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domingo, 15 de abril de 2018

Misiles de Salva

Desde que se comenzaron a difundir las noticias, videos y fotos acerca del bombardeo con misiles en contra de Siria ordenado por Donald Trump en acuerdo con Londres y París, llamó la atención que Rusia no activara su propia cortina antiaérea en defensa no solo de civiles y militares sirios, sino en defensa de sus propios efectivos militares desplegados en ese país.

Pues bien, después de leer este análisis publicado por El Independiente se nos aclara el panorama. La idea central no era realmente agredir al gobierno legítimo de Bashar al Assad por su triunfo sobre los diferentes grupos terroristas desplegados en Siria. No, la idea era primero, vender esperanza a los integrantes de esos grupos terroristas; segundo, dar un respiro a Trump y tercero, poner a prueba la tecnología bélica rusa.

En lo que respecta a los terroristas, incluidos los Cascos Blancos, a ver cuanto les dura la ilusión de la victoria después de que Putin ejecute las consabidas operaciones de castigo por lo sucedido en Damasco y en Homs. En lo que respecta a Trump, las oportunidades de éxito son mayores pues el pueblo estadounidense se encuentra en un estado de indefensión aprendida tan profundo que engañarlo con triquiñuelas cada vez es más fácil, ya verán como en los próximos días se desarticulan mucho movimiento al llamado de "América atraviesa tiempos difíciles, América te necesita, cualquier cuestionamiento es traición a América".

En donde fallaron fue en el tercer objetivo, Moscú supo leer entre líneas y no activó su sistema antiaéreo de defensa, por lo tanto, su efectividad continúa siendo un misterio y eso pesa mucho en Washington pues los halcones necesitaban ese dato para planear su siguiente paso.

Aquí el texto en cuestión:


Se ha tratado de una acción más política que militar, de resultado táctico deficiente, con el propósito de lavar la cara de un Trump acosado

Coronel Pedro Baños | analista geopolítico

En este mundo inundado por las mentiras y las medias verdades, el ataque con misiles efectuado en la noche del 13 al 14 de abril sobre Siria por parte de Estados Unidos, Reino Unido y Francia no es más que un fake bombing, pura falsedad geopolítica disfrazada de fines humanitarios.

Para empezar, la justificación para esta acción se basó en el más que discutible presunto ataque del gobierno de Bashar Assad con agresivos químicos –sus enemigos empezaron diciendo que era sarín y luego pasaron al cloro- contra la población civil de Guta Oriental, en las inmediaciones de Damasco, en días pasados. Desde la perspectiva de la pura estrategia militar, no tiene ningún sentido que el Ejército Árabe Sirio cometiera este error justo cuando estaba terminando de consolidar la conquista de esta estratégica zona.

De los tres grupos yihadistas que habían controlado Guta, utilizado a los civiles como escudos humanos e impedido su evacuación a través de las rutas humanitarias abiertas por Rusia, Ahrar al Sham ya había evacuado Harasta y trasladado a la provincia de Idlib a 1.500 milicianos. Mientras que Faylaq al Rahman también se había retirado de varias poblaciones y Javsh al Islam, el grupo más potente, estaba finalizando el proceso de negociación de su rendición y desarme en su bastión de Duma. Es decir, Bashar Assad iba ganando y, por tanto, no tenía ninguna necesidad táctica de recurrir a un procedimiento que sabía le podría generar graves perjuicios.

Aún en el caso hipotético de que el dirigente sirio hubiera ordenado dicho ataque, hay que subrayar la hipocresía que existe alrededor de las armas químicas, pues, en un conflicto donde ha muerto ya más de medio millón de personas y otros 12 millones están desplazadas de sus hogares, da la impresión de que lo único que importa es la forma de morir.

La realidad es que en esta ocasión, de modo similar a lo acontecido justo hace un año, de nuevo se ha culpado al gobierno sirio sin haberse realizado ninguna investigación independiente. De hecho, los expertos enviados por la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas todavía no habían llegado a Guta cuando los misiles de la coalición franco-británica-estadounidense ya estaban impactando en sus objetivos.

