Un blog desde la diáspora y para la diáspora

viernes, 16 de julio de 2021

Egaña | Hambre

Opina Iñaki Gil de San Vicente, muy acertadamente, que como clase proletaria debemos de prepararnos para lo que se avecina, que debemos de organizarnos.

En ese mismo sentido su homónimo de apellido Egaña nos ha compartido este texto en su Facebook:


Hambre

Iñaki Egaña

Todas las noches, cientos de voluntarios repartidos por los rincones de Euskal Herria ofrecen alimentos cocinados a personas sin techo, migrantes o simplemente perdedores en la paranoica escalada del éxito social. Recorriendo nuestras calles, perfilando el paso por las alamedas, parece como si el comentario anterior fuera apenas un diminuto daño colateral a una situación de acomodo generalizado. La opulencia se manifiesta en ese PIB que nos sitúa, número arriba, número abajo, en los 35.000 euros anuales, por persona.

¿Hambre? Una sombra relacionada con las consecuencias de un pasado bélico o, como relató magistralmente el periodista Martín Caparros, una tendencia ubicada en tierras lejanas donde se ha pegado a la tierra, una muesca en el desigual reparto de la riqueza. Supuestamente, Euskal Herria está al margen de la necesidad. Y, siendo cierto en alguna medida, los bancos de alimentos y las ristras de voluntarios se han multiplicado desde el inicio de la pandemia. Contraste con esa hilera de personas con sobrepeso, también niños, con una dieta cada vez desequilibrada. Nuestra sociedad también forma parte de ese Primer Mundo donde las disparidades son cada vez mayores.

La alimentación es también cultura y en esta vertiginosa carrera globalizadora, se ha convertido en un negocio en poder de unos cuantos monopolios. La agricultura nos moldeó social, cultural y políticamente, nos diferenció en clases, nos hizo sedentarios y provocó la marginación de género, el patriarcado. Pero gracias a la agricultura, nuestra especie se multiplicó y se expandió, y el milagro de la vida pudo ser degustado por una ingente cantidad de humanos. La soberanía agrícola permitió a cientos de millones de chinos, por ejemplo, romper la tendencia que les tenía preparada el destino colonial, la muerte por inanición.

Sin embargo, y a pesar de las decenas de revoluciones que ha conocido la humanidad, hoy en día cerca de mil millones de personas tienen “inseguridad alimentaria”, que es como la FAO (Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) define técnicamente al hambre. ACNUR, la organización de Naciones Unidas para los Refugiados, señala que el 45% de los niños menores de 5 años que fallecen antes de haber sobrepasado esa edad, lo hacen por los efectos del hambre. En el África subsahariana, uno de cada tres niños padece de retraso en el crecimiento.

Un observador externo podría llegar a la conclusión de que esta hambruna extendida se debe al techo alimentario al que ha llegado nuestro planeta. Quizás algún día lo haga, seguro si la tendencia no varía, pero no es el momento. Hay más alimentos que jamás. Sucede, por el contrario, que la alimentación, como otras tantas áreas del desarrollo, se ha transformado en un macro negocio. La privatización del agua, de la tierra y de las semillas son el escaparate de esta actividad, pero no el único. La uniformidad genética y la “quimicalización” de la industria, no sólo en el suelo con los abonos, sino en los alimentos con colorantes y saborizantes, son parte de ese entramado.

Y llegados a este punto, la pandemia ha acelerado el monopolio y ha provocado que el asalto se agilice aún más. La cultura se desliza hacia la “occidentalización”, hacia la uniformidad “hollywoodiana” y en la misma medida, la alimentación, sigue por la senda mercantil. Cinco multinacionales controlan tres cuartas partes del comercio mundial. Y para el futuro más cercano, su objetivo es hacerse con todo el mercado, judicializando a su competencia, echándola del planeta si hace falta. Para multiplicar sus beneficios.

Ya antes del inicio de la pandemia, Silvia Ribeiro, directora del Grupo ETC (Erosión, Tecnología y Concentración, dedicada a la defensa de la diversidad cultural y biológica), nos presentaba un futuro sombrío: “Se está gestando un ataque en varios frentes por parte de las mayores trasnacionales de los agronegocios –junto con las de informática y otras– para apropiarse de la decisión global sobre políticas agrícolas y alimentarias”.

Su reflexión era de febrero de 2020. Ahora hemos sabido que para setiembre de este año 2021, el Foro de Davos está preparando una Cumbre de Sistemas Agroalimentarios, vocablo que esconde una estrategia de las elites empresariales para concentra más poder aún. Y multiplicar la liberalización haciendo una apuesta gigantesca contra las regulaciones, control público y, sobre todo, las campañas por la soberanía agroalimentaria que recorren nuestro planeta desde opciones populares. Goliat enfrenta a David.

Ahí precisamente está la clave de un escenario que es particular y global, el de la soberanía agroalimentaria. Un proyecto independentista actual, en Euskal Herria o en otra parte del mundo, pasa precisamente por mantener su independencia política y alimentaria. En febrero de 2007, en Sélingué (Mali), en el Foro de Nyéléni, la Soberanía Alimentaria fue descrita como “el derecho de los pueblos a alimentos nutritivos y culturalmente apropiados, accesibles, producidos de forma sustentable y ecológica, y su derecho a decidir su propio sistema alimentario y productivo”.

En 2013, la recién creada plataforma Alianza Social por la Soberanía Alimentaria de Euskal Herria, daba extensión a un notable trabajo con un final clarificador: “A fin de cuentas, el objetivo de este sistema no es alimentar a la humanidad sino enriquecer a unas pocas empresas y personas, porque todo es percibido como una mercancía: nuestra salud, el ambiente, los alimentos… las personas".

Somos un pequeño pueblo con un territorio definido, donde las carencias y los contrastes son similares a los de la vieja y vanidosa Europa. Opulencia y marginalidad. Y tenemos un pasivo enorme. Nuestra dependencia alimentaria. Ofrecer alimentos cada noche a los más necesitados, defender nuestro sector primario, combatir a nivel global por el reparto equitativo de la riqueza y rechazar los monopolios alimentarios, forman parte también de la vía vasca hacia la soberanía política.

 

 

 

°

No hay comentarios.:

Publicar un comentario