Inspirado en la fundación del asentamiento romano en la ciudad que hoy en día se conoce como Pamplona pero que nosotros denominamos Iruñea - la capital de todos los vascos - nuestro amigo Iñaki Egaña ha redactado el siguiente texto, mismo que ha puesto a disposición en su página de Facebook:
Europa, per se
Iñaki EgañaParece que ahora 2.100 años, el cónsul romano Cneo Pompeyo Magno fundó la ciudad de Pompelo sobre la vieja Iruñea, asentamiento vascón. Desde entonces, la configuración del territorio que hoy conocemos como Euskal Herria, pasó numerosas vicisitudes administrativas. Fue colonizado, resistió oleadas de invasiones, generó resistencias y, con los siglos, se convirtió en un crisol de culturas y en una singularidad europea, dando lugar a mitos y narrativas -algunos ciertos, otros fabulados-, que captaron la atención de viajeros y escritores que la convirtieron en la Shangri-La de Occidente. Superada la época romántica, la actualidad y la perspectiva nos permite acuñar los valores que han mantenido más o menos cohesionada a una comunidad que sigue siendo singular en Europa, a pesar de esos códigos culturales y sociales que nos uniformizan y nos convierten en replicantes de modelos prefabricados a lo largo del planeta. Ubicados en el sur de Europa, cada vez somos más europeos, a pesar de la paradoja de esta afirmación.
Durante las últimas décadas nos consideramos, a veces con cierta soberbia, el ombligo del mundo. En 2015, Serge Portelli, magistrado de la Corte de Apelación de Versalles, leyó en público un manifiesto por la paz en Euskal Herria, señalando que se trataba de “el último conflicto armado en Europa”. En esa época, Kiev lanzó una ofensiva contra los territorios de Dombás, tras el golpe de Estado de Ucrania de la élite neoliberal europea, el conocido como Euromaidán, anunciando una nueva brecha. El lema del territorio vasco como el último reducto bélico de baja intensidad, pasó a las anécdotas de la historia. Somos parte de Europa, indudablemente, pero apenas el 0,20% de su territorio, el 0,43% humano. También el 0,49% territorial de la Unión Europea, el 0,71% de su población. Euskal Herria tiene la superficie de Eslovenia, el doble que Líbano o el triple que la Palestina arrasada. Y los mismos habitantes que Puerto Rico, Moldavia o Namibia, tres veces los de Luxemburgo. Añadir que la Unión Europea es el 5.6% de la población mundial, que su edad media es de 44.7 años y que su índice de natalidad es de 1,24 mientras el planetario llega a los 2,27. Una sociedad envejecida, camino de convertirse en un reducto nostálgico de aquello que fue, gracias, sobre todo, a la colonización.
Hoy, en ese reordenamiento mundial, Europa, y con ella quienes la disputamos un espacio de dignidad, se ha convertido en un territorio secundario, en gran parte debido a su papel subordinado a la que fue su colonia estrella, los Estado Unidos. Durante años, fue modelo susceptible de exportación: menores desigualdades que en otros lugares del planeta, calidad de vida, sanidad, educación, alta esperanza de vida, diversidad para el ocio… el eufemístico estado del bienestar. Evitábamos sumergirnos de dónde venían los parabienes. Un pequeño espacio planetario que se había convertido en la pirámide de una organización social aparentemente equilibrada y avanzada.
Las raíces, sin embargo, ensombrecían los logros. Europa se había convertido durante siglos en la primera potencia mundial. Construida sobre los rescoldos de las guerras, fue un producto genuino de ellas. Centenares de conflictos armados internos construyeron la “diversidad” europea. Jamás hubo en el planeta un espacio tan bélico. Guerras dinásticas, de conquista, religiosas, supremacistas. El estado natural de Europa ha sido la guerra, y su extensión al planeta. Que nadie se extrañe de las decisiones de la Unión Europea en elevar su producción armamentística y volcar sus misiles hacia supuestos enemigos. No sabe hacer otra cosa.
Esa permanencia levantisca le dio la superioridad planetaria que acudió de su armamento, del inicio de la industrialización, del control de las vías marítimas, apoyada por una religión monoteísta que se convirtió en azote del diferente, elevando a la máxima categoría el racismo. De esos mimbres surgió la colonización europea del planeta, decenas de genocidios en nombre de un color, de un dios construido a medida, de unas elites extractivas ávidas de multiplicar sus beneficios. Las mayores matanzas mundiales de la historia fueron provocadas, precisamente, por Europa. Y no únicamente por Hitler, más recientemente. Hoy, con un territorio ya esquilmado en siglos anteriores, Europa sigue debiendo su posición al expolio del resto del planeta. Sin embargo, en una crisis de crecimiento, de sobreacumulación, de agotamiento de los recursos, en los límites superiores del neoliberalismo por encontrar nuevos nichos, su alter ego (EEUU) le ha relegado a un papel subsidiario. Es la competencia y la sumisión.
Y esta carrera en la privatización del Estado, las instituciones han dejado de funcionar. Lo hemos percibido con las tendencias de Macron, Merz. Von der Leyen y otros, por cierto, cada uno con su propia agenda. Europa no se ha parado a pensar y recapacitar su posición en el nuevo orden mundial, sino que, por el contrario, ha vuelto a las andadas, a construir un enemigo a su medida, (Rusia, como lo concibieron Napoleón o Hitler) para regocijo de sus elites. La guerra, el armamento, describen que ese ADN está vivo. Lo acaba de demostrar en el apoyo al genocida Netanyahu, como lo hizo entre las negociaciones de Turquía de marzo de 2022 entre Ucrania y la Federación de Rusia, cuando pactado un acuerdo de paz, EEUU y la Unión Europea lo vetaron apostando por la continuidad de la guerra.
El racismo, el colonialismo y el supremacismo nunca abandonaron a Europa. Su pasividad frente a Tel Aviv, incluso tras el tiroteo israelí a la delegación diplomática (incluida Francia y España), nos muestra que comparte esas claves de limpieza étnica. La que propone Von der Layen para expulsar a migrantes a otros países. Renegamos de esta Europa que trata a al pueblo como a un negocio, con el consiguiente excedente humano. Pero para bien y para mal, somos europeos. Nos toca con las fuerzas de esa comunidad que nos hace fuertes, revertir Europa y repensar el planeta en clave de humanidad.
°
No hay comentarios.:
Publicar un comentario