Un blog desde la diáspora y para la diáspora

lunes, 5 de mayo de 2003

Roitman | Cuba sin Acritud (III de III)

Con ustedes la tercera y última entrega del texto solidario con la Revolución Cubana por parte de Marcos Roitman, mismo que traemos desde su trinchera habitual en La Jornada y en la que se hace mención al papel del régimen borbónico franquista en el asedio a Cuba. Lean:


Cuba sin acritud /III y último

Marcos Roitman Rosenmann

En esta estrategia, el Partido Republicano estadunidense busca cambiar la dirección de los acontecimientos. Para sus ideólogos, la administración demócrata de James Carter había dejado un reguero de fracasos: las crisis de Irán y Afganistán, los tratados Torrijos-Carter en Panamá, el abandono de amigos como Pinochet, Somoza o Videla bajo una política espuria de derechos humanos y lo más sangrante: Centroamérica convertida en un mar "comunista".

El triunfo de la revolución sandinista en 1979 colmó la paciencia de la nueva derecha estadunidense. Era necesario recuperar el liderazgo y superar el síndrome de Vietnam. El triunfo de Ronald Reagan fue el advenimiento de una nueva era y con ello de un cambio radical en la política internacional hacia América Latina y por ende hacia Cuba. Si en principio apoyar a los sandinistas se consideró deber de gobiernos y partidos socialdemócratas en Europa occidental e incluso en Estados Unidos, fue por una verdad de perogrullo: Nicaragua no era Cuba. Su proclama, ser una revolución democrática, popular, nacional, de economía mixta y antimperialista se enmarcaba en otro contexto. Para los detractores de Cuba, Nicaragua era el contrapunto. Ahora se podía aislar mejor a la isla. La década de los 80 se inició bajo estos principios. Mientras Cuba era un satélite de la Unión Soviética, Nicaragua podría seguir otro camino. Sin embargo, poco duró esta visión. A escasos meses de tomar el poder Reagan, sus tanques de pensamiento definen las reglas del juego; las guerras de baja intensidad. A la contención activa y la disuasión por el uso de la fuerza y contrafuerza, se une el convencimiento de estar en presencia de una guerra prolongada contra el comunismo. Por ello la guerra de las galaxias y la reversión de procesos.

En ese contexto, el documento elaborado por el llamado Comité de Santa Fe señaló: "En contraste con las políticas simplistas estadunidenses (crítica a la política de Carter), la Unión Soviética ha empleado tácticas sofisticadas para incrementar las conexiones del comunismo internacional en América latina, como para reducir la presencia de Estados Unidos en la región. Fruto de ello es que Estados Unidos se enfrenta a una Unión Soviética vigorosamente instalada en el Caribe y a una Centroamérica posiblemente marxista". Tampoco Kissinger se quedó atrás al señalar: "La embestida soviético-cubana para convertir a Centroamérica en parte del desafió geoestratégico es lo que ha tornado la lucha en América Central en un problema político y de seguridad para Estados Unidos y para el hemisferio". Roger Fontaine, asesor de Reagan, definirá el problema como una nueva doctrina Truman. La invasión a Granada, la desestabilización en Jamaica, la articulación de la contra en Nicaragua, el apoyo militar, logístico y económico a los gobiernos contrainsurgentes en la región son el perfil de la década. Cualquier proyecto por desarrollar la soberanía será cuestionado: Lula en Brasil, Torrijos en Panamá, o Roldós en Ecuador. Estos dos últimos, muertos en extrañas circunstancias. A finales de los años 80, la invasión a Panamá con Bush padre en la presidencia de Estados Unidos señala el camino. En los 90, los sandinistas han sido derrotados y en El Salvador y Guatemala asistimos al desarme del Farabundo Martí para la Liberación Nacional y de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca, respectivamente. En el cono sur de América Latina las tiranías han sido lentamente desplazadas por regímenes electorales en que se negocian los límites de transiciones interminables. Referendo o guerra de las Malvinas, es indistinto. Bajo esta coyuntura, la caída del muro de Berlín, la disolución del bloque del Este, la nueva balcanización de Europa central y la crisis de los partidos comunistas son los estertores de la guerra fría. El capitalismo parece haber ganado la batalla. En esta nueva realidad, se dirá, Cuba ya no tiene sentido. Felipe González, aún presidente de gobierno en España, abandera esta posición y la lanza a los cuatro vientos. Si Camboya y Pol-Pot fueron el símbolo máximo de la barbarie comunista y China no se consideraba "enemigo inmediato", Cuba sustituía al país asiático y representaba un anacronismo. Sin el sostén de los países del Este y, según sus detractores, dada su condición de satélite de la Unión Soviética, era cuestión de pocos meses su caída. Todos se frotan las manos. El bloqueo y la propaganda contra el orden constitucional cubano debía intensificarse. Había que crear una imagen de caos, crisis global y desintegración. Junto con ello se debía personalizar aún más el régimen político cubano. La Cuba de Castro y el castrismo. Un país controlado por un déspota. Por ello, la población se levantaría contra el tirano. Todos contra uno. La política de adjetivos era coherente. Si durante años había funcionado el plan de desdibujar la revolución, ahora sólo bastaba recoger sus frutos. En un mundo globalizado no hay lugar para revoluciones triunfantes, parafraseando a Mario Benedetti. La euforia de una pronta caída de la revolución cubana es bien recibida y cuenta con la anuencia de la mayoría de gobiernos de Europa occidental. Para España, Estados Unidos reserva un papel de intermediario, papel iniciado con Felipe González y que continúa Aznar.

