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jueves, 5 de septiembre de 2019

Martorell | Historia de una Barbarie

Desde las páginas de Gara traemos a ustedes este artículo de opinión que arroja luz sobre los oscuros rincones del macrosumario 11/13:


Guillermo Martorell | Criminólogo

La historia de la infamia es un relato continuo, en el cual convergen crueldades, traiciones, sadismos y personajes siniestros, propios de la novela más oscura, del cine de terror psicológico, donde los villanos buscan vulnerabilidad en la sensibilidad para reforzar su poder, su dominio del mundo, controlando las mentes disidentes, para así manejar el ritmo de la vida y de la muerte. En este contexto, el Estado español se siente cómodo, seguro, como pez en el agua, siendo el macrosumario 11/13 un nuevo capítulo de su trilogía contra Euskal Herria, su pluma y su libro de estilo son inconfundibles.

Creo que todas las personas que creemos en las libertades y en los derechos humanos somos conscientes que el procesamiento de cuarenta y siete personas por parte de la Audiencia Nacional española, cuyo único delito se llama solidaridad es mucho más que un órdago de Madrid, asemejándose a un mensaje de un macho alfa dominante que dice que el poder lo ejerce él, y que lo va a mantener a cualquier precio. A su vez todas tenemos, de forma directa o indirecta, algún tipo de relación con las procesadas, y nos duele, nos indigna, nos enfurece con vehemencia, un nuevo intento de ensañamiento.

Conozco a muchas de las cuarenta y siete, y en estos últimos años he tenido una relación más estrecha con dos de ellas. El vínculo de esa relación era, no podía por desgracia ser otro, tener en prisión a un familiar, y lo que voy a contar seguramente también ha sucedido en centenares de hogares de esta tierra. La primera vez que vi a Fernando Arburua fue en 1993, en el patio del módulo 1 de la prisión del Salto del Negro, en Las Palmas de Gran Canaria. Yo trabajaba allí como monitor, y observaba junto a un preso social, Javier, como jugaba al «futbito», que es como llamamos en las islas al fútbol sala. Javier me dijo: «Guillermo, el vasco es un tío legal, buena gente, noble, todo corazón, es de las personas en las cuales se puede confiar y que no te van a vender en esta puta mierda de sitio». Tenía mucha razón, y el ver las miradas de odio de los funcionarios cuando los sociales se acercaban a Fernando a pedirle consejo me lo decía todo.

Tuvieron que transcurrir casi veinticinco años para encontrarme de nuevo con Arburua. Esta vez en territorio libre, en Hernani. Yo llevaba en mano una carpeta con el historial médico de mi cuñado, Manu Azkarate, que entonces estaba recluido en Alcalá Meco, a pesar de su enfermedad grave. Fernando lo sabía todo, y todo es todo, de su cavernomatosis portal. Creo que tenía más información él de la que yo podía aportarle. Me quedo con dos detalles: su gran profesionalidad y, sobre todo, su inmensa humanidad. Manu estaba en buenas manos, en las mejores. Hacía seguimiento, teléfono siempre abierto para cualquier cosa. A la familia nos daba tranquilidad, siempre nos regalaba una sonrisa. Eso no es delito.

En Hernani siempre me he sentido a gusto, como en casa, es más que especial, y fue allí donde conocí a Aiert Larrarte, al cual le tocó llevar el caso de Manu. Lo mío con él fue amor a primera vista. Nuestro abogado, porque es nuestro, es un virtuoso del derecho, ello en parte es debido a que tenemos, por las circunstancias que hemos vivido, el mejor equipo de penalistas y procesalistas del Estado español. Yo le defino, mi vena heavy lo modula, como el Joe Satriani del derecho procesal y el Lemmy Kilmister del derecho penal. Ganó un caso imposible. Me explico.

A mi cuñado le imputaban un presunto quebrantamiento de condena. El juicio se celebraba en Donostia. Los elementos objetivos del dolo, el destino, la jurisprudencia, la doctrina y el lado oscuro de la fuerza decían que Manu había quebrantado por activa y por pasiva. Con las cartas marcadas ejercía la acusación el fiscal Zaragoza. Aiert sacó su guitarra, la enchufó al amplificador, tomó la púa entre sus dedos y empezó a sacar unos sonidos que nadie jamás había hecho. Mientras rascaba las cuerdas se producía una salida de órbita de ojos del fiscal, que no daba crédito a lo que escuchaba, y que no soportaba que, sus alumnos allí presentes, vieran como estaba siendo desarmado, riff a riff, de una razón que no tenía. Fui testigo de los hechos, jamás había disfrutado tanto en un juicio, a pesar de los actores implicados y de la supuesta desventaja. Manu salió absuelto, tanto en primera como en segunda instancia. Eso permitió ganar otra batalla en el Supremo y que mi cuñado recuperara una libertad robada impunemente. Aiert hizo un trabajo extraordinario, fruto de un equipo extraordinario. Eso no es delito.

Como criminólogo pienso que el macrosumario 11/13 es una muesca más en la barbarie que supone el derecho penal del enemigo. El listón de la misma estaba en la estratosfera, sin embargo, han sido capaces de subir cien peldaños más. Hablando con mi gente siempre pongo un ejemplo que, tristemente, viene al caso: la prisión. En ella, y con la supuesta finalidad de favorecer la reinserción social y el tratamiento de sus usuarios, nos encontramos con distintos equipos técnicos, los cuales están integrados, entre otros, por juristas, médicos, psicólogos, trabajadores sociales, educadores, así como voluntariado que da apoyo a estos equipos. ¿Se imagina alguien que todos ellos fueran imputados por la Audiencia Nacional por colaboración con banda armada o por narcotráfico por simplemente hacer su trabajo? Es difícil de suponer y de creer que algo así pueda ocurrir. Sin embargo, va a suceder.

Me sentía obligado a escribir estas palabras, pienso que los ejemplos que he puesto de Fernando y Aiert son extrapolables a todas nuestras encausadas, y creo que este catorce de setiembre todas tenemos que estar arropándolas en Bilbo. Allí vamos a encontrarnos con un escenario bien definido: cuarenta y siete versos de amor frente a un Estado hundido en la miseria de su venganza.






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