Un blog desde la diáspora y para la diáspora

viernes, 2 de abril de 2021

Euskal Kopa "Española"

Desde Naíz traemos a ustedes esta completísima semblanza acerca de la prevalencia vasca en un torneo futbolístico español con una nomenclatura que escuece, cuya final de la edición 2020 se jugará mañana, con algunos meses de retraso por el tema de la pandemia del SARS CoV-2.

Adelante:


La Copa, el trofeo más vasco (1902-2021)

Los vascos no han destacado precisamente por adeptos a los tres últimos Borbones ni al dictador Franco, pero si en algún torneo han despuntado es en la Copa. Athletic, Real Sociedad, Real Unión y Racing de Irun, Arenas, Bizcaya y Club Ciclista San Sebastián lo ganaron. Osasuna y Alavés, casi.

Ramon Sola

Antes que las ligas fueron las copas. En este y en otros campeonatos, suelen ser los torneos con más solera, aunque con el paso del tiempo vaya modificándose su denominación y su sistema de juego. La actualmente llamada Copa del Rey hunde sus raíces en 1902, es decir, 26 años antes de que arrancara la Liga. Y desde entonces los vascos siempre han sido equipos destacados, dominadores primero y animadores después.

En su palmáres aparecen los dos rivales actuales, Athletic y Real Sociedad (Osasuna y Alavés se se quedaron en puertas), pero también los equipos que fueron su raíz (Bizcaya, Club Ciclista San Sebastián) y otros tres históricos del fútbol vasco (Real Unión y Racing de Irun, y Arenas de Getxo). El Basconia también asomó una vez, pero sin llegar a palparla.

Si el Athletic se impusiera en la Cartuja, de momento cerraría un círculo que comienza con el triunfo del Bizcaya en la primera edición de 1902, ante el Barça y en el campo del Hipódromo de Madrid. Lo seguro es este domingo la primera y la última Copa serán vascas.

Eran años en que aquel invento inglés hacía furor sobre todo en Euskal Herria: como dato, los equipos vascos ganaron las tres primeras competiciones coperas, y su dominio se prolongó claramente hasta 1958, de la mano de aquel mítico Athletic de Zarra, Panizo, Gainza...

Después las cosas no han ido tan bien para nuestros equipos, con dos lagunas considerables entre 1958 y 1969 primero (cuando no hubo una sola victoria) y entre 1988 y 2005 después (esto fue peor, porque se encadenaron diecisiete años sin un solo finalista).

El balance actual sigue siendo importante, porque en 110 ediciones Euskal Herria ha sumado 31 títulos y 26 subcampeonatos, cuatro de ellos en los últimos doce años. Pero mejor comenzar por el principio y recorrer despacio este periplo de más de un siglo atravesado de conflictos y regímenes políticos, y también de éxitos y fracasos deportivos.

1902-1936: Euskal Herria, capital futbolística hasta la guerra

Todo empezó en los albores del siglo anterior, en 1902. Y bajo la organización del equipo que luego daría pie al Real Madrid. A sus mandatarios se les ocurrió convocar un torneo –entonces lo llamaron «concurso»– con los mejores onces del Estado, que entonces solo se medían a nivel local. La «excusa» fueron los fastos de la mayoría de edad de Alfonso XII de Borbón, por lo que se le llamó Copa de la Coronación. No resultó fácil reunir a los jugadores; los desplazamientos eran difíciles y caros. Al final se inscribieron cinco equipos, uno de ellos vasco, el Bizcaya, que en realidad era un combinado formado por los futbolistas del Athletic y del Bilbao, dos equipos distintos en aquel momento.

Dado el número impar de participantes, hubo que improvisar una eliminatoria previa que provocó que el Bizcaya hiciera todo el recorrido del torneo, desde el principio hasta el final. Primero superó al Club Español de Football de Barcelona por 5-1, y luego arrolló en semifinales al New de Madrid por 8-1. Y ya en la final cayó el primer título, que se guarda en el Museo del Athletic tras superar 2-1 al Barcelona.

