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miércoles, 13 de febrero de 2019

Iraeta | Voluntad Política

Les compartimos este análisis de lo que ha sido puesto en evidencia en la Plaza de Colón en días recientes.

Llega a nosotros por medio de Naiz:


Josu Iraeta | Escritor

Siendo medianamente objetivos y ante los importantes movimientos que veremos aflorar en los próximos días y meses, creo pudiera ser conveniente establecer algunas ideas claras y precisas, de manera que la sociedad que muestra su rechazo en las calles, sepa a que atenerse ante el silencio de algunos y el aplauso de otros.

Es evidente que sería necio ignorar la explosión de «raza hispana» exhibida en Madrid el pasado domingo –cierto que mucho más débil de la esperada– pero la conclusión que me merece es fácilmente resumible. Por una vez y sin que sirva de precedente, los vascos compartimos plenamente su mensaje: «La unidad nacional no se negocia».

A partir de esta aclaración, lamento tener que decirlo, pero, no aciertan, quienes predican que los objetivos son la normalización política y la paz. En mi opinión, eso –que es tan deseable– serán los postres y llegarán al final, pero el «proceso» si se desarrolla, será porque plantea y resuelve dos objetivos que no están al alcance del actual Estatuto ni de la posible reforma del mismo, y estos no son otros que: territorialidad y autodeterminación. Y sépanlo, no me estoy refiriendo sólo a Hego Euskal Heria, ya que, la normalización política y la paz –logrado el objetivo– serán dos hermosas derivaciones del mismo. El resto, lleno de idas y venidas, incluso de aportaciones «novedosas» –que las habrá–, serán eso, inevitables, pero no otra cosa.

Además de lo expresado, parece oportuno recordar que los vascos somos conscientes de la escasa credibilidad de los gobernantes españoles a lo largo de la historia –ratificada en los últimos cuarenta años– y es por eso que los acuerdos, cuando los haya –que los habrá– deberán blindarse de forma y manera inequívoca, ya que el derecho a ser vascos y europeos pertenece también a las generaciones futuras y no puede ser enajenado por hipotéticas mayorías coyunturales, ni por la presión conjunta de las fuerzas armadas españolas y el oportunismo político.

Este último párrafo da pie –sin duda– para recordar algo que se esconde, que se obvia y que cuando se pone sobre la mesa, se niega. Me estoy refiriendo al Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos que Las Naciones Unidas proclamaron en 1966, que entró en vigor el año 1976 y fue ratificado por el Estado español el 27 de julio de 1977. Dice así:

1. Todos los pueblos tienen el derecho de libre determinación. En virtud de este derecho establecen libremente su condición política y proveen asimismo a su desarrollo económico, social y cultural.

2. Para el logro de sus fines, todos los pueblos pueden disponer libremente de sus riquezas y recursos naturales, sin perjuicio de las obligaciones que derivan de la cooperación económica internacional basada en el principio del beneficio recíproco, así como del derecho internacional. En ningún caso podrá privarse a un pueblo de sus propios medios de subsistencia.

3. Los Estados Partes en el presente Pacto, incluso los que tienen la responsabilidad de administrar territorios no autónomos y territorios en fideicomiso, promoverán el ejercicio del derecho de libre determinación, y respetarán este derecho de conformidad con las disposiciones de la Carta de las Naciones Unidas.

(Artículo 1. Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos)

La experiencia acumulada a lo largo del tiempo nos muestra que la libre interpretación del texto pone en evidencia la dificultad de llevarlo a la práctica, máxime cuando se carece de la necesaria voluntad política.

Todo esto nos lleva a afirmar que, si aceptamos estar «centrados» en un proceso que debe ser fundamental –no sólo para vascos y catalanes, también para los españoles– es debido a que, por desgracia para todos, la historia del nacionalismo español es la crónica de un fracaso lamentable. Desde la muerte del dictador Franco y durante cuarenta largos años, ninguno de sus «diversos» sucesores ha sido capaz de plantear y negociar –en beneficio general– un proyecto lógico, racional y democrático que permita ofrecer paz, progreso y libertad a vascos, catalanes y españoles, en lógica y respetuosa vecindad.

Existen, claro que existen –también hoy– sin duda diferentes factores que han influido y lo seguirán haciendo en el famoso y esperado «proceso». Factores que no por conocidos son fácilmente controlables y a los que se debe prestar atención. Sirva como ejemplo la constatación de que PNV y PSOE siempre han activado un mecanismo de acciones reflejas de mutua asistencia, extraordinariamente operativo y en un futuro próximo –con una u otra puesta en escena– y a pesar de sus encuentros coyunturales con EH Bildu, asistiremos a una nueva reedición. Así es la democracia.

La sociedad vasca que hoy invade sus calles exigiendo el derecho a decidir, será testigo una vez más, de cómo el PNV rescatará del ostracismo a los herederos de Felipe González, firmando acuerdos que incluyan algo tan importante como los presupuestos. Por cierto, un «trueque» que pudiera no ser suficiente para mantener en La Moncloa a los unos, y en Ajuria Enea a los otros.

Ha llegado el tiempo de «marcar territorio» y ante la proximidad de uno o varios comicios en el mismo lote, ya nadie da «puntada sin hilo». Quizá sea por eso que –hace muy pocos días– hemos tenido la oportunidad de escuchar en Baracaldo al presidente español en la presentación de sus candidatos cara a las próximas elecciones, dándonos una «clase magistral» de constitucionalismo español, tanto a vascos como a catalanes.

Cierto que el Sr. Pedro Sánchez no vestía uniforme «verde» pero escuchándole, sí me recordó, y mucho, al «héroe» que treinta y ocho años antes, dictó con su «viril actuación» en el Congreso de los Diputados, el camino a seguir por la democracia española.

Esta escenificación práctica de «España Una» que unos y otros nos están regalando responde a muchas preguntas, que espero el electorado vasco sabrá responder con inteligencia.

Los vascos siempre hemos estado en Europa, somos europeos, quizá por eso tengo la impresión de que quienes hace ya unas décadas no consiguieron sus objetivos totalitarios, hoy –en Bruselas, desde sus cómodas butacas– deciden y gobiernan con la autoridad que no consiguieron con sus bombas. Y siendo evidente que desde la Moncloa comparten objetivos, no debiera extrañar que la respuesta de las sociedades agredidas, respondiera en la medida que corresponde, no sólo en Euskal Herria, también en Catalunya y Galiza.

Permítanme finalizar poniendo negro sobre blanco, lo que compartía con los españoles que se concentraron en la plaza Colón de Madrid: La unidad nacional de Euskal Herria no se negocia. Conviene tenerlo presente.






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