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viernes, 29 de septiembre de 2017

Los Escombros del Estado Mexicano

A diez días de que un sismo desrruyera los frágiles cimientos del estado mexicano, les traemos este texto distribuido en redes sociales por el Comité Cerezo:


México, CDMX a 28 de septiembre de 2017

Como Comité Cerezo México organización de derechos humanos hemos denunciado desde hace algunos años que México se encuentra bajo la implementación de una política estatal que se está construyendo como un Estado terrorista que, a condición de paliar la crisis capitalista, responde con la profundización de las medidas neoliberales. Esa profundización, en los hechos ha implicado, desde hace varios años, una política estatal que, por un lado, ha permitido e incluso está involucrada con la proliferación del mercado ilegal (pues genera mayores ganancias) y, por el otro, ha implicado el abandono total de las obligaciones estatales en materia de derechos humanos para con la población. En conjunto, estas dos estrategias implican arrebatar a la población las condiciones de vida digna que le pertenecían o el despojo de los derechos que como pueblo mexicano hemos ganado en nuestra lucha histórica, lo que en los hechos se realiza por medio de la instrumentación de diversos mecanismos entre los que se encuentra la privatización de bienes y servicios indispensables para la vida digna, la omisión ante los actos delictivos de empresas legales e ilegales que atentan contra la población en general y la protección por medio de la impunidad de los actores (estatales o no) que emprenden estas acciones.

Como si no fuera suficiente el grado de violencia socio política que estos hechos implican. El Estado ha desplegado una estrategia de control social de la población mexicana mediante el terror (por medio de la militarización, paramilitarización, polarización social, destrucción del tejido social y la omisión y fomento de la descomposición social que se traduce en el aumento de la delincuencia y la violencia común que no es frenada ni combatida por el Estado, sino más bien se fomenta por medio de la impunidad y la corrupción) que busca prevenir la organización popular para reaccionar ante la violencia estatal. Estrategia que se acompaña de una de represión política que implica la construcción de un enemigo interno (todo aquel que se oponga a las reformas de profundización neoliberal), la criminalización y judicialización de ese enemigo al que se ataca con mecanismos represivos tan violentos como la detención arbitraria, la ejecución extrajudicial, los ataques y el hostigamiento dirigido, las amenazas e incluso la desaparición forzada, actos de represión estatal que, pese a ser denunciados, quedan en la impunidad total.

México, incluso antes de los desastres naturales que vivimos en el mes de septiembre, era un país cuyo pueblo está siendo atacado violenta y continuamente por una política estatal que por un lado arrebata, niega y privatiza las condiciones indispensables para vivir; que condena a poblaciones enteras al miedo y el terror ante actos delictivos (muchos de los cuales se cometen en aquiescencia con el Estado) que no son castigados ni investigados, por el otro, despliega a sus fuerzas policiaco militares y paramilitares para impedir a toda costa que la población se organice y exija una vida digna; utiliza al ejército, la marina, la policía federal, estatal y del mando único no sólo para agredir indiscriminadamente a la población en general, sino para atacar de manera dirigida a aquellos que no respondan con docilidad ante la estrategia de control social mediante el terror. El pueblo de México, incluso antes de los terremotos del 7 y el 19 de septiembre era un pueblo atacado, robado, asesinado, desaparecido por el Estado mexicano cuya obligación es proteger, impulsar y dotar a la población de las condiciones necesarias para vivir dignamente.

