos en la mesa, a veces diecisiete, y solo se organizaba entre todos el trabajo en el caserío.

En el tiempo que tenía libre echaba una mano en todas las labores. Sobre todo en verano, en la recogida. Me ponía delante del caballo o delante del burro, araba. Iba a los maizales, a las alubias. Trabajaba con la azada. Segaba casi todas las tardes para recoger hierba y dársela a los animales. Hasta los catorce años no paré. Y, mientras lo hacía, competía conmigo mismo, por ejemplo, subiendo escaleras. Tenía que llevar sacos de patatas al desván y me proponía hacerlo en el menor tiempo posible subiendo los escalones de tres en tres. Me encantaba hacerlo rápido, entre otras cosas, porque así tenía más tiempo para luego irme a jugar.

Era una vida muy lúdica. Me gustaba jugar a todo. Lo recuerdo con mucho cariño, había buen ambiente. Mucha necesidad, faltaba dinero, pero teníamos comida. Lo que se recogía en las tierras se vendía en la plaza y cuando matábamos al ganado era cuando más dinero entraba en casa. Nos daba para vivir. Y mi madre era una cocinera excelente, guisaba de maravilla.

El propietario del caserío era un señor de Azpeitia que nos terminó regalando la casa y unos terrenos. Por lo visto, mi abuelo le caía muy bien después de tantos años trabajando esas tierras y se las dejó en herencia. Le llevábamos siempre detalles, lo mejor de cada cosecha, reconociendo que él era el poseedor de la tierra.

Su padre le cambió de colegio para llevarle a uno donde se cantaban canciones en euskera.

Estaba con las hermanas ursulinas, pero de pronto un día vino mi aita, me cogió y me llevó ante el director de La Salle a decirle que me quería inscribir. Le advirtieron de que había problemas por lo de cantar en euskera y contestó: «Ya lo sé, por eso traigo a mi hijo y quiero que esté aquí, sé que quieren echarte». Lo que hacía este fraile era que los fines de semana, a última hora, nos enseñaba canciones en euskera relacionadas con la naturaleza, con el vino, con la vendimia. En mi casa éramos euskaldunes y hablábamos en euskera. En casa y en la calle. Pero en la enseñanza el idioma estaba completamente restringido.

¿Y en la iglesia?

En la iglesia cantaba en el coro, pero en latín.

¿Cuándo empezó con el fútbol?

Tenía la playa a setenta y cinco metros de mi casa. Cuando bajaba la marea, era enorme. La arena, como portero, ayudaba, porque aprendías a tirarte sin miedo. Pero en el patio del colegio también jugábamos, con pelotas pequeñitas que nos hacíamos, y también me tiraba en el empedrado, aunque usando más las piernas para parar. También te enseñaba a tener reflejos jugar al frontón. Todo sumaba. Íbamos al monte, de excursión, jugábamos a espadachines, trepábamos, subíamos a los árboles, saltábamos, era un entrenamiento muy bueno en una infraestructura natural. Solo había un poco de orden en la playa. En La Salle también había hermanos muy deportistas. Te animaban a hacer deporte, participabas en torneos escolares de atletismo. Yo hice medio fondo, 400 y 800 metros. El hermano Ricardo trajo el baloncesto, que era muy novedoso; estoy hablando del año 50.

En Zarautz a las mujeres se las presionaba más que a los hombres para que hablasen en castellano.

Eso lo noté en mis hermanas. No era por nada en particular, solo porque el colegio de ellas lo llevaba la Sección Femenina y debían ser más estrictas que los curas a la hora de hacerles hablar castellano. Al menos en Zarautz. Nosotros hablábamos euskera naturalmente, cuando me eché novia le escribía postales y cartas en euskera. Supongo que con muchas faltas; no estaba alfabetizado en euskera, lo escribía como lo hablaba. Luego con los años aprendí leyendo y a base de escuchar la radio. Así vas ampliando lo que sabes.

Su padre le dijo: «La educación es lo único que nadie le puede arrebatar a una persona».

Tenía frases de ese tipo. Siempre me animó a estudiar. Llegué a tornero antes de decidir entrar en el fútbol, con permiso de la familia. Aunque una vez hice una pieza con el torno, un día en el que estaba agobiado, y me dijo el dueño que mejor que me dedicase al fútbol. Fue premonitorio, porque tenía dieciséis o diecisiete años y entré en el Basconia. Estaba descargando hierba en Zarautz, me vio Salvador Etxabe, que era del Athletic y estaba cedido en el Basconia, y me dijo que si quería hacer una prueba.

Fui a hacer la prueba mal, tenía un divieso infectado en el codo y no me podía tirar sin hacerme daño. Pero era solo un partido y no tuve mucho trabajo. No les entusiasmé mucho, tuvo que ser Piru Gaínza, que estaba contratado como consejero, el que les dijo que me cogieran. Le dijeron que no había hecho nada, pero a él le llamó la atención mi saque, cómo sacaba con la mano. Luego otro Etxabe que había sido portero del Basconia me vio atrapar un balón elevado y, al verme saltando con los brazos estirados, dijo: «¡Parece un chopo!». Y se me quedó el mote.

Ya había estado lesionado antes de esta prueba. En Zarautz, en un entrenamiento un día lluvioso y embarrado, me dieron un balonazo. Fue Jorge Izeta Arrese, que luego jugó en Osasuna y Oviedo; me cogió con la mano floja y me hizo daño. Estuve seis meses jugando con dolores hasta que fueron insoportables. Cuando no podía más, fui a la mutua a Donostia, donde estaba el médico de la Real y la Federación Guipuzcoana, y me preguntó: «¿Cómo has podido jugar así? Tienes el escafoides completamente roto». Tuve que estar seis meses con escayola. Iba una vez al mes a que me la cambiaran. Ese tiempo jugué de delantero.

Cuando me ficharon hubo debate en casa, porque algo así solo podía hacerlo con el permiso de la familia. Era el mayor y tenía cuatro hermanas. Lo del mayorazgo tenía importancia en la cultura, se supone que yo tenía que coger las riendas de la casa. Mis tías, que también vivían en casa, pusieron pegas. A los demás, como eran futboleros, les hizo algo de ilusión. Me dieron un año, si no cuajaba, volvía a estudiar y al caserío.

