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sábado, 16 de enero de 2021

Rafael de Garitano-Aldaeta

Agradecemos a Deia el rescate histórico de mujeres y hombres que empeñaron su vida en favor del pueblo vasco y que por ellos han sido borrados de los anales por parte de los revisionismos español y francés.

Hoy, desde sus páginas, traemos a ustedes estos apuntes biográficos de un personaje al que le toco vivir tiempos coyunturales muy importantes en la Europa de la Ilustración:


Rafael de Garitano-Aldaeta: bibliófilo, vascófilo e innovador agrario (1736-1784)

Pese a pasar discretamente por la historia, Rafael de Garitano-Aldaeta vivió plenamente imbuido del espíritu de la Ilustración, dedicándose a la optimización de la agricultura, convencido vascófilo y apasionado de los libros

Juan Madariaga Orbea

Fue Garitano-Aldaeta uno de esos personajes que pasan discretamente por la historia, dejando apenas rastro, completamente desconocido para la mayor parte de la población, incluso de la de la propia localidad donde vivió y murió y que, sin embargo, son enormemente representativos de su tiempo, de su entorno cultural y social, de las preocupaciones e intereses del momento histórico que les tocó vivir. La mejor comprensión de su vida, de sus gustos, de sus afanes, nos ayuda a conocer mejor su propia época, época, por cierto, apasionante para la historia de Bergara, de Euskal Herria y de Europa en general: la de la Ilustración. Garitano-Aldaeta fue párroco de la iglesia de Santa Marina de Bergara entre 1762 y 1784, justo en el momento de máximo esplendor de la Sociedad Bascongada de los Amigos del País y del Real Seminario Patriótico, instituciones innovadoras que impulsaron la modernización del conocimiento científico entre nosotros, atentas a cuanta novedad técnica proveniente del norte pudiera aprovecharse para mejorar en ámbitos como el de las ferrerías, la explotación forestal, la minería, la agricultura, la educación, etc.

Por lo que hace a Garitano-Aldaeta, no fue un ilustrado de primera línea, pero sí vivió plenamente imbuido del espíritu de este movimiento y aunque algunas de las características de su personalidad están claramente vinculadas a la tradición y ortodoxia, en otras se nos muestra como plenamente innovador y moderno. Habría que fijarse en tres de estos aspectos. En primer lugar, dedicó parte de sus esfuerzos a la optimización de la agricultura, en concreto al cultivo y consumo de la patata. Como es sabido, en Europa empezó a generalizarse el sembrado de este tubérculo a partir de 1756 tras una ordenanza dada por Federico de Prusia. En el País Vasco empezó a cultivarse en la década de 1760, aunque inicialmente no se empleaba para consumo humano sino para engorde de ganado y para uso medicinal. No fue hasta las guerras de 1808 y 1833 cuando, ante el hambre imperante, los vascos se decidieron a incorporarla a su mesa. Pues bien, Garitano en 1776 empezó a sembrar patatas en su huerto y experimentar con ellas. Mandó noticias de cómo iban sus pruebas a la Sociedad Bascongada de Amigos del País que las publicó en sus Extractos de 1777, 1779, 1780 y 1781. Aparte de ensayar fórmulas innovadoras para el consumo de ganado, mezcladas con maíz, lo más interesante es que se animó a consumirlas él mismo ("Se aprovechó de ellas, comiéndolas guisadas con frecuencia y señaladamente en los días de vigilia, en que le suplieron la falta de pescado"), siendo, por lo tanto, uno de los primeros en comerlas en nuestro país, treinta años antes de que los soldados de Napoleón hicieran lo propio por falta de otros suministros.

El segundo aspecto que llama la atención de su personalidad es la de su vascofilia. En primer lugar esta se manifiesta por la cantidad de libros escritos en euskara que poseía. Aunque está por hacer la historia de las bibliotecas vascas tenemos algunos datos como para valorar las de la segunda mitad del siglo XVIII. Está claro que las grandes bibliotecas eran las de los conventos de las órdenes religiosas –jesuitas, franciscanos, capuchinos y dominicos, fundamentalmente– y en ellas se encontraban, sobre todo en las de las dos primeras órdenes, las pocas obras que se habían publicado en lengua vasca. Las bibliotecas públicas, tal como hoy las conocemos, eran inexistentes y las privadas que merecieran la pena de ser llamadas así, escasísimas. Más aún, la aparición de libros vascos en estas bibliotecas privadas era una rareza, si acaso, en poquísimos casos incluían un catecismo o librito de piedad. La biblioteca que mayor número de libros vascos contenía, por aquellas fechas, era la del jesuita Manuel de Larramendi, que podemos considerar como privada, porque era la que tenía en su celda de Loiola, pero gestada en un contexto conventual. Tenía 25 libros vascos. Tras ella vendría la de nuestro Rafael de Garitano-Aldaeta, esta sí estrictamente privada, con 17 títulos y con lo más granado de los escritores vascos hasta la época: Bernard Larreguy, Mixel Xurio, Joannes Haraneder, Martin Harriet, Jean Tartas, Joannes Etcheberry, de Ziburu; Piarres de Axular y, cómo no, Agustín de Cardaberaz, Sebastián de Mendiburu y Manuel de Larramendi.

