Les presentamos la tercera entrega del texto 'Ley de valor, militarización y guerras justas e injustas' que nuestro amigo Iñaki Gil de San Vicente ha dado a conocer en el portal de Rebelión.
Lectura altamente recomendada, misma que ahora acompañaremos con las imágenes de Antoni Campañà recientemente dadas a conocer.
Aquí la tienen:
Ley de valor, militarización y guerras justas e injustas
Iñaki Gil de San Vicente
3.- Militarización y Ley Tendencial de Caída de la Tasa de Ganancia«Las necesidades históricas que conlleva la competencia mundial intensificada para la conquista de condiciones de acumulación, se transforman así, para el capital mismo, en un magnífico campo de acumulación. Cuanto más enérgicamente emplee el capital al militarismo para asimilarse los medios de producción y trabajadores de países y sociedades no capitalistas, por la política internacional y colonial, tanto más enérgicamente trabajará el militarismo en el interior de los países capitalistas para ir privando, sucesivamente, de su poder de compra a las clases no capitalistas de estos países, es decir, a los sostenedores de la producción simple de mercancías, así como a la clase obrera, para rebajar el nivel de vida de la última y aumentar en grandes proporciones, a costa de ambos, la acumulación del capital. Sólo que, en ambos aspectos, al llegar a una cierta altura, las condiciones de la acumulación se transforman para el capital en condiciones de su ruina».Rosa Luxembug La acumulación del capital. Edic. Internacionals Sedov. París, p. 232
La publicación del libro La acumulación del capital fue retrasada deliberadamente por el partido socialdemócrata alemán en 1912 porque contradecía su electoralismo pacifista, pero sobre todo porque atacaba el imparable militarismo alemán y la contaminación ideológica imperialista que ese rearme conllevaba, como se demostraría en 1914. No era cuestión de enfrentarse a una de las mayores fuerzas de la burguesía alemana, la formada por la alianza entre la casta político-militar junkers y la poderosa industria armamentística y del acero. Desde finales de 1918 esta alianza criminal, contando con el apoyo decidido de la socialdemocracia, asesinó a miles de trabajadores y trabajadoras, a cientos de militantes spartakistas, entre ellos a Rosa Luxemburg y Karl Liebeknecht.
Pero Rosa la Roja no había hecho sino aportar su valiosa interpretación de la crítica de Marx y Engels al capitalismo, ampliándola al papel de la militarización en la fase imperialista recién iniciada. La síntesis de la crítica marxista a la industria de la matanza humana se encuentra en muchos textos mal llamados «menores», «políticos», etc., por ejemplo, en la Ideología Alemana en donde se afirma que en determinado momento de su desarrollo las fuerzas productivas devienen fuerzas destructivas, o en los varios textos en los que avisan ambos amigos que una de las salidas burguesas de sus crisis no es otra que la destrucción de fuerzas productivas, cierres de empresas, etc., o en la destrucción mutua de las clases en conflicto…, advertencias todas ellas, y a las que deberemos volver, que nos remiten siempre al papel de las violencias dentro de las contradicciones burguesas.
Pero en el llamado impropiamente «nivel teórico» la síntesis de la crítica aparece en El Capital y de manera más incisiva en los capítulos dedicados a la ley general de la acumulación, a la acumulación originaria de capital y a la ley tendencial de la caída de la tasa media de ganancia; y dentro de este último a las páginas dedicadas a las medidas impuestas por la burguesía para contrarrestar esa tendencia y para revertirla. Son seis las medidas que cita Marx, pero advierte que son las «principales» asumiendo así que entonces había otras que no lo eran, al menos para lo que él quería decirnos en ese contexto, pero las que expone son estas: 1) Elevación del grado de explotación del trabajo. 2) Reducción del salario por debajo de su valor. 3) Abaratamiento de los elementos del capital constante. 4) La sobrepoblación relativa. 5) El comercio exterior. Y 6) El aumento del capital accionario.