El Basconia eliminó al Atlético de Madrid en Copa, una hazaña.

Eso me marcó, fue un pequeño detalle, pero un paso importante en mi carrera. En el Atlético estaba Villalonga de entrenador, que fue el seleccionador nacional, y se fijó en mí. Después de clasificarnos, jugamos contra el Barcelona y me metieron diez. Cuando me iba derrotado al túnel de vestuarios, vino Kubala y me dijo que, si yo quería, ellos me fichaban. Y era verdad. Habían ofrecido tres millones. Juan Alonso, presidente del Basconia, era un chatarrero muy duro negociando, y me puso en el Athletic. Había un compromiso entre ambos clubes, el Athletic cedía jugadores al Basconia y luego, si quería fichar algo, le iba gratis. Alonso dijo que yo no iba al Barcelona, pero tampoco iba a salir gratis. El Athletic tuvo que pagar un millón y, en represalia, rompió los convenios de colaboración. Con ese millón se construyó una tribuna en el campo, lo que me hizo ilusión, porque parecía que el dinero se gastó en algo positivo.

A su madre no le gustó San Mamés.

Mi ama no era futbolera, fue al campo y vio a toda la gente gritando aunque fuéramos ganando, increpando, lo que es el fútbol en sí mismo, y no le gustó ese ambiente tan intransigente. Dijo: «Esto no va conmigo». Y no volvió. Mi aita sí que iba.

El primer penalti en la portería del Athletic se lo tiró Puskás.

Y no era. La falta a Manuel Bueno (no jugó Gento) de José María Orúe, nuestro lateral derecho, gran jugador y mejor persona, fue fuera del área, pero el árbitro la metió dentro. Al pitar penalti se lio en la grada. La gente se puso a tirar cosas y llenó el área de almohadillas. La escandalera era enorme. Yo era prácticamente debutante en San Mamés, solo había jugado unos minutos en Málaga y contra el Betis. Cuando vino Puskás a tirar, me acerqué y le dije: «Tíralo fuera, que mira la que se va a liar, está todo muy revuelto». Y me contestó: «Sí, lo voy a tirar fuera ahora, hijo de puta» [risas]. A mí oír esas palabras me dejó alucinado, sonaban muy mal. No se oían esas cosas. Amancio, que estaba al lado, me dijo: «Tranquilo, no te preocupes, que este lo primero que aprendió a decir cuando llegó a España fue “hijo de puta”. Todos los días nos lo llama a todos». Pero luego Puskás era un hombre muy afable y muy simpático. Tiró y me la metió bien dentro. Puskás, cuando tiraba, no engañaba. Levantaba la cabeza, miraba y, donde ponía los ojos, ahí iba. Ahora, para el portero llegar hasta ahí…

Un año después estaba jugando la final de la Eurocopa contra la URSS.

Los días previos a aquel partido estuvimos concentrados en Berzosa, en la sierra madrileña. Había un caserón, una especie de pensión, y Villalonga nos metió ahí, supongo que solía llevar allí al Atlético. Nos vino muy bien para aislarnos de la presión. Las relaciones de España con los soviéticos no existían. Antes no se había presentado España en la Eurocopa de 1960 para no jugar contra ellos. Nosotros estábamos tan metidos en el fútbol que no reparamos en lo demás y la prensa estaba muy teledirigida. Como se decía, era la mejor prensa de España, porque solo había una. Fue mi cuarto partido como internacional y tengo que decir que fui muy bien recibido por los veteranos. Me arroparon mucho Luis Suárez y compañía. Todo eso me vino muy bien para lo que vino, que fue como salir al ruedo, como los gladiadores, delante de 80 000 personas que había en Chamartín.

Esas concentraciones tendrían que ser plomizas.

Años más tarde, íbamos a jugar a Birmingham, y estábamos concentrados en un castillo gigante, fantasmagórico. Por las tardes no entrenábamos y no teníamos nada que hacer. Yo cogí y me compré un reproductor pequeñito de singles, portátil, y el de Strangers in the Night de Sinatra. En la habitación no había tele ni nada, así que me lo aprendí de memoria. Me gustaba tanto la canción que me ayudó mucho a relajarme escucharla una y otra vez. Así estábamos.

¿Se tocó el himno de la URSS antes de la final de la Eurocopa?

Posiblemente sí, no me acuerdo. Todas las imágenes de ese partido están manipuladas. En el gol de Marcelino, el centro no es el centro, el que dio el pase de gol fue Pereda, pero en el vídeo lo da Amancio. Con la escena de los himnos sería igual, la retocarían.

Estuvo frente a su ídolo, Lev Yashin, la Araña Negra.

Me llevé su camiseta, aunque no me atreví a pedírsela. Lo hizo Paquito. Fuera del campo yo era muy tímido, dentro me transformaba. Una vez en el césped me entraban ganas de que empezase todo y de que llegasen los mejores a tirarme. Paquito fue suplente ese día y después del partido me llevó a su vestuario a pedírsela. Yashin fue muy amable y me dio la camiseta, que era la del Dinamo, no la de la URSS. Años después veía yo la camiseta y tenía dudas de qué me había dado, pero repasando las imágenes sí que es verdad que jugó la final con la del Dinamo. Entonces era así. Yo también le di años después mi camiseta a un portero griego que me la pidió, el del AEK de Atenas, y el tío jugó una eliminatoria de Copa de Ferias contra el Ajax con mi camiseta de la selección con el escudo del águila. No había tanta rigidez, solo tenía que ser una camiseta distinta y punto.

Era fan de Yashin, pero no lo veía por la tele.

El fútbol se imaginaba entonces. Lo que más me gustaba era ir a la peluquería para leerme todas las revistas deportivas que tenían, me daba igual. No me importaba que me pasaran la vez. Seguía leyendo. Con los detalles de las fotografías te tenías que imaginar cómo habían sido las jugadas. Recuerdo una foto de Berasaluce, portero del Alavés y el Real Madrid, que era impresionante. Te quedabas pensando: «¿Cómo habrá hecho esto?». Pero era la foto, igual luego el balón se había ido fuera. También la radio te ayudaba mucho a imaginar. Lo hacían muy bien, de maravilla. Te situaban en los sitios, los Matías Prats y demás, te decían quién tenía el balón, cómo era, sus características, y nosotros mientras éramos como esponjas.

