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sábado, 31 de mayo de 2003

Entrevista a Lorenzo Llona

Damos seguimiento al caso del asilado político vasco Lorenzo Llona con esta entrevista que le ha concedido a Blanche Petrich de La Jornada:


El vasco-mexicano espera en el reclusorio la resolución del juez que podría liberarlo mañana

El Estado español pide mi extradición por un sentimiento de venganza: Llona

Blanche Petrich

A los integrantes de la generación del vasco-mexicano Lorenzo Llona les "llegó la llamada de la conciencia" para luchar por la autonomía de Euskadi cuando el dictador Francisco Franco aún prohibía que se hablara esa lengua que el escritor Bernardo Atxaga ha comparado con un puerco espín; cuando los independentistas aún eran condenados al garrote vil.

"¿Cómo le llega a un joven ese momento de dejar todo por una lucha? No sabría explicarlo. Pero sí sé que de nada me arrepiento. Cuando llegué a México en 1980 cerré un ciclo y empecé uno nuevo. Ahora el Estado español me acusa de algo que sabe que no hice; no tiene pruebas. Pide mi extradición por un sentimiento de venganza, por mala leche, porque a mis costillas quiere enviar un mensaje a todos los que hoy luchan por la independencia del País Vasco, de que no habrá puerto seguro para ellos. Contra la fuerza del Estado, mi palabra y mis 22 años de vida en México son como una pajita que se lleva el río."

Lorenzo Llona, a sus 51 años, naturalizado mexicano hace 10, espera en el Reclusorio Sur el veredicto de las autoridades mexicanas a la petición de arresto con fines de extradición del gobierno español con cierto dejo de fatalismo. De alguna manera, en medio de la catástrofe que le significó a él y a su familia la llegada del operativo policíaco que lo detuvo con lujo de violencia en su casa en Zacatecas, Llona ha corrido con suerte.

Pruebas de descargo

Cuenta como prueba de descargo con un recibo sellado en la Secretaría de Gobernación del pago de su visa mexicana FM-2, con fecha del 25 de junio de 1981 (el delito que se le imputa fue cometido 24 horas antes, en el pueblo guipuzcoano de Tolosa). Además tiene constancias diversas de que ese mismo día, aprovechando su viaje de Querétaro al Distrito Federal, realizó trámites en la Secretaría de Hacienda y en el Instituto Mexicano del Seguro Social. Y su esposa ha localizado a media docena de personas -jefes y compañeros de trabajo de Llona por aquellas fechas, en las que había conseguido empleo como gerente de ventas de una maderería que comerciaba en el Bajío, con sede en la capital queretana- que están dispuestas a testificar que el vasco se presentaba todos los días a trabajar, sin ausentarse.

Ese es el expediente que su defensa presentó hace algunas semanas ante el juez de amparo que deberá resolver si libera a Llona el primero de junio. A su vez, la policía española tiene de plazo hasta el 26 de junio para formalizar el pedido de extradición.

En España la policía lo acusa, por señalamientos de la poderosa Asociación de Víctimas del Terrorismo, de haber participado en el asesinato de tres personas el 24 de junio de 1981 en Tolosa. Entre la escasa documentación del caso enviada a México -apenas dos folios- figura el testimonio de un matrimonio integrado por Elena Undagarín y José Antonio Rezola, quienes cuatro años después de los hechos fueron detenidos. Incomunicados y torturados durante varios días, finalmente uno de ellos, la señora Undagarín, "confesó" haber dado protección en su casa a tres integrantes de ETA. Entre otros, citó el nombre de Lorenzo Llona.

Ese es el único indicio que la justicia española presentó ante el gobierno de México para detener con fines de extradición al refugiado. Desde aquella fecha del falso testimonio -1985-, cuando fue relacionado por primera vez con ETA, cuando llevaba ya tres años radicado en México, Llona nunca fue requerido o siquiera citado en ningún proceso judicial.

"No sé a ciencia cierta cómo fue que aquellas personas me relacionaron a mí con ese atentado, pero supongo que es consecuencia de los métodos policíacos primitivos que se aplicaban en esa época. Lo único que la policía tenía para buscar a los miembros de ETA era un álbum de fotografías. Bastaba con que un detenido señalara a alguien como posible sospechoso para que quedara fichado como tal. De otra forma no me explico cómo somos señalados como culpables del atentado de Tolosa tres vascos que ni nos conocemos, que somos de orígenes muy diferentes; ni siquiera somos de una misma generación."

En un proceso de extradición bajo el tratado bilateral firmado entre México y España en 1995, sin embargo, la justicia española no tiene que comprobar si el delito fue cometido o no. Basta con su solicitud para que el gobierno mexicano proceda. O como lo expresa el vasco detenido: "Vale más su palabra, aunque sea falsa, que todos los indicios de la realidad juntos". Ese es el dilema que enfrenta el juez 13 de distrito, Ranulfo Castillo.

