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domingo, 28 de octubre de 2007

El Conflicto

Gracias a Txabi por apuntarnos hacia este escrito aparecido en Deia:

¿De verdad que existe un conflicto político entre los vascos?

Joseba Iñaki Sobrino

Constantemente estamos acostumbrados a oír, de boca de representantes de todo tipo del entorno ideológico del PP y del PSOE (desde portavoces cualificados de tales partidos a personas de a pie, pasando por intelectuales y expertos de lo más variado), que no existe ningún conflicto político entre los vascos y los españoles, sino todo lo más el derivado de que unos delincuentes intolerantes (los terroristas de ETA) utilicen la violencia para defender determinadas reivindicaciones políticas. Alternativamente oímos a veces que sí existe tal conflicto, pero entre los propios vascos, que seríamos, presuntamente, incapaces de ponernos de acuerdo sobre los principios básicos que deben regular nuestra organización sociopolítica.

Dado que lo fundamental para poder dar con la terapia adecuada es verificar inicialmente la exactitud del diagnóstico, de manera que el paciente no salga del quirófano con el corazón operado cuando lo tenía sano y las cataratas incólumes cuando no ve ni torta, vamos a intentar adentrarnos en las profundidades del conflicto (o conflictos), esfuerzo no por repetido menos necesario.

Empezaremos por dejar sentado qué es lo que entendemos por conflicto, no vaya a ser que sea un diferente significado de las palabras el que nos traiga realmente a mal traer. Conflicto no es una mera diversidad de opiniones. Ni siquiera una diferencia irreconciliable de opiniones sobre fundamentos básicos de la convivencia, como puede ser la adscripción nacional o identitaria. No hay más que recordar que en todas las sociedades hay materias que suscitan enconados debates y personas que sienten que las decisiones adoptadas (aborto, eutanasia, pena de muerte, sanción de conductas irrespetuosas con creencias o preceptos religiosos...) afectan sensiblemente a lo que constituye elemento referencial de su vida y pensamiento.

El conflicto se produce, en nuestro particular entender, cuando se dan, además de esas discrepancias profundas sobre cuestiones fundantes de la organización social, dos ingredientes adicionales: el desacuerdo en torno a las reglas de juego en virtud de las cuales deben dirimirse, que son finalmente el resultado de la imposición de una de las partes a alguna otra, y la consideración de la discrepancia y su encauzamiento como conflictivos, por un conjunto de ciudadanos del ámbito en que se produce numéricamente muy significativo.

Desde este punto de vista nos atrevemos a negar que la violencia de ETA constituya un conflicto. Y desde luego que constituya el conflicto en el marco de la sociedad vasca. No porque no haya discrepancias ni imposición de mecanismos de resolución, sino porque son muy pocos los que predican su legitimidad entre nosotros. No hay que caer en el error de creer que la mayoría de quienes respaldan con su voto las opciones electorales de su entorno, apoyan la violencia. En muchos casos, aunque disculpen en mayor o menor medida a quienes la practican (encontrando en ellos idealismo personal o contextualizándola entre otras) su voto se expresa, así lo ponen de manifiesto acreditados estudios sociológicos, no por la violencia de ETA, sino a pesar de ella.

No podemos decir lo mismo de las controversias que suscita la articulación política de las identidades nacionales que conviven entre nosotros. Existe en torno a ellas un verdadero conflicto vasco. Pero si existe es, no porque existan tales identidades, no porque una larga historia de desencuentros y enfrentamientos haya hecho dificultosa su convivencia armoniosa (o al menos tolerante), sino porque una de ellas (y no hace falta que les diga cuál) impone, sin la legitimación del respaldo mayoritario de los ciudadanos, una determinada manera de resolver la controversia, unas determinadas reglas del juego, caracterizadas, obviamente, por favorecer su posición y reservarse siempre capacidad de veto de cualquier opción (por amplio que sea su respaldo) que no sea de su agrado.

Esta y no otra es la madre del cordero del conflicto vasco, no la desigualdad en el grado de libertad con el que cada quien puede expresarse en las urnas o en la calle, como mienten algunos, sino la desigualdad entre las posibilidades de implantación y desarrollo de los proyectos políticos que gocen del respaldo mayoritario. El PSOE y el PP han diseñado un sistema en el que si ganan sus delegaciones en tierra vasca, se llevará adelante (legítimamente por ser el más respaldado) su proyecto, pero si pierden, también, porque no hay otro que permitan que pueda hacerlo.

Sin embargo, no podemos admitir así, sin más ni más, que sea éste el conflicto político vasco. Sería sencillo reconocer razonabilidad al argumento zapateril (y de otros en quienes es menos comprensible) de que lo imprescindible es primero un acuerdo amplio (y transversal) entre los vascos, si no fuese por dos cuestiones: porque no existen garantías de que ese acuerdo pudiese realmente pasar de las musas al teatro (véase lo ocurrido en Catalunya ), luego no está ahí el conflicto, o al menos no solo, y porque no puede exigirse como condición previa un acuerdo que uno está en condiciones de impedir. (Dada la dependencia esclava y sumisa de los socialistas y populares vascos con respecto a eventuales decisiones tomadas en ámbito ajeno).

Siempre sobrevuela sobre el debate una pregunta: ¿Existiría algún tipo de conflicto entre los vascos si los españoles manifestasen, a través de sus máximos representantes, su disposición a respetar (aunque no lo compartan) lo que mayoritariamente decidan?

Naturalmente que seguiría habiendo discrepancias, y no hay garantías tampoco de que fuese a derivar de ahí una convivencia identitaria armoniosa (aunque creemos que representaría un enorme paso adelante para conseguirlo), pero no habría más imposición ajena, sino respeto a la mayoría social, se expresase en el sentido en que lo hiciere; el primer requisito también para poder transformar el conflicto en mera discrepancia y la imposición en instrumento de tolerancia y convivencia.

Si la llave está en Downing Street (Moncloa y Carrera de San Jerónimo, para entendernos) es ahí donde está el conflicto. Y si nos equivocamos de lugar no la encontraremos. Porque quienes dicen que no existe un conflicto entre los vascos y los españoles se equivocan. El verdadero y auténtico conflicto vasco es la imposición de la españolidad a quienes no la sienten ni desean, por voluntad exclusiva de los españoles. Aunque haya vascos (muchos, pero no la mayoría) que estén de acuerdo con ella.


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