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sábado, 9 de noviembre de 2019

La Librería de Begoña

El neoliberalismo avanza machacando todo aquello que es un reflejo de lo mejor de la humanidad.

Les invitamos a leer este artículo - todo un homenaje- de El Diario:


Iker Armentia

La mañana que Begoña recibió la noticia, la librería vivía el ajetreo propio de las compras de Navidad. El mensajero le dejó un manojo de cartas pero Begoña tenía que atender a algunos clientes antes de ponerse con ellas. Cuando lo hizo, descubrió que el burofax que le había remitido Kutxabank era un ultimátum. El banco, propietario de la lonja, le daba poco menos de tres meses para abandonarla y dejarla "limpia y expedita". Limpia y expedita serían dos palabras que se le quedarían grabadas para siempre a Begoña.

Begoña, con el burofax en la mano, se refugió conmocionada en el pequeño almacén que hay al fondo de la librería. Releyó el requerimiento del banco una y otra vez. “¿Qué voy a hacer ahora?”, se preguntaba. Ella sabía que el contrato de alquiler con Kutxabank finalizaba pero siempre había pensado que, como ya le había ocurrido unos años antes, podría renovarlo sin mayores quebraderos de cabeza.

Kutxabank pedía, sin embargo, su salida inmediata de la lonja de la calle Landazuri de Vitoria en la que llevaba 31 años vendiendo libros. Y el banco vasco le facilitaba, en todo caso, un teléfono de contacto de Córdoba para que aclarara lo que creyera conveniente. Begoña nunca llamó. Confiaba en que alguien del banco acudiría a su librería a hablar con ella. Que alguien la miraría a los ojos. Nadie lo ha hecho. Y no será por gente de Kutxabank trabajando en Vitoria. 

"Fue como si me arrancaran las piernas", me cuenta diez meses después Begoña en una cafetería que hay frente a su librería. La librería sigue abierta aunque por poco tiempo.

Los días que siguieron a aquella mañana fueron tristes. Y paralizadores. Durante mucho tiempo no pudo hablar de ello. En estado de shock y por medio de gente cercana pidió al banco que, al menos, le dejaran el tiempo suficiente en la librería para poder jubilarse y bajar la persiana de forma ordenada. El banco accedió y Begoña tiene hasta el próximo 31 de marzo para dejar la lonja. Sus planes siempre fueron otros. “Mi idea era seguir todavía un tiempo más en la librería y empezar a buscar a alguien que estuviera interesado en seguir con ella, esa era mi mayor ilusión”, explica. Por un momento barajó abrirla en otra ubicación, pero a su edad y con el precio de los alquileres, la tarea era más que titánica.

Kutxabank nunca le explicó las razones de su decisión -y tampoco lo ha aclarado a preguntas de este periodista- pero no es difícil imaginar que el alquiler asequible que pagaba desde hacía décadas hizo saltar algún algoritmo sobre la maximización de beneficios en propiedades inmobiliarias.  Ahora Begoña se pregunta a cuánta gente más le habrá ocurrido algo parecido. Cuánta gente más habrá sido destinataria de un gélido burofax de esas características.

Limpia y expedita. Limpia. Y expedita.

Lo inédito de este cierre es que Begoña le había ganado la batalla a otro algoritmo. Al peor algoritmo al que se enfrentan las librerías después de haber lanzando a la lona al fallido libro electrónico: el algoritmo de Amazon y su empeño voraz por acaparar la distribución del libro. Jeff Bezos no pudo con Begoña. “Vendo menos que hace 10 años pero la librería me da para vivir”, reconoce orgullosa Begoña que ha regentado una librería que ha evitado las modas y que a lo largo de tres décadas ha creado una comunidad que es algo más que un grupo nutrido de clientes fieles. “En Jakintza han surgido amistades, se ha conocido mucha gente”. Del roce nace el cariño, dicen, y en Jakintza siempre ha habido mucho roce, aunque sólo sea porque es una librería pequeña y estrecha en la que hay que moverse con cuidado. Las grandes librerías del mundo son librerías pequeñas,  afirma el escritor argentino Alberto Manguel.

Escribe Jorge Carrión en su libro ‘Contra Amazon’: “En Amazon no hay libreros. La prescripción humana fue eliminada por ineficaz. Por torpedear la rapidez, el único valor de la empresa. La prescripción está en manos de un algoritmo. El algoritmo es el colmo de la fluidez. Los clientes que compraron este producto también compraron”. “Las librerías que yo frecuento son aquellas donde puedo conversar, donde el librero, con un gusto que puedo o no compartir, habla de libros”, le contaba Manguel a Carrión en ese mismo libro.

Y Jakintza es -me resisto todavía a hablar en pasado- una librería en la que se habla de libros y de todo lo demás. La mirada de Begoña es de curiosidad y amor por la vida. Jakintza es una librería en la que el ritmo hiperacelerado que nos ha tocado vivir se detiene por unos instantes. Una especie de cápsula frente a la uberización de nuestras mentes. Un reducto en la hipertrofia de un mundo cada vez más aislado, digital y líquido. Un lugar en el que mantener viejos ritos. Un orfidal sin orfidal. “Un lugar de encuentro”, como fue presentada en su día Jakintza en una exposición sobre la actividad cultural en Álava y Begoña recuerda con cariño.

Este viernes se ha celebrado el Día de las Librerías y cuando a Begoña le han entrevistado en la Cadena Ser y le han pedido que se despidiera con un fragmento de algún libro, Begoña ha elegido ‘El sentido del asombro’ de la pionera ecologista Rachel Carson:

“Si yo tuviera influencia sobre el hada madrina, aquella que se supone preside el nacimiento de todos los niños, le pediría que le concediera a cada niño el don del sentido del asombro tan indestructible que le durara toda la vida, como un inagotable antídoto contra el aburrimiento y el desencanto de años posteriores, contra la estéril preocupación de problemas artificiales y el distanciamiento de la fuente de nuestra fuerza”.

El hada madrina de Vitoria se despide de su librería. Fue un placer, Begoña.






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