En mayor o menor grado, las seis exigen de la intervención de las violencias del Estado para imponerlas. La 1), 2) y 4) tratan directamente sobre cómo la burguesía empeora las condiciones de vida y trabajo, reduce los derechos sociales y democráticos conquistados y aumenta de facto el desempleo, que es un arma de terror paralizante. El Estado ha de reprimir las protestas y resistencias proletarias contra esa agresión, y en caso extremo recurrirá al ejército. La 3) y 5) implican entre otras cosas exprimir a las naciones expoliadas para abaratar las materias primas a fin de reducir los costos de las máquinas, infraestructuras e instalaciones, incluidos alimentos y el «robo de cerebros» de los países empobrecidos para que sean explotados en el centro imperialista, como Roma intentó hacer con Arquímedes e hizo con muchos sabios y artesanos griegos: sin chantajes, amenazas o sin ataques militares, el imperialismo tendría demasiadas dificultades. Y la 6), que Marx apenas analiza, tiene una conexión estructural con la militarización, que en su tiempo era el boom de los ferrocarriles y luego se ha ampliado a todas las redes de transportes y comunicaciones vitales para la logística militar.
Cada crisis del capitalismo muestra la actualidad de estas palabras. Antes de la primera Gran Depresión de 1873 una de las formas del militarismo colonialista era la conocida «diplomacia de las cañoneras» porque aún no se había desarrollado la atrocidad imperialista, aunque esa Depresión aceleró su desarrollo. En 1894 Engels certificó el enorme poder alcanzado por la Bolsa desde que se escribiera El Capital. La Bolsa era ya una de las oficinas siniestras que más impulsaba la militarización: los Estados necesitaban préstamos para rearmarse y la Bolsa se los daba reforzando las cadenas de oro de la deuda. Fueron estas cadenas las detonantes de las caídas de grandes imperios como el chino, el otomano, el zarista…, con efectos cualitativos sobre la historia humana. A comienzos del siglo XX la forma imperialista es dominante como se aprecia en las guerras de 1898 a tres bandas entre EEUU, el reino de España y los pueblos de Cuba y Filipinas, resultando victorioso el expansionismo yanqui, lo que hizo que al poco tiempo ya no se hablase de la «diplomacia de las cañoneras» sino de la «diplomacia del gran garrote» en referencia a la muy superior letalidad de las armas imperialistas.
Obviamente, el desarrollo de la industria de la matanza humana no podía por menos que reflejarse en los debates sobre el imperialismo que justo comenzaron en ese período, tal como lo señalan en 1912 R. Luxemburg y en 1914 Lenin, entre otros. La quíntuple caracterización del imperialismo que hace Lenin nos remite directa o indirectamente al papel de los ejércitos imperialistas como garantes de los intereses de grandes corporaciones que se reparten un mundo finito por lo que, para 1914, habían terminado ya ese reparto, según sostiene en el 4º y 5º punto: a partir de ahí, las guerras interimperialistas serán dentelladas brutales entre las grandes burguesías para robarse unas a otras los pueblos que ellas han dominado previamente. Además de la IGM, que confirma la teoría del imperialismo, nos interesa citar muy rápidamente otras dos guerras que rompieron los esquemas eurocéntricos: la revolución mexicana de 1910-1917 y la sucesión de guerras múltiples que se libraron en China desde 1913 hasta 1949. Nada de esto es comprensible sin entender el papel del militarismo en la acumulación del capital, como demostró Rosa en 1912 desarrollando las ideas de Marx y Engels.
La intensa militarización del mundo iniciada poco después de la segunda Gran Depresión de 1929 elevará todas las contradicciones capitalistas hasta hacerlas estallar entre 1931, año de invasión de Manchuria por Japón y 1945 año en el que en el que el Ejército Rojo libera gran parte de la Europa ocupada por el nazi fascismo y en el que EEUU asesina a decenas de miles de personas con dos bombas nucleares lanzadas contra Japón. Se inicia entonces una nueva fase en el papel de la guerra en la acumulación del capital.
