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domingo, 6 de diciembre de 2015

Bebé, Niño, Adolescente... Hombre

El pueblo argentino ha decidido "darle la oportunidad" a la extrema derecha para "recomponer el desastre" del Kirchnerismo.

Algunos han olvidado en qué acostumbran convertir a Argentina los carcas fascistas pero bueno, cada pueblo elige y suponemos que lo hace sin dejarse adoctrinar por los medios de comunicación, siempre al servicio de la oligarquía.

Pero aquí va un pequeño recordatorio vía este reportaje publicado en Gara:
 

«Busqué un bebé, un niño, un adolescente... y me encuentro con un nieto de 39 años»

Delia Giovanola de Califano es una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo. El 5 de noviembre se enteró del hallazgo de su nieto Martín, nacido durante el cautiverio de su madre en 1976. Es el nieto número 118 que logra recuperar su identidad.

Ainara Lertxundi

El 16 de octubre de 1976, el hijo y la nuera de Delia Giovanola de Califano fueron secuestrados en su domicilio en La Plata. Ella estaba embarazada de ocho meses y medio de Martín. Así pensaban llamar al bebé que estaba por nacer. Los militares dejaron a Virginia, de tan solo tres años, sola en la cuna. Ese día comenzó para Delia Giovanola de Califano una larga y difícil búsqueda que ha durado 39 años. Directora de escuela, dejó su trabajo para cuidar y criar a su nieta, que con el tiempo se sumó activamente a la búsqueda del hermano nacido en el centro clandestino de detención Pozo de Banfield. Virginia se suicidó en agosto de 2011.

El 5 de noviembre, Abuelas de Plaza Mayo anunciaron el hallazgo de Martín, que desde hace 15 años vive fuera de Argentina. «Cuando me dieron la noticia, mi primer impulso fue ir al cementerio a decirle a Virginia ‘misión cumplida’», relata Giovanola de Califano en una emotiva entrevista telefónica. Asegura estar «feliz, en paz y muy llorona. No he sido más que una abuela buscando a su nieto por la promesa que les hice a mi hijo y a mi nuera, y que después reiteré ante la tumba de mi nieta».

¿Cómo se siente tras recuperar a su nieto?

Te podrás imaginar lo que ha supuesto esta noticia para mí después de 39 años. Emoción y mucho llanto. No quería llorar sino reír, pero me fue inevitable llorar como hace muchos años no lo hacía. Después vinieron la euforia y la alegría. Saber que él preguntaba por mí en Abuelas me llenó de una inmensa ternura. Yo lo había buscado desde que era un bebé. Cuando se llevaron a mi hijo y a mi nuera ella estaba embarazada de ocho meses y medio. Inmediatamente salí a la calle sin que hubiera una forma de búsqueda establecida, intentando hablar con cualquiera que tuviera algún dato –Ejército, Marina, funcionarios de gobierno...–. Más que obtener respuestas, aquellas audiencias fueron una tomadura de pelo porque negaban que los tuvieran en su poder, llegando a decirme que estarían veraneando en Europa. Cuando los secuestraron dejaron a mi nieta, Virginia, de tres años, durmiendo en la cuna. Fui a buscarla y la traje conmigo. No pude hacer el papel de abuela que me hubiera correspondido, sino el de madre. Esa fue mi vida a partir de 1976. Primero busqué un bebé de días, después a un niño en edad escolar, luego a un adolescente y, finalmente, a un adulto. Iba por la calle mirando si encontraba a un niño con rasgos similares a los de mi hijo o mi nuera. Cuando me dieron la noticia del hallazgo de Martín, mi primer impulso fue el de ir al cementerio a decirle a Virginia «misión cumplida», porque en la búsqueda del nieto, perdí a la nieta que crié. Ella empezó a acompañarme en la búsqueda cuando cumplió 18 años y durante 20 años lo buscamos juntas, codo con codo. Pero en medio de esa búsqueda, Virginia sufrió una depresión muy grande y se suicidó en agosto de 2011. Otro golpe más de la vida. Ella le escribió ocho cartas en su Facebook. A Martín le he comentado la búsqueda que llevó a cabo Virginia y he tenido que frenarlo porque me dijo que sentía cierta culpa por no haber aparecido antes. Poco antes de iniciar esta entrevista, he recibido un whatsApp suyo en el que me manda un beso, que lo atesoro. Toda la fortaleza que tuve durante tantos años, la estoy perdiendo ahora. Es como si me hubiera relajado y estoy hecha una vieja llorona. Afortunadamente, Martín se presentó voluntariamente en Abuelas con dudas. Vive en el extranjero, tiene dos hijas y él también está ansioso por conocernos, aunque yo me cuido mucho de no atosigarlo con mi ansiedad. Como te decía, busqué a un bebé, a un niño y a un adolescente; no sé cómo manejar el hecho de encontrarme de golpe con un hombre, si no es con ternura y afecto.

¿Cómo hace una abuela para hacer el papel de madre?

Al principio, cuando me la traje a casa, le dije que se habían llevado sus padres a declarar. En su media lengua decía que su papá y su mamá estaban en tribunales declarando. Nunca preguntó nada. Creo que a modo de autodefensa. Todas las noches la acunaba para dormir. Un día me dijo, abuela ¿hoy no lloras? Sin darme cuenta le debían caer mis lágrimas a su cara. Desde ese momento, no me permití llorar en ningún momento en su presencia. Tenía que buscar a Martín. La búsqueda de esta primera etapa fue muy complicada. Al principio la llevaba conmigo a la Plaza de Mayo. Y Virginia, a quien le encantaban las palomas, corría detrás de ellas.