El día 19 de septiembre de 2017 un terremoto de gran magnitud sacudió la Ciudad de México y los estados de Morelos, Estado de México, Puebla, Guerrero y Oaxaca. Un suceso natural afectaba directamente al pueblo mexicano que de por sí ya había visto mermada su calidad de vida debido al constante aumento de los precios, a los salarios precarizados, a los trabajos sin seguridad social y con jornadas que rebasan los límites establecidos, al limitado acceso a ciertos servicios de salud. Un suceso natural trajo más miedo al pueblo de México que ha tenido que horrorizarse ante los actos altamente delictivos y violentos que el Estado no detiene en sus poblaciones o colonias, ante la militarización que no ha traído sino nuevos abusos a la población, ante el actuar impune de elementos de la marina, ante las poblaciones que han sido abandonadas como tierra de nadie para que el narcotráfico (en muchos casos en contubernio con elementos estatales) haga en ellas lo que les plazca. El pueblo al que sacudió el sismo es el pueblo que ha visto quemarse a 49 bebés en la guardería ABC; a 19 ancianos en el asilo “Hermoso Atardecer”; es el pueblo que encontró la fosa en la que ocurrió la Masacre de San Fernando, Tamaulipas en la que asesinaron al menos a 289 personas; es el pueblo que ha mirado estupefacto cómo el Estado ha desaparecido a 43 jóvenes que aspiraban a ser maestros rurales, como el Estado ha matada a 22 civiles en Tlatlaya. Es un pueblo que ha mirado en los últimos años, uno tras otro, actos en los que se agrede a la población indefensa y el Estado no hace nada, actos en los que el mismo Estado agrede a la población indefensa. Al Estado no le alcanza con minar nuestra vida con sus políticas de robo y arrebato contra quienes diariamente trabajan para mantener a sus familias; les es preciso también, ejecutarnos, desaparecernos, encerrarnos.

El Estado mexicano, aún a pesar de la desgracia, aun sabiendo que había gente con vida enterrada bajo los escombros, aun sabiendo que había riesgo de regresar a algunos edificios, aun sabiendo que se necesitaban cosas difíciles de conseguir actuó exactamente igual que desde hace algunos años: frente a la emergencia del sismo, desplegó la estrategia de control social y de represión política en contra no sólo de la población más afectada por el temblor, sino en contra de la población que quería ayudar y solidarizarse con los afectados. El sismo no hace más que evidenciar de manera aún más cruda y descarnadamente lo que se ha venido denunciando por años: el Estado mexicano es un estado terrorista, que desplegó las siguientes estrategias sin importar la emergencia por la que atravesaba la población:
1. Un estado omiso que privilegió las ganancias de las grandes empresas y no la seguridad de los mexicanos

Si bien el sismo fue muy fuerte y es un desastre natural que no se puede predecir, lo que es cierto es que es sabido que la CDMX es zona sísmica y existen leyes y regulaciones para los tipos de construcción y normas de seguridad necesarias para prevenir la pérdida de vidas humanas. Si bien la magnitud del sismo fue fuerte, esa magnitud se amplió a grados catastróficos debido a la omisión del Estado en la revisión y el cumplimiento de esas normas de seguridad. Lo primero que el sismo desnudó fue la política previa del Estado que prefirió favorecer a las empresas inmobiliarias y a escuelas particulares y se hizo de la vista gorda ante las evidentes violaciones a las normas de seguridad. Esto quiere decir que el Estado no supervisó, no hizo su trabajo o que lo hizo y aun sabiendo que se violaban esas normas dejó a las empresas seguir haciendo. También desnudó la política omisa del Estado quien no atendió ni reparó estructuras que habían quedado dañadas desde el terremoto de 1985. Esto es sólo un ejemplo más de cómo las políticas neoliberales y la política omisa del Estado que privilegia a empresas y sus ganancias no son sino actos graves que atentan directamente contra la seguridad de la población. Es una omisión igual a la del Estado al dejar que las mineras se apropien de territorio y lo contaminen, es la misma omisión que no castiga frente a los feminicidios, es la misma omisión que nos daña cotidianamente. Un Estado que no hace para proteger a la población y que deja hacer a otros aun en contra del bienestar de la población, desgraciadamente, el sismo la dejó ver con más nitidez porque en este caso, esa omisión agravó las consecuencias del desastre natural.
2. Un Estado omiso y desentendido de las responsabilidades para con la población