En aquel combinado figuraban algunos jugadores ingleses junto a los vascos. La primera alineación triunfadora estaba formada por: L.Arana; Kareaga, Larrañaga; L.Silva, Goiri, Arana; Cazeaux, Astorkia, Dyer, R.Silva y Evans. Marcaron Astorkia y Cazeaux. A los primeros partidos de aquel exótico deporte acudieron unas 2.000 personas. Todo se jugó en tres días en el campo del Hipódromo, junto a la Castellana. Entonces nadie imaginaba que era el principio de una larga historia de pasiones.

El año siguiente, la final no la vieron 2.000, sino 5.000 personas. La organización no fue fácil, porque solo tres equipos se animaron a afrontar la aventura: Madrid, Español de Barcelona y Athletic. Los bigotudos bilbainos que posan con la Copa y su zamarra a medias blanca y azul se impusieron a sus dos rivales en una liguilla a tres. La emoción que empezaba a despertar su juego en Madrid fue tal que un grupo de aficionados creó allí, a su imagen y semejanza, un club denominado Club Atlético de Madrid.

El torneo de 1904 tuvo mucha historia, pero poca para el Athletic. Tras distintos conflictos en las eliminatorias previas –peleas, lesiones...–, se dilucidó que no habría final y que en consecuencia se daría por ganador al del año anterior. El torneo se jugó esta vez en el Retiro, adonde volvieron un año después el Athletic y, por primera vez, la Real. Sin embargo, esta vez ganó el Madrid, que encadenaría cuatro victorias seguidas.

Donostia cogió el relevo en 1909, con un equipo pujante: el Club Ciclista, embrión de la Real Sociedad. Se seguía jugando en Madrid, esta vez en el campo de O’Donnell. Los donostiarras también contaban con sus estrellas de las islas: en la final marcaron Simmons y McGuinnes, además de Sena. El Español de Madrid fue doblegado por 3-1. Antes habían caído el Athletic en cuartos y el Galicia en semifinales.

La final se jugó bajo un fuerte aguacero, y los héroes de aquel sistema 2-3-5 imposible de imaginar ahora fueron Bea; Alfonso Sena, Arozena; Arrillaga, Etxeberria, Rodríguez; Miguel Sena, Lacort, Simmons, Mc-Guinnes y Biribén. El cronista de ‘‘El Mundo Deportivo’’ le ponía épica a la cosa: «Allí fue Troya», explicaba en alusión a la cantidad de patadas que se habían dado unos y otros, y que en su opinión hizo que el partido pareciera por momentos «jiu-jitsu» en vez de fútbol.

Lógicamente, varios equipos comenzaron a cuestionar que el torneo tuviera que celebrarse siempre en Madrid, y el Club Ciclista, en su condición de campeón vigente, reclamó la organización. Y aquello sí que trajo el cisma, de modo que en 1910 hubo dos torneos coperos, y una anécdota común: ni para uno, ni para otro. El de Madrid lo ganó el Barcelona (que se estrenaba) y el de Donostia fue para el Athletic. Se jugó, por cierto, en el campo de Ondarreta. Y otra curiosidad: en aquel torneo el Athletic vistió por vez primera la camiseta rojiblanca. Despuntaba en sus filas Belauste, uno de los primeros grandes del balompié vasco.

Los bilbainos prorrogarían su dominio un año después, en un torneo de nuevo unificado que se jugó en Bizkaia, en el campo de Jolaseta, en Neguri (Getxo). Para variar, hubo todo tipo de líos. Primero la Real Sociedad denunció que el Athletic había cometido alineación indebida al poner en el campo a dos jugadores ingleses, Sloop y Martin, que no cumplían la condición federativa de llevar dos años residiendo en el Estado español, lo que sí hacía otro tercer jugador inglés del equipo, Veith.

Aquello tensó todo el torneo. La Real se retiró. En la semifinal, la Gimnástica de Madrid –que ya perdía 2-0– dejó plantado al Athletic en el descanso y se marchó, asegurando que iban a perder el tren. Al menos hubo final, ante el Español de Barcelona, que cayó por 3-1. Tras tanto escándalo, el Athletic optó por no alinear a los dos ingleses que habían levantado el revuelo.