¿Cómo fue la recepción de Franco tras ganar la Eurocopa?

Varios no teníamos el traje negro que se exigía en la etiqueta. Fuimos a alquilar unos, pero no había tallas y no pudimos. Yo tenía un príncipe de Gales gris, y ni corto ni perezoso me lo puse. Llegamos un poco tarde por este contratiempo y no pasó gran cosa. Franco no dijo nada. Enhorabuena, lo que sea, y ya. No hubo grandes elocuencias. Fuimos pasando uno a uno y, cuando me tocó a mí, me dijo: «Tú eres el benjamín del equipo». Y ya. Los que hacían discursos muy politizados y muy fuertes eran los que llevaban las riendas de la Federación y el deporte en general. Aprovechaban cualquier circunstancia en las cenas oficiales para soltarlos. Era desagradable. Yo hacía como que no oía nada, como que no prestaba atención. Pero a la selección iba muy a gusto, era un escaparate. Después de este triunfo, muchos salimos a la palestra. Al mercado. Era muy positivo estar ahí.

El seleccionador, Villalonga, era teniente coronel.

Era un buenazo. Y era un tío muy culto, siempre iba con un libro y nos decía que teníamos que leer. «Matad el tiempo leyendo, hombre», decía. Nunca le faltaba un libro en la mano. Era bonachón, hasta en la forma de decir las cosas, como cuando explicaba la táctica para jugar, notabas que era buena persona.

¿Dieron mucha prima por ganar?

Me llegó justito para comprarme un Simca 1000. Fueron ciento diez mil pesetas. Me fui a Galicia de viaje de novios con él, a la isla de La Toja. Y muy bien. Años después, me lo quemaron unos amigos. Se lo dejé a la pandilla de Zarautz para que vinieran a una final de Copa en Madrid y me quemaron la junta de la culata porque hizo un calor infernal. Pero, bueno, se arregló y punto.

En Orense paró cuatro penaltis.

Al Dépor. Entonces se tiraban todos seguidos, un equipo primero sus cinco y luego el otro los suyos. Me vino Arieta, el veterano del equipo, y me dijo: «No quiero que te metan ninguno, pero ni uno, los tienes que parar todos». Imponía, la verdad; Eneko Arieta era un delantero que se pegaba con los defensas, los duelos con Campanal —un central del Sevilla, que era un atleta completo, creo que era recordman de salto de altura y todo— eran épicos. Saltaban chispas. Luego Arieta era un buenazo, pero a la hora de decir las cosas era contundente. Me dijo eso y yo tenía la sensación de que iba a adivinar todos. Paré cuatro y el quinto salió fuera rozando el palo.

También le paró uno a Gerd Müller.

Los penaltis que te hacen ganar o no perder, como en este caso, te gusta recordarlos. En Escocia le paré uno a Hutchinson que nos clasificó para la Eurocopa del 76. Ese fue muy decisivo y muy recordado.

Se lesionó en Pontevedra, pero en el baño.

Me estaba duchando, había duchas individuales. Y se me hundió el plato. Me corté un dedo del pie, se me quedó colgando. Horrible. Estuve tres semanas hospitalizado, pero ahí sigue el dedo. A los pocos días, mi sustituto, Javier Echevarría, fue también ingresado en el hospital porque le partieron la nariz. Estuvimos en la habitación juntos, el pobre sufrió mucho porque entonces las operaciones nasales eran algo terrible. Los que las han sufrido dicen que era espantoso. Otra vez, en Burgos, me chutaron y la paré con el dedo gordo, de forma que se me montaron las falanges. Parecía que se me había metido el dedo para dentro. El médico no me lo pudo colocar de ninguna manera y lo tuve que hacer yo mismo. 

Perdieron una final de Copa contra el Zaragoza de los Cinco Magníficos y el público lo celebró.

Fue algo increíble. Celebrar después de perder… Me sacaron a hombros, me pusieron la txapela. Yo me quería bajar, no era normal, me quité la txapela porque la txapela es de txapeldun, ‘campeón’, del ganador. Y habíamos perdido. Pero de esa noche salió la canción «Iribar es cojonudo, como Iribar no hay ninguno». Ahí empecé a conocer lo que es nuestra afición. Gente capaz de celebrar para consolarse porque ha perdido. Una afición alegre. Eso son cosas que marcan. Algo que te influye a la hora de decidir si te quedas o te marchas, si acabas tu carrera deportiva en un club o no.

Porque el Real Madrid vino a ficharle.

De Carlos, cuando lo dejó Bernabéu, habló con nuestro presidente. Yo no quería ni hablar ni negociar. Aunque las condiciones que teníamos con los clubes eran draconianas. Cuando se acababa el contrato, poniendo un poco más, te lo renovaban. Hasta la segunda mitad de los ochenta todo esto fue así. Cuando llegó esa oferta del Madrid debía tener yo unos treinta años, pero no me quise mover porque tenía Zarautz al lado y la familia. Me lo comentó el presidente y dije que ni hablar. Estaba muy integrado en el Athletic, me sentía muy satisfecho, estaba en plenitud en ese equipo. Era un reto ganar a los grandes con una política diferenciada de cantera. Nosotros disfrutamos mucho más nuestras victorias. Económicamente en el Madrid estaría a años luz, pero yo estaba satisfecho con lo que tenía. Uno de los que más me decía que fichase por otro club más pujante era Luis Aragonés. Cuando estábamos con la selección, una vez que empatamos a cero con Escocia, salimos a dar una vuelta. Me fui con él a tomar una cerveza. Y Luis, que hablaba mucho, me decía: «Tú, ¿sabes qué necesitas? ¡Tú lo que tienes que hacer es jugar en el Atlético de Madrid!». Yo le decía que estaba muy a gusto en Bilbao y contestaba: «Pero no seas…». No sé qué diría, alguna palabra de jerga. Era muy persistente [risas].