A la omisión que ya hemos explicado en el punto anterior y que es una omisión permanente del Estado para con la población, se sumó la omisión en la forma de responder ante la emergencia. El Estado fue omiso una vez ocurrido el sismo de muy distintas maneras, pues aun sabiendo de la gravedad de los hechos y de las necesidades que planteaba la situación por la que atravesábamos:
a) Tardó en llegar y tardó en actuar

En muchas de las zonas donde hubo derrumbes el Estado tardó en llegar. En la CDMX las primeras acciones de rescate y solidaridad ocurrieron sin la presencia de autoridades de ningún tipo. Es más, existen muchas zonas del país, principalmente en los Estados y colonias como Tláhuac e Iztapalapa, a donde aún no han llegado. Las casas han sido pre dictaminadas por brigadas independientes de estudiantes, pero aún no ha llegado protección civil; los albergues tienen guardias de médicos solidarios, pero no hay médicos enviados por las autoridades. A horas e incluso días del hecho, no están claras las autoridades responsables ni la manera en la que estas se presentan o no en los lugares en donde deberían estar haciendo su trabajo.

Los altos funcionarios se hicieron presentes en algunos de los sitios, la presencia no implicó más que declaraciones, ni siquiera se integraron a las acciones, no llevaban materiales necesarios, no llevaban consigo a los equipos que iban a atender la emergencia. Así como llegaron se fueron y eso no cambió nada.
b) Cuando llegó, no informó, no concentró la información, no organizó la solidaridad

En las zonas donde, tarde, llegaron las distintas autoridades del Estado. La cadena de omisiones se acumuló una tras otra: a días de haber hecho presencia permanente no había listas de las personas desaparecidas, no había listas oficiales de las personas que suponían enterradas en los escombros. No había listas de a dónde se trasladaron los cuerpos. La información fluía, a veces de manera contradictoria y confusa, por los civiles que estaban ayudando ahí. El Estado, al hacer presencia por medio de distintas agrupaciones (desde bomberos hasta militares) en los distintos lados no hizo ni siquiera una organización básica de la información. Llegó e hizo un trabajo a medias, que no hizo ninguna diferencia para ayudar a la gente. Omitió muchas de sus responsabilidades bajo el pretexto de que había demasiado caos por la solidaridad de la gente.
c) No ayudó, no se puso a disposición de la población

Aún peor no puso a sus funcionarios y equipos a disposición de la sociedad que ya estaba actuando en los lugares para cubrir las necesidades que éstos tenían, para ayudar a aumentar la efectividad de la solidaridad que ya había ahí, para solucionar lo que era más complejo para la gente, para eficientizar la búsqueda. No desplegó los coches y camiones, las medicinas y material de curación, el material de construcción, el material y la herramienta necesarias con las que el Estado cuenta porque lo ha comprado con nuestros impuestos. Se dedicó a mirar cómo la gente hacía hasta lo imposible para conseguir y donar hasta las cosas más complicadas, se dedicó a mirar cómo los rescatistas y las brigadas solicitaban cosas y equipo especializado médico y no movió ni un dedo para utilizar toda la infraestructura estatal que pegamos con nuestros impuestos para que ellos hagan justo eso, ponerla a la disposición de la gente cuando se necesite. Las escenas eran absurdas, en zonas de rescate donde estaba incluso la Marina solicitaban medicamentos controlados (como Morfina) y vigas de hasta 12 metros esperando que la gente las llevara, comprara y donara por ellas mismas, mientras los marinos miraban a los rescatistas hacer su trabajo. La solidaridad espontánea le convenía el Estado, pues no lo obligaba a poner ni un peso, ni un funcionario, ni una sola infraestructura al servicio del pueblo.
d) Impidió, entorpeció e incluso suspendió las labores de búsqueda y las labores solidarias como una medida de control social para evitar que la semilla de la organización floreciera ante la emergencia