Pero el asunto en que más se evidencia el carácter vasquista de Garitano es el de la polémica que mantuvo con la Bascongada entre 1772 y 1775 a causa del Plan de Fomento de Escuelas y Letras impulsado por esta institución en 1771. En el contexto de la Real Cédula de 1770 dada por Carlos III para erradicar los idiomas indígenas de sus dominios de Hispanoamérica y lograr que el castellano fuese la lengua única y universal, la Bascongada elaboró un plan que pretendía potenciar el uso y conocimiento del castellano en las escuelas vascas. Un anónimo Amigo Alabés envió a la Sociedad una carta oponiéndose frontalmente a esta pretensión. Esta le respondió muy agriamente y Garitano terció con unas Reflexiones sobre el medio de fomentar las escuelas, apoyando al Amigo Alabés y rechazando la pretensión del conde de Peñaflorida de favorecer la lengua castellana en detrimento de la vasca: "Y V. S. va a introducir un medio de que todos la abandonen, introduciendo en las escuelas de primeras letras los extractos de una lengua extraña [la castellana, claro], que cada día va ganándole terreno". La reacción de la Sociedad y del conde de Peñaflorida en particular fue de enorme desagrado y de tratar de ningunear a Garitano renunciando incluso a responderle. Pero este no se amilanó y cuando vio que no le contestaban, hizo copias manuscritas de sus Reflexiones (lo que en época pre-fotocopiadora tiene su mérito) y las repartió por Bergara y los pueblos colindantes, aumentando el enojo de los Amigos.

Apasionada bibliofilia

Pero si hay un campo en el que Rafael de Garitano-Aldaeta destaca es en su apasionada bibliofilia. A poco de fallecer se elaboró un detenido inventario de sus bienes, con el resultado de que estos se valoraban en unos 19.000 reales, de los cuales unos 8.500 –de los que 1.200 provenían de una herencia– correspondían a sus muebles, ropas, ajuar de casa, caballo, etc., mientras que los otros 10.500 correspondían al valor de su biblioteca. De hecho, no tenía casa propia ni bienes de consideración y todo lo que fue ganando a lo largo de su vida lo invirtió en su manutención y en libros. Tenía Garitano la desgracia de que su sueldo dependía del patrono laico de la parroquia que era el conde de Oñate, el cual no era demasiado generoso, por lo que la paga, según el cura, era misérrima. Así las cosas, se pasó los 22 años que duró su curato pidiendo aumento de sueldo, fundamentalmente para poder tener un caballo (cosa que consiguió en los últimos años de su vida) y sobre todo, para comprar libros. El argumento principal esgrimido era que "un eclesiástico sin libros es como un soldado sin armas". Pues bien, al final de su vida logró reunir 636 obras en 1.016 volúmenes. Por aquella época, el tamaño medio de las bibliotecas particulares en Gipuzkoa era de unas setenta obras, siendo lo normal que estas se compusiesen como mucho de un par de docenas de libros. Por lo demás, solo se encontraban libros en las casas curales, en las torres y palacios de acaudalados mayorazgos y en las viviendas de algunos profesionales, médicos y abogados, sobre todo. Campesinos y artesanos, analfabetos en su mayor parte, no conocían libro alguno. Pero es que incluso la mayor parte de los sacerdotes se conformaban con el breviario, un misal y algún librito piadoso.

Aparte del tamaño desusadamente grande de esta biblioteca hay otras dos características que la hacen singular; una ya va arriba insinuada: la de la distribución lingüística de los libros que contenía, la otra la de su reparto temático. Por lo que hace a lo primero, Garitano leía al menos en cuatro lenguas: francés, castellano, latín y euskara, pero también debía de defenderse con el italiano, el portugués y el griego clásico. La mayor parte de sus libros están en francés, la lengua internacional de cultura a la sazón. En cuanto a los temas de las obras que atesoró, como no podía ser de otra manera, la mayoría, casi un 60%, correspondían a su profesión: sermonarios, teología, moral, etc. pero lo verdaderamente excepcional y más si tenemos en cuenta la profesión de Garitano, es el relativamente elevado porcentaje de libros que podríamos calificar de científicos: la agricultura y jardinería, la medicina y veterinaria, la enseñanza, la geografía, las ciencias puras (física, química y matemáticas), además del derecho, la filosofía, la caligrafía o la literatura de los clásicos. Es decir, que algo más del 40% de los libros de la biblioteca estaba compuesto por temas diversos ajenos a la religión, lo que es extraordinario para un sacerdote de su época.

Y así, contaba con obras célebres de ilustrados, novatores o simplemente científicos, como: el Traité du mouvement des eaux et des autres corps fluids, de Edme Mariotte (1700); el Traitez de méchanique, de l'équilibre des solides et des liqueurs, de Bernard Lamy, (1679); la Arithmetica demonstrada theorico-practica, de Juan Bautista Corachán, (1699); el Arte nueva de escribir, de Francisco Xavier de Santiago Palomares; la Opera medica, de Thomas Sydenham (1757); el Cours de Chymie, de Nicolás Lemery (1756); la Geographia Generalis, de Bernard Varen (1681); la Introduction a la Geographie, de Nicolás Sanson d'Abbeville (1681); el Viage de España (1776), de Antonio Ponz; la Teórica y práctica del comercio y de marina, de Gerónimo de Ustariz (1742); el Tratado de la regalía de amortización, de Pedro Rodríguez de Campomanes (1765); el Traité du choix et de la méthode des études, de Claude Fleury (1759); el Libro de los secretos de la agricultura, de fray Miguel Agustín (1722), y, por supuesto, el Examen chimique des pommes de terre (1773), de Antoine-Agustin Parmentier, por citar algunos ejemplos.

A la muerte de Garitano, sus libros fueron vendidos en almoneda y se dispersaron por toda Bergara y alrededores.

 

 

 

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