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domingo, 22 de abril de 2018

Alvarez-Solís | 1932

Les compartimos este texto de Antonio Alvarez-Solís inspirado por la decisión de los tres jueces de Schleswig-Holstein que rechazaron el cargo de rebelión en el juicio de extradición del president catalán Carles Puigdemont así como por las recientes declaraciones del presidente galo Emmanuel Macron.

Por cierto, en el texto también aparece una referencia a las características del nacionalismo español, ese que supuestamente, no existe.

Llega a nosotros cortesía de Naiz:

Antonio Alvarez-Solís | Periodista


Hace unos días escribí un papel sobre la frase en que Churchill afirmaba que «habría que destruir Alemania cada cincuenta años». Por mi parte hacía de tan bello y eficiente país un duro juicio que trataba de desplegar en esta otra frase mía el contenido de lo manifestado por el político inglés: «Alemania –escribía yo– era vista por el líder británico como una nación bárbara recubierta con la leve (y espléndida) espuma de sus filósofos, músicos y escritores». Cuando me enteré poco después que unos jueces del land de Schleswig-Holstein habían rechazado la petición española de extradición del Sr. Puigdemont, al no considerar la existencia del delito de rebelión en los pasos dados para convertir Catalunya en República independiente, me di a pensar que me había excedido al reproducir y acompañar la frase del inglés. Pero he aquí que debo retornar a los juicios condenatorios sobre la repetida política alemana y sus áridas posiciones de dominación, con mi elogio, sin embargo, para los serenos magistrados que firmaron la sentencia protectora del presidente catalán, que por tal he de tenerlo mientras el Parlament no decida otra cosa.

Desde que el Sr.Puigdemont recobró la libertad la canciller alemana, Sra. Merkel –que se definió a si misma como pragmática «independiente de toda ideología»– ha multiplicado sus movimientos políticos para estimular la conciencia alemana en apoyo de la pretensión española, incluso con el riesgo inicial de perder el apoyo del Partido Socialista alemán, algunos de cuyos miembros aplaudieron la sentencia que provocó, sea dicho de paso, una acusada y general histeria en Madrid, que arrumbó su europeísmo de hojalata para reclamar una vigorosa asistencia clásica y urgente sin ningún matiz de cultismo. Es evidente que España se dejó de “modernidades sutiles” sobre leyes y constitucionalismos y resucitó un lenguaje bélico repleto de un nacionalismo retro imperialista. Decidió salvar como fuera su nacionalismo de Estado, que es la columna vertebral de lo español. A mí esta postura de la canciller germana me regresó a los años dramáticos de 1932 y 1933, que acabaron con la instalación democrática de Hitler en el poder merced al decisivo apoyo electoral de los católicos que años más tarde, tras una guerra típicamente alemana, se alzarían con el santo y la limosna en el CDU y el CSU, ambos de ideología cristiano-democrática, extremadamente integrista en el CSU de Baviera. De aquellas elecciones salió el gobierno de Von Papen, aristócrata, militar y católico muniqués, que instaló en su gabinete a Adolf Hitler, meteóricamente encaramado después en la dictadura más dura conocida en Europa y de la que tomó norma y ejemplo el gran Genocida español, que ni siquiera tuvo que recurrir a los tejemanejes parlamentarios hitlerianos. La quema del Reichstad el 27 de febrero de 1933, que los nazis atribuyeron a los comunistas con el fin de aniquilarlos, simbolizó la nueva época.