Ante la omisión decidida del Estado, la gente respondió de inmediato: todos querían ayudar, llevando cosas, regalando comida, mercancía, ayudando con atención médica voluntaria, llevando herramienta, ayudando a levantar escombros. La inacción del Estado había generado una reacción espontánea que había agrupado a cientos de miles de personas que, ante la emergencia y bajo fines inmediatos estaban organizándose para resolver lo necesario. El tejido social roto se empezó a zurcir en las calles, en la gente que sin conocerse se ayudaba entre sí y daba hasta lo último que tenía con tal de ayudar. La omisión del Estado generó una semilla solidaria que podía germinar en organización popular. Fue entonces, cuando el Estado implementó la estrategia de control social que ha desplegado contra la población, pero esta vez enfocada a desarticular la organización. Utilizó a los elementos que tenía desplegados en los distintos lugares y que poco estaban ayudando para entorpecer, desorganizar, aumentar el caos. Acordonó las zonas, insistió una y otra vez en que eran ellos los que debían organizar y mandar en los sitios, suplicó a la gente que no estorbara y regresara a sus casas, fingió reportes para decir que todo estaba bajo control. La solidaridad está bien si vienen y regalan cosas, pero no se queden a repartirlas, no trabajen codo con codo. Compren cosas y tráiganlas, nada más (petición con la que incluso privilegió la especulación de grandes empresas que lucraron con la necesidad de la gente de ayudar a los demás y compraron todo lo que pudieron). La estrategia de control social, silenciosa en algunos aspectos, abiertamente violenta en otros impactó como segundo golpe a la población: empresas obligando a ir a trabajar a edificios evidentemente dañados e inseguros, información no verificada que corría por doquier, zonas acordonadas en las que se impedía el paso hasta de víveres, equipo “calificado” que retiraba a los voluntarios, “funcionarios públicos que bajo el pretexto de no tener la herramienta necesaria impedían a los rescatistas actuar”. Se trataba de evitar que las grandes conglomeraciones de gente organizada se convirtieran en el sujeto histórico que son, se trataba de evitar a toda costa que se dieran cuenta de su fuerza, de evitar que organizaran la espontánea solidaridad.

Y precisamente eso es parte de la estrategia de control social del Estado mexicano que pudimos observar, mientras que miles de personas de manera solidaria iniciaron el rescate de las personas atrapadas en los derrumbes, el Estado hizo no sólo mutis, sino no se movilizó, ni movilizó a sus cuerpos policíacos y militares para apoyar, dejó ser a la gente para que la solidaridad espontánea, fuera menguando mientras armaba, como en cualquier operación bélica, que por cierto ya tiene mucha experiencia, un show mediático, mediante el cual hiciera parecer que fue quién salvo vidas, militariza al tomar el control de la solidaridad espontanea de la gente como si fueran a un “enfrentamiento” tipo Tlatlaya, con armas largas en lugar de palas, con vallas de soldados que evitan que la gente se acerque, pero que no participan en la búsqueda y rescate de quienes quedaron atrapados. Planificaron esto para evitar que el pueblo sea el protagonista, el sujeto histórico de la solidaridad.
 4. Un Estado que utilizó a los medios de comunicación para silenciar y confundir

Vino entonces el uso de los medios de comunicación al servicio de esta estrategia: grandes tomas televisivas de chalecos con letras gigantes que decían MARINA o POLICÍA FEDERAL o los vistosos brazaletes amarillos del Plan DNIII de la SEDENA, que desplazaron cuándo consideraron conveniente a los miles de voluntarios civiles que, incluso algunos con mucha experiencia, lideraban los rescates, una intensión planificada para que las fuerzas armadas se queden con un protagonismo que no les corresponde. Dio información falsa a los medios y les permitió difundir información falsa sin siquiera advertir a la población de ello. Al mismo tiempo que montó shows mediáticos en ciertas zonas, silenció completamente lo que pasaba en otras. Todo se trataba de aumentar el caos y la confusión al mismo tiempo que insistía por medio de los medios de comunicación en la necesidad de que la gente no estorbara y volviera a sus casas.
 5. Un Estado que mantuvo la estrategia de represión política

