Les recomendamos la lectura de este texto que Iñaki Egaña ha publicado en su perfil de Facebook, les ayudará a entender la actitud asumida por Gogora con respecto a las "víctimas" nazis, franquistas, falangistas y fascistas.
Adelante con la lectura:
Lo que no se ve no existe
Iñaki Egaña
Esta semana, auspiciado por Naciones Unidas, se ha celebrado el “Día Internacional del Derecho a la Verdad en relación con Violaciones Graves de los Derechos Humanos”. Una declaración tan solemne que sólo su denominación parece que dé vértigo. En este periodo en el que las fakenews se han apoderado de la información/desinformación, la verdad es casi un privilegio. No podemos fiarnos de lo que difunden las redes, debemos contrastar lo que dicen la mayoría de los medios de comunicación y, en este ejercicio, nos vamos relajando por el esfuerzo que supone, atendiendo únicamente a aquellos en quienes confiamos, política o emocionalmente. Sufre con ello el espíritu crítico, que va desinflándose, aflojándose el debate y agrandando la brecha. Cada vez las trincheras son más profundas.
Al margen de esta primera consideración, el enunciado de Naciones Unidas refiere a hechos del pasado. Afectados también por la tendencia presente y, sobre todo, por esas enormes barricadas instaladas por los dueños del relato, acunados en ocasiones por los amos de la información, la hegemonía de Hollywood y franquicias, academias de la historia, universidades, o editoriales cuyos consejos de administración están repletos de banqueros que marcan el pulso político. Parecería que vivimos en un mundo diverso, repleto de fuentes, pero a la gran mayoría nos llega únicamente lo generado por tres o cuatro referentes. Lo excepcional alcanza con cuentagotas.
Y esa evidencia agranda una expresión, “lo que no se ve no existe”, como aquella vieja frase bíblica de Tomás, “si no lo veo, no lo creo”. Nuestra experiencia en el contexto de las últimas décadas es demasiado abultada. Enorme. En febrero de 1999, el Parlamento de la CAV, con los votos de EA, PNV y Euskal Herritarrok (la marca entonces de la izquierda abertzale), propuso la creación de una ponencia que “examine la situación de todas las víctimas que de la violencia generada en nuestro país”, dentro de la Comisión de Derechos Humanos del Parlamento de Gasteiz. Algunos pensamos, ingenuamente, que esta ponencia sería la avanzadilla de una esperada Comisión de la Verdad, ya desarrollada en otros escenarios del planeta, como Chile, Sudáfrica o Argentina, en situaciones recientes, también de vulneraciones de derechos humanos.
Pero aquella propuesta se quedó en agua de borrajas. PP, PSOE e IU propusieron inmediatamente una comisión paralela para acoger únicamente a las “víctimas del terrorismo”, entendida esta como un organismo encargado de recoger a las causadas por las organizaciones armadas vascas, en particular ETA. IU matizó más adelante que en el concepto terrorismo incluía también a las víctimas causadas por el Estado. Pero PSOE y PP, que firmarían poco después un Pacto Antiterrorista, excluyendo al resto de fuerzas, se mostraron contarios a un reconocimiento global. Especialmente Carlos Urquijo, entonces delegado del PP en la Comisión de Derechos Humanos, que señaló que “no todas las víctimas son iguales”, incluyendo a las de todas las vulneraciones de derechos humanos del Estado en un amplio cajón: “el de los verdugos”. Y esa ha sido una tendencia que ha continuado durante los últimos 25 años, con pequeños avances que han hecho del camino para las mismas, un sendero repleto de obstáculos.
Estos reconocimientos, a medida que han ido avanzando, topan con un gran muro. El de la verdad. Si algo no se ve, no existe. Y esta sentencia está avalada por la experiencia cercana y lejana. La primera constatación es la de matar al mensajero. En los meses que se ha ido consumando el genocidio israelí en Gaza y Cisjordania, las fuerzas de Netanyahu han matado a 210 periodistas. A Lauaxeta lo fusilaron por acompañar a un periodista belga a comprobar que la quema de Gernika no había sido provocada, como decían las fuentes franquistas, por una horda rojo-separatista, sino por la Legión Cóndor nazi. A Xabier Galdeano, periodista de Egin, lo remataron después de cubrir las protestas en Baiona por la muerte de Benoit Pecasteings por los GAL.
Y cuando los mensajeros son demasiados, los valedores de la mentira (acabamos de conocer las resoluciones de la Comisión de Valoración del Gobierno de la CAV sobre Rosa Zarra y los cuatro jóvenes acribillados en la bahía de Pasaia que contradicen las versiones oficiales de entonces, así como las de torturas del Gobierno foral navarro), queda el recurso habitual: cierre de fuentes o desaparición de las mismas. La Ley de Secretos Oficiales ronda por el conjunto de las investigaciones populares. Pero si hace falta, los responsables dan un paso más y destruyen las evidencias. Ya hicieron desaparecer las órdenes de Emilio Mola de los archivos militares para mantener la mentira del bombardeo de Gernika. Martin Villa, en la Transición, hizo quemar dos millones de fichas de disidentes antifranquistas. De la sede del Gobierno civil de Nafarroa Garaia “desaparecieron” los expedientes de las razias contra los maquis que cruzaban la muga pirenaica. Y hoy, los expedientes que han cumplido 50 años y son accesibles por ley, llegan mutilados, tachados o minimizados. ¿Cómo acceder a la verdad, sin fuentes? ¿Cómo será el futuro cuando los testigos directos hayan desaparecido biológicamente y los jóvenes investigadores únicamente tengan acceso a los archivos amputados? ¿Qué credibilidad les ofrecerá la Inteligencia Artificial, colmada de fuentes corrompidas?
La evidencia nos indica que la búsqueda de la verdad tiene prisa. Que las necesidades, si queremos construir un relato equilibrado, son acuciantes, vista, además, esa ofensiva negacionista que se mantiene e incluso se agranda. Esta semana, asimismo, un multitudinaria manifestación frente a la sede del Gobierno argentino, encabezado por el negacionista Javier Milei, le ha ensartado: “La memoria es nuestra herramienta”. Pero para avivar esa memoria necesitamos la verdad. La nuestra ya la conocemos. Pero para confrontar, necesitamos acceder a esa otra, la que hoy ocultan.
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