Con el entrenador del Córdoba, Marcel Domingo, tuvo una mala experiencia.

Pasó que íbamos ganando 0-1 allí. El entrenador del Córdoba era Marcel Domingo, que había sido portero del Atlético y era un tío polémico, le gustaba la trifulca. Ese día se puso detrás de la portería y en un córner les dijo a sus jugadores: «¡Echadle arena en los ojos a Iribar, arena en los ojos!». Se lo dije al árbitro, que lo había oído y le expulsaron. Esto trascendió, salió en la prensa y en el partido de vuelta hubo lío. Domingo, curiosamente, estaba casado con una chica de Bilbao.

Poco les faltó para sufrir una tragedia como la de Superga, cuando el Torino se estrelló en su avión.

Aterrizamos con un motor en llamas. Fuimos a Madrid en autobús y de ahí íbamos a ir a Málaga en avión, pero no sé qué pasó que tuvimos que parar en Córdoba y de ahí coger otro vuelo. Era un Convair Metropolitan. Iba a ser un salto de diez o quince minutos, pero hubo una avería y tardamos una hora. Bajamos con el motor incendiándose, siguiéndonos los bomberos y los de emergencias por la pista. Mientras esto pasaba, dentro del avión había gente riéndose y otros que lloraban. De todo. Las reacciones humanas son imprevisibles. Algunos incluso se reían del miedo de los demás. Para conocer de verdad a las personas nada como una experiencia así.

A su hijo Markel lo tuvo que inscribir en el registro como Marcelino.

Se le puso Marcelino por su abuelo, por mi aita, al que yo tenía en un pedestal, pero también le llamábamos Markel como mote. Mi idea era que luego pudiera elegir él. Te coartaban tu libertad hasta en el nombre que les ibas a poner a los hijos, pero siempre pensamos que con el tiempo podrían cambiarlo y les dábamos esa libertad a los hijos de que tuvieran dos para poder escoger uno.

Disputaron la llamada Pequeña Copa del Mundo en Venezuela.

Fuimos con un policía, que oficialmente no lo era, porque iba de incógnito, pero todos lo sabíamos, porque si haces viajes y van siempre los mismos, cuando de repente aparece alguien que no sabes quién es, pues… eso. Recuerdo que al salir del avión nos recibió un golpe de calor que nos quedamos sin ganas de bajar. Pero ahí abajo, a lo lejos, vimos a gente con la ikurriña. Fue cuando se dio a conocer el policía secreto. Se acercó y le dijo a alguien de allí que fuera al grupo a decirle que o quitaban las banderas o el equipo se volvía. Entre esos aficionados, por cierto, estaba Iñaki Anasagasti con la ikurriña, pero las tuvieron que quitar.

Querían llevarnos al Euskal Etxea, pero en el club nos dijeron que no fuéramos, que procurásemos no hablar con ellos. Yo no hice caso, fui después del partido, o entre uno y otro, no me acuerdo. Era muy gratificante estar allí, sentir la añoranza de la gente exiliada, era emocionante. Contaban sus historias, cómo habían llegado en barco, las historias de la guerra. Aunque los veías que no estaban mal, tenían buenas posiciones en la sociedad y habían sido bien acogidos. También había un pariente de mi mujer por allí. Fueron momentos muy interesantes, que te hacían ver en perspectiva y poder analizar lo que pasaba, porque en los años sesenta nosotros éramos muy ignorantes. Las familias no hablaban, ni las cuadrillas. Había miedo de tratar esos temas, de tocar cosas delicadas.

En la Pequeña Copa del Mundo jugamos contra la Académica de Portugal y el Platense argentino. En este último estaba el Manco Casas. Un jugador que no tenía brazo y llevaba una prótesis de hierro que utilizaba muy, muy bien. Era peligrosísimo. Ese día ganábamos 1-0, pero tenían muy mal perder, y a Antón Arieta, al hermano de Eneko, de los que hemos comentado antes que eran dos delanteros centro de diferentes características, completamente opuestos, uno era fino estilista y el otro era un toro, pues a este le cogió el Manco Casas y le dio con el muñón y el hierro en la cara. Se cayó sangrando y oías a nuestro banquillo: «¡Le ha matado! ¡Le ha matado!». Y, una vez en el suelo, se puso a patearlo. Bueno, se lio una que… Fíjate cómo fue, que el árbitro dio ahí por terminado el partido.

Eran peores los partidos amistosos que los oficiales.

Mira, en Chicago, contra el Estrella Roja de Belgrado, que era el equipo de moda entonces, jugamos en un campo de béisbol. En principio, nosotros nos negamos a disputar ahí un partido, pero nos pidieron por favor que jugásemos y cedimos al final porque la junta directiva dijo que nos iban a pagar. Pusieron unas alfombrillas, aquello era de todo menos un campo de fútbol, y encima en el partido nos dieron… Metían unas patadas a los delanteros finas. Tanto que Juan Antonio Deusto, el portero suplente, pidió saltar al campo como jugador para devolverlas. Deusto sabía kárate. Le dijo a Piru Gaínza: «Sácame, que me los meriendo a todos». ¡Y le sacó! Y se armó una… Luego encima no nos querían pagar, porque no había ido nadie. Estábamos ahí dándonos a vida o muerte con el Estrella en un campo de béisbol y encima las gradas vacías, no lo estaba viendo nadie. Se suponía que era un partido de promoción del fútbol y fue un despropósito. Nos encerramos en los vestuarios hasta que nos pagaron. Y luego, en el viaje de vuelta, para rematar, nos olvidamos a Txetxu Rojo. En la escala en Londres, se fue al baño, entró prisa y salió al avión sin él. Al final, quedamos todos en no comentar nada a la prensa de todo este viaje. Fue nuestro secreto.

Eliminaron al Liverpool en Copa de Ferias.

Pero mira cómo. Empatamos, jugamos prórroga y pensábamos que habría penaltis, pero dijo el árbitro que no, que a moneda. Fue ahí Koldo Aguirre y eligió el rojo. Entonces el capitán del Liverpool se puso terco: «No, no, los reds somos nosotros». Quería el rojo. Y le dijo Koldo: «¡Pues para ti el rojo!». Y salió azul [risas]. Pasamos nosotros la eliminatoria.

