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domingo, 26 de abril de 2020

Egaña | Un Falso Suicidio

Iñaki Egaña lleva a cabo un extraordinario ejercicio de memoria histórica, uno muy necesario ahora que Movistar se ha sumado al coro de medios de comunicación dedicados a la falsificación de la historia reciente del pueblo vasco.

Lean por favor:


Iñaki Egaña

En la mañana del 25 de abril de 1976 un comando de ETA polimili se cruzó con una patrulla de la Guardia Civil en un punto de la muga entre Sara y Etxalar. Dos de los miembros del comando lograron huir, los otros dos fueron heridos. Uno de los heridos fue trasladado al hospital de Donostia. El otro, Bernardo Bidaola, Txirrita, de 22 años, natural de Lizartza, desapareció. Se produjeron batidas sin resultado alguno. Más de un mes después, el 28 de mayo, apareció el cadáver de Bidaola en un bosque de Sara. El ministerio del Interior español se apresuró a señalar que Txirrita se había suicidado. Y ha mantenido esa versión hasta la actualidad.

Era noche cerrada y un compromiso más para el joven mugalari Iñaki Hernández, de 18 años, que debía llevar a los tres miembros del comando, Eugenio Talavera, Tala, Gregorio Garitonandia, Borda, y Bernardo Bidaola hasta la carretera que bordeaba Etxalar donde esperaría un militante legal de ETA con el coche preparado para trasladarlos a Donostia.

Pero la noche se torció, literalmente. Uno de los militantes tuvo una caída y se hizo un esguince en uno de los tobillos. Tras varias horas a la espera de la evolución, retornaron a la marcha, más lenta de lo previsto para toparse con dos contratiempos inesperados en otras condiciones, la luz diurna y el relevo entre los guardias civiles del puesto fronterizo.

A pesar de las precauciones, el comando fue descubierto. Y la Guardia Civil, comenzó a disparar a diestro y siniestro. Hernández, que era el más adelantado, resultó herido a las primeras de cambio. En una pierna y en una mano, perdiendo varios dedos. Los otros tres iniciaron la retirada. Bidaola sintió una quemazón en su pie izquierdo. Una bala le había atravesado limpiamente el tobillo, de atrás hacia adelante. Siguió corriendo, a menor velocidad, mientras los guardias civiles se subían a los land rovers para alcanzar a los fugitivos.

Tala y Borda consiguieron superar el cerco, retrocediendo hasta Sara. A Hernández lo habían visto tendido, herido. Pero de Txirrita sólo sabían sus últimas palabras: “seguid adelante”. Supusieron que también había sido detenido. Sin embargo, la realidad era otra. Detenido o no, Txirrita estuvo desaparecido durante 33 días.

El objetivo del comando de Txirrita era servir de apoyo a una fuga ultimada de la cárcel de Martutene. El túnel ya estaba concluido y un comando legal recogía las últimas herramientas utilizadas para el ingenio. Tampoco se alió la fortuna con el proyecto. Unos días después del tiroteo, uno de los militantes legales fue retenido en un control, con parte del material utilizado para preparar el túnel. Su detención provocó otras en cascada, entre ellas la del médico recién fallecido Justo Atristain.

La Guardia Civil informó esa misma mañana a la PAF de Hendaia (Policía de Aire y Fronteras), del tiroteo sucedido en Leizarreta y, asimismo, de la identidad de los dos heridos: Hernández y Bidaola. ¿Si Txirrita había huido, como sabían de su nombre? El militante polimili además llevaba documentación falsa. Unas horas más tarde, la casa familiar en Tolosa era registrada minuciosamente. La familia, sorprendida, asistió al registro sin saber el por qué. La prensa aún no había informado del hecho de la muga.

Tala y Borda llegaron hasta Donibane Lohizune esa misma mañana del día 25. Pusieron en conocimiento de sus compañeros el hecho, lo que provocó numerosas batidas por el lugar donde Txirrita había sido visto por última vez. Una semana después, ETApm alumbraba un comunicado en el que señalaba que Bidaola había sido detenido por la Guardia Civil y que se encontraba retenido clandestinamente en el cuartelillo de Iruñea. En un segundo comunicado, añadía que testigos presenciales, entre ellos una patrulla de CRS (cuerpo policial francés), habían visto en un land rover de la Guardia Civil llevarse detenidos a los dos heridos.