Las presiones se multiplican. Sin embargo, hay un problema: es imperioso crear una oposición política en Cuba. Dar legitimidad a un interlocutor que hasta los años 90 no existe. Los personajes que se proponen no aúnan voluntades. Establecer un proyecto que destruya la revolución es difícil, entre otras cosas porque sus principios están enraizados en el pueblo cubano y si bien no pocos manifiestan abiertamente su descontento con políticas coyunturales o decisiones erróneas y arbitrarias dentro del proceso democrático cubano, no confunden la libertad de expresión, la crítica y la disidencia con el derribo del orden constitucional legítimo. Es ésta la diferencia, no otra. La política de Estados Unidos y sus aliados estratégicos busca crear una plataforma política que defina un programa de transición cuyo contenido cuente con el patrocinio de instituciones y organismos internacionales, abriendo el reconocimiento de facto de un gobierno en el exterior como interlocutor válido para una Cuba "poscastrista". El proceso de desestabilización interno debe acelerarse. La estrategia de guerras preventivas puede ayudar, más aún después del 11 de septiembre. Es necesario poner en tensión a todos los jugadores de campo. Medios de comunicación social, lobby cubano en Estados Unidos, gobiernos latinoamericanos sumisos, políticos mundiales, personajes del mundo de la cultura y, desde luego, cubanos en Cuba. Durante 2002 y 2003 el plan se concreta designando a James Cason como jefe de la sección de intereses de Estados Unidos en la isla. Nada se improvisa: declaraciones, entrevistas, visitas a casa de anticomunistas alentando secuestros y alzamientos. En esta vorágine se produce el secuestro, el 19 de marzo de 2003, de un DC-3 cubano, punto de inflexión. El objetivo final está a la vista. Con la guerra de Irak de por medio y una acción beligerante las opciones de sobrevivir de la revolución cubana disminuyen. La aplicación de la pena de muerte por la justicia cubana a personas acusadas de secuestro, sabotaje y atentar contra la seguridad del Estado, además de las duras penas de prisión, levantan una ola de protestas mundiales. Todo o casi todo estaba pensado. Es el momento de dar la estocada final. Con una presión internacional sin precedente y muchos intelectuales hasta ahora amigos de Cuba con crisis de identidad, las posibilidades de una acción destinada a destruir la revolución cubana tendría pocas voces discrepantes. La inquisición vuelve a ser el punto de partida de un nuevo orden mundial que no permite la existencia de un país que lucha dignamente por mantener en alto las banderas de su revolución martiana. Por suerte el futuro no está diseñado. La revolución cubana sigue existiendo para bien de América Latina y la dignidad mundial. 




°

No hay comentarios.:

Publicar un comentario