Cuando ganaron la Copa al Elche, les recibieron como héroes en Bilbao. Ahora es normal, pero, en esa época, ¿hacía alguien más esos recibimientos?

En aquella época no creo que se recibiera así a ningún equipo. No era muy normal. No lo recuerdo al menos, así, tan multitudinario. Nosotros íbamos en un camión con las cartolas abajo, era emocionantísimo. Cuando, según llegábamos a Bilbao, veías a los aldeanos salir, agitando la azada, con las abuelas… Era mucho sentimiento el que había ahí.

Cuando la plantilla tuvo que renovar decidió negociar de forma conjunta, en grupo, e Iñaki Sáez ha dicho que usted perdió dinero por apoyar a los compañeros.

Esas cosas no las cuento, pero si lo ha dicho Iñaki, sí, es así. Coincidió que renovábamos muchos y nos ofrecían algo muy por debajo de lo que estaba ganando entonces la gente. Por ejemplo, los descartes del Athletic se iban al Málaga, y ganaban el doble que nosotros. Nos parecía injusto. Entonces fuimos a negociar juntos, ni más ni menos. Y tuvieron que ceder.

Usted organizó cenas con la plantilla de la Real Sociedad para rebajar la tensión de los derbis.

Es que hubo derbis que se pasaron de la normalidad, pensábamos que la rivalidad tenía que ser sana y no trascender en el campo en acciones así. Hubo un distanciamiento, división entre las aficiones, y pensamos que igual era un problema de conocimiento entre los jugadores. Todo salió de nosotros. Porque hablábamos por separado algún día y los de la Real decían: «Pues tal es que es un chulo», y contestabas: «No, hombre no, no lo conoces, que es muy majo». Y los míos también decían: «Es que nos dan siempre de hostias».

Estaban Andoni Elizondo y Piru de entrenadores, y tampoco querían que la cosa se agravase y dieron luz verde. Yo, que era guipuzcoano, que era sensible a lo que pasaba, hablé con el capitán. Dijimos de hacer una comida a mitad de camino, de mezclarnos y conocernos un poco. El día elegido fuimos todos. Ellos tenían a José Antonio Arzak, que era un gran animador, se sabía canciones de todo tipo y te obligaba a cantarlas en grupo, a moverte. Total, que nos lo pasamos de cine y nos conocimos muy bien y quedamos en repetir. Hablamos de cómo era nuestra vida, las preocupaciones, lo que teníamos en común. Pero luego en el terreno de juego todo era diferente, aunque ya no fue lo mismo que antes. Competir te lleva a eso, a ir al límite, incluso a hacer trampas. Funcionó muy bien porque, excepto Enrique Silvestre, que era catalán, el resto éramos todos del país y nos entendimos muy bien. Quedaba todo en casa. Nos juntamos varias veces, alejados de los derbis, buscando días neutros para que no hubiera susceptibilidades.

Participó en muchos partidos de homenaje a estrellas de la época.

Jugué con una selección europea en el homenaje a Eusebio. Con Cruyff, Beckenbauer, Gordon Banks, que era uno de mis ídolos. Este tuvo un accidente y se le quedó un ojo que no veía, pero seguía jugando en el Stoke City. Era tan bueno que siguió siendo titular estando tuerto. George Best también vino a una, pero estuvo solo en la cena y el día del partido no apareció, para volver luego a la cena oficial del día siguiente. Hacía su vida, por todos conocida.

Fue muy querido en toda España. Le pusieron calles en Asturias, en Extremadura le sacaban a hombros del campo, como a los toreros.

Me sentí bien acogido en España. En la época, la gente no tendría mucho a qué acogerse, por lo visto [risas].

Estuvo a punto de morir.

Fiebres tifoideas. Empecé a encontrarme mal, empezó a subirme la temperatura, parecía una gripe, pero acabé necesitando transfusiones de sangre. Tuve la sensación de estar ya en el otro lado. Pichichi murió de esto mismo. Yo perdí dieciocho kilos. Luego tuve que ir a dar gracias a los empleados de El Corte Inglés, que hicieron donaciones de sangre para mí, y qué menos que ir a agradecérselo. Y también tuve que ir a dar gracias a los que rezaron por mí, a los jesuitas, que eran muy del Athletic. Me hicieron ir a darles un mitin en la iglesia [risas].

Después de aquello me cambió la mentalidad, vi la vida de otra manera. Me di cuenta de que había estado muy encerrado en el deporte. Empecé a fijarme un poco más en la vida, a valorar otras cosas, a la gente, lo que sucede a tu alrededor. Traté de no estar aislado. En el fútbol parece que todo va bien, que todo es un éxito y, a partir de esta experiencia, logré ser más observador, aprendí a escuchar más. Escuchar es la palabra. Creo que he sido bastante atento a partir de ahí, me di cuenta de la importancia que tiene escuchar lo que dice la gente.

¿Qué entrenador le enseñó más?

De todos se saca algo. Pero, por necesidad, en aquella época los porteros fuimos muy autodidactas. No solían molestarse mucho en ti, lo que había no tiene nada que ver con los entrenamientos actuales de porteros. Tampoco te daban claves: o lo hacías bien o lo hacías mal. Lo que he agradecido mucho es a los entrenadores que me entrenaron, sin más, los que se quedaban después del entrenamiento a tirarme tiros. Porque había algunos que nada. Piru Gaínza, por ejemplo, me entrenaba mucho, pero normalmente me dejaban a mi aire.

Luego Milorad Pavic, un yugoslavo, nos enseñó que teníamos que ser un poco como robots. Era un gran jugador de ajedrez y manejaba mucho los movimientos y desmarques diagonales con y sin balón. Entrenábamos especialmente los automatismos. Al principio creíamos que no iba a funcionar, pero según íbamos avanzando empezamos a jugar de maravilla. Recuerdo comentarlo con Iñaki Sáez, hablar y dudar de si iba a valer para algo todo eso, y luego ver que sí que funcionó. Enseñó a los centrales a meter el juego en las zonas interiores del campo, a empezar desde atrás. Te dabas cuenta de que había más posibilidades de combinar, salían más movimientos. Una vez en el Bernabéu Pavic se fue enfadado antes de que acabase el partido, habíamos jugado de maravilla y ganábamos 0-3, pero quedaban diez o quince minutos y nos empataron a 3. Se enfadó, con razón, y se fue. Agustín Guisasola se salió en ese partido, pero Amancio, Pirri, Velázquez y estos eran lo que eran también.

