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jueves, 18 de noviembre de 2004

Guerra | Todos Somos Arafat

 Hace unos días cuando la izquierda abertzale presentó su propuesta de diálogo político en el Velódromo de Anoeta, ubicado en la ciudad costera de Donostia, ha nadie escapó el mensaje de solidaridad internacionalista para con el pueblo palestino materializado por la presencia de una keffiyeh cubriendo el podio ante la reciente muerte de Yasser Arafat.

Hoy retomamos ese internacionalismo con este texto publicado en La Jornada, mismo en el que se realza el derecho a la autodeterminación de los pueblos en contraposición al anacrónico colonialismo.

Lean ustedes:

Todos somos Arafat

Angel Guerra Cabrera

La muerte de Yasser Arafat deja un lugar muy difícil de llenar, por una persona o por un equipo salidos de la filas de la resistencia palestina. Cabe esperar de un liderazgo heterogéneo en edades y puntos de vista, que ha sufrido innumerables bajas por muerte o cárcel, que sea capaz de llegar a consenso básico para echarse al hombro la etapa que se inicia. Como el rais no era del agrado de Washigton y Tel Aviv, procurarán estimular el ascenso de sus preferidos, ésos a quienes llaman los moderados, dispuestos a hacer concesiones de fondo y a sepultar el recuerdo de Arafat

Qué lluvia de calumnias han achacado al histórico líder los medios de (in)comunicación en estos día de agonía: terrorista, autoritario, corrupto, inflexibe, etcétera, etcétera. Ya esas letanías las hemos aprendido y sabemos de dónde provienen. Todos los seres humanos tenemos virtudes y defectos. La grandeza está en lograr que en el balance las primeras prevalezcan sobre los segundos. Es el caso de Abu Am-mar. Arafat era un conspirador nato a quien le tocó desenvolverse en las condiciones más adversas y es lógico que su manejo de las finanzas o de otros recursos no los ventilara en conferencias de prensa y ni siquiera en un Parlamento donde no le faltaban adversarios. Pero no hay dudas de que fue austero y entregado a la causa hasta el último aliento y que nunca rehuyó los puestos de mayor peligro desde que recibió el bautismo de fuego en 1948 hasta el cerco tendido en los últimos años por los sionistas en La Mukata, concebida como cárcel para un solo reo.

La Mukata no era el 10 de Downing Street y de demócratas de ese estilo proliferan otras críticas, inspiradas por la democracia abstracta y elitista, es decir, la democracia vaciada de pueblo. Cabe preguntarse por qué resultan de tanto interés los defectos, reales o supuestos, de Abu Anmar, por qué se han hecho correr sobre ellos ríos de mentiras en periódicos y, sobre todo en la televisión. ¿Por qué podemos adivinar a George W. Bush y a Ariel Sharon entonando plegarias para acelerar la solución que tanto esperaban? ¿Por qué ambos satanizaron al presidente palestino, lo trataron como a un paria y se negaron a aceptarlo como al legítimo representante electo de su pueblo, por cierto en elecciones más democráticas que las estadunidenses e isaelíes? ¿Por qué la mayoría de los gobiernos árabes -íntimos amigos de Estados Unidos- lo dejó solo, incluso después de su confinamiento? ¿Es Israel un Estado democrático? Para esta pregunta hay varias definiciones demoledoras, entre ellas las del prestigioso activista israelí por la paz Uri Avnery.

Procedente de una familia de la alta burguesía, Arafat no fue nunca en rigor un revolucionario social, pero sí un luchador inclaudicable por la soberanía palestina y por preservar la identidad de una nación sin territorio, a menos que demos tal nombre a los jirones a que ha quedado confinado por los ocupantes hebreos. Fue uno de los más esclarecidos miembros y portavoces del nacionalismo árabe de los años 60 y 70. Sin su liderazgo es inconcebible el prestigio y la autoridad que el movimiento de resistencia palestina alcanzó en el mundo y en los foros internacionales. Qué duda cabe que desde que Arafat constituyó primero Al Fatah y más tarde la Organización para la Liberación de Palestina, hace varias décadas, la misión principal de ese movimiento fue y ha seguido siendo la misma: la liberación nacional del yugo sionista. Se dice fácil, pero cuánto talento y entrega a toda prueba exige una hazaña semejante.

Así como la lucha de todos los pueblos de la Tierra es una sola, así también es la de los pueblos del mundo árabe. Por encima de diferencias culturales el eco de Gaza y Cisjordania llega a Fallujah, pero también al sur del río Bravo, a las Antillas, a Seattle, a Washington y al País Vasco y se repite en Génova, Praga y Barcelona. El imperialismo es un sistema mundial de dominación, y mundial ha de ser la lucha por derrotarlo. La cuestión es comprender los vasos comunicantes que hacen de esta lucha una sola, por sobre diferencias culturales, étnicas o nacionales.

Para establecer este puente, Arafat es un buen referente por su concepción laica amplia y unitaria de la lucha antimperialista. ¡Honor y gloria para Abu Ammar!

 

 

 

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