El torneo, pese a sus vicisitudes, iba sumando participantes poco a poco, y en esta década de sumaron a los éxitos dos localidades vascas más: Irun y Getxo. En 1913 volvió a haber cisma, con un torneo en Madrid y otro en Barcelona. El de la capital española, organizado por la Federación, se lo ganó el Racing de Irun al Athletic en una final muy emocionante. Con 2-2 se decidió seguir al día siguiente, porque la luz natural empezaba a escasear, y ese replay fue para los de Irun por 1-0 con un gol de Retegi o San Bartolomé –las crónicas difieren– después de que los bilbainos perdieran un hombre por lesión (los cambios no llegarían hasta varias décadas después).

En aquella época, la ciudad de Irun, con solo 10.000 habitantes, estaba dividida entre dos equipos: el Racing y el Sporting. Un enfrentamiento fratricida que se resolvería con la creación del Real Unión en 1915.

Irun se convirtió de hecho en capital del fútbol estatal, porque acogió las finales de los torneos de 1914 y 1915. Aquellas copas estrenaron formato: por primera vez se pasaron a jugar en eliminatorias y en los dos terrenos de los equipos enfrentados, no en una sede única. Ambos se los llevó el Athletic, primero en el campo de Costorbe (el del Racing) y luego en el de Amute (el del Sporting, ubicado entre Irun y Hondarribia). Aparecía un tal «Pichichi», que anotó dos goles en la final de 1915 (5-0 ante el Español de Barcelona).

También en 1916 ganaron los bilbainos, esta vez en Barcelona y ante el Real Madrid (4-0). Era la decimoséptima edición y el Athletic (con su sigla o la inicial del Bizcaya) había ganado ya más de la mitad de los trofeos: nueve. Pero su hegemonía iba a ser puesta en cuestión por dos equipos que procedían de ciudades vascas menores. En 1917 el foco se desplazaba a Getxo, al Arenas. De hecho, el Athletic ni llegó a la fase final, porque el torneo se estructuró primero en seis zonas que dividían al Estado, y el llamado Campeonato del Norte fue para los rojinegros.

Los combativos getxotarras llegaron hasta la final; más aún, hasta el partido de repetición. Tras empatar primero 0-0 con un Madrid cargado de apellidos vascos (Erice, Mujika, Matxinbarrena, Aranguren, Sansinenea, Petit), igualaron también dos días después (1-1) y hubo que irse hasta la prórroga, donde los madridistas machacaron. La final fue la más larga de la historia: 230 minutos, con 90 y 20 de prórroga el primer día, y 90 y 40 de prórroga el segundo.

Fundado en 1909, bastante más tarde que el resto de habituales en estas copas, el Arenas iba a dar mucho que hablar. Pero antes de que ganara por primera vez en 1919, era la Unión de los clubes de Irun la que se haría con el título. Primero tuvo que superar a Athletic y Arenas en el Campeonato del Norte, y luego todo fue más rodado: 4-1 al Sporting de Gijón, otro 4-1 al Fortuna de Vigo y 2-0 al Madrid en la final, en el campo de O’Donnell de la capital del Estado.

Para entonces ya contaba con René Petit como estrella, aunque los goles los hizo Legarreta. No podía faltar la polémica:la afición madridista intentó saltar al campo tras reclamar dos penaltis y asegurar que el primer gol de Legarreta no era tal porque su shoot, como se escribía entonces, no había entrado.

La fase previa vasca de la Copa había adquirido tanta emoción como la fase final de ámbito estatal. Vista la competencia, el llamado grupo Norte pasó a dividirse en dos: el guipuzcoano y el vizcaino (navarros y alaveses iban mucho más retrasados en esto del balompié). Como ganadores se plantaron en la fase final el Arenas y la Real Sociedad. Los donostiarras cayeron a las primeras de cambio ante el Barcelona, luego subcampeón. La final fue disputadísima: los getxotarras empataron a 2 casi al final, tras ir perdiendo, pero en la prórroga impusieron su físico y el partido acabó 5-2. Sería el primer y último gran título estatal del Arenas, con nombres para la historia como Pagaza o Sesúmaga, que iban a ser olímpicos en Amberes 1920.