Otro entrenador, Salvador Artigas, corría con nosotros y tenía sesenta años. Se ponía el primero en las carreras que echábamos. Y, en sentido contrario, entrenadores como Helmut Senekowitsch, austriaco, nos hacía sesiones con cuerdas en las que no nos enterábamos de nada. No apetecía ni hacer sus ejercicios. Nos ponía saltos imposibles, los que que tenían menos altura, los culibajos, no podían y quedaban en evidencia. No funcionó.

Le ganaron la Copa al Elche de Del Bosque.

Era muy técnico, con la estatura que tenía bajaba muy bien el balón y tenía toque. Muy buena colocación, voz, llegada. Era muy interesante como jugador, no era excesivamente rápido, quizá parecía más lento de lo que era por la zancada que tenía.

¿Qué le pasó a Villar con Cruyff?

Pues que perdió los papeles y le soltó una bofetada. Se fue al vestuario antes de que lo expulsaran. Luego he leído que pagamos todos la multa que le pusieron. A veces teníamos esos detalles.

¿Qué tal Beckenbauer cuando jugó el Villa de Bilbao?

Se bajó los pantalones delante de la afición. Ellos vinieron a jugar el trofeo el año anterior, que tenía una cláusula por la que el ganador tenía que volver al año siguiente y, por lo visto, ellos no querían venir. Así que vinieron de mala gana a pasearse. Les metieron cinco. Yo lo vi en la grada. El público se quejó, lo abucheó y él se bajó los pantalones en respuesta. Pero siempre le he tenido en un pedestal.

Siempre se ha dicho que por lo que más destacó usted era por la colocación. Una vez comentó la satisfacción que le produjo jugar contra el Valencia de Di Stefano, que tiraba de tiquitaca, y de anticiparse a sus acciones.

Jugaban mucho en paredes, y la gracia era evitar que hubiese tiros o disparos, evitar que hubiera un remate. Eso me motivaba mucho, porque si te tiran mucho es que algo no estás haciendo bien. Y en este deporte, esa decimita de segundo que ganas viendo la jugada del adversario antes, eso que no se puede medir, ese es el secreto del fútbol

Que se lo digan a Leivinha, delantero del Atlético de Madrid.

Iba a poner el balón en juego y no sé por dónde me salió, pero me la quitó y metió gol. Me sentí superridículo.

El fusilamiento de Txiki y Otaegui y otros tres militantes del FRAP le impactó profundamente.

Txiki era extremeño, pero vivía en Zarautz, muy cerca de mi caserío. Aquello marcó mucho, te daba que pensar. Eran unas circunstancias tan sumamente dramáticas, un fusilamiento. Con el fusilamiento de Txiki y Otaegi empezabas a sentir que algo no va bien y pasabas a ser cada vez más crítico con todo. No fue un antes y un después, desde mayo del 68 ya estábamos muy marcados; algo nos llegó, accedías a libros, poca cosa, pero clandestinamente te llegaban cosas. Pero, cuando le vimos la cara a la represión tan de cerca, algo cambió y para siempre. Nosotros jugamos en Granada y sacamos crespones negros, pero no se publicitó. Es más, nos llamaron la atención y la directiva dijo que era por el fallecimiento de un exjugador. Pero los que sí le echaron bemoles fueron Aitor Aguirre y Sergio, del Racing de Santander, que sacaron ellos dos el brazalete negro y les pusieron una multa importante.

En un derbi con la Real decidieron sacar una ikurriña cuando todavía no era legal.

La confeccionó la hermana de Uranga, un jugador de la Real. Supongo que ellos ya lo tendrían premeditado, porque una ikurriña no se hace de la noche a la mañana. Nos lo ofrecieron una hora y media antes del partido. Lo consultamos, a ver si era el momento bueno, y sí que había cierta sensibilidad en ese sentido. Si hubiera habido alguien que no estuviera de acuerdo, no lo habríamos hecho, pero decidimos todos que sí.

Hablamos de cómo sacarla sin que nos la quitaran antes, porque en Atocha en el túnel de vestuarios hay que bajar unas escaleras, solo había sitio justito para salir y estaba todo lleno de grises. Ese día se hacía un homenaje a Gaztelu, había majorettes y de todo. Teníamos miedo de que nos la quisiesen quitar al salir, entonces Uranga, que estaba lesionado, la cogió y se puso en la grada. Cuando aparecimos, saltó, nos la dio y salimos los capitanes con ella. Hubo una reacción de la gente impresionante.

Durante el partido estuve al partido. Pero tenía que hacer un esfuerzo para concentrarme porque, a veces, a mí, que estaba de portero, se me iba la mente a pensar que nos podía pasar algo. Sin embargo, poco tiempo después se legalizó la ikurriña. Nuestro gesto fue un paso para que se abriera un poco la ventana. Al día siguiente, en el aeropuerto, había unos tíos encorbatados que nos miraban fijamente, con unos gestos… no sé lo que eran, pero, fíjate, nos protegió de ellos un gris, que se puso en medio sin moverse para asegurarse de que no pasaba nada.

¿Recibió amenazas?

Bueno, quién no. Lo mejor es no hacer ni caso. Seguí haciendo mi vida con toda naturalidad.

¿Qué pasó con la selección? En la biografía La alargada sombra del Chopo, de Pedro Mari Goikoetxea, dice que no le llamaron más pero que hubiese ido. En una entrevista al diario Hierro, el 2 de octubre de 1976, dijo textualmente: «No iré más a la selección», «Estoy decidido a no volver a la selección». Y más adelante, en la revista Punto y Hora de Euskal Herria, en 1980, recordó: «Me reiteré en mi decisión y el partido número 50 lo jugué con la selección de Euskadi». Se contradicen las declaraciones de la época con las de la última biografía.