La Bomba fue desarrollada por EEUU aun sabiendo ya en la mitad de la IIGM que Alemania no podía crearla por falta de recursos. Las resistencias en contra de un amplio grupo de científicos y técnicos fueron desoídas, y se lanzaron dos sobre Japón con la excusa de forzarle a rendirse para evitar centenares de miles de muertes durante la invasión, tal como aseveraba el Pentágono que sucedería. Pero investigaciones recientes sostienen que Japón, agotado sobre todo por la «guerra total» defensiva china, no se rindió por la Bomba, sino por el miedo de su burguesía y de la Casa Imperial a que el Ejército Rojo, que avanzaba como un relámpago por Manchuria, entrara en Tokio antes que los norteamericanos, lo que sería una catástrofe para el capitalismo nipón y de rebote para el imperialismo yanqui, que llevaba años pensando cómo engullir la Isla y apropiarse de sus recursos.
El bombardeo nuclear de Japón también era una muy seria advertencia a la URSS. Gran Bretaña presionaba para que, tras rendirse Alemania, los aliados organizaran un ataque a la URSS integrando en su ejército unidades alemanas. Era tan descabellado el plan que se rechazó, pero al poco tiempo sí se iniciaron planes para bombardear nuclearmente las cien ciudades soviéticas más importantes. A finales de 1952 EEUU hizo explotar la bomba de hidrógeno, diseñada gracias a los avances de la computación realizados por von Neumann, un científico fanáticamente anticomunista que desarrollo la máquina de Turing con el objetivo de multiplicar la letalidad del bombardeo nuclear de la URSS.
En ese contexto, Eisenhower, presidente de EEUU entre 1953 y 1961, habló del «complejo militar-industrial» para referirse sin citarlo al núcleo del poder: la poderosa unidad de clase entre el Pentágono y los servicios secretos, las empresas armamentistas, el capital financiero y la casta política, núcleo apoyado por una cuadra de pesebreros periodistas e intelectuales. Se trataba del keynesianismo militar, algo mucho más destructor y peligroso que el simple «complejo» reducido a una entidad tecnicista sin contenido burgués y aparentemente neutral. De este modo se ocultaba al público la lógica imperialista del «complejo» y se reforzaba la falsa imagen democrática de EEUU. Por el contrario, como hemos visto, un siglo antes Marx y Engels no dudaban en ir al corazón del problema: la industria de la matanza de hombres es parte del proceso de explotación fabril que a su vez es el secreto de la plusvalía. La ley del valor también se sustenta en la destrucción de fuerzas productivas, sobre todo de la fundamental: el proletariado. Esta dialéctica entre producción y destrucción es inconcebible para la lógica formal.
Para recuperar la ganancia en plena crisis hay cerrar fábricas, aumentar el desempleo, acabar con los servicios públicos y sociales para llevar ese «capital liberado» a los bolsillos burgueses, encarcelar a las izquierdas y restringir derechos; hay que hundir los pequeños negocios obsoletos y privatizar todo lo privatizable. También hay que acogotar y «ablandar» a los pueblos y Estados para que entreguen sus recursos sin protesta, para que se dejen saquear en beneficio del centro imperialista. Todo ello exige hordas de policías, jueces, torturadores, ejércitos, científicos, economistas, intelectuales y armas en cantidad suficiente como para que sus amenazas sean efectivas y el pueblo rebelde no ofrezca resistencia, pero sobre todo para que lo golpeen rápida y brutalmente, invadiéndolo, ocupándolo, poniendo colaboracionistas que agilicen el latrocinio. Las fuerzas productivas se convierten en destructivas para que, sobre cadáveres y ruinas, se inicie otra carrera hacia la siguiente crisis.
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