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jueves, 4 de abril de 2002

Rodríguez Araujo | Soberanía y Nuevo Imperialismo

Le queremos dedicar a José Saramago y a Guillermo Almeyra este texto publicado en La Jornada e inspirado en la grosera injerencia estadounidense que se escenificó en México y que tuvo como objetivo primario al Comandante de la Revolución Cubana Fidel.

Y es que ambos, tanto el Premio Nobel de Literatura como el trosko andan bastante errados en lo que respecta al concepto nacionalismo y resulta que terminan utilizando la acepción que le da la derecha, sobre todo cuando al derecho a la autodeterminación del pueblo vasco se refiere.

Adelante con la lectura:


Octavio Rodríguez Araujo

Soberanía y nuevo imperialismo

Está de moda cuestionar el nacionalismo y la soberanía de las naciones. Son vestigios, se dice, de un pasado que no tienen nada que ver con la globalización. Ciertamente el nacionalismo ha sido usado por las fuerzas más conservadoras e incluso reaccionarias del pasado. El caso extremo fue la Alemania nazi, pero también, por diferentes razones y repercusiones, la defensa del socialismo en un solo país. En su nombre las clases sociales dominantes y sus representantes en los gobiernos han cometido todo tipo de atrocidades. Ha sido pretexto para inhibir la lucha internacional de los trabajadores y para justificar guerras entre naciones o la explotación de inmigrantes de países menos desarrollados en los más desarrollados. Sin embargo, el nacionalismo no ha desaparecido ni ha dejado de usarse como idea-fuerza para someter a otras naciones o para lograr el apoyo de la población a políticas genocidas en otros territorios.

Los países más desarrollados del planeta son fuertemente nacionalistas y en nombre de sus intereses nacionales le declaran la guerra a otros países o simplemente los invaden y, no menos importante, protegen su economía y las de sus empresas, donde quiera que éstas se instalen. Pero, como ocurre en tantas cosas, la vara que usan los países imperialistas para medir sus intereses nunca es la misma para medir los intereses de otras naciones. Tanto el colonialismo como el imperialismo en sus diferentes modalidades han tratado de romper o han roto el nacionalismo y la soberanía de otros países, pero que no les toquen siquiera sus fronteras o sus inversiones en el extranjero porque se arma una guerra. La ley del embudo en su más cruda expresión. Ley que opera también y elocuentemente en asuntos migratorios.

Hirst y Thompson, en su conocido libro Globalization in Question (Londres, 1996), señalaban que las compañías genuinamente trasnacionales son relativamente raras, ya que la mayoría son de base nacional y de relaciones comerciales multinacionales.

La movilidad de capital, que sería otra característica de la globalización, no ha producido una transferencia masiva de inversiones y de empleo de los países avanzados a los subdesarrollados, sino más bien la inversión extranjera directa está altamente concentrada entre las economías industriales avanzadas, y el Tercer Mundo permanece marginado tanto de las inversiones como del comercio, considerando por separado a la pequeña minoría de nuevos países industrializados. Por lo tanto, la economía mundial está lejos de ser genuinamente "global", ya que el comercio, las inversiones y los flujos financieros están concentrados en la tríada Europa-Japón-Estados Unidos, permitiendo que estos países tengan la capacidad, especialmente si ellos coordinan sus políticas, de ejercer fuertes presiones de gobierno sobre los mercados financieros y otras tendencias económicas. Es un nuevo imperialismo basado en la ultradefensa nacional de las grandes potencias y en la desnacionalización de los países subdesarrollados.

El nuevo imperialismo tiene características diferentes a sus anteriores modalidades. En primer lugar, ha sido precedido de un modelo político de repercusiones económicas, sociales y culturales sin precedentes históricos por su alcance, aplicación y casi uniformidad (el neoliberalismo). En segundo lugar, no tiene oponentes institucionales (estatales), desde que los principales países llamados socialistas dejaron de existir. En tercer lugar, se basa en la prescindibilidad de pueblos enteros que no son útiles a las empresas como productores o consumidores, pues el criterio no explícito, apuntado por Emmanuel Arghiri hace muchos años, es que los recursos físicos no renovables no serían suficientes para garantizar siquiera el nivel de vida de los pueblos de los países desarrollados si otros países se desarrollaran. En cuarto lugar, al disolver la unidad constitutiva del Estado y de los capitales nacionales, en la lógica neoliberal de Estados reducidos y no intervencionistas, se han desmantelado (o casi) los mecanismos nacionales (e institucionales) de protección a la población mayoritaria (no sólo trabajadora) que está siendo víctima del proceso de mundialización relativa de la economía y cuyo efecto más visible y cuantificable es el aumento de la pobreza y la miseria.

La defensa de la soberanía para los países subdesarrollados es hoy uno de los pocos argumentos para conservar recursos estratégicos, para el desarrollo nacional y lo que esto implica para elevar el nivel de vida de su población y, no menos importante, para enfrentar al nuevo imperialismo que predica para el exterior, y sólo para el exterior, la disminución de la intervención estatal y de la soberanía nacional (porque son, se dice, asuntos del pasado, obsolescencias de un mundo que ya ha cambiado).

Soberanía no es patriotería. Soberanía es la defensa de nuestros intereses, de nuestra cultura, de nuestra identidad y, sobre todo, la no subordinación de la mayoría de la población a los intereses de quienes dominan la economía mundial con el apoyo de sus Estados nacionales y los ejércitos de éstos. 




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