Athletic y Real Unión se recuperaron pronto. En 1920 los bilbainos fueron subcampeones y los irundarras semifinalistas en un torneo que ganó el Barcelona y que tuvo un escenario novedoso en la final: el Molinón de Gijón.

Un año después, quien se estrenaría sería San Mamés, levantado ocho años antes, en 1913. Ganó el Athletic, claro, 4-1 al Atlético de Madrid. Fue la primera gran fiesta popular en la Catedral. La Liga no empezaría hasta 1928, por lo que la Copa seguía acaparando todo el protagonismo. En esa década, los éxitos vascos se los repartieron casi a partes iguales Athletic (ganador en 1923 y 1930), Real Unión (subcampeón en 1922 y vencedor en 1924 y 1927) y Arenas (finalista en 1925 y 1927). La Real, con su nombre actual, también se coló por vez primera en una final: la de 1928, que perdió en El Sardinero ante el Barcelona.

¿Anécdotas? Para dar y tomar. En la final de 1922, en Vigo y ya ante 12.000 espectadores, el Real Unión abandonaría el campo durante un cuarto de hora en protesta por una entrada brutal de un jugador del Barça.

En el equipo irundarra campeón en 1924 y 1927 el portero era Antonio Emery, «Pajarito», abuelo del actual entrenador del Villarreal.

En 1928, la revelación fue el Alavés, que irrumpió cargándose a Athletic y Real Madrid y solo fue desbancado de la final por el Barcelona. Pero aquella edición quedó para la historia sobre todo por la final bronca y larga entre Barcelona y Real Sociedad, que hizo que Rafael Alberti escribiera su famosa ‘‘Oda a Platko’’, el portero del Barcelona. Hubo que jugar hasta tres partidos para desempatar, con lo que se superó el récord de 1917.

El torneo copero de 1931 arrancó justo dos días antes de que Alfonso de Borbón abdicara. Lo primero que hizo el régimen republicano, obviamente, fue cambiar el nombre a la competición para denominarla Copa de España. También la Real Sociedad pasó a llamarse Donostia, por ejemplo. Lo que no cambió fue el dominio del Athletic, que se llevó cuatro trofeos consecutivos en escenarios solemnes (dos en Chamartín y dos en Montjuic) y ante rivales de altura (en dos batió al Madrid, en una al Betis y en otra al Barcelona). Eran los tiempos de Bata, Chirri, Gorostiza, Iraragorri...

La Copa de 1935 pasó a la historia como la de las mayores sorpresas conocidas. Por primera vez, el trofeo se fue a un sitio que no era ni Madrid, ni Catalunya, ni Euskal Herria. Lo ganó el Sevilla a otro equipo desconocido, el Sabadell, y por allí apareció por vez primera también Osasuna, que fue semifinalista junto a otro recién llegado: el Levante. Marcaba una tendencia, porque en 1936 los navarros también rozaron la final. El Barcelona les cortó el paso para perder luego la final, 2-1 contra el Madrid. Era el 30 de junio, apenas 18 días antes del inicio de la guerra.

1936-1975: cuando la Copa era de Franco y casi siempre ganaba el Athletic

El fútbol, como la vida entera, se pararía hasta 1939, donde la Copa reaparecería ya como «la del Generalísimo». Se disputó a prisa y corriendo, en un intento de aparentar normalidad y sin que se jugaran las fases previas habituales en zonas que seguían en guerra, como Catalunya, Valencia o Madrid. La pelota sí volvió a rodar en Euskal Herria, con los equipos habituales pero con un vaivén importante de futbolistas, muchos de los cuales habían partido al exilio.

En ese caos sobresalió un nombre nuevo, el del Oriamendi de Barakaldo, germen del actual equipo gualdinegro: rozó la final. Pese a estar en Segunda División antes de la guerra, disputó la semifinal copera con el Racing de Ferrol empatando en Lasesarre y perdiendo por la mínima en tierras gallegas.

