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sábado, 16 de enero de 2021

Egaña | The Banana Republic

Iñaki Egaña nos ofrece su punto de vista acerca del 23-F Trump Redub del pasado 6 de enero de 2020:


The Banana Republic

Iñaki Egaña

Gracias a las filtraciones de WikiLeaks y a las desclasificaciones que lograron Mario Salegi y, sobre todo, Juan de Dios Unanue, trabajo por cierto que le costó la vida (murió por un sicario aún sin identificar en el centro de Nueva York), sabemos que Washington ha seguido muy de cerca la causa vasca, desde su departamento de Estado, pero especialmente desde su consulado en Bilbao. Al margen de esos informantes ligados históricamente al PNV.

La posición de EEUU, con cualquiera de los dos partidos que se han turnado en la Casa Blanca, ha estado enfrentada a los objetivos solidarios, revolucionarios y nacionales vascos de manera nítida. La izquierda vasca ha mantenido la brújula orientada a las luchas emancipadoras, desde aquellas ya lejanas en Vietnam, Argelia y Cuba, hasta las más cercanas en Centroamérica, incluso las institucionales de Chile, Bolivia o Ecuador. Cuando se pudo pulsar la opinión del pueblo vasco, la respuesta fue un rechazo al mayor icono yankee en el planeta: Hego Euskal Herria votó masivamente en referéndum contra la OTAN. Y ya sabemos que Washington, como Hollywood se empecina en repetir, no hace amigos ni prisioneros entre sus adversarios políticos.

Más aún cuando un negocio que se suponía eterno favoreciendo a Westinghouse, una de sus empresas estratégicas, como el de la central nuclear de Lemoiz, se fue al garete por la presión popular y la acción de ETA. Los aviones que bombardearon Vietnam con napalm se entrenaron en la Bárdena, al igual que los que asolaron Irak. Estuvimos y estamos en contra de la utilización de ese pedazo de nuestro territorio como campo de entrenamiento de terroristas. La venganza se puede diseccionar en medios de comunicación españoles que quebraron, pero siguen en pie, con nueva propiedad estadounidense, entre ellas la de Goldman Sachs o Morgan Stanley. No caemos simpáticos a las elites estadounidenses. Un sentimiento reciproco, aunque también al norte de Río Grande hay amigos de la razón vasca.

Washington es una máquina engrasada para matar. Decenas de intervenciones en las últimas décadas, desde Sudán y Somalia, hasta Filipinas, pasando por Irak y Siria, se suman a las inducidas en despachos, como las más recientes de Brasil, Honduras o Bolivia. La conducción de la Transición española con ese conejo sacado de la chistera que fue el Borbón hoy en fuga, fue otro de sus productos.

En contra de lo que podría parecer, la caída del bloque soviético no sentó bien a Washington, que tardó en enfocar y crear su nuevo enemigo. Los visionarios como Fukuyama erraron el tiro, pero la victoria de la Guerra Fría y el cambio radical en las nuevas generaciones humanas, dejaron un poso que coyunturalmente ha sido capaz de crear un extraordinario nicho que es, a la vista está, la base en la propagación del totalitarismo, del fascismo. La democracia integral desapareció si es que alguna vez existió. La democracia liberal va camino. El periodo de Donald Trump ha inflado el sentimiento.

Y en ese Estado de estados con 40.000 muertos al año por armas de fuego y la tasa de presos más alta del planeta (655 por 100.000 habitantes, 2,61 millones) el sedimento tiene unas características fiables: hombre blanco, hetero, religioso, machista y supremacista. O que aspira a serlo, como emigrantes “gusanos” de segunda generación. Una comunidad en extinción que ha decidido, como lo intuyeron en otras etapas históricas nazis, colonos, las elites católicas o musulmanas, los esclavistas, que esa naturaleza era la “normal”. El resto, la campaña de Trump lo ha ratificado, el demonio, el comunismo que desapareció como contrincante y que ha reaparecido como enemigo a batir. No ya en el exterior, como era habitual, sino en el interior, en el seno de la propia sociedad estadounidense. La sombra de McCarthy es alargada. Más de 75 millones de estadounidenses se han identificado con esta definición, los que votaron a Trump. Y seguro que un puñado de los que lo hicieron a Biden.

La construcción de ese antagonista internacional que socaba el “hombre normal” en el seno de la sociedad norteamericana se ha realizado paralelamente a un relato falsario. No es novedad alguna. La invasión de Irak se acometió para encontrar unas armas de destrucción masiva que no existían. Apurando, el hundimiento del acorazado Maine fue una operación de “falsa bandera” para que Washington tuviera una excusa para “arrebatar” colonias ultramarinas a Madrid. Aunque la falsedad como arma política sea artera, su eficacia está más que demostrada.

No hay que infravalorar esos 75 millones de votos, como tampoco los apoyos a Trump entre los poderes fácticos, entre ellos las industrias armamentísticas, farmacéuticas y financieras. Trump no es un lobo solitario sino el síntoma de un sector poderoso. Como señaló en cierta ocasión Areilza sobre Franco, que no era sino el coordinador del franquismo, Trump es la cabeza visible del trumpismo, una forma de hacer que marca nuevos hitos en los estertores de la democracia liberal.

El asalto al Capitolio por los seguidores de Trump, y el golpe de Estado larvado que conllevó la acción, es la señal que convierte a EEUU en su propia república bananera. Con la fotografía icónica de uno de los asaltantes recostado en el despacho de Nanci Pelosi, el periodista Elvis Endioki publicaba un ocurrente reportaje en el Daily Nation de Kenia bajo el título: “Who´s the banana republic now?”.

El enemigo se ha acercado hasta las mismísimas puertas de Washington. Está en casa, encarnado más que por Biden por todo lo que no representa el “modo natural” del relato que masacró un continente y que hundió a la humanidad en una guerra continua. Negros, mulatos, feministas, LGBTs, activistas de derechos civiles, migrantes, tullidos, inconformistas, ateos, anticolonialistas, socialistas, anarquistas… una pléyade de comunidades humanas merecedoras del infierno. Tal y como fuimos catalogados los vascos hace siglos por Pierre Lancre. La historia no se repite, pero rima.

 

 

 

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