He de recordar que por aquellos años era nuncio en Berlín el cardenal Pacelli, elevado pocos más tarde al pontificado y que nunca abandonó del todo su admiración, según mis noticias, por el “hombre nuevo” alemán. Pío XII aprendió en Berlín a “fabricar” para el futuro los cristianos-demócratas abastecidos de espíritu dictatorial, abanderados en la iglesia de las grandes y piadosas encíclicas sociales, sibilinos, tornasolados y decididamente autoritarios, como fue De Gasperi, que huido de los nazis se refugió en El Vaticano donde forjó la figura del gobernante paternal pero férreo que luego se multiplicó en el abonado campo europeísta. De esa tribu surgieron, en una mala imitación, muchos de los “padres” constitucionalistas de esta España, que han retrocedido desde la “fitness” parlamentaria inventada en 1976 hacia una primitiva y simple gobernación de jueces carcelarios, políticos urdidores de grotescas esperanzas y líderes radicalmente vacíos de todo espíritu social, visiblemente antidemocráticos y hundidos en el lodazal de las corrupciones. Esos dirigentes que empuñan el as de bastos convertido en Constitución para golpear la ya difícil pretensión de la libertad.

Sobre el actual y pobre escenario europeo, plataforma de todas las medianías, domina otra vez el “hombre nuevo” alemán, bávaro por los cuatro costados de la política, europeísta con criaderos de corral, que resucita su dureza tan pronto como se roza el ala de su poder.

Baviera sigue siendo el más poderoso land alemán, con su rica economía industrial, sus quince millones de habitantes y su concentración de grandes empresarios en Munich, que hacen de esta ciudad el gran Berta de la política germánica. Baviera tiene teléfono rojo con la cancillería federal, que ha puesto contra la pared la sentencia de unos modestos, pero exactos jueces de Schleswig-Holstein. Sra. Merkel, eso lo dice usted con la brillantez a la que nos hemos referido ya: nada de ideologías. Es decir nada de conceptos morales sobre la vida en el mundo que no quepan en las suculentas apuntaciones en el libro de contabilidad con su “debe” y su “haber”.

Desde luego no siento en mi análisis que lo que está sucediendo en Alemania y en su actual protectorado europeo tenga identidad material con lo que aconteció en 1932 y 1933. Lo que quiero dejar claro es que lo que está ocurriendo en Alemania y Europa refleja en lo esencial el mismo espíritu que podría culminar en los sucesos paralelos a los de los años treinta –esto es, en la aparición del gran líder y del belicismo correspondiente– a poco que se abra un periodo de recesión política y económica con la consiguiente desestabilización de la sociedad y la aparición de la agitación en la calle, que se considerará engañada por un crecimiento que no ha tenido ni un efecto de igualdad ni una real proyección de futuro para las masas explotadas. Algunos líderes como el Sr. Macron ya hablan, con un lenguaje de bombero, de recaptar la adhesión de las clases intermedias con términos que tratan de establecer un nuevo escalonamiento que incremente la base social del neoliberalismo. Y así habla el simplicísimo y fascistizante presidente francés de «democracias iliberales», que amenazan el modelo europeo, y «democracias liberales» que están dispuestas a enfrentar con benevolencia la cólera popular. O sea, el Sr. Macron ya ha echado mano de retóricas que disuelven la vieja y vigorosa filosofía política francesa al decir «que frente al autoritarismo que nos rodea la respuesta no es la democracia autoritaria sino la autoridad de la democracia». La frase me recuerda al famoso retruécano de «dábale arroz a la zorra el abad», que por ahora era el único capicúa existente en el lenguaje convertido en admiración de estultos. Pues bien, el muchacho francés practica este ajedrez para analfabetos. Me parece oir la nueva carcajada de Voltaire. En suma, que el presidente francés cerró con otra perla inolvidable por majestuosa su intervención en Estrasburgo para anunciar lo que piensa hacer con Europa: «No es el pueblo el que ha abandonado la idea europea sino que es la traición de los ciegos lo que la amenaza». Ahora le toca a los ciegos apuntarse a la nueva marsellesa. ¡Vuelve, Sócrates, y evita que hayamos de tomar la cicuta millones de miserables! La oratoria del Sr. Rajoy empieza a ser el gran triunfo de España en el marco europeo y Marianne ha tenido que renunciar al gorro frigio y adquirir un sujetador español para taparse el desnudo pecho revolucionario ¡Oé, oé!

Sí, tengo ante mí la estampa de los años 30 del pasado siglo y me estremece lo que espera a las generaciones que me sigan.






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