Los años fueron pasando y Virginia seguía sin preguntar nada. Pero cuando cumplió 18 años empezó a trabajar en el Banco Provincial ocupando el puesto vacante que había dejado su padre y conoció a varios de sus compañeros. Ahí empezó la búsqueda de Virginia. Se presentó en el programa de televisión «Gente que busca a gente» que se emitía en Buenos Aires. Ese fue el principio de la búsqueda de su vida que duró 20 años, desde los 18 hasta los 38. Es imposible olvidarse de Virginia, no solo por lo físicamente hermosa que era, sino por lo dulce, encantadora y alegre que era. Su suicidio me marcó tremendamente, creo que no lo voy a superar nunca, aunque siempre la he recordado con una sonrisa porque me regaló 35 años de su vida. Eramos amigas, compinches, cualquier cosa menos abuela y nieta. Todo esto se lo he contado por teléfono a Martín, pero no quiero cargarle con tristeza.

Estando en el centro clandestino de detención conocido como Pozo de Banfield, su nuera logró avisar a su marido del nacimiento de Martín haciéndole llegar un trozo del cordón umbilical. ¿Cómo fue para usted, como madre, conocer los detalles del cautiverio?

Muy duro. Una exdetenida que compartió celda con mi nuera contactó con nosotros varios años después de su liberación. Ella había sido secuestrada junto a su padre, quien, casualmente, estaba en la misma celda que mi hijo. Stella parió sobre una chapa metálica, con los ojos vendados, esposada y asistida por una estudiante de Medicina también detenida. Cuando la llevaron de vuelta a la celda lo hizo sin el bebé pero en las manos llevaba el cordón umbilical que los detenidos fueron pasando de celda en celda hasta que llegó a la de mi hijo con un mensaje: que se imaginara que Virginia había vuelto a nacer porque era igualito a ella de recién nacida. Ello me hizo buscar a un bebé rubio, de ojos celestes, porque genéticamente tanto mi nuera como mi hijo eran rubios y de ojos celestes, y también Virginia.

Para Virginia también fue muy fuerte y doloroso saber las circunstancias que rodearon el cautiverio de sus padres. A medida que fueron pasando los años y fue creciendo su actividad con encuentros con HIJOS, familiares, supervivientes… se fue enterando de cosas muy pero que muy duras sobre lo que ocurría en los campos de exterminio. Cuando fundamos Abuelas, una de las primeras tareas que me encomendaron fue la de ir a entrevistarme con el director del “Buenos Aires Herald” para agradecerle su apoyo porque era uno de los pocos diarios que en ese momento publicaba la búsqueda de Abuelas y las Madres. Robert Cox me dijo que le constaba que en los Ministerios de Marina, Ejército y Aeronáutica había listas solicitando los bebés nacidos en cautiverio. La suerte de las embarazadas estaba sellada desde el momento en que se las llevaban porque esos hijos ya tenían dueños. En el caso de Martín, aún no hay hecha una investigación pero algunas versiones apuntan a que fue vendido por una partera.

Con Martín se ha vuelto a cumplir la máxima de las Abuelas de que serían los propios nietos quienes os buscarían.

El 30 de marzo se presentó en Abuelas con dudas sobre su identidad. No creo en las brujas pero cuando en octubre estuve en Barcelona, dije en una charla que lo sentía muy cerca. No sabía que la sangre de Martín viajaba a Argentina por vía diplomática. Su sangre estaba ya nadando en un océano de genes buscando sus raíces. Sus genes se juntaron con la sangre de Virginia y de la abuela materna. Los resultados arrojaron una certeza del 99,999999%. Nosotras siempre dijimos que llegaría un momento en el que ellos nos buscarían a nosotras porque, tarde o temprano, a toda persona adoptada le surgen dudas sobre su identidad. Los nietos están ocupando el lugar de las Abuelas. En la institución quedamos siete abuelas con muchos años; tenemos dos abuelas con más de 90 años. Hemos ido incorporando a los nietos en la comisión directiva. No tengo palabras para describir la felicidad que siento al ver a esos nietos revoloteando alrededor de nosotras y tratándonos como si cada una de nosotras fuéramos su abuela. En estos 39 años me he sentido rodeada y querida por los nietos recuperados. Abrazada y tratada con cariño.

Pero aún quedan cerca de 350 nietos y nietas por recuperar.

El juramento de sangre que hicieron hace casi 40 años aún perdura. Muy pocos se han animado a quebrarlo. En 1982, recibí un anónimo de un militar arrepentido que pertenecía a un grupo de tareas diciendo que si le prometía y le daba garantías de que no se iban a tomar represalias contra él y su familia, me diría dónde estaban enterrados mi hijo y mi nuera. Pero terminaba la nota afirmando que el jefe de las tropas los arengaba a que todo aquel que hablara sobre la lucha contra la subversión o la guerra de las Malvinas, sería ajusticiado tanto él como su familia. No me atreví a hablar con él.

Durante la democracia seguía existiendo miedo. Tenemos testigos que declararon en democracia y fueron desaparecidos como Jorge Julio López. En la Iglesia hubo mucho cómplice. Muchos civiles, sin ser parte de la Marina, Ejército o Aeronáutica, tomaron parte en los grupos de tareas que salían de noche a cazar gente.





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