Cuando eso no fue suficiente, cuando sus silenciosos esfuerzos de control social fueron desatendidos, desplegó el brazo armado: trasladó granaderos a zonas de rescate para confrontarse con la gente, utilizó a mandos únicos, policía federal y militares para interceptar los coches particulares que trasladaban ayuda, obligó a que la ayuda se concentrara en los sitios oficiales, desconoció el arduo trabajo de brigadas de ingenieros y arquitectos. Dejó correr los rumores de que no estaban dejando llegar la ayuda, de que la estaban acaparando y concentrando. Robó víveres (sí, aparte de todo lo que ha robado), les robó a los heridos y muertos en los derrumbes, robó a las víctimas que estaban en medio de la tragedia; mintió y ocultó información a los familiares desesperados. Pisoteó con las fuerzas policiacas militares la esperanza que el pueblo cuidaba con su solidaridad. Puso retenes para que la ayuda no pasara. Una vez más, como ha pasado desde hace años, las personas que ejercían sus derechos humanos y se habían convertido en defensores de derechos humanos tenían que ocultarse ante los peligros de un Estado rapaz, la gente dejó de poner carteles que identificaban sus carros como de brigadas solidarias, quitó los carteles que anunciaban que trasladaban víveres… la población tenía miedo de que le arrebataran lo que con tanto trabajo había logrado juntar para quienes lo necesitaban.

Aún más, ha comenzado a utilizar no sólo a granaderos, ejército y marina para amedrentar a la población que no obedece ante la estrategia de control social, sino que ha comenzado a desplegar a su mano siniestra “paramilitares y grupos criminales” que atacaron y siguen atacando a la población solidaria. ¿Por qué los miles de soldados que estorbaron en el rescate, los policías federales y estatales no estaban en las zonas en las que había robos y asaltos en medio de la confusión? ¿Por qué el fuerte despliegue de militares y mandos únicos no ha podido impedir que un grupo de civiles armados robara, atacara y violara a una brigada solidaria que se dirigía a Oaxaca? El terror también será utilizado como una estrategia de represión política en contra de aquellos que no quieran entender que han de regresar a la normalidad.
 El Estado decidió no actuar, sino reprimir; no salvar, sino seguir ganando

Nada de todo lo que hemos narrado es muestra de un Estado rebasado por la sociedad, no es ejemplo de un Estado ineficiente que no puede actuar, que no tiene recursos para hacerlo. El Estado mexicano decidió no actuar cuando le convino y actúo con una certeza mortal para atracar a los brigadistas que trasladaban víveres a otros sitios. El Estado Mexicano decidió no gastar, no ayudar no ponerse al servicio del pueblo, y también decidió mandar eficientes granaderos a confrontar al pueblo en ciertas zonas de rescate. El Estado mexicano decidió desplegar militares con los planes DNIII y Plan CDMX para que agredieran, intimidaran y atacaran a la población. Sabe que todo eso pasó, decidió que pasara así. Y ha decidido que pase así desde hace varios años, sólo que ante la desgracia que vivimos por el sismo del 19 de septiembre lo hizo aún de manera más descarada y cínica.
Viene lo peor: La solidaridad no sólo no debe parar, se debe organizar

Nadie puede negar que la solidaridad de todos los ciudadanos se volcó inmediatamente para rescatar con vida a quienes estaban atrapados y apoyar a los damnificados y a los voluntarios que estuvieron trabajando día y noche para salvar vidas. A pesar de que el capitalismo nos ha educado en el individualismo, miles de personas conservan gracias a la educación familiar y social un principio básico, el ser solidarios entre nosotros, aunque dicha solidaridad esté permeada en muchos casos por el individualismo narcisista que en bola parece organización, pero que es sólo un actuar espontaneo que va apagándose de acuerdo al límite físico y mental individual de todos los que participan.

