Un blog desde la diáspora y para la diáspora

sábado, 2 de noviembre de 2019

Egaña | Ecce Homo

Iñaki Egaña le dedica este texto al lehendakari 3/7 y a su fiel escudero Jonan Fernández por el deleznable papel que jugaron en el proceso de DDR de ETA.

Lean ustedes:


Iñaki Egaña

No hay pecado más nefando para los creyentes que la soberbia. Una soberbia que en política toma temperatura con la alienación de otros tics anexos que conforman la personalidad del individuo (masculino o femenino) dedicado a la cosa pública. El recorrido del lehendakari Urkullu con relación al origen, desarrollo y, sobre todo, desarme de ETA es el de un arrogante que ni siquiera es consciente de su desvarío. Su soberbia, imprudencia particular, degrada a todo su equipo y, por extensión, a esa institución que representa.

En este país pequeño que a través de las relaciones comunitarias o familiares nos conocemos casi todos, ser creyente como Urkullu no debería ser un impedimento para esas relaciones transversales que al inicio de cada jornada iniciamos cada uno de nosotros. Pero en el caso del lehendakari, su sustento religioso mantiene ese poso tradicional que tanto daño ha hecho a nuestra comunidad. La petulancia de ser un grado superior al resto, de poseer la verdad absoluta y despreciar a la mayoría por método. ¡Cuántos clones de Urkullu se reparten por el planeta haciendo inviable su progreso!
Este pequeño país que supera la Comunidad Autónoma, tiene, entre sus tesoros, el de la humildad de sus hombres y mujeres. Y esa humildad se hace grande y nos hace grandes en los detalles, en las relaciones y, sobre todo, en el intento de empatizar y comprender las razones del otro. Pero el señor Urkullu ya entró en el tema concreto del desarme como un elefante en una cacharrería. Despreció incluso a un correligionario como Jean René Etchegaray, su homólogo en la mancomunidad vasca al norte de la muga, al que seguramente, le unirán lazos ideológicos profundos. Y lo hizo por un simple principio de exclusividad, de pertenencia. Como las religiones monoteístas que niegan, por guion, la existencia del otro.

Negó y ha negado también, con un desprecio inhabitual vistos los resultados, el protagonismo de los Artesanos de la Paz a los que, de haber tenido en sus manos mayor poder, es probable que hubiera prolongado su detención cuando aquel acontecimiento de Luhuso. Y lo señalo con plena conciencia de mi responsabilidad. Sé lo que digo. Porque hasta el día del desarme, Urkullu y su equipo más cercano, en el que está incluido Jonan Fernández, únicamente tenía una línea activa que, por cierto, coincidía plenamente con la del entonces presidente español Mariano Rajoy, y con la de los sectores contraterroristas franceses financiados con fondos reservados españoles.

No se puede pedir lealtad a quien no la ha ofrecido. Pero sí sinceridad. Y Urkullu no ha sido franco, ni lo fue en los tiempos previos al desarme. No ha sido veraz cuando ha explicado, por escrito en la “Descripción y valoración del papel desempeñado por el Gobierno Vasco en el desarme y disolución de ETA”. Es falso, como el Ejecutivo de Gasteiz ha señalado, que “el Gobierno Vasco, a través de dos Planes de Paz, Convivencia y Derechos Humanos, ha desarrollado una política estable y sistematizada de intervención integral en todos los ámbitos para un final ordenado de la violencia”. No ha habido una intervención integral, porque si esa aseveración fuera verdad, el Gobierno autonómico debería reconocer sus errores, graves en alguna de las coyunturas, sus impasses para acoplarse al paso de Madrid y, en especial, debería reconocer la existencia de otros actores que arriesgaron lo que jamás hicieron desde Gasteiz.

Así resulta que lo que hay, a día de hoy, es una reescritura de la historia en términos altivos e imaginarios, con el membrete del Gobierno vasco. Lo saben tanto Urkullu como Fernández. Una reescritura para acoplar un discurso supuestamente ético, que evita cualquier contextualización, que incide en la culpa absoluta de una de las partes para sentirse alineado con los sectores hispanos que marcan agenda y paso. Sin importarle que esos sectores (PSOE) son los que modificaron la llamada Ley de Abusos Policiales para mantener la impunidad a torturadores, mercenarios y policías, o como más recientemente y por cuarta vez, tumbar una Ley de Memoria Histórica porque incomoda al PP, heredero de las esencias franquistas. Urkullu y Fernández podrán alegar que sus abuelos y abuelas defendieron las instituciones democráticas contra el tirano en 1937. Y efectivamente será verdad. Pero ellos han perdido la herencia que les correspondía.

Por falta de humildad.

Porque si la tendrían, Urkullu, que fue presidente de EGI, debería al menos respetar la memoria de Jokin Artajo y Alberto Asurmendi, dos compañeros también de EGI que murieron al estallar la bomba que preparaban contra un acontecimiento deportivo que suponían colonizaba aún más nuestro territorio, la Vuelta Ciclista a España. Debería respetar la memoria al menos de ese periodo preconstitucional (español) donde la ikurriña, el euskara, la propia policía autónoma, no salieron a flote porque pusiera la carne en el asador el Ejecutivo que le precedió en el exilio, sino porque quien lo hizo fue esa generación que hoy desprecia por una simple ecuación electoral.

Atice a los trabajadores del metal y niegue sus derechos y obtendrá el beneplácito de sus colegas de la patronal. Pero este país, sin industria, sin euskaldunas, sin hornos, sin euskalteles, sin cajas de ahorro, sin suelo público, se va al carajo. No está construyendo país, señor Urkullu. Lo está destruyendo. A marchas forzadas, deshaciendo lo entrelazado en medio siglo.

Abra la ventana para reparar que, también con sus errores, los artesanos, de la paz, de la vida, de nuestra comunidad, son los que han levantado Euskal Herria en los tiempos más complicados. Son los verdaderos protagonistas del relato. Y son los que recorren miles de kilómetros de punta a punta para componer un motor, educar a nuestros hijos, plantar berzas, reparar una hélice, atender a unos ancianos, escribir poesía y, cuando toca, reivindicar lo nuestro, lo de todas. No lo de una elite. Y a ayudar a poner un granito de arena en la construcción de la paz.






°

No hay comentarios.:

Publicar un comentario