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martes, 23 de junio de 2020

Las Cuevas de la Muga

Seguimos recorriendo las entrañas de la tierra en Euskal Herria y de Aiako Harria pasamos a unas cuevas muy particulares que salpican la geografía de la muga entre Nafarroa y Lapurdi.

Aquí el reportaje de Naiz:


La Ruta de las cuevas –conocida también como la Senda de las brujas– comunica las grutas de Sara y Zugarramurdi a través de un sendero mágico y misterioso que evoca akelarres, contrabando, mugalaris, leyendas, hogueras y mitos. Aseguran los geólogos que una minúscula y simple gota de agua es capaz, dentro de su humildad, de perforar la tierra durante miles de años y crear maravillas naturales. Precisamente, este itinerario –que forma parte de la Ruta de los contabandistas– lo confirma.

Eguzki Agirrezabalaga Iparragirre

La ruta de las brujas arranca en Sara, pueblo de Lapurdi protegido por la silueta del monte Larrun. Antes de iniciar el recorrido por sus cuevas –ubicadas a dos kilómetros del centro–, el visitante conocerá, a través de un audiovisual, su historia; y, después, podrá introducirse por sus grutas y pasadizos a lo largo de un kilómetro y contemplar diversas formaciones geológicas e incluso huellas de osos cavernarios que hace 10.000 años habitaron la cueva.

De alguna manera, mientras escucha las explicaciones sobre la evolución humana y la mitología vasca, se sentirá acompañado por el arqueólogo y etnógrafo Joxemiel Barandiaran, que fue quien exploró el lugar. Precisamente, la visita guiada está dedicada a él, en agradecimiento a toda una vida consagrada a la memoria de los vascos. La visita consiste en un recorrido guiado por un sistema de luz y sonido.

Las cuevas de Sara se hallan en un entorno espectacular con espacios diversificados de bosques, landas, humedales, cuevas y acantilados que acogen una fauna y una flora rica y variada, incluso algunas especies endémicas. En sus alrededores habitan el ciervo volante, el cangrejo de patas blancas, el caracol moteado, la rosalia alpina, la drosera, la soldanella velluda y otras muchas especies protegidas, además de diferentes especies de murciélagos.

Con parque megalítico

Además, un parque megalítico al aire libre reconstruye los diferentes monumentos creados por el hombre durante la Protohistoria, que abarca desde el año 2.800 a.C. hasta la Edad del Hierro. Varios paneles descubren los secretos de estos monumentos y la práctica de algunos rituales, entre ellos, la incineración y la inhumación.

Un detalle curioso de las cuevas son los estanques de agua acumulados en el suelo, donde se refleja de forma nítida el techo de la cueva, lo que, en algunos momentos, provoca un efecto visual que hace confundir el agua con otra cavidad.

Una vez visitada la cueva de Sara, la ruta, señalizada con una pottoka pintada de azul, se adentra en un bosque que acoge árboles identificados individualmente, entre ellos impresionantes robles centenarios. Y, en el sendero hacia Zugarramurdi, se halla otra cueva, la de Axlor, a la que acceden únicamente los especialistas.

La Cueva de las Brujas, en Zugarramurdi

Ya en Zugarramurdi, cerca de la línea impuesta que parte en dos la comarca de Xareta, hay dos opciones: visitar el Museo de la Brujería o acceder directamente a las Cuevas de las Brujas, envueltas en una atmósfera cautivadora, misteriosa y especialmente mágica. A quien las visite por primera vez seguro que le sorprenderá y fascinará su majestuosa «puerta» de entrada –surcada por Infernuko Erreka–, un paisaje único y uno de los espacios naturales más atractivos de Euskal Herria.

Pero, además de su puerta, le atraerá su interesante historia, aunque es posible que ya la conozca: este lugar fue un espacio de culto pagano hasta que, en el siglo XVII, un inquisidor –Juan del Valle Albarado– acusó a trescientos vecinos del pueblo de practicar la brujería, adorar al diablo y participar en orgías. Doce de ellos fueron quemados en la hoguera –entre ellas, Graziana Barrenetxea–, mientras que otros muchos fueron torturados y encarcelados.

Quienes visiten la cueva podrán incluso localizar, en la parte superior, el lugar donde se ubicaba el trono de Aker, el macho cabrío. Abajo, a sus pies, se dispersaban, alrededor de las hogueras, el resto de los participantes del akelarre.

Infernuko Erreka

La cavidad principal fue horadada por una corriente de agua, Infernuko Erreka –aún caudalosa en la actualidad–, que la atraviesa y que ha formado un túnel de 120 metros de largo y una anchura de entre 12 y 26 metros, con una altura media de 10 a 12 metros. Dos galerías más altas completan el conjunto. En ese lugar, precisamente, se festeja todos los años la víspera de San Juan y cada 18 de agosto se celebra un popular zikiro-jatea, al que acuden un millar de personas.

Tras recorrer la cueva, es recomendable también acercarse al Museo de las Brujas, inaugurado en 2007 como lugar de memoria histórica en un antiguo hospital de finales del siglo XVIII. Su exposición permanente se centra, especialmente, en las víctimas de la Inquisición y hace un repaso del proceso inquisitorial de 1609-1614. Es, en definitiva, un espacio de duelo y recuerdo de aquellas mujeres y hombres acusados de hechos inverosímiles envueltos en relatos fantasiosos y, finalmente, condenados a morir en la hoguera.

El museo es además, un lugar apropiado para informarse del profundo conocimiento que tenían aquellas mujeres sobre las propiedades curativas de las plantas, en una época en que quienes no comulgaban con los intereses de la iglesia católica festejaban los ciclos lunares y los cambios de estaciones con celebraciones dedicadas a la Madre Tierra.

Posible meta: Urdazubi

Quien quiera prolongar un poco más el Itinerario de las Brujas puede acercarse después hasta Urdazubi, cuya cueva surgió por la erosión del arroyo Urtxume. En su interior, a sesenta metros bajo tierra, se pueden ver estalagmitas y estalactitas. Está considerado el yacimiento prehistórico del Paleolítico superior más importante de Nafarroa.

Una buena manera de dar por terminada la Ruta de las brujas podría ser callejear por el pueblo de Urdazubi, donde podrá visitar el monasterio medieval de San Salvador (del siglo IX), recalar en el antiguo molino que data del siglo XVIII o atravesar alguno de los puentes medievales de piedra que salvan el río Ugarana.






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