Entrábamos en los años 40, a partir de los cuales el Athletic iba a apuntalar su corona de rey de copas. No le costó mucho rehacerse tras el trauma y los horrores bélicos. En 1942 volvió a ser subcampeón en una gran final ante el Barcelona (4-3), mientras recuperaba el título de Liga, y en 1943 ganaba la Copa de nuevo al Madrid, con un gol de Zarra en el minuto 114. Junto a él aparecían ya otros míticos: Panizo, Gainza...

Con todo, el partido más famoso del torneo no fue ese, sino otro anterior, que pasó a la historia como «el escándalo de Chamartín». El Barcelona había ganado 3-0 al Madrid en la ida de semifinales en Las Corts, pero en la vuelta se preparó una encerrona que concluyó con un 11-1. Los catalanes denunciaron cosas como que el público había estado todo el partido lanzando piedras a su portero. Y hubo incluso dimisiones en el régimen por el escándalo.

Ajeno a todo ello, el Athletic siguió engordando su palmarés. En 1944 y 1945 se llevó dos nuevas copas en Montjuic y ante un mismo rival: el Valencia, que por aquellos años contaba con numerosos vascos (Eizagirre, Ortuzar, Iturraspe, Lekue, Igoa). El Athletic se asentaba como rey de copas con dieciséis trofeos ya. Y aquel deporte que había comenzado como una diversión extraña y lejana reunía a multitudes: 65.000 en 1944.

1946 fue el peor año copero hasta entonces. Ningún vasco llegó siquiera a la eliminatoria de cuartos. Al Athletic lo dejó fuera el Alcoyano. Un año después, el Madrid fue el verdugo en semifinales. Y en 1948, la Real Sociedad tomó el relevo llegando al último peldaño, pero allí el Sevilla le encasquetó un 7-1.

Franco empezaba a ser un asiduo en las finales, así que el entonces aún llamado Chamartín se quedó como sede fija. El Athletic volvió en 1949, pero esta vez el Valencia se tomó la revancha. La década de los 50 sí le devolvió el cetro copero. El rival era el Valladolid, por entonces un equipo de la zona baja de la tabla de Primera, pero se atragantó. Los 90 minutos acabaron con 1-1. Luego llegó Zarra; tres goles en la prórroga, 4-1 y otra copa para el Botxo.

Habían pasado 23 años desde la final de Platko, así que a la Real ya le tocaba dejarse ver de nuevo. Con Benito Díaz en el banquillo y 75.000 personas en la grada, el Barcelona de Kubala no dio opción. 3-0 ante los donostiarras Eizagirre, Ontoria, Patri, Epi, Barinaga... El verdugo fue, con dos goles, César, máximo goleador de la historia azulgrana hasta que llegó un tal Messi.

Empezaban unos años de hegemonía copera catalana, que no pudo cortar el Athletic en la final de 1953. El Madrid daba motivos para consolarse, porque hasta en seis ocasiones consecutivas cayó en semifinales, sin poder llegar a su Chamartín. En 1955, el recinto pasó a llamarse Santiago Bernabéu, y el Athletic lo celebró a su manera, ganando el trofeo dos veces seguidas, ante Sevilla y Atlético. Y en 1958 repetiría ante el Real Madrid, que había logrado romper su maleficio y volver a la final tras once años de sequía. El equipo que acababa de ganar las tres primeras Copas de Europa no podía con los leones en su propio feudo (2-0).

Para entonces, el Bernabéu era una segunda casa para el Athletic, en la que pocas veces se escapaba el trofeo. Pero este triunfo fue muy sonado; los rojiblancos llegaban con un equipo sin tantas estrellas como antes –les llamaban ya «los once aldeanos»– y pudieron con el todopoderoso equipo capitaneado por Di Stéfano, el mejor jugador mundial de la época. Arieta I y Mauri marcaron. Para medir el valor de la victoria servían otros datos: el Athletic fue sexto en la liga, con 32 puntos por 45 del Madrid, que quedó campeón; y en esa competición, los blancos fulminaron a los leones en su campo (6-0) y en San Mamés (0-2). Pero estaba claro que la Copa era otra cosa.

