¿Sabía usted que la UNAM, reconocida como la universidad más importante de México y catalogada entre las mejores de América Latina, tiene un vínculo muy particular con la diáspora vasca y en concreto con el Colegio de San Ignacio de Loyola -Las Vizcaínas-?
Así es.
Resulta que el cofundador y primer Rector de la UNAM, el Dr. Joaquín Eguía Lis -de raíces guipuzcoanas-, previamente había fungido durante siete años como director de Las Vizcaínas, institución a la que como ya hemos informado, donase su sueldo íntegro durante todo el tiempo que estuvo al frente de la misma.
Aquí un reportaje dado a conocer por Deia al cumplir esa institución vasco-mexicana un cuarto de milenio:
El real Colegio de San Ignacio de Loyola, que por generaciones ha sido y sigue siendo llamado Las Vizcaínas, representa un paradigma por muchas razones históricas entre las instituciones educativas y socioculturales del virreinato y la república mexicana, entre los siglos XVIII al XXIBegoña Cava MesaUn proyecto ilustrado y de realización pionera para la época, impulsado por vascos en México para la renovación de la educación de la mujer, sin condicionantes de edad o condición social, motivando incluso, su posterior inserción en actividades socioproductivas (en los siglos XIX y XX), lo que subraya la gran importancia social y educativa de la institución a lo largo de los tiempos.Su origen nos remite a los estímulos promovidos en 1732 por el religioso y teólogo de la Pontificia Universidad de México, Juan José Eguiara, rector a su vez de la todopoderosa Cofradía de Nuestra Señora de Aránzazu (1681), que nacida en ciudad de México y plenamente consolidada en 1729, aglutinaba a los vascos y aquellos descendientes de vascos en el Virreinato mexicano con alto status socioeconómico, quienes sensibilizados por las carencias educativas existentes ven oportuno la creación de un colegio para la mujer desamparada de raíz vascongada. Una Cofradía que posibilitó signos de identidad, unión y objetivos de asistencia social impulsando un proyecto ambicioso de creación de un colegio laico para niñas y recogimiento de mujeres adultas desamparadas o viudas de origen vasco-mexicano. El interés educativo junto a la asistencia social se suma a un espacio de sociabilidad femenina de carácter laico, según clarifica la tercera Constitución de Las Vizcaínas: “No se hace colegio para la iglesia, sino iglesia para fruto espiritual del Colegio”.Pero este proyecto educativo contó tempranamente con el decisivo apoyo de los grandes comerciantes, mineros, hacendados y apartadores de oro y plata, vascos y descendientes instalados en el Setecientos mexicano con evidente religiosidad compartida y con estrechos vínculos ilustrados con la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País y su ideario. De esta forma, quedarán patentizados no sólo el imaginario colectivo sino la amistad de los socios beneméritos mexicanos con los Amigos Bascongados en el proyecto común de ilustración, progreso y mejora sociocultural. A pesar de azarosas dilaciones, finalmente el 9 de septiembre de 1767 se bendice y oficializa la apertura del edificio, un colegio laico y de patronato independiente ante la mesa de Aránzazu y miembros de su Cofradía.BenefactoresLos actores sociales vinculados a Las Vizcaínas fueron miembros de trascendentes redes familiares vasco-mexicanas y con brillante proyección económica en el devenir del Virreinato mexicano. Así lo representan los fundadores de Las Vizcaínas: Manuel de Aldaco de mente preclara, innovador y benefactor; el ilustre durangués vicerrecaudador de la Sociedad Bascongada y benefactor del Seminario de Bergara Ambrosio de Meabe; Francisco de Echebeste, prior del consulado mexicano; Francisco Xabier Gamboa ilustrado y activo, autor de las primeras constituciones de Las Vizcaínas y de la breve Historia de la Institución; el potentado prior del real Tribunal del Consulado y rico comerciante Francisco de Fagoaga; el marqués de Castañiza noble de origen encartado; Juan Antonio de Vizarrón y