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martes, 3 de septiembre de 2002

Vázquez Montalbán y los "Batasunos"

Manuel Vázquez Montalbán, catalán por nacimiento pero español por decisión propia, ya recientemente nos había sorprendido con un texto en el que habla en favor de la experiencia que tiene Madrid lidiando con el fundamentalismo islámico, despachándose con una perla del revisionismo españolista como pocas; la reconquista.

Y decimos que nos había sorprendido porque supuestamente el señor es de izquierda y la izquierda no comulga con mitologías fundacionales de ningún tipo de nacionalismo decimonónico pues tiene el antídoto para ello; el  materialismo histórico.

Pero es que tristemente, y como nos demuestra con este otro texto publicado en la sección Opinión de La Jornada, a Vázquez Montalbán se le han ido por completo las cabras al monte en su apuesta por la imposible equidistancia, salpicada aquí y allá con manidas y facilonas frases supuestamente de izquierda.

En el texto, como funambulista, Vázquez Montalbán dispara lo mismo a diestra que a siniestra. Sus enemigos son por igual los gerifaltes del bipartidismo del PP-PSOE y los "batasunos", para él, ambos amenazan la grandeza de España.

Ojo, porque lo de "batasunos" no lo hemos inventado nosotros, así lo escribe, tal cual, para referirse a quienes se atreven a expresar sus ideales políticos depositando la boleta de Batasuna en una urna.

Ya había mostrado su desdén hacia la izquierda abertzale cuando junto a Saramago apoyase la candidatura de Izquierda Unida en el reciente proceso electoral de la CAV, solo para que ese partido terminara por engancharse como furgón de cola al tren del Partido Nacionalista Vasco.

En su celo españolista, Vázquez Montalbán asegura lo que ni Garzón con su neolenguaje se atreve a hacer; que Batasuna es el brazo político dependiente de ETA. O sea, este señor que en sus años mozos pasó su tiempo en las mazmorras del franquismo y que militó en organizaciones radicales, sin tiento alguno, compra y revende la hipótesis con la que Garzón actualemente sofoca todo tipo de expresión política e identitaria vasca, convirtiéndose así en valedor del "todo es ETA", sin importarle que muchos vascos y vascas hayan terminado detenidos, torturados y encarcelados como resultado de esa estrategia represiva. A lo Pepe Carvalho.

Más adelante, después de supuestamente haber cuestionado tanto al PP como al PSOE incluyendo por ahí una referencia a la Guerra Santa desencadenada por George W. Bush vuelve a las andadas, insistiendo en que como estado democrático -después de que él mismo ha señalado la ausencia de división de poderes así como la incapacidad para confrontar con herramientas políticas el complicado escenario presentado por Batasuna - Madrid debe explorar otras rutas.

Pero ahí, precisamente está el quid del asunto pues Vázquez Montalbán termina por convertirse en voluntarioso valedor del "atado y bien atado" de Francisco Franco. El régimen transmutó, llevó a cabo cambios cosméticos exigidos por las potencias occidentales tras la muerte del dictador, pero el estado español, como en tiempos de Franco, dista mucho de ser una democracia, pues los restos de decenas de miles de víctimas de la brutalidad españolista inspirada en los principios del nacional-catolicismo... continúan en fosas comunes.

Adelante con la lectura:


España: entre la democracia y la ilegalización

Manuel Vázquez Montalbán

Sorprende, y a mí me asusta, la aplastante mayoría con la que el Parlamento español ha secundado el obsesivo empeño de José María Aznar de ilegalizar a Batasuna, como brazo político dependiente de ETA. Esa mayoría parlamentaria no se debe sólo al vicio del seguidismo, sino que tiene también especial importancia la carencia de nuevas expectativas políticas para el problema vasco. La falta de opciones favorece la impresión de que la ilegalización de Batasuna es una medida eficaz, ya que tanto el Partido Popular (PP) como el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) deben ocultar su incapacidad política y la insuficiencia de la vía policial como instrumento represor o disuasorio.