La versión correcta es la de la biografía. Si me hubiesen llamado, hubiese ido, eso lo tengo muy claro.

¿Fue Pablo Porta el que lo impidió, que por lo visto era muy de derechas?

Nunca me he preocupado de averiguarlo. Kubala era muy mío y le gustaba cómo jugaba, y no me llamó. Kubala, de hecho, me confesó que a veces echaba de menos en los jugadores un poco de arrojo y que por eso le gustábamos los vascos. Contra Alemania en Sevilla, que ganamos 2-0, creo que jugamos cinco. Uriarte, Gárate, Arieta, Rojo y yo. Pensaba que competíamos como había que competir.

Y no le pregunté, no era mi estilo. Aunque cuando dejaron de llamarme a la selección entendí que era un mensaje. Yo estaba jugando bien, en mi último partido contra Alemania empatamos a uno, me metieron un gol desde fuera del área, pero no era fácil de parar. Estuve bien. Y no me volvieron a llamar nunca más.

Para usted jugar con la selección nunca fue el sentimiento de representar a un país, solo una oportunidad para estar entre los mejores.

Tuve siempre una mentalidad muy de deportista. El fútbol está regido por federaciones y la FIFA y es otra cosa, aunque al final representas a un país y todos los Gobiernos utilizan el fútbol. Todos los países organizan mundiales para que se vea lo bien que hacen las cosas. Todo es a través del deporte, antes quizá en menor medida y ahora más.

Una selección de Euskadi sería un sueño para usted.

Hay que soñar. Creo que puede ser factible, hay diferentes formas de competir por selecciones. Hay modelos, como Islas Feroe, cuyos equipos juegan en la liga danesa pero ellos son selección. No hace falta que haya liga vasca. El modelo híbrido se admite. Pero es un sueño.

¿Qué opina de Arconada, que fue su gran sucesor en la selección?

Fantástico. Extraordinario. Marcó una época. Era un poco diferente a mí en su forma de jugar, pero era un porterazo.

El momento más triste de su carrera como portero fue, paradójicamente, fallar un penalti que le tocó tirar en la tanda de la final de Copa contra el Betis.

Cuando te pones al otro lado del balón te das cuenta de que es más complicado de lo que parece. El lanzador debe tener capacidad de autoafirmación y confianza para lanzarlo.

Había una foto muy bonita de Esnaola dándole la mano en el lance, usted está cabizbajo.

Eso fue cuando ya había fallado.

Ese fue un año triste porque también se perdió la final de la Copa de la UEFA.

Es que jugamos muy bien esa temporada, disfrutamos mucho sobre el campo, pero al final esos dos resultados no acompañaron. El equipo tenía unos automatismos buenísimos. Perdimos las dos finales por muy poco.

En 1978 formó parte de la mesa nacional de Herri Batasuna.

Me ofrecieron llevar el deporte dentro de Cultura. Creí que podía aportar algo en ese tema, sin más. No era nada… políticamente yo era bastante ignorante sobre cómo podían funcionar las cosas. Iba a colegios con Santi Brouard para que los niños no se acercaran a la droga e hicieran deporte.

Santi Brouard, que lo asesinó el GAL.

Sí, lo asesinaron.

Al año y poco se marchó de Herri Batasuna.

Porque mi vida era el fútbol. Si te llamaban para ir a sitios, te quitaba de tu trabajo del que estás viviendo, con lo que estás funcionado.

¿La violencia de ETA no tuvo nada que ver en esa decisión?

Todo entra. Yo, insisto, me he sentido siempre deportista. He intentado hacer las cosas de una manera muy civilizada, lo que he reflejado en los terrenos de juego es lo que he querido reflejar también en la vida. Ha podido salir mejor o peor, pero es así.

Tras significarse políticamente, perdió el cariño en el resto de España. En el Sánchez-Pizjuán, por ejemplo, cuando encajaba un gol le gritaban: «España, España, España».

Siempre he sabido quitarme las cosas negativas de encima, lo que no te interesa para el fútbol, ignorarlo. El runrún muchas veces te anima a estar metido de lleno en el partido, sobre todo porque, si no lo estás, puedes hacer el ridículo. Mi obsesión era jugar bien, hacer buenos partidos, y para eso si no estás a lo que estás es mejor retirarte. Esta capacidad para centrarme en lo que es el juego en sí mismo siempre la tuve.

¿Cómo fueron aquellas presiones de José María García para que dijera en la radio si se sentía español o no?

Me vino un día, después de que hubiéramos ganado al Atlético de Madrid, con que si quería darle una entrevista en la radio. No tenía ganas, a esas horas, pero me dijo que no íbamos a hablar más que de fútbol y me llevó engañado. Allí me preguntó si me sentía español. Como me sorprendí cuando me hizo esa pregunta y no contesté, dijo: «Como veis, el silencio demuestra que se siente español». Entonces dije que solo me sentía de mi baserri, de mi caserío. Contesté: «Me siento superfeliz en cualquier parte de Euskal Herria y tengo muchísimos amigos por todo el Estado». Y ahí se cortó la historia.

En un homenaje en Zarautz también le quisieron instrumentalizar con esta cuestión.

El gobernador civil, en una cena. Habló de mi patriotismo español y después me dirigí a los invitados en euskera y les dije que ya me conocían y que todo lo que se había dicho era una exageración. Además, era un homenaje del Ayuntamiento y estos aparecieron allí porque quisieron, se colaron.

A los treinta y siete años estaba roto, quería retirarse, y el club, en otra paradoja más de su carrera, no quería que se jubilara.

Tenía una hernia discal que me impedía hacer muchas cosas, no era flexible, era un palo. No podía hacer nada. Me daban unas contracturas… tenía muchos problemas para entrenar bien. La temporada 79-80, en Navidades, ya dije que no podía más, que contasen conmigo para lo que fuese, pero que no podía jugar.

En su partido homenaje vino la Real gratis.