La desgracia nos llega en una realidad que era ya difícil. Lo peor aún está por venir, pues en unas cuantas semanas la gente que está viviendo en calles y albergues, la falta de agua, la desaparición de fuentes de trabajo, se verán aún más agravadas por el hecho de que la reconstrucción que ha prometido el Estado no es más que el otorgamiento de créditos que endeudarán más a la gente y aumentarán las jugosas ganancias de las empresas. De hecho el Estado ya ha comenzado a prometer, por ejemplo, la reconstrucción de Jojutla justamente a los responsables del socavón que causó dos muertes en Cuernavaca. A la terrible situación en que estarán viviendo las gentes que de muy diversos modos han sido damnificadas por los sismos, se sumará la tragedia cotidiana: no hay trabajos dignos y bien remunerados, no hay seguridad social, no hay vivienda digna… Se sumará el uso del control social y la represión política mediante el terror para evitar que la gente se organice al ver de manera clara y descarnada los efectos de capitalismo en cada uno de sus habitantes. Lo peor está por venir, el Estado está trabajando cada hora para evitar que ante lo peor el pueblo responsa de manera organizada. Los defensores de derechos humanos, la población en general tenemos, en medio de la tragedia, la oportunidad de transformar la solidaridad espontánea en organización permanente. Esa misma solidaridad que nos hizo reconocernos como aliados, que nos hizo entender que teníamos que trabajar juntos y ayudarnos entre nosotros debe ser utilizada como una plataforma que permita que trabajemos de manera permanente, continua, prolongada no sólo por la verdad y la justicia para todos los responsables de las terribles omisiones que agravaron el saldo mortal del sismo que hemos vivido, no sólo para que el Estado cumpla con sus obligaciones y dote de vivienda digna, alimentación adecuada, trabajo digno, seguridad social a todos y cada uno de los damnificados sin importar el grado en que hayan sido afectados, no sólo para que pare la corrupción e impunidad que permitió que edificios mal fabricados enterraran a personas, sino para que el Estado cumpla con las obligaciones que tiene con toda la población, no sólo con los damnificados del sismo, sino con la lista enorme de víctimas del pueblo mexicano que están sufriendo los terribles efectos del arrebato de trabajos dignos, de vivienda digna, de salud pública y gratuita, con la enorme lista de víctimas de la violencia estatal como única respuesta ante la demanda para que el Estado cumpla con su trabajo.

Si la solidaridad que se ha construido en estos días, no es encauzada para dar el salto y entender que no hay diferencias entre quien perdió su casa, quien perdió un hijo bajo los escombros a causa de la inacción del Estado, quien ha perdido su jubilación, quien ha perdido un hijo que desparecieron los militares, si la solidaridad no es encauzada para entender que la emergencia del sismo es tan dramática como la emergencia nacional a la que se enfrenta nuestro pueblo día tras día, si la solidaridad no se transforma en la construcción de un movimiento popular amplio, si la solidaridad se detiene, si la solidaridad se queda sólo en eso… enfrentaremos la emergencia que está por venir de la peor manera que se puede: con el pueblo desorganizado, dividido e indiferente.

A nadie engañan los discursos presidenciales: México no es uno, el sismo demostró que hay dos Méxicos: uno que con las armas en las manos impidió y entorpeció el rescate, que por corrupción y dadivas permitió la construcción de edificaciones mortales, que permitió y permite que la población sea atacada por ejército, marina y policía, que impidió que las labores de rescate continuaran, que no tomó una pala, no regaló ni un agua, no puso ni un peso de su jugoso sueldo; el otro México se volcó en solidaridad, regaló hasta lo que no tenía, trabajó incansablemente, consiguió lo inconseguible y luchó y sigue luchando por la vida del pueblo trabajador. México no es uno: hay dos Méxicos el del pueblo explotado y el de quienes nos explotan, quienes arrebatan la vida digna a la población incluso en condiciones de emergencia como las que hemos vivido y quienes luchan incansablemente porque la vida digna sea una realidad para todos y cada uno de nosotros.






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