Eguiarreta, Arzobispo de México y otros muchos vizcaínos, casi todos residentes en México, la capital opulenta del Virreinato de Nueva España. Ni que decir tiene que muchas esposas e hijas de los cofrades atendieron regularmente con sus aportaciones los necesarios recursos para la enseñanza, alimentación, medicinas y materiales de instrucción (libros, papel, plumas, flautas, órganos, clavicordios, hilos, encajes etc.) en beneficio del colegio.FondosEntre los magníficos fondos documentales que se conservan en el archivo histórico creado por el durangués Ambrosio Meabe a mediados del siglo XVIII, el archivo hoy denominado José María Basagoiti, se conserva un acervo documental de excepcional valor para esclarecer la evolución histórica del Colegio, su intrahistoria y las notorias vicisitudes del paso del tiempo. No se debe olvidar que el edificio y el Colegio ha sobrevivido a varios terremotos (como por ejemplo el temblor de San Juan de Dios, sucedido el 8 de marzo de 1800), incluso momentos históricos críticos en la historia mexicana como la guerra de Independencia, las leyes de la Reforma de 1861, el Porfiriato, la revolución mexicana, etc.Entre los valiosos documentos conservados afortunadamente, se pueden consultar por ejemplo las listas de donaciones -siempre generosas- que desde 1729, 1732, 1756, 1774, 1910 nos evidencian el sostenimiento procurado por patronos y benefactores vascos y mexicanos en beneficio del patrocinio de estudios y de vida cotidiana para numerosas colegialas, dotes para casadas o futuras monjas, construcción y sostenimiento de retablos y capillas, capellanías y misas, tal y como se menciona por ejemplo con las ceremonias en la festividad de Nuestra Señora de Begoña y la Virgen de Guadalupe. Entre las muchas noticias que podemos espigar, se recoge la donación de 4.000 pesos por parte de Teresa Castañiza de Bassoco (1772) como recuerdo de sus padres (Juan de Castañiza y María González de Agüero) para el sostenimiento del retablo de la Virgen del Loreto y varias misas con pago a las colegialas cantoras. Así nos consta la conservación de partituras musicales en el archivo mexicano, entre ellas una notable misa e himno a San Ignacio.Igualmente se constata en los fondos documentales cómo en 1867 el Presidente Benito Juárez concede 42.000 pesos mexicanos para el sostenimiento de la Institución, y en 1877 el general Porfirio Díaz revierte para gastos de mantenimiento de la institución educativa femenina cantidades que oscilan entre los 18.000 pesos en 1877 y los 50.000 pesos anuales entre 1885 y 1886.Cabe destacar que de igual forma la Sociedad Bascongada donó al Colegio para su vigencia la notable cifra de 945.000 pesos de oro en el año 1916. No corresponde en este momento dar cuenta de la Historia de Las Vizcaínas en lectura global, pero permítaseme distinguir una fase fundacional que se cierra en 1861, cuando se dictan las leyes de la Reforma en el México secularizado y de la República de Juárez, que deja en suspenso la Cofradía vasco-mexicana, celebrando ésta su última junta, para dar paso en el siglo XIX y XX a una institución laica de nuevo patronato que transformó el Colegio en institución técnica, profesional y educativa llamada El Colegio de la Paz.Valor culturalConviene recordar con criterio museológico y con un sentido patrimonial de carácter obligado por su riqueza cultural, que Las Vizcaínas fue declarado Patrimonio histórico en 1931 y arquitectónicamente destacan en su exterior e interior sus estilos barrocos y neoclásicos. Además de la monumentalidad y belleza del edificio, resalta la capilla, con los retablos de Joaquín de Sáyagos. El gran valor arquitectónico de Las Vizcaínas subraya la monumentalidad en la construcción realizada desde 1734 por el maestro constructor Pedro Bueno Basori y el arquitecto José Miguel de Rivera. Ocupando hoy en día el muy notable edificio toda una gran manzana en el centro histórico de México D. F. Con fachada de barroco resoluto (tezontle y cantera) y manteniendo internamente sus siete espléndidos