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jueves, 29 de mayo de 2003

Marín | México ante la Anexión de Austria (1930)

México se ha mostrado sumiso ante poderes extranjeros desde que la descomposición del PRI llevó a que sus militantes renunciaran a la larga tradición del país en favor de la legalidad internacional. Desde el gobierno de Ernesto Zedillo el tema empeoró y ya con Vicente Fox se ha tocado fondo.

Dos son los parámetros para entender esto; por un lado la sumisión ante Washington en el tema del bloqueo y el acoso mediático contra Cuba y por el otro, la sumisión ante Madrid en el tema de los refugiados políticos vascos, con el caso que involucra al asilado Lorenzo Llona Olalde como ejemplo de ello.

Ante ese escenario, hemos concluido que es de suma importancia el compartirles este artículo de opinión publicado en La Jornada, un país que al día de hoy aclama al filonazi José Vasconcelos. Adelante con la lectura:


México ante la anexión de Austria (1930), una lección

Miguel Marín Bosch | Ex subsecretario de Relaciones Exteriores e investigador de la Universidad Iberoamericana

En días pasados participé en un acto conmemorativo en torno a la posición que asumió el gobierno mexicano ante la anexión de Austria por Alemania en 1938. Han transcurrido 65 años desde ese 13 de marzo. Para algunos quizá sea tiempo de jubilar el asunto. Para mí sería un error y trataré de explicar por qué.

Hace ya varios siglos que a los habitantes de este planeta nos ha tocado vivir en estados-nación. Estos son el instrumento que permite a los seres humanos organizarse dentro de su territorio y relacionarse entre sí. No es un sistema perfecto, pero es el que tenemos y el que hemos dotado de ciertas reglas. La Carta de Naciones Unidas codificó muchas de ellas como antes lo había hecho el Pacto de la Sociedad de las Naciones.

A veces un Estado-nación se porta mal y rompe una o varias de esas reglas acordadas por la comunidad internacional. Ante tal conducta incumbe a los demás estados reaccionar con miras a desfacer el entuerto. Pero no siempre lo hacen. Las razones de esta inacción pueden ser varias, pero ninguna se justifica. Por ejemplo, en una sociedad en la que la justicia es lenta o inoperante, la mordida puede ofrecer una manera expedita para resolver un asunto, pero es un camino equivocado que a la postre redundará en contra de la sociedad justa que se busca.

En 1938, ante el auge del nazismo, muchos gobiernos optaron por hacer caso omiso de los excesos del gobierno alemán. Aun dentro de Austria hubo muchos que aceptaron el Anschluss. Y al año siguiente Polonia se convirtió en otra víctima del expansionismo germano.

En 1936, cuando el gobierno fascista de Italia invadió Etiopía, fueron pocos los miembros de la Sociedad de las Naciones que manifestaron su inconformidad condenando dicha agresión. Ese mismo año hubo otra oportunidad para defender las causas justas cuando Francisco Franco se levantó en armas en España para derrocar al gobierno republicano, un gobierno legalmente constituido. Empero, la comunidad internacional hizo muy poco para frenarlo mientras que Alemania e Italia le prestaron ayuda militar.

La Sociedad de las Naciones tampoco pudo detener las ambiciones imperialistas de Japón tras su secuestro de Manchuria en 1931 y su ocupación de China a partir de 1937.

En esos años el representante de México en Ginebra era Isidro Fabela. Revolucionario y carrancista, había sido nombrado por el presidente Lázaro Cárdenas delegado ante la Sociedad de las Naciones. En esa época el gobierno mexicano desplegó una intensa actividad diplomática con el fin de explicar al mundo lo que estaba ocurriendo en nuestro país. Las medidas que tomó Cárdenas en relación con el petróleo así lo exigían. Y Fabela se encargaría de coadyuvar a definir y promover la política exterior del gobierno mexicano. Y así lo hizo, defendiendo la causa republicana en España y condenando sin ambages las agresiones de Italia, Japón y Alemania, países que muy pronto se convertirían en las potencias del Eje.

En su pronunciamiento sobre el Anschluss, el gobierno de México insistió en que "la única manera de conquistar la paz y evitar nuevos atentados internacionales como los de Etiopía, España, China y Austria, es cumplir las obligaciones que imponen el pacto, los tratados suscritos y los principios de derecho internacional".

En Ginebra, Fabela se hizo amigo de los representantes de la España republicana. Ahí estaba el jefe de la delegación, el ministro de Relaciones Exteriores, Julio Alvarez del Vayo, y su alterno, Miguel Marín Luna. La amistad con Fabela hizo posible que mis padres llegaran a esta tierra en septiembre de 1939. A los pocos años, ya con hijos, se fueron a vivir a Parque Melchor Ocampo 40, un magnífico edificio de Luis Barragán. Ahí aprendí a caminar. Y ahí conviví con numerosas familias europeas que también se habían refugiado en México gracias a la generosidad de su pueblo y de su presidente.

Tuve la suerte de conocer a don Isidro (y a don Julio) y su forma de ver las relaciones internacionales fue uno de los factores que me animaron a ingresar a nuestro Servicio Exterior. La clave de la actitud asumida entonces por México en la Sociedad de las Naciones y luego en la ONU -con Luis Padilla Nervo, Alfonso García Robles y Jorge Castañeda (padre), entre otros- es muy sencilla: hacer lo correcto, legal y moralmente.

Hace unos meses estuve en Addis Abeba y pasé por la Plaza México. Los etíopes se acuerdan de lo que hizo nuestro país en Ginebra en 1936. Por ello tenemos aquí la Plaza Etiopía.

Hace poco me visitaron varios amigos europeos. Uno de ellos es austriaco. Cuando pasamos por Bellas Artes se dio cuenta de que el Eje Central lleva el nombre de Lázaro Cárdenas. Me dijo que sabía muy bien quién había sido y que no le sorprendía que una arteria capitalina tan importante llevara su nombre.

En política exterior no siempre hemos hecho lo correcto. A veces nos hemos dejado llevar por un pragmatismo mal concebido que a menudo nos orilla a un silencio, un silencio que Fabela jamás habría aceptado.





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