La familia de Bidaola puso una denuncia por desaparición y tomó contacto con el abogado Juan María Bandrés en Donostia, y Maite Maniort en Biarritz. Un juez de Baiona, Claude Vergez, abrió diligencias, y encargó a la Gendarmería la investigación del caso.

Fechada el 27 de mayo, los padres de Bidaola recibirían por correo ordinario una carta aparentemente desde Madrid en la que insultaban gravemente a su hijo, informando que estaba “bien muerto”, como “los dos policías secuestrados”. Lo de los policías se trataba de una pareja de agentes de paisano que fueron secuestrados en Hendaia y muertos supuestamente por los Polimilis. Sus cadáveres aparecieron un año más tarde, en abril de 1977, enterrados bajo un bunker en una playa de Angelu. Según la nota, la muerte de Bidaola sería una venganza a la de los policías.

Un día más tarde, el 28 de mayo de 1976, una voz en castellano llamó a la revista anti represiva Askatasuna, que se editada semanalmente desde Ziburu y era gestionada por refugiados, para señalar el lugar exacto donde se encontraba el cadáver de Bidaola, en el término de Arondoa, a un par de kilómetros de donde tuvo lugar el tiroteo. Ofrecido el dato, el anónimo informante colgó.

Los dos trabajadores llamaron a Baiona al abogado Koko Abeberri que les sugirió poner los hechos en conocimiento de Jean Fagoaga, alcalde de Sara y, paralelamente, presidente de Anai Artea, la asociación de ayuda a los refugiados. También informaron a la familia de Bidaola. Fagoaga contactó con un guarda rural y el grupo, nueve personas, se dirigió al lugar señalado, encontrando el cadáver de Bidaola “sentado” junto a un árbol, “sin demasiadas trazas de descomposición”. A unos diez metros, un rifle Remington, apoyado en otro árbol. Sin subvertir el escenario, fue entonces cuando llamaron a la Gendarmería.

La aparición del cadáver tuvo un extenso recorrido en la prensa española que comenzó a ofrecer una increíble versión de lo sucedido, conjugando fuentes tanto “anónimas de la sede policial de Bayona” como de la Guardia Civil. Según esas interpretaciones, Bidaola presentaba tres heridas de bala, una de ellas en la cabeza, lo que indicaba que, “abandonado por sus compañeros, se había suicidado”. El inefable Alfredo Semprún, añadía la hipótesis de que probablemente sus compañeros le habían descerrajado el tiro en la cabeza para “evitarle sufrimientos ya que junto al cadáver se ha encontrado una botella de coñac”.

En 2016, 40 aniversario de la muerte de Txirrita, familiares y amigos realizaron un acto reivindicativo en Tolosa y anunciaron la apertura de una investigación para recuperar la verdad sobre la muerte del joven. En contacto con archivos militares y policiales españoles, no tuvieron siquiera respuesta. En cambio, tras una gestión con el procurador de Baiona, en 2017, lograron el expediente completo que la Policía Judicial francesa había elaborado sobre el caso. Y en su interior fotografías del cadáver, el informe de la autopsia que hasta entonces la familia desconocía, atestados policiales…”. Una información que desmentía rotundamente las versiones policiales españolas.

Comenzando por la autopsia que ponía de relieve que Bidaola tenía una herida leve de bala en uno de sus tobillos, con orificio de entrada y salida y que no había generado hemorragia alguna. Y era la única. El informe añadía que el forense no era capaz de determinar la causa de la muerte.

Las fotografías del cadáver, tomadas en el momento de su aparición el 28 de mayo, mostraban algunos elementos extraños. Descomposición en la parte superior de su cuerpo, lo que el forense achacó a que probablemente su cabeza habría estado inmersa en un riachuelo cercano, y zapatos y pantalones extraordinariamente limpios, para alguien