Con todo, la gran época del Athletic iba pasando, y otros equipos apretaban fuerte: además de Madrid y Barcelona emergían el Atlético, el Zaragoza... Así que a los vascos les iba a costar un lustro volver a aparecer por la final. En 1965 pudo haber final Athletic-Real por vez primera y única hasta este 2021, pero ambos cayeron en semis precisamente ante colchoneros y maños.

Un año más tarde, los bilbaínos sí retornaron al Bernabéu, pero para perder ante el Zaragoza, y otro tanto ocurrió un año después ante el Valencia. La final de Copa cada vez estaba más cara, como quedó de manifiesto en 1968, cuando Barcelona y Madrid coincidieron de nuevo en ella, lo que no ocurría desde 1936, 32 años antes nada menos (ganó el Barça, por cierto).

La década no podía acabar sin una victoria vasca. Fue «in extremis», pero fue. En 1969, el NO-DO mostraba imágenes de txistus y dantzas en Madrid, mientras afirmaba que en Elche –el sorprendente rival– «solo habían quedado las palmeras y los inválidos». Costó abrir la lata, pero Arieta lo logró en el minuto 83 y la Copa se recuperó, sin demasiada épica.

Por cierto, este año sí que se tocó con la punta de los dedos una final de «derbi», ya que el Elche se cargó en semifinales a la Real por los pelos. Ganó primero 3-0 en su campo de Altabix, pero los donostiarras devolvieron el tanteador en Atotxa (4-1), después de marcar tres goles en el último cuarto de hora. El reglamento obligaba a jugar un partido de desempate, que fue en Madrid, y allí el Elche ganó 2-0. En sus filas jugaba Asensi, que luego brilló en el Barcelona.

Cuatro años pasaron para que se repitiera otra final similar. El Athletic se midió a un nuevo equipo de la zona media y de la parte mediterránea: el Castellón. ¿Aparentemente menor? Pues no, porque en la liga había sido quinto y el Athletic, noveno. Sin embargo, la Copa seguía siendo un torneo talismán. La final se solventó con un 2-0, de nuevo con Arieta como goleador, al que acompañó Zubiaga. Iribar se encargaba de poner el candado. E Iñaki Saez, de alzar la Copa.

1975-2021: Once finales y solo dos victorias vascas

El Txopo iba a ser el gran protagonista de la siguiente final, pero a su pesar y de modo totalmente imprevisible. La de 1977, muerto ya Franco, fue una de las finales más emotivas que se recuerdan... y recordarán. Se enfrentaban dos equipos en buena racha: el Athletic, tercero en liga y que había sido finalista en UEFA ante la Juventus, y el Betis, quinto en liga con jugadores importantes como Esnaola, Biosca, Benítez, Cardeñosa...

Con el paso de las décadas, los viajes a Madrid ya eran mucho más asequibles, de modo que decenas de miles de aficionados bilbainos acudieron al Bernabéu. Nada que ver con este 2021 pandémico. El partido fue vibrante. Carlos adelantó al Athletic tras una falta sacada por Txetxu Rojo, pero el Betis empató en el descuento de la primera parte. Así llegó la prórroga. En una de sus pillerías, Dani hizo el segundo robando una cesión bética al portero, pero cuando el partido agonizaba ya López (minuto 117) igualó para los sevillanos.

El final fue la locura. Pasó a la historia como «el partido de los 20 penaltis», porque no había forma de desempatar, y acabó en un combate fraticida entre porteros. Esnaola marcó a Iribar, y el de Zarautz no pudo hacer lo mismo porque el andoindarra adivinó su disparo con «paradinha». Una de las anécdotas más comentadas fue la euforia de Felipe González, que todavía no pasaba de ser líder de la oposición, y que bajó a los vestuarios para felicitar a su equipo. La Copa, por cierto, ya era oficialmente «del Rey».