patios interiores (el central y principal, uno de los más grandes de la capital y autentico corazón del Colegio, el chocolatero, patio de los azulejos, el de los cedros, el de los arcos con detalles de cerámica de Talavera.. etc.).Un edificio que pese a ciertas dificultades económicas y de construcción, nos consta por las fuentes, tuvo costos en términos económicos para 1752 que superaban en valor el medio millón de pesos, y precisamente en la conclusión de sus obras (1767) se rondaban los dos millones de pesos mexicanos. Su apertura oficial como Colegio se desarrolló oportunamente el 9 de septiembre en 1767 como reseñan las actas de la Mesa y la Cofradía a las seis y media de la mañana procediendo diez cofrades en sus coches a trasladar a las niñas colegialas que se habían resguardado hasta entonces en San Miguel de Belén, La Concepción, Balvanera, Jesús María y otros.El edificio se adaptó a la vida cotidiana de las educandas como espacio de vida, estudio y trabajo junto a su ocio con entradas, patios, escaleras, viviendas, piezas de labor, enfermería, Iglesia, sacristía, viviendas de capellanes y sirvientes y todo lo necesario. Incluso se destacó en las Constituciones que las colegialas (entre los 4 años y adultas hasta los 60) se levantarían a las cinco y media de la mañana, y hasta las nueve de la mañana podrían entregarse libremente a ejercicios devotos, de nueve a doce se retirarían a sus viviendas para atender costuras, labores, bordados, leer y escribir, clases de música o semejantes honestos ejercicios... pues a las doce tocaba ir a comer... Las Constituciones igualmente rubricaban criterios estrictos en visitas con verja y escucha directa, como no podría esperarse menos de aquel tiempo finisecular para la educación de la mujer y mantenimiento de su recato (cuidarán las porteras y torneras, advirtiendo en las concurrencias abuso o relajación, fraternalmente... sin permitir se introduzcan billetes o cartas...).En el edificio, situado en el número 21 de la calle Vizcaínas, se halla esculpido el escudo de las Provincias Vascas, un San Ignacio de Loyola con dos ángeles y la propia Virgen de Aránzazu. La puerta central de estilo barroco con pilastras, mantiene motivos orgánicos y cada pilastra va rematada por pináculos. En la parte alta se muestran tres nichos en los que se aprecian a San Ignacio, San Luís Gonzaga y San Estanislao de Kostka.Entre los valiosos contenidos de Las Vizcaínas, merece la pena aludir a la magnífica Capilla con cinco retablos barrocos dorados, obra de patrocinio de los benefactores y de las grandes familias novohispanas del siglo XVIII que fueron dedicados a San Ignacio, la Virgen de Aránzazu, la Virgen de los Dolores, La Virgen del Loreto y a la Virgen de Guadalupe.El museo de Las Vizcaínas alberga actualmente una magnífica colección pictórica de notables pintores como Miguel Cabrera, José de Ibarra, Juan Correa, además de un notable patrimonio de imágenes y tallas religiosas de altas calidades, así como muebles, textiles -de hecho se estima que es una de las colecciones textiles más ricas del mundo-;su archivo fotográfico conserva 400 imágenes del siglo XIX y principios del XX como mirada de oportunidad histórica;numerosos objetos de platería y porcelanas. Se conserva igualmente una colección científica de instrumental y materiales de experimentación científica correspondientes a las enseñanzas de las colegialas cursadas en los siglos XIX y XX.Las Vizcaínas representan paradigmáticamente la fértil y tangible memoria histórica del legado para el presente y el futuro de la emblemática Institución socioeducativa impulsada por los Vascos en México.La conmemoración de sus 250 años de existencia y de su vigencia actual en México, es signo de vitalidad y de su carisma a lo largo del tiempo histórico, y consecuentemente merece la pena trasladar nuestra mejor felicitación en su aniversario, sumándonos oportunamente desde las páginas de DEIA con óptica de rigor histórico.
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