Por efectos de las restricciones propias de la estrategia sanitaria implementada ante la pandemia del SARS CoV-2, este es el segundo añ en el que el pueblo vasco se ve en la necesidad de celebrar el Aberri Eguna de forma diferente, adaptada a las circunstancias.
Desde la diáspora no podemos faltar a esta cita y es en ese sentido que les compartimos este texto de Iñaki Egaña dedicado a tan particular fecha.
Adelante:
Aberri Eguna 2021
Iñaki EgañaCuando hablamos o escribimos de la patria parece que lo hacemos sobre el pasado, como si la tierra que nos acoge se fuera difuminando y únicamente nos quedara su nostalgia, la de aquellos tiempos en los que, más jóvenes, abrazábamos convencidos a esa revolución que suspirábamos a la vuelta de la esquina. Asociábamos la patria con la revuelta, con la transformación de una sociedad que nos habían legado nuestros predecesores, convertida en un actor impasible frente al ogro que representaba una dictadura omnipresente.
Hay algo de cierto en esa reflexión. Porque trazos de ese eco me llegan al presente, como si el pasado estaría pegado, inexorable, a esa piel que ya marca gruesamente las arrugas del tiempo. No puedo sino colmarme de las huellas ancestrales cuando huyo en la medida de lo posible de los cercos impuestos en estos tiempos de pandemia, para vacilar entre las rocas del laberinto de Arno, y reposar entre esas estrías que fueron, hace más de un siglo, ocupadas por abarcas guerreras, en aquella histriónica confabulación dinástica en la que perdimos a lo mejor de nuestros descendientes.
No puedo sino declinar con ahogo aquellos nombres de esos recién emigrados de la adolescencia que se agolpan en las lápidas de esa Gran Guerra que se llevó a la mitad de nuestra juventud del norte de esa muga inutilizada por contrabandistas. Recito sus nombres, como si al hacerlo les devolviera, aunque por unos segundos, el aliento de la vida. Esa vida que se expande por los rincones más recónditos de nuestro planeta pero que en nuestra tierra adquiere ese tono tan especial que nos encandiló y embozó de identidad.
Una identidad recitada con letras y silabas, agudas y graves, declinadas con tantas variantes que se me escapan entre los labios cuando las ahuyento. Que, como en tantas otras lenguas, describen lo que veo, lo que siento, lo que amo, lo que lloro. Pero en esta tierra lo hace de una manera especial, tan especial que fue prohibida por inquisidores y torturadores, como si decir “maite zaitut” fuera subversivo, como si el aleteo de miles de “pinpilinpauxa” hicieran temblar los zócalos de los castillos, como si las rimas de Maialen, Alaia o Uxue fueran marchas militares para conquistar la mansión del virrey.
Una identidad forjada, no lo puedo remediar, en los rastros de Kalamua, Sabigain, Lemoatx que recitó Lauaxeta, en las golondrinas alpargateras de Salazar y Roncal, en los últimos pasos hacia el paredón de Angel Otaegi al alba de aquel maldito sábado de setiembre. En esas niñas de Gernika, en esos niños de Durango que vieron cercenada su historia e hicieron un agujero en la nuestra, incluso antes de que llegásemos a este mundo tan violento.
Sé que, en los tiempos que corren, la patria es un concepto demasiado esculpido con ejemplos que aterran. Nuestros vecinos conquistaron medio planeta con sus virus, espadas y religiones en nombre de monarcas reales, emperadores azulados y republicanos chauvinistas. Todos ellos a la sombra de una patria que me produce náuseas. Por eso quiero creer que la mía es distinta, pura rebeldía. Y sé, también, que esas hermosas proclamas que hicieron aquellos activos activistas sobre la solidaridad universal, arriba parias de la tierra, el bien más preciado es la libertad, son también las mías.Y que como contaba y cantaba Facundo Cabral, no soy de aquí, ni soy de allí, pero “Me gusta ir con el verano muy lejos, pero volver donde mi madre en invierno. Y ver los perros que jamás me olvidaron y los abrazos que me dan mis hermanos”. Porque la patria es eso, también. El refugio de la comunidad, el nido que nos arropa. Tal y como cantaba la cubana Omara Portuondo, a sus 90 años, en ese escenario donostiarra colgado del mar hace ahora poco más de un año: “Mi soledad se siente acompañada”.
Y es verdad que cuando hablamos y escribimos sobre la patria parece que nos embarazamos en el pasado. En las sombras de las calzadas romanas, en las sendas de pastores y migrantes, en los viejos caminos de los mugalaris, en las autopistas que colman de cemento las colinas y los rasos de nuestro país. Y en las aflicciones que se esconden en mis congojas, las que he descrito con trazo ligero en las líneas anteriores.
Pero el pasado no es más que el aire aquel que nos azotó y nos marcó de una determinada manera. No me atrevo a escribir que estamos predestinados, aunque el entorno, físico y humano, nos hace ser como somos. El pasado está escrito en la memoria, y el futuro está presente en el deseo, rotuló el mexicano Carlos Fuentes. No tengo dudas, en esta ocasión, que aquellos que gestionaron la rebeldía en nuestra patria lo hicieron para modificar el futuro.Un futuro cuya letra está escrita en la épica de la humanidad y que en nuestro territorio lo acoplamos en nuestro pentagrama particular. Con los antecedentes que quieran, expuestos incluso en aquella Declaración de Independencia de un estado que hoy repudiamos, no por su pueblo, sino por sus líderes, EEUU: “Entre los derechos inalienables se encuentran la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad”. ¿Cuál ha sido el fin de las luchas de todos nuestros compatriotas, sino la búsqueda de la felicidad? En este pedazo de tierra, refugio de generaciones, morada de conspiraciones y campo de batalla. Una Declaración a la que añoro para mi patria, Euskal Herria.
Es por eso que la patria no es una entelequia, sino un activo, individual y colectivo, que brilla con la luz que hombres y mujeres le aportamos. Con un pasado, “guardianes apasionados y leales de la tierra que nos dejaron nuestros ancestros” que cantaban Xalbador e Ihidoi, pero con un proyecto de futuro. Por eso, en esos sueños, en esas letras, en esas líneas que deslizo, en ese recorrido vital, me emocionan los caracteres que entona el cantor. Desconozco su referencia emotiva, aunque la intuyo. La mía, en cambio, la reafirmo. Es mi patria: “Si ella me faltara alguna vez, nadie me podría acompañar, nadie ocuparía ese lugar que descubro en cada amanecer”.
Y bueno, definitivamente nos podemos dejar fuera la visión de Tasio:
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