Iba a cambiar la década y llegaba por tanto la gran era liguera de los nuestros, pero paradójicamente en esos años destacar en la Copa resultó más arduo. La Real, con su equipazo, cayó tres veces casi seguidas en semifinales: 1978, 1982 y 1983. Primero le descabalgó el Barcelona, luego el Madrid en los penaltis y en la tercera de nuevo el Barça. Fueron torneos «raros», sobre todo ese 1980 en que se produjo una final inverosímil entre el Madrid y su filial, el Castilla, al que lógicamente arrasó con un 6-1.

Y así arribamos a la última Copa del Athletic. 1984, con los leones en la cima tras ganar dos ligas consecutivas con Javier Clemente al frente. Los leones se habían cargado al Real Madrid en semifinales por penaltis, pero quedaba el Barcelona de Schuster y Maradona. Se enfrentaban dos estilos: el fútbol físico y directo del Athletic contra el toque y las estrellas del Barça. El choque venía lastrado también por la entrada de Goikoetxea a Maradona en el Camp Nou unos meses antes, que le costó 18 partidos de sanción al central y cuatro meses de lesión al argentino. La tensión se mascaba en el ambiente y explotó al final, cuando Maradona inició una batalla campal en la que varios rojiblancos fueron agredidos por la espalda. Antes que Maradona se desquició Schuster, que lanzó un bote a la grada.

Sobre el césped, el Athletic había sido mejor, tanto en la grada (se habló de 70.000 vascos por 20.000 catalanes) como en el campo. Endika marcó pronto, en el minuto 14, y luego los bilbainos se aplicaron en el marcaje y resistieron como jabatos.

Pasaron a la historia Zubizarreta, Urkiaga, Núñez, Liceranzu, Goikoetxea, De Andrés, Patxi Salinas, Dani, Endika (Sarabia), Urtubi y Argote (Gallego). La gabarra zarpó. Y a todo esto Schuster, que había sido el primero en desquiciarse al lanzar un bote a la grada bilbaína, afirmaba lamentar sobre todo que los reyes españoles hubieran presenciado semejante batalla campal.

El Athletic repitió final un año después, en 1985, pero esta vez no pudo ser. Tras eliminar en cuartos a la Real y en semifinales al Betis, se le atragantó el Atlético de Madrid de Luis Aragonés, con Hugo Sánchez –que hizo doblete– como figura. Julio Salinas marcó después el 2-1, pero el tanteador ya no se movió. Dani jugó su última final, con 34 años.

La Real Sociedad no había conseguido colarse en ninguna final en sus mejores años, pero sí lo hizo en 1987 tras renovar su equipo campeón con los Luis Mari López Rekarte, Bakero, Larrañaga... acompañando a los veteranos Zamora, López Ufarte o Arkonada. La Romareda de Zaragoza iba a pasar a la historia, porque la Real no había ganado nunca una Copa, aunque sí aquel Ciclista San Sebastián de sus orígenes.

El partido tuvo tres nombres muy marcados: López Ufarte, que marcó el 1-0 en su despedida; Txiki Begiristain, con un golazo por la escuadra (2-1); y Arkonada, que en los penaltis dio la razón a quienes se desgañitaban en la grada con aquel «No pasa nada, tenemos a Arkonada». Había costado casi un siglo entero, pero la Copa volvía a Donostia, y hubo hasta quien parafraseó a Alberti para cantar en honor a Arkonada aquellos versos dedicados a Platko hacía ya 60 años.

Aquel equipo creció muy rápido de la mano de Toshack y un año después se plantó en la final de nuevo, y como gran favorito pese a medirse a todo un Barcelona. La Real había acabado segunda la liga; el Barça, sexto. Pero sobre todo coleaba la exhibición dada en el Bernabéu en semifinales, donde los donostiarras habían deslumbrado con un 0-4 (dos de Bakero, Gorriz y Begiristain), ridiculizando a la Quinta del Buitre. El Barça, por su parte, llegaba tras eliminar a Osasuna, quinto en la liga, pero en muy mala forma; de hecho, si no ganaban la Copa, los culés ni siquiera jugarían en Europa.

