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sábado, 13 de octubre de 2018

México '68

¿A qué punto es abyecta la muy criolla clase política mexicana?

Baste recordar que para los Juegos Olímpicos de 1968 programaron la inauguración para que esta coincidiera con el 12 de octubre. Sí, lo leyó usted bien, México celebraba ser sede de un evento deportivo ideado para promover la paz entre las naciones colaborando con la campaña de blanqueamiento de una fecha infame en la historia de la humanidad, el inicio del genocidio sistemático de los pueblos originarios de América.

Habiendo aclarado lo anterior, les recomendamos leer este artículo dado a conocer por el Diario Vasco:


Iñaki Izquierdo

El Ché Guevara había muerto asesinado solo un año antes. En Francia los obreros habían vuelto a las fábricas, pero el movimiento estudiantil del 68 seguía vivo en México, dispuesto a hacer frente a la élite local que se disponía a sentarse a la mesa de los mejores países del mundo con los Juegos Olímpicos. Los primeros de Hispanoamérica, los primeros que serían transmitidos en directo por televisión. Como tantas veces, el deporte al servicio del régimen, en este caso el de Gustavo Díaz Ordaz. México iba subir de un salto del tercer mundo al primero. Nadie olvidaría los Juegos Olímpicos de México de 1968. Y nadie los olvidará, pero por toda una serie de motivos que no tuvieron nada que ver con lo previsto.

Diez días antes de la inauguración se produjo la tristemente célebre matanza de la plaza de las Tres Culturas. Aún no se sabe cuántos estudiantes murieron bajo las balas de la policía y el ejército. El año 68, el de los levantamientos estudiantiles que relevaron a la clase obrera como punta de lanza de la resistencia antiautoriaria en todo el mundo.

Tal día como hoy hace 50 años tuvo lugar la ceremonia de inauguración, con un gesto que, dadas las circunstancias, resulta hasta difícil de comprender. Por primera vez, una mujer, la atleta Enriqueta Basilio, hizo el último relevo de la antorcha y encendió el pebetero. Un avance que alegró al pueblo mexicano y enfureció al Comité Olímpico Internacional, una institución absolutamente conservadora, cuando no reaccionaria.

A partir de ahí, arrancaron unos Juegos extraordinarios que si siguen en la memoria de los aficionados es porque resultaron ser un canto a la libertad, justamente lo contrario de lo que se pretendía.

En un mundo menos interconectado que el actual, el Mayo parisino se expandió y emparentó con otro movimiento fortísimo, aunque de carácter muy distinto, como fue el de los derechos civiles de los negros en Estados Unidos. Martin Luther King también murió en 1968. Fue asesinado en Memphis en abril.

La imagen de Tommie Smith y John Carlos con los puños al cielo de México en el podio de los 200 metros son, después de 50 años, un icono más vigente que nunca de la cultura popular. El black power. Hoy los negros siguen peleando contra el racismo y la brutalidad policial en Estados Unidos. Black lives matter. Los jugadores de fútbol americano ponen rodilla en tierra cuando suena el himno y el presidente del país más poderoso del mundo carga contra ellos. Y su líder, Colin Kaepernick, se queda sin equipo.

Además de la libertad de expresión, los Juegos de México fueron los de la libertad creativa, encarnada por otro americano, este blanco, Dick Fosbury, que ganó el concurso de altura saltando de espaldas, cuando todo el mundo lo hacía de frente. En aquellos días todo parecía posible para la humanidad. Ningún sueño se antojaba inalcanzable.

Por supuesto, fue una ilusión ingenua. El deporte y el autoritarismo siempre se han llevado bien. Antes de México –el Mundial de fútbol de Mussolini en 1934, los Juegos de Hitler del 36– y después –los Mundiales de la junta militar argentina de 1978, por citar solo un ejemplo–. Pero aquellos Juegos siguen formando parte del imaginario colectivo y de la conciencia social de varias generaciones.



Y bueno, con respecto a ese último párrafo, no olvidemos que la FIFA contribuyó con su parte en la parodia de la Transción Española con el Mundial de 1982. Si con el de 1978 se validaba la dictadura argentina, con el de 1982 se respaldaba a Juan Carlos I, heredero ideológico y político de Francisco Franco.








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