Los elegí a ellos y vinieron de forma altruista. Con el dinero recaudado decidí que hiciéramos un diccionario de euskera, castellano y francés sobre términos deportivos, porque no había nada, vi que había mucha necesidad de algo así. Muchos periodistas luego echaron mano de este diccionario. Como sobró algo de dinero, se hicieron también tres ikuskas, cortometrajes de veinte minutos, de fútbol, remo y montaña. Salió bien. A mí el fútbol me ha dado mucho y quería devolverle algo.

Se le ve en las fotos de esa época con barba, ¿era por la canción «Egun da Santimamiña», que dice lo de «hasta que no vea a salvo el euskera, no me afeitaré la barba»?

No [risas], fue porque se puso de moda entonces y me apunté. Pero ni a mi madre ni a mi mujer les gustaba y me duró poco.

En plena crisis de principios de los ochenta, un almacén de distribución de alimentos que había montado diez años atrás tuvo que cerrar y fue un duro golpe.

Había mucha crisis, pero había ido yendo de menos a menos ya de antes. Fue una pena, porque era todo muy familiar, los empleados eran muy cercanos, y eso fue lo duro. Pero terminamos todos como amigos, se pagó a todo el mundo lo que había que pagarle, eso por supuesto, y todos los deberes estuvieron bien hechos.

Clemente le hizo llorar cuando hizo al Athletic campeón.

Tuve una relación muy cercana con Javier porque yo entrenaba a los porteros. Y en la primera liga me entró una llorera increíble. Cuando llegaron a Lezama, me tuve que meter en las duchas y no podía parar. Era un sentimiento… Estuve cerca de ganar ligas, pero nunca llegué, por eso tenía tanto guardado dentro y salió ahí. En la ría, en el recibimiento, pudo haber un millón de personas. Lo de sacar la gabarra fue increíble. Javi lo que aportó fue confianza, mucha confianza. El entrenador anterior, Senekowitsch, no paraba de decir que no valíamos, que no dábamos para más. Clemente, por el contrario, vino muy fuerte. Le costó un poquito al principio, pero, en cuanto dio con la clave, sacó de cada uno más de lo que tenía. Confianza y autoestima en una camada con mimbres para ganar.

Se fue por el incidente con Sarabia.

Fue muy desagradable, porque dividió mucho a la sociedad. Fueron dos caracteres muy fuertes y diferenciados y el choque fue un golpe para la institución. La idea es que no vuelva a reproducirse nada igual nunca más, el incidente dejó muy tocado al Athletic.

¿Fue justo echarle?

Ahí no me meto. Nunca llegas a saber el porqué de las cosas, falta información y te puedes equivocar.

Usted mismo cogió el equipo.

Me ofrecieron el equipo y no fui capaz de decir que no, pero nadie quería cogerlo después de lo que había pasado. Lo hice con mucha ilusión. Empezamos la temporada muy bien, al final de la primera vuelta éramos terceros, pero fueron llegando lesiones, nos quedamos sin delanteros, tuve que sacar a chavales sin experiencia en esas lides y el final nos costó mucho. Encima, con la propuesta de Irigoyen, el presidente del Cádiz, de que los siete últimos jugasen una liguilla de descenso, nos vimos en una situación complicada, aunque quedamos los primeros del play off. Aun así, estoy satisfecho de aquel año. Luego seguí aportando hasta 2001.

El portero que empezó a hacer época por aquel entonces fue Zubizarreta.

Me llamó la atención que, teniendo dieciocho años, ya parecía mayor. Eso lo transmitía al equipo. Madurez y confianza en sí mismo. Tenía una afición terrible al fútbol, mucha vocación.

Dicen que fuera de Euskal Herria nos parece soso porque solo le escuchamos en castellano, que no hemos tenido la oportunidad de conocerle en euskera.

En euskera es más espontáneo, se le da bien improvisar. Tiene su gracia.

En 2008 dijo que Casillas era el portero absoluto.

Ese año no solo era un portero completo, es que ganaba ligas, copas, fue campeón de Europa, poco después del mundo. Dominaba todas las facetas, unas mejor que otras, pero encima tenía un halo de suerte. Esto también es muy importante, estar predestinado. Luego me ha parecido también completísimo Buffon, Schmeichel padre… O Courtois, que le hemos visto y sufrido en el Atlético de Madrid. En mi época, nosotros éramos altos, pero ahora estos nos sacan diez centímetros a todos, son enormes. El gol de Bélgica en el Mundial lo montó él. Yo siempre he dicho que el portero es el primer atacante.

¿Y Kepa?

A Kepa le he seguido desde que era pequeño y ya de entrada se le veía muy bien. Se ve que tiene vocación, le gusta aprender, que es una cualidad muy importante, nunca le echa la culpa al empedrado. Esos pequeños detalles…

¿Cómo va la filosofía del Athletic en este siglo XXI?

Hay que sentir algo para jugar en el Athletic, hay que tener un sentimiento especial, porque aporta mucho a esta sociedad nuestra. Es algo que te retrotrae al fútbol de antaño. Equipos que se hacen con gente cercana, que le ofrecen algo más a la afición, como ser una gran familia, que es como nos sentimos aquí, donde todas las familias hablan del Athletic en algún momento de la semana. Y no todo lo que se discute es bueno, porque en una familia tiene que haber y pasar de todo. Pero, vamos, que luego la gente se vuelca con el club.

Visitó la tumba de Yashin en Moscú.

Jugamos en Rusia y tenía pendiente hacerle algo. Fue siempre muy cariñoso conmigo. Siempre tenía palabras amables, vino a un partido en mi honor. Tengo una foto en la que estamos Zamora, él y yo, de ese homenaje por mi récord de partidos con la selección, que es uno de los mejores recuerdos de mi carrera. Me pilló por sorpresa su muerte, porque falleció joven. En Moscú, fui a ver cómo podía ir y coincidió que había dos periodistas del As que tenían pensado decirme que fuera. Así que fuimos los tres, hicimos un viaje muy entrañable en el metro, en el que nos ayudó la gente a llegar y nos entendimos de maravilla con los moscovitas. Fue muy emocionante.

Sobre la paz en Euskadi, dijo: «He añorado estos momentos muchísimos años».

Hemos, yo diría hemos, pero hay que seguir trabajando en la convivencia, cada uno desde donde nos toca.






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