¿Por qué revive ahora la policía española esas viejas averiguaciones judiciales armadas en su época sin método ni ciencia?

"Yo diría -responde desde la cárcel Lorenzo Llona- que es una demostración de fuerza; quieren hacer patente que pueden imponer su voluntad en México y donde sea, que no van a dejar en paz a nadie que esté relacionado con la lucha en el País Vasco. Yo, a mi edad, con 22 años fuera, lejos de todo aquello, no represento nada para la policía española. No sirvo ni para que me saquen información ni como escarmiento. Lo que quieren es demostrar que nada escapa de su largo brazo."

Refugiados de facto

Cuando Franco murió y llegó la transición española, para los vascos que veían en la organización armada ETA una vanguardia siguió la represión franquista. Operaba en esos años el Batallón Vasco Español, un grupo paramilitar que atentaba lo mismo contra miembros de ETA que contra librerías o locales de reunión de tendencia abertzale, independentista.

Llona participaba en el movimiento independentista haciendo pintas nocturnas, pegando carteles. Pero amigos muy cercanos a él empezaron a caer, víctimas del grupo paramilitar. Y como muchos otros, tomó el camino a Lapurdi, Euskadi norte, cruzando la frontera con Francia.

Era 1980. Ese año, Telésforo Monzón, un diputado por el partido Herri Batasuna, visitó oficialmente México y fue recibido por el presidente José López Portillo. Le expuso la precaria situación de centenares de jóvenes abertzales en su país. Los golpes militares en América del Sur y las guerras civiles en Centroamérica eran aún memoria fresca en el país. Los ricos antecedentes inmediatos de México como tierra de refugio de perseguidos eran reconocidos socialmente y, en consecuencia, el presidente ofreció protección del Estado mexicano a una cuota de 100 luchadores vascos.

Nunca llegaron tantos. Fueron entre 70 y 80 los que vinieron a México como refugiados de facto. El acuerdo de Monzón con el gobierno mexicano fue que estos independentistas no recibirían estatuto oficial de asilados pero tendrían reconocimiento por parte de las autoridades mexicanas, con visas FM-2. A cambio, los asilados debían conseguir un empleo y la mayoría residir fuera del Distrito Federal.

A cuentagotas fueron llegando, hasta 1982. La mayoría no se adaptó y regresó a su tierra. Otros sí echaron raíces en México.

En 1980, un nuevo comienzo

"Yo llegué pocos días antes de la Navidad de 1980. Me hice a la idea, en ese momento, de que cerraba una etapa de mi vida y empezaba otra. De lo pasado no me arrepiento de nada. Pero al llegar aquí, al único país que nos daba la bienvenida, tenía conciencia de que empezaba algo totalmente nuevo. La lucha quedaba atrás. Entre otras cosas, pensaba en buscar una compañera."

Eso hizo. Fue tan eficiente Lorenzo Llona, nativo del próspero pueblo vizcaíno de Algorta, que a las pocas semanas ya había conseguido empleo como gerente de ventas de una maderería que operaba en el Bajío y tenía sus oficinas en Querétaro, y había conocido a Guadalupe Orozco, quien sería su esposa. "Del grupo de asilados vascos fui el primero que pudo regularizar su situación. En cuatro meses logré lo que otros inmigrantes tardan años en conseguir, mi FM-2".

Con tal suerte que Lorenzo Llona viajó al Distrito Federal a pagar la tarifa de su visa justo el 25 de junio de 1981. Tiene documentos sellados con esa fecha no sólo de la Secretaría de Gobernación sino de la Secretaría de Hacienda y el Seguro Social, adonde se presentó para realizar trámites.

Poco después se casó con Guadalupe. Se mudaron a Chihuahua, donde se estableció en el comercio de mármol. Ahí nacieron sus tres hijos. Tiempo después se radicó en Aguascalientes y volvió al negocio de las maderas. Empezó una pequeña industria de muebles rústicos. Incluso exportaba a España. En 1993 obtuvo la nacionalidad mexicana. Finalizó el régimen salinista y llegó el error de diciembre y, como ocurrió con miles de pequeños empresarios mexicanos, Llona quebró en 1994.

En Zacatecas la familia empezó desde cero un nuevo negocio. Actualmente, entre Lorenzo y Guadalupe, su mujer, han empezado a levantar cabeza comerciando quesos y carnes frías.

Fueron 22 años con altas y bajas. Su mayor dolor, dice, es el haber tenido que vivir callando su origen. "Es horrible tener que ir por la vida diciendo que eres español, no poder decir: soy vasco". Sus mayores alegrías: "Mi familia, mis hijos, a los que he dejado en plena libertad de elegir lo que quieren ser. Y el saber que toda mi vida he sido consecuente. No he claudicado. Luché por mi pueblo cuando pude y he sabido empezar todo de nuevo cuando ha sido necesario", expresa Lorenzo Llona. De su acento ibérico casi no quedan rastros. 




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