Inquietante que el discurso ilegalizador del PP y del PSOE sea prácticamente el mismo, los primeros porque son depositarios de una idea de unidad patriótica característica de la derecha española y los segundos porque originalmente parten del esquema estatista de la clase obrera única, Estado unificador. Sin embargo, los socialistas catalanes, tal vez debido a ciertos niveles de colaboración entre comunistas, socialistas y nacionalistas en la lucha antifranquista, corrigen el axioma mecanicista y asumen las posiciones del austromarxismo ante la cuestión nacional. Curioso que el tiempo empleado por el jefe del socialismo catalán, Pascual Maragall, ante la ilegalización haya sido breve, y más amplio el dedicado a reclamar negociación para obtener resultados políticos.

Los problemas de los socialistas españoles para despegar su política vasca de la del PP no sólo son ideológicos, cuestión menor en unos tiempos en los que cualquier formación política coloca el pragmatismo por encima de sus principios originales. El terrorismo de ETA ha asesinado a militantes y dirigentes socialistas, por lo que es muy difícil distanciar y enfriar cualquier respuesta política, pero lo cierto es que el PSOE hasta ahora no ha demostrado una lectura diferenciada del nacionalismo vasco ni ha diseñado su propio proyecto. Si al PSOE lo condicionan estas carencias, el PP espera que la ilegalización de los batasunos le permita maquillar el fracaso de su estrategia para modificar la lógica del problema. Buena parte de la Europa democrática está sorprendida de que una de las más importantes razones para expulsar a Batasuna a las tinieblas exteriores sea que nunca ha condenado a ETA, ni siquiera específicamente los muertos que causa, sean civiles o militares, mujeres o niños. En un sistema democrático las razones para la pérdida de los atributos políticos han de ser menos emocionales y no deberían ser las mayorías parlamentarias quienes ilegalicen, medida necesariamente judicial y basada en una interpretación legal de los delitos contra la democracia cometidos por el partido a sancionar. Es fácil ilegalizar a Batasuna desde unos criterios democráticos cuantitativos y sería imposible hacer lo mismo con Haider o Le Pen en el parlamento austriaco o francés, no por carecer de grupo armado adlátere, sino por ser partidos de tal instalación que sería catastrófico dejarlos fuera de la ley.

La orgía antiterrorista cósmica de Bush ha envalentonado a Aznar, activado también porque la ilegalización de Batasuna le trae votos en el resto de España entre la clientela más opuesta a los separatismos o la más horrorizada por la brutalidad de ETA y la insensibilidad crítica de Batasuna. También sabe Aznar que las posiciones contrarias a la poscripción apenas tendrán cauce en los medios de comunicación, telecontrolados por el gobierno o instalados en la lógica de lo informativamente correcto por encima de lo políticamente democrático.

¿Cómo interpretar la coincidencia de tiempos entre la ilegalización de Garzón, consecuencia de la lógica judicial y la del Parlamento, consecuencia de la incapacidad de encontrar otra salida política a una cuestión empantanada? Ignoro cómo se ha producido el precipitado encuentro entre las investigaciones de Garzón y las especulaciones de Aznar. Lo lógico hubiera sido que el Parlamento reservara la decisión ilegalizadora al Poder Judicial, en primera instancia representado por Garzón, con los previsibles recursos de alzada hasta llegar al Tribunal Constitucional. La coincidencia entre Garzón y el Parlamento tal vez trataba de ofrecer la imagen de una coincidencia de bloque antiterrorista formado por los tres poderes más decisivos, el Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial. Pero dudo que la ciudadanía lo haya visto como un milagro de la razón inevitable, desde aquella perdida inocencia de los liberales ilustrados del siglo XVIII, convencidos de que la verdad es tan evidente que no puede ser rechazada. Creo que la sociedad española ha acogido la medida con escasa distancia crítica, pero convencida de que ha habido acuerdo superestructural para que la coincidencia la hiciera irrefutable. La correlación de debilidades, que no de fuerzas, sigue marcando la dialéctica entre el Estado español y el nacionalismo vasco, así como el predominio de una falsa conciencia sobre la situación. ¿Qué terrorismo político con raíces sociales no ha jugado, juega y jugará en un doble frente de clandestinidad y legalidad? ¿Qué terrorismo, insisto, con raíces sociales, ha sido destruido democráticamente por la ilegalización de su frente político? 




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