Además, el resultado militar no ha podido ser más pobre, dejando en evidencia las capacidades de las principales potencias militares  –inclusive nucleares- del planeta. Del más del centenar de misiles lanzados desde los aviones F-15 y F-16 estadounidenses, los Tornado británicos y la moderna fragata multimisión francesa –la primera vez que empleaba misiles de crucero en una operación real- casi tres cuartas partes fueron interceptados o interferidos electrónicamente por las defensas sirio-rusas.

Y el 25% restante que logró impactar en los objetivos previstos, lo hizo sobre bases que habían sido previamente evacuadas, provocando así mínimos daños materiales –y afortunadamente, ninguna víctima mortal ni civil ni militar, según los últimos datos-.

En definitiva, da la impresión de que se ha tratado de una acción más política que militar, de resultado táctico muy deficiente, con el mero propósito de salvar la cara de un Trump acosado por todos lados, incluyendo la confirmación del último escándalo sexual –pago a través de un abogado a una conocida modelo-, pero que al mismo tiempo se ha medido bien los efectos para evitar el riesgo de escalada entre Washington y Moscú.

Queda incluso la sospecha de que hubiera cierto contacto con el Kremlin para evitar dañar intereses rusos, como podría demostrar el hecho de que, pocas horas antes, los buques y submarinos que Rusia mantiene habitualmente anclados en el puerto de Tartús se habían hecho a la mar.

Cabe destacar que Londres ha realizado el ataque sin autorización de su Parlamento, y que EEUU ha vuelto a esgrimir que se trataba de una cuestión de interés vital e inminente para su seguridad nacional para así también sortear la preceptiva autorización del Congreso, lo que es más que cuestionable teniendo en cuenta las particularidades del contexto sirio, comenzando por su lejanía física.

Pero si el Reino Unido siempre ha sido un fiel escudero de cualquier acción bélica emprendida por Washington, llama más la atención la decidida implicación de Macron en esta operación, quien no ha dudado ni por un momento en apuntar a Bashar Assad como responsable del ataque químico, ni ha flaqueado a la hora de apoyar a la Casa Blanca, especialmente en las horas previas al bombardeo.

Quizá en ello haya tenido que ver tanto la caída en picado de su popularidad interna como la reciente visita del príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohamed bin Salman, que dejó en Francia una estela de importes y jugosos contratos.

No se puede obviar que Riad, que está llevando a cabo una enorme y costosísima campaña de lavado de imagen, percibe la actual situación en Siria como un gran riesgo para su seguridad, pues entiende que Irán está saliendo victorioso en este escenario, lo que permite a Teherán completar la expansión de su influencia por Oriente Próximo, situación que la Casa Saud debe revertir a cualquier precio.

Al final, los resultados de este ataque trinacional distan de coincidir con los objetivos perseguidos por los agresores. El gobierno sirio sale fortalecido, como lo demuestran las manifestaciones de apoyo surgidas espontáneamente tan pronto como finalizó el bombardeo.

Rusia aparece como menos provocadora y más respetuosa con el derecho internacional –junto con Irán, son las dos únicas naciones a las que Damasco ha autorizado a intervenir en el país, todavía soberano y con derechos plenos, aunque sistemáticamente vulnerados- que un EEUU con una deriva errática y cuyo papel de policía mundial es cada vez más cuestionado y dudoso. Por si fuera poco, Putin consolida su posición como líder carismático y astuto, ganándose un creciente respeto en amplias partes del mundo.

Pero quizá la peor conclusión sea la celebración del bombardeo por los numerosos grupos yihadistas presentes en el complejo escenario sirio, a los que se les ha dado alas para continuar con su maniobra de derribo del régimen de Damasco–refugio de cientos de miles de cristianos temerosos del terror salafista-yihadista-, que han interpretado el ataque, aunque sea de forma indirecta, como un respaldo a su estrategia insurgente y radical. De hecho, inmediatamente tras la llegada de los misiles atacantes, grupos como el Estado Islámico aprovecharon para lanzar ofensivas en dirección a la capital.

En definitiva, un fake bombing. No quedará más remedio que acostumbrarse a que nos sigan engañando, pues, por triste que sea y pena que den los sirios que lo sufren en primera persona, queda conflicto en Siria para rato. Hay demasiados intereses geopolíticos en juego.






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