Con el odio por bandera
Tengo que contarles algo. Tengo que decirles a ustedes, y ustedes tienen que saber.
El lunes a 24 de julio se abrió un juicio en Madrid para juzgar a los presupuestos autores del asesinato de un general franquista, en 1982.
Un juicio tanto tiempo después, por, dijo el presidente del tribunal, « las familias de las víctimas », lo que es normal. « Pero, añadió en tono despreciativo – y eso, lo es menos – no cambiará nada para los acusados, quienes, de todas formas ya están con condenas largas. » Es decir en claro : los podemos condenar de oficio a la pena más fuerte.
Lo que me llega a la mente, es el término de « juicio amañado » que usan los Cubanos para calificar un juicio escandaloso en el cual, en Miami, el feudo de la mafia anticastrista, fueron sentenciados en 2001 hasta a doble cadena perpétua (!) 5 Cubanos injustamente acusados de espionaje. Ahora, por haberlo vivido, sé qué significa.
Ibamos cuatro en Madrid, por esa mañana del 24 de julio. Cuatro venidas de Euskal Herria, una mujer y tres jovencitas apenas salidas de la infancia, sentadas con el público, arriba, solas en el último banco, custodiadas por cinco policías vestidos de paisanos. « Hombre, ¡no mordemos ! » le dije medio riendo al joven que no me dejaba ni a sol ni a sombra desde nuestra llegada en la Audiencia. « Claro, señora, me contestó, ¡si es por su seguridad ! »
Este fue el primer golpe. ¿Cómo se podía amenazar nuestra seguridad en el recinto de una Corte de Justicia? Pero ignoraba que la Justicia podía ser sólo una máscara.
Fue un juicio aberrante. Un panel de jueces entre los cuales Fernando Grande Marlaska – corbata roja y mangas con bordados, impasible y distante… Un Fiscal vindicativo y sin inspiración … Los acusados – Unai Parot y Lasa Michelena, Txikierdi – que cada uno a su turno hablaron en euskara (el traductor tuvo unas dificultades…) para decir que se negaban como de costumbre acontestar a una Corte a la cual no reconocían (Unai) y que no se prestarían a esa farsa (Txikierdi)… Testigos únicamente a cargas, y que, a pesar del poco de valor de sus declaraciones (Fue hace tanto tiempo…vi una moto gorda rodando a toda velocidad – por la derecha, para unos, por la izquierda para otros… oí dos o tres disparos – no, afirmó el Fiscal, eran ráfagas de metralleta-¡ ah, si, claro!... llevaban un casco integral, no les vi la cara… he tenido tanto miedo…) quisieron quedar anónimos, disimulados de los « terroristas » y de posibles cómplices escondidos en la sala… Sólo uno, el chófer del general, tuvo el valor de atestiguar con la cara al descubierto, sin agresividad, contando sencillamente lo que había vivido, como resultó herido, el traumatismo sufrido y que aún le afecta. Por él, y nada más que por él, Unai y Txikierdi pararon de discutir entre ellos… Un público rencoroso y grosero… Una abogada que se negará con calma y determinación a defender a sus clientes en un juicio en el cual la decisión se conoce de antemano…
Sí, Txikierdi tenía razón, fue una farsa, una parodia trágica y cruel.
Con el odio por bandera.
Cuando entraron los acusados en la jaula de cristal blindado, Unai buscó a sus hijas con la mirada. Al vernos, allá en el fondo, nos dirigió una sonrisa que le iluminó y nos hizo levantar de un golpe, y nos saludó con la mano. ¡Estupor en el público! Hubo como una fluctuación, como una ola, un rumor que gruñió. Esta sonrisa, este saludo de la mano de un hombre a quien se quería patalear, ¿para quiénes eran? La gente se volvió de un golpe… y nos vieron, las cuatro, devolviéndole a Unai la sonrisa. El hombre que estaba delante de mí, un tío gordo y sanguíneo que llevaba como muchos otros de sus compinches alrededor suyo, hechos en el mismo molde, un letrero amarillo (luego supe que eran miembros de la asociación de ultra derecha AVT - Asociación de Víctimas del Terrorismo -) me fusiló con la mirada. Creo que a su sorpresa de encontrarse frente a una mujer debo no haber recibido un puñetazo…
Pero descubrí el Odio en sus ojos. Un odio como una bestia inmunda, espumajeante, no razonado y quemante. ¡Era tan monstruoso que ni siquiera tuve miedo! Entonces, la bestia me rugió : « ¡SON HIJOS DE PUTA ! »
No pude callar… ¡Sin embargo, había prometido callar! ¡Pero me salió por sí solo! « « No, señor, son hombres de honor.» Sin reflexionar, calmamente. Y me preparé para recibir una sarta de insultos… Curiosamente, el hombre se quedó boquiabierto, luego dio la vuelto y se sentó en silencio.
¿Cuándo España se decidirá a hacer la limpieza que se necesita, a callar esos tufos nauseabundos de franquismo, esa dictadura que los partidarios de Rajoy se niegan a condenar y que manchan el honor de la patria del Quijote y del Padre Las Casas? ¿ Cuándo quemará esa bandera infame? ¿ Cuándo entenderá que el odio no puede más que destruir, empezando por quien la alimenta? ¿Quién le dirá que nada se edifica en el odio?
No, señor, somos hijos de buenas madres.
Creí que salía indemne de la mordedura del odio.
Me equivocaba.
Llevo su marca en un rincón del alma. La cicatriz no desaparecerá. Pero tiene la forma de Euskal Herria.
Y bueno, tengo el antídoto. La imagen de aquel hombre que, después de más de dieciséis años en la mano de sus enemigos, seguía de pie y, detrás del cristal blindado, nos ofrecía la más linda de las sonrisas.
Annie Arroyo
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