Continuando con lo compartido anteriormente con respecto a conceptos como nacionalismo, soberanía y autodeterminación -anhelos del pueblo vasco como lo son también de catalanes, palestinos, kurdos y un largo etcétera-, y con el afán de educar a personas que debieran tener mucho más criterio como lo son José Saramago y Guillermo Almeyra, les compartimos este otro texto también publicado en la sección Opinión de La Jornada:
Soberanía y autodeterminación
Marcos Roitman Rosenmann
De Soberanos e intervenidos. Estrategias globales, americanos y españoles, obra de Joan Garcés, que debe considerarse una de las investigaciones más completas sobre política exterior de las potencias hegemónicas occidentales desarrolladas tras la segunda post guerra mundial y la desintegración del bloque del Este, enuncio lo siguiente: "Un Estado que depende de la potencia hegemónica para sobreponerse a su propio pueblo es una prolongación del poder imperial."
Contundente afirmación que se transforma posteriormente en postulado mayor: "La subordinación del Estado a la potencia hegemónica puede ser necesaria para sectores locales con estatus y poder vacilantes, pero con ello activan fuerzas internas y externas de desintegración del propio Estado. Mayores aún si éste es plurinacional. Cuanto más alienado se encuentra un gobierno a la potencia exterior, mayor es su inclinación a reprimir las expresiones diferenciadas de identidad nacional."
Es éste el problema a que nos enfrentamos en América Latina. Sólo que en el comienzo del siglo XXI no se trata de la activación de fuerzas internas y externas movilizadas para derrocar gobiernos democráticos y soberanos. Dichas fuerzas se activaron con los procesos de cambio neoliberales enquistándose en los aparatos de Estado a comienzos de la década de los años ochenta del siglo XX. Hoy nos encontramos que están y son gobierno. Es decir, su lucha no consiste en hacerse con el control del Estado, ya está en sus manos. No reclaman la intervención de la gran potencia para derrocar gobiernos nacionalistas y democráticos. Son Estado, manejan poder y se sirven de la discrecionalidad política propia del proceso de toma de decisiones para avalar sus políticas de desintegración nacional.
La mayoría de estos gobiernos han sido electos por voto directo, secreto y universal. Brasil, Bolivia, Perú, Argentina, México, Colombia, Ecuador, El Salvador, Nicaragua, o cualesquiera que ustedes tengan en mente donde se apliquen las recetas del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o se adopten los criterios emanados desde Estados Unidos en política exterior. Es el retorno de los cipayos. Por ello asistimos a un fenómeno de más hondo calado: la complementariedad de objetivos entre las fuerzas políticas internas, las elites económicas y la estrategia de desintegración nacional diseñada por la potencia hegemónica, en este caso Estados Unidos. No hay sumisión, lucha o confrontación. Existe una anuencia, los valores de la potencia hegemónica se asimilan para sintetizarse en un proyecto de desnacionalización considerado parte fundacional de un nuevo orden global.
Esta concepción diluyente de la conciencia nacional y pro imperialista se puede constatar más fácilmente en los reclamos de Estados Unidos a la hora de elevar memorándum para las cancillerías de los países latinoamericanos. Lo que debería ser una respuesta fuerte y contundente ante tal desfachatez, se trasforma en una suerte de consejo aceptado anuentemente por los respectivos Estados. Cada vez observamos con mayor frecuencia que Estados Unidos no impone por la fuerza sus estrategias. Los actuales gobiernos latinoamericanos, excepto Cuba, son copartícipes y se sienten identificados con la política exterior de Estados Unidos. No hay contraposición de intereses, hay confluencia y consenso. Por ello no hace falta presionar. Se puede llegar incluso a crear una situación irrisoria en tanto países de América Latina adoptan decisiones anticipándose al propio Estados Unidos. Por ello encubren sus decisiones bajo el manto de la inevitable dirección que asume el mundo tras la caída del bloque soviético.
Cuauhtémoc Cárdenas, en un excelente artículo publicado en La Jornada (27/03/02), destaca esta posición al entresacar frases de un distinguido miembro del gobierno de Vicente Fox, publicadas en la revista Nexos: "Algunos tal vez hubieran pretendido que el sistema internacional del siglo XXI, tras el fin de la guerra fría, se estableciera sobre la base de esos principios: los de la no intervención, la igualdad jurídica de los Estados y el rechazo al uso de la fuerza. Pero la realidad es que aquél ya no descansa en ellos; para bien o para mal, el hecho es que las reglas que se tienden a construir son injerencistas, más que antiintervencionistas..."
No cabe duda, lo que está en cuestión es la capacidad creativa de los latinoamericanos para implementar proyectos nacionales afincados en los derechos de soberanía e independencia, indispensables para la existencia de una vida democrática. El cuestionamiento de los principios de soberanía, democracia y autodeterminación, unido al temor por el asentamiento de un orden democrático, urde la trama para justificar los argumentos de una política intervenida por parte de estos gobiernos cipayos.
Siendo el miedo y el rechazo que sienten los cipayos a la democracia el acicate para ejercer la represión interna y cerrar espacios de articulación política ciudadana, el origen de sus decisiones proimperiales. Se teme la configuración de propuestas constituyentes de ciudadanía plena fundadas en la responsabilidad, la acción ética y la conciencia nacida de un convivir en la alteridad.
El fin de la autonomía se alza como la solución a los problemas internos de toma de decisiones. ¿Para qué sirve la soberanía?, si los conflictos a los cuales nos enfrentamos tienen un denominador común: el terrorismo internacional, sus Estados cómplices y las fuerzas del mal representadas en el narcotráfico y el fundamentalismo islámico. Ya no hay necesidad de defender proyectos soberanos. Tal y como señaló en su momento un presidente hondureño en los años ochenta del siglo XX, Azcona Hoyo: "Un país pequeño no se puede permitir el lujo de tener dignidad". Hoy ese dicho es asumido por grandes países de la región sin complejos ni críticas. Los ejes centrales del nuevo orden mundial son parte de una propuesta en la que el mensaje es claro: conmigo, contra mí o sin ti. Caer en esta visión es aceptar la lógica de Estados Unidos en su actual proceso de reconstrucción hegemónica. Lo verdaderamente trágico para América Latina es que sus gobiernos cipayos practican una política de sumisión consciente, cuyo resultado es la desintegración de proyectos democráticos internos. Y en esto coinciden ambos actores, los protagonistas y los bufones del imperio.
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