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sábado, 7 de agosto de 2021

Egaña | Votantes en Fuga

Si uno echa un vistazo a las opciones electorales que han tenido los estadounidenses (demócratas vs republicanos) o los españoles (PP vs PSOE) uno se puede llegar a preguntar si de hecho los poderes fácticos han estado apostando por terminar este experimento al que se ha dado por llamar democracia -basta ver que en el estado español creen con fe ciega que la democracia retornó en 1978-, mismo que les trajo sus dividendos en el pasado pero que parece serles incómodo en el presente.

Deseosos de ahondar en el tema, traemos a ustedes el texto que Iñaki Egaña a dado a conocer en su perfil de Facebook:


Votantes en fuga

Iñaki Egaña

La escasa participación electoral en las elecciones regionales francesas de junio de este año, han mostrado una tendencia que se repite en otros procesos en las que los electores son llamados a las urnas para expresar su intención de voto. La noticia es llamativa porque se ha convertido en tendencia, agudizada probablemente por los efectos de la pandemia, como sucedió en la Comunidad Autónoma del País Vasco, en el pasado año, cuando uno de cada dos electores se quedó en casa y no participó en la apuesta electoral.

La reflexión es necesaria porque quienes logran superar barreras, primeros puestos o meterse en la negociación para el reparto de parcelas de poder, lo hacen según el apoyo popular mostrado en las urnas, no sobre el apoyo del conjunto de la población. Lo que significa que los abstencionistas van a sufrir la impronta de los “vencedores” relativos que se apropian de una mayoría popular que, matemáticamente, está adulterada. Para que se me entienda. En las elecciones al Gobierno autónomo de Gasteiz de 2020, Urkullu recibió el 39% de apoyo electoral, una cifra importante sin duda, aunque, en cambio, un 19,5% del censo electoral.

La opción abstencionista, a pesar de lo que digan quienes son beneficiados por ella, aleja el ejercicio democrático que significa depositar un voto o una opción en una urna. Y no por los que lo hacen, que demuestran de forma explícita su propósito, sino por los que no lo hacen, que de esa forma proclaman en una medida vaga bien es verdad, su desapego por un sistema que está mandando un mensaje diáfano al electorado: vote a quien vote, el día a día va a seguir siendo parecido al anterior. En resumen: el abstencionismo es un fenómeno electoralmente marginal pero cuantitativamente significativo.

Alardear de una o varias opciones políticas como causantes del abstencionismo desde opciones revolucionarias, parece que, en la actualidad, no tiene sentido. Un abstencionismo activo supondría, por simpatía, una alternativa social y política paralela de gran calado que, en los escenarios donde sucede, no parece ser hegemónica. Lo que no significa que no sea importante, sino que debiera ser decisiva para ser un contrapoder efectivamente capaz de desequilibrar el modelo.

Me refiero, por ejemplo, a las llamadas revoluciones naranjas o las primaveras árabes, ambas con efectos similares. La máxima gatopardiana, cambiar algo para que todo siga igual. De distinta manera se pueden analizar otras insurrecciones actuales, como el Paro Nacional en Colombia, la llamada Revolución de Primavera de Myanmar contra el golpe de Estado o la rebelión estudiantil y popular en Chile, donde los objetivos pasan, también, por las urnas, a pesar de que las finalidades de los subversivos vayan más allá de un nuevo proceso constituyente.

Quizás el caso de Chile sea algo más especial, donde el voto dejó de ser obligatorio en 2012, lo que supuso que desde entonces, la participación no haya superado el 50%, con datos extremos como las últimas consultas de mayo de 2021 donde seis de cada diez chilenos no votaron. La obligatoriedad en el voto, con una multa nada desdeñable en algunos casos de no ejercerse, eleva la participación a más del 90% en estados tan distantes como Australia o Bolivia. Y hacer campaña abstencionista es considerado delito.

El abstencionismo en las sociedades modernas está sustentado en otra serie de factores que tienen mucho que ver con el agotamiento de un modelo que en su tiempo fue innovador para enfrentar a las elites económicas. Por eso, los primeros sufragistas de las democracias liberales fueron exclusivamente hombres blancos con ciertos ingresos. Mujeres, capas marginales, jóvenes, negros y otras comunidades distribuidas en categorías raciales no tenían derecho al voto. Por la creencia que podrían modificar el estatus de mayorías y minorías que beneficiaba al poder habitual, pero también por el convencimiento de que los derechos civiles no correspondían a toda la sociedad, sino al escaparate de la misma.

Esa creencia de que el voto de minorías o mayorías silenciadas (mujer) modificaría el escenario, lo era para ambas tendencias, derecha e izquierda. Es histórica la oposición de ciertos sectores de la izquierda española a conceder el voto femenino durante la Segunda República española. Mario Salegi contaba en sus memorias que, militando en esa época en el Partido Comunista, en las previas a las elecciones hicieron campaña activa y callejera para evitar el voto femenino que suponían reforzaría a las derechas.

Hoy, a pesar de lo que pueda parecer, hay un acrónimo que identifica el interés por la política parlamentaria y, por extensión, el actor electoral, tanto el que va a presentarse a unas elecciones intermedias, como el que va a votarle. Se trata del WEIRD (Western, educated, industrialized, rich & democratic). Las elecciones locales de EEUU, donde hay que apuntarse previamente para ser elector, jamás pasan del 40% de participación. En 2014, las elecciones de mitad de periodo en EEUU batieron un récord federal, con un 36% de participación, un 28% en Nueva York, la más baja desde 1942, en plena guerra mundial. Sin embargo, la participación en la pugna que en 2020 enfrentó a Donald Trump con Joe Biden, “ascendió” hasta el 65%, la más alta desde 1908.

La participación electoral en la elección del Senado de Egipto en 2020 fue del 14%, la de las legislativas en Argelia de junio de 2021 del 30%. Pero no es el desapego de territorios fuera del área occidental lo más destacable, como si los regímenes políticos no fueran con ellos, sino la reflexión sobre las causas de ese alejamiento de las urnas. En uno y otro escenario.

¿Hay realmente cansancio electoral? ¿únicamente votan los Weird y sus aledaños? ¿Son los sistemas realmente proporcionales? ¿El coste de la campaña es definitivo en el resultado? ¿Tiene el pueblo cauces para ejercer su soberanía constitucional? Las preguntas podrían llenar otro artículo. Al igual que las respuestas. Urgen reflexiones.

 

 

 

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