Un blog desde la diáspora y para la diáspora

sábado, 6 de septiembre de 2003

Levín | La Espera de España

Aquí un interesante artículo publicado en el diario Reforma por parte de Oscar Levín,  quien desenmascara a la España "progresista y democrática" que nos venden los consorcios noticiosos, esa que hoy tritura la vida de decenas de personas en el propio México
 
Disfruten la lectura: 
 
La espera de España

Óscar Levín Coppel

De un tiempo a esta parte ha vuelto a ponerse enfrente de nosotros el ajuste de cuentas con el pasado. Ahí caben desde la contrita solicitud de perdón hecha por el Papa ante el papel poco humanitario del alto clero católico durante los desgarradores tiempos del holocausto, el juicio contra Milósevic y su despiadada masacre a la que malévolamente llamaron limpieza étnica, hasta la extradición de torturadores, como el argentino Cavallo, supuestamente encubiertos o escondidos en los más remotos confines de la huida y la cobardía. Todo demuestra, cada tanto, que ningún futuro es posible cuando se está, como dijera el poeta Miguel Hernández, sentado sobre los muertos.

Es una circunstancia común y propia de los pueblos y las naciones que han sido desgarrados por las guerras civiles y las luchas fratricidas que en un momento no haya más opción que cerrar los ojos, es el inútil intento de borrar el pasado, fingir o pretender que es posible dejarlo todo al olvido, a disposición del tiempo, a la sanación involuntaria. Eso ha llevado en no pocas ocasiones a confundir la amnistía con la amnesia. Malo. Para todos, y especialmente para las víctimas, los vencidos o los aplastados quienes en su mayoría, además, están muertos o desaparecidos y no pueden expresarse más que a través de quienes les sobrevivieron o constituyen generaciones subsecuentes.

Es un tema que cobra reciente y especial relieve al debatir sobre la carga moral y el sentido humano que tiene la tesis que reivindica el derecho a llamar a cuentas o presentar ante los tribunales a los genocidas desde un lugar distinto al que ocurrieron los hechos. De manera paradójica uno de los países en los que tiene mayor impulso esta tesis y desde donde se ejerce en los hechos con especial energía punitiva es España. Y digo paradójico pues si hay un sitio en el que haga falta cerrar las cuentas con el pasado es ahí mismo. Lo más trágico dentro de la tragedia española es que aún no acabe de ajustar sus cuentas de justicia con los crímenes y los criminales (o sus herederos) de la sangrienta dictadura de Francisco Franco. Como si el fantasma de aquel pequeño y cruel dictador aún tuviera a sus pies una España en la que "todo está atado y bien atado". Al menos esa impresión dejan los políticos y los juristas que optaron, y lo siguen haciendo al paso de las décadas, por un olvido sencillamente inadmisible.

Todo esto lo debería saber el juez Garzón mientras persigue a Pinochet, a Videla o cuando pontifica sobre las muertas de Ciudad Juárez. Lo que sin duda está bien. Pero que no le debería impedir a él ni a los señores gobernantes del Partido Popular y sus secuaces derechistas entender que lo hacen sentados sobre sus propios muertos, los que quedaron bajo el bombardeo sobre Guernica, bajo los escombros del alcázar de Toledo o en las teñidas calles de Teruel, Madrid o la heroica Barcelona. Creo que bien pueden ponerse a pensar en los miles de hombres que fueron fusilados por órdenes de Franco a manos de legionarios alemanes o fascistas italianos, como en esa triste foto del español bajito y moreno, la barba crecida, camisa blanca, que acaba de rendirse, resignado, fatalista, con una colilla entre los labios y a punto de ser fusilado. Esos rostros que quedaron impresos en las fotos en las que abunda la tragedia y la desgracia de una guerra, diría Pérez-Reverte, tan atroz, y tan española, o tan española por atroz, o tan atroz por española.

En México los hombres y las mujeres del exilio español, filósofos, poetas, militantes, sindicalistas, campesinos, maestros, obreros, sabios, nos enseñaron por varias generaciones el aprecio por la vida humana, la justicia, la razón, la libertad. ¿Cómo olvidarlos? ¿Cómo permitir que el realismo político les borre o les anule? ¿Cómo resistir la indignación? A mí no me resulta fácil. Así se lo digo al señor juez Garzón para que sume una causa a su larga lista de agravios en contra de la humanidad: la de España. ¿Cómo olvidar la saña con la que truncaron vidas, destruyeron casas, separaron familias y aniquilaron cualquier posibilidad de sobrevivencia? Se antoja imprescindible para las nuevas generaciones de peninsulares ajustar cuentas con ese pasado y con quienes tuvieron en sus manos el pandero de la muerte. Sobre todo cuando vemos la facilidad terrible con la que los jóvenes españoles lucen esvásticas en sus chaquetas y se rapan el coco para ir a la caza de indigentes o inmigrantes.

Es España, el viejo país de Europa, el que ahora marcha con sus cerros de muertos a cuestas para poner su cuota en la guerra contra Irak, con el regocijo de la derecha neofranquista, añorante, felizmente integrada a la transición democrática española, untada al futuro desde la época de los pactos de la Moncloa, toda ella orgullosa y amnésica. En eso debería pensar el buen juez Garzón para no ser tapadera del juicio histórico que la derecha se niega a realizar, que su propio país reclama, como única posibilidad para una reivindicación ética y moralmente completa, para acabar con la espera de una España democrática y más justa. A los crímenes de guerra cometidos por Franco les hace falta un debate, un tribunal y un juez. Está pendiente. 

 

 

 

.... ... .

No hay comentarios.:

Publicar un comentario