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sábado, 21 de agosto de 2021

Egaña | Referencias

Consideramos este texto de Iñaki Egaña que él mismo ha dado a conocer en su página de Facebook como indispensable para entender mucho de lo que se vive hoy en día como parte del escenario que no ha dejado la pandemia de SARS CoV-2 a año y medio de su irrupción en el panorama global.

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Referencias

Iñaki Egaña

Los espejos en la vida se hacen cada vez más numerosos. La concordia social se contrae, los medios se apropian de nuestras relaciones y los patrones de comportamiento se clonan para hacer más uniforme a la población. Nos convertimos en maniquíes siguiendo las modas que imponen multinacionales del textil, del ocio, incluso de la cultura. Nuestras respuestas se hacen previsibles en la medida que han sido captadas previamente por algoritmos preparados para atacar los anzuelos repartidos por nuestros entornos.

La pandemia ha acelerado el proceso. Hemos perdido vida social y eso se ha percibido en el ascenso de las redes sociales, en la virtualidad –ya es complicado separar la realidad de la ficción- y en la búsqueda de nuevos dioses y en la recuperación de los viejos. Y una de las consecuencias más notorias es la de la fragilidad de la clásica separación entre lo público y lo privado. Cada vez más, nuestra vida privada, por razones objetivas y subjetivas, está al alcance de todos.

Qué decir cuando la persona, el personaje, tiene un escaparate mediático desmesurado por su condición. De actor, futbolista, malabarista, líder político, tertuliano o simplemente extravagante bufón. El corte de pelo de Cristiano Ronaldo será seguido por millones de jóvenes, al igual que el vestido de Margot Robbie o los diseños en el escenario de Beyoncé. Somos primates bípedos que compartimos con nuestros ancestros el mecanismo de la repetición.

La rueda gira en derredor de unos cuantos iconos inducidos. No sólo los actores, deportistas o músicos son los que crean la tendencia, sino también otros elevados por las élites políticas o económicas para mantener su estatus. Uno de los paradigmas es el de las monarquías medievales, aún vigentes en siete reinos europeos, embadurnadas con mantequilla por instituciones y medios, en un ejercicio de servilismo sin parangón. Por eso, no es de extrañar que su actividad se convierta en ejemplo para sus súbitos. Si la española, por centrar, se conforma como defraudadora, adultera (en contra de su precepto religioso), mentirosa y delincuente, ¿qué harán sus seguidores más incondicionales? La respuesta es sencilla. Imitación, esperando que la impunidad les alcance también a ellos.

La sociedad, en su conjunto, incita a la repetición de cuatro o cinco estándares de conducta, la mayoría, por no decir todos, relacionados con el consumismo. Nos incitan a beber y bebemos. Nos incitan a comprar lo que no necesitamos y lo hacemos. Nos incitan a viajar en unas fechas determinadas y viajamos. Nos incitan a las fiestas y festejamos.

En esa línea, poco han cambiado los estímulos a pesar de la excepcionalidad en la que vivimos. Es lacerante, en pandemia, ese sesgo de normalidad que nos enchufan desde medios e instituciones, para luego culpabilizar a ciertos sectores del desacato de las normas supuestamente selladas para abordar la epidemia. Sabiendo que esos mensajes de normalidad serán seguidos, por necesidad, por vulnerabilidad o por el simple mecanismo de repetición, por la mayoría de la sociedad.

Ejemplos los hay a todas horas y en todas las esquinas. Una conocida empresa vasca de hipermercados ha sacado propaganda especifica en las capitales vascas para unas fiestas que, oficialmente, no se celebran. La televisión pública vasca traslada sus estudios en hora de mayor audiencia precisamente a esas capitales, como lo hacía hace unos años, antes de la pandemia. Con el toque de normalidad. Los actos oficiales de “no fiestas” son numerosos, las normas saltan por los aires de forma palmaria, pero, como dijo una concejala donostiarra hay que ser amables con los turistas, hacer la ciudad, a pesar del drama, atractiva. La pasta por encima del resto.

Y, sin embargo, incitando al consumismo, a la bebida, a la fiesta… criminalizamos a los que siguen la tendencia. No tiene lógica, aunque la lógica no ha estado presente en la gestión institucional de la pandemia. Los propios referentes, con excepciones, se han comportado de una manera “normalizada”. ¿Por qué entonces fijarse únicamente en la franja más débil de la cadena? Recordar, asimismo, que cuando esos referentes han sido “cazados” explícitamente, su “castigo” ha sido inexistente. Por puertas traseras y en silencio, fueron recolocados en otros puestos de libre designación.

En la misma medida, la metedura de pata con la concesión del Premio Donostia del Zinemaldi 2021 a Johnny Depp es un ejemplo de lo que se cuece. No hay enmienda instruccional porque la elección en sí es un ejercicio de hipocresía supino. La negociación del Premio tiene que ver con cuestiones no relacionadas con valores, sino con disponibilidades, caché del actor y promoción de su último trabajo. Podía haber sido Depp como cualquier otro, según la coyuntura.

Por eso, su vida privada, que el propio actor ha relacionado con la pública, es trascendente. En este caso se trata de un alcohólico y un yonki que para su expareja también es violento. Un total de 12 denuncias por maltratos, hechos en trámites judiciales. Un ejemplo para la juventud, una referencia para cinéfilos o no. Hechos que a un simple paseante le serían recriminados de inmediato y que a un actor como Depp, se les considera anécdotas. ¿Cómo podemos pedir a unos lo que dejamos pasar a otros, a quienes también elevamos a la categoría de estrellas? Recordarán a Placido Domingo, inculpado por 27 mujeres de acoso sexual. Volvió a Madrid, hace unos meses, en olor de multitudes. El público aplaudió “estruendosamente” antes incluso de que comenzará a cantar. La referencia va completa, su canto y sus abusos. ¿Qué ánimo se les quedó a las mujeres acosadas?

Fama, belleza y dinero son las tres patas que nos trasmiten las referencias de los medios. A lo que aspiran quienes les siguen. Si a ello añadimos alcoholismo, drogas o violencia de género, el coctel se convierte en extraordinario. Luego nos rasgaremos las vestiduras con las estadísticas de la juventud. Y es que se lo estamos poniendo en bandeja.

 

 

 

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