El favoritismo donostiarra no sirvió de nada; al contrario, le salió un partido espeso, que decantó en su contra el gol de un vasco, Alexanko. Luis Aragonés había vuelto a cruzarse en el camino de los nuestros.

Siglo XXI, ni Athletic ni Osasuna ni Alavés

Con aquella decepción iba a venir una travesía del desierto copera casi interminable.

De hecho, hubo que esperar toda una década para que otro equipo vasco apareciera en semifinales, ¡el Alavés! En el año en que iba a ascender a Primera, 1998, los gasteiztarras eliminaron a Aurrerá, Oviedo y Compostela. La campanada llegó en octavos, cuando dejaron fuera al Real Madrid, y siguió en cuartos, tumbando al Deportivo, instalado también en la elite. Su trayectoria la quebró en semifinales el Mallorca,que luego perdió la final con el Barcelona.

Hubo que llegar a 2005 para romper nada menos que diecisiete años de sequía en las finales. Lo hizo Osasuna, nuevo en estas lides. La final tuvo un previo desesperante: tres años antes, en 2003, los rojillos dilapidaron miserablemente esa opción de hacer historia. Se plantaron en semifinales y les tocó en suerte el Recreativo, colista de Primera. En un exceso de confianza en la plantilla imperdonable, el mexicano Javier Aguirre sacó a los suplentes en Huelva y se trajo a casa un 2-0 que no pudo voltear en El Sadar. Sin embargo, dos años después la suerte le deparó otra opción, tras eliminar en cuartos al Sevilla y en semis al Atlético de Madrid.

Los rojillos se midieron en el Calderón al Betis, que había sido cuarto en la liga. Con 22.000 hinchas en las gradas, les faltó muy poco para levantar un gran trofeo por primera vez en la historia. El australiano Aloisi empató en el minuto 84 tras adelantarse el Betis, y los rojillos llegaron más enteros a la prórroga, pero las ganas de ganar provocaron una contra letal y el trofeo se fue a Sevilla.

Precisamente el Betis había sido verdugo del Athletic en la semifinal, apagando la sed bilbaina de volver a disputar su Copa, cada vez más acuciante. En 2009 ya no perdonó. El león se merendó en San Mamés a aquel Sevilla cuyo presidente había prometido comerle «hasta el rabo». Valencia fue la última final para los vascos, en su competición preferida, pero tampoco pudo ser frente a la engrasada maquinaria de Pep Guardiola, en un año en que el Barcelona lo iba a ganar todo. 4-1 tras el gol inicial de Toquero.

En la última década todo está mucho más reciente... e igual de fallido. Con Bielsa en el banquillo y un juego excelso, el Athletic volvería a medirse a Messi y su tropa en la final de 2012, y de nuevo con descalabro: 3-0. Tampoco dio opción el astro argentino en la de 2015 en el Camp Nou: 3-1 maquillado al final por Williams que se recordará por el slalom del 10 desde Balenziaga hasta Iraizoz.

Más cerca estuvo el Alavés de Pellegrini en el Calderón en 2017, en la primera final copera de su historia en casi un siglo. Un golazo de falta de Theo le dio el 1-1 y vida durante doce minutos, hasta que se impuso la calidad azulgrana (3-1 al final).

Las chicas de la Real, las últimas

Si para los chicos se romperá este sábado una sequía de triunfos de 34 años, en la llamada Copa de la Reina se han levantado hasta seis títulos en este periodo, el último el de la Real Sociedad en 2019 ante el Atlético en los Cármenes de Granada, con los goles de Kiana Palacios y Nahikari.

Antes hay que apuntar tres copas para el Añorga en los 90 y dos para el Oiartzun a finales de los 80. Y toca recordar que la última final vasca ha sido en categoría femenina, entre estos dos equipos y en 1987, justo el año de la última copa masculina. Se jugó en Zumarraga y se lo llevaron las oiartzuarras por 3-2. Como aquella tarde, lo único seguro en la noche sevillana del sábado es el que el título se quedará en una vitrina vasca.





°

No hay comentarios.:

Publicar un comentario