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domingo, 20 de enero de 2019

Lecciones del Huachicoleo

El mundo entero está conmocionado por el terrible episodio vivido en la localidad mexicana de Tlahuelilpan en el que se reportan 71 fallecidos y 66 heridos tras la explosión de un ducto de gasolina al que se le había practicado una perforación para robar combustible, actividad delictiva que está siendo combatida por el nuevo gobierno progresista y que es conocida en el argot local como "huachicoleo".

En ese sentido hemos sido afortunados en encontrar este texto dado a conocer por la página Relevo XXI de Facebook:


Ariadna Rivera

En estos días se mostró sobre qué han edificado nuestro país. Con el combate al huachicoleo, el problema de la corrupción no es lo único que sale a la luz, sino un ataque mediático cuya narrativa intenta sostenerse sobre una supuesta defensa a la libertad individual de consumo, un argumento utilizado de forma reactiva y alarmista para oponerse a las medidas tomadas para acabar con el robo de combustibles.

Quedó demostrado estos días que el huachicoleo escaló a un punto en el que confrontarlo afectó las dinámicas más simples y comunes.

Una nota de El Economista publicada el pasado 8 de enero, mencionó el desabasto de gasolineras en al menos seis entidades del país, operativos para evitar riñas entre despachadores del combustible y consumidores inconformes, cierre de gasolineras, etcétera.

Ese mismo día El Universal reportó que en la CDMX iniciaban compras de pánico como reacción a los reajustes. Es decir, afectar la corrupción afectó nuestra normalidad.

En este contexto, devinieron narrativas y posiciones bastante reaccionarias, e incluso noticias falsas cuyo objetivo fue el de causar pánico y rechazo a las medidas tomadas.

El problema es que esto expresa dos cuestiones profundamente graves: el intento de que la corrupción sea vista no sólo como normal, sino como un costo necesario para nuestro andar cotidiano, y que además haya quienes se aferren a que no se trastoque esta normalidad tan nociva.

Reportajes, “análisis” y reclamos, se han dirigido a la afectación temporal del consumo de combustible. Tal parece que quieren plantear que el robo derramaba “ventajas”, la acumulación de unos cuantos (ilegal en este caso) nos derramaba un beneficio intocable; porque al trastocarse el beneficio individual que encontramos en el consumo, se trastoca la libertad.

Aceptar que se reduzca así el significado de libertad y utilizarlo para contener e imposibilitar cambios necesarios, nos está condenando todos los días.

Conviene discutir de dónde surge la noción del consumo individual como pilar de los derechos y garantía de libertades, puesto que esto no es una fantasía surgida de la nada y más bien se sustenta en las dinámicas tan violentas que vivimos cotidianamente.

El consumo parece realización personal cuando se necesita pagar por una posibilidad para estudiar lo que sea.

El consumo parece salud cuando los servicios públicos no proporcionan las revisiones o medicamentos que necesarios y se quisiera poder pagar por consultas carísimas en hospitales privados.

El consumo parece convivencia cuando la gentrificación nos ha quitado lugares colectivos donde antes se socializaba (plazas, plazuelas, parques) y los ha sustituido por centros comerciales y apropiación de espacio público, donde la relación con otros está mediada por lugares que tienen como único propósito vendernos algo.

El consumo parece seguridad cuando la violencia nos inclina a aislarnos del otro para sentir tranquilidad: el pedir un taxi porque es más seguro que bastantes rutas del transporte colectivo, pedir un uber por creer que es más seguro que el taxi, pagar por un servicio de transporte operado por mujeres (porque para nuestra mala suerte nos tocó ser una y el uber ya no es seguro), o usar un auto porque nada es más seguro que evitar definitivamente al otro; el comprar cámaras para vigilar la propiedad, el colocar rejas, soñar con vivir en una zona residencial porque la colonia popular ya no es lo mismo.

El consumo parece libertad cuando es la única salida que vemos para vivir plenamente.

Y entender la libertad como consumo es el mayor triunfo del neoliberalismo. El triunfo de este modelo violento donde nuestra naturaleza de seres gregarios se vuelve inoportuna, indeseable, imposible, y se sustituye por la individualización de cada una de nuestras experiencias, necesidades y aspiraciones. Este momento de la historia donde el privilegio encontrado en la capacidad de consumo nos separa a ratitos de su barbarie.

Es un buen momento para discutir qué necesitamos para consolidar alternativas que terminen con las dinámicas neoliberales que adolecemos diariamente. México está experimentando su primer gobierno de izquierda, el país se mostró dispuesto a optar e intentar un cambio; en este contexto será fundamental insistir en la importancia de entender la libertad de otra forma, para poder rebasar socialmente las limitaciones y dificultades que van a presentarse.

Hoy es claro cómo los problemas como la corrupción o el huachicoleo excusan la violencia, el despojo y la muerte, intentando ocultarse o normalizarse como parte del “funcionamiento” del país y la libertad de los individuos, pero no son las únicas heridas abiertas que cargamos.

No sólo en la ilegalidad se permite la acumulación por despojo (de recursos, espacios, tierras, del valor del trabajo, etc.) y se impone el beneficio particular por encima de los derechos sociales, proclamando la imposibilidad del cambio.

Insistamos en pensar la libertad de forma distinta, ya no como el simple postulado de la no interferencia de lo público en la esfera privada o individual; sino como la posibilidad material de realizar nuestra vida en comunidad: como capacidad social, compartida.

El triunfo de la izquierda será socializar otra forma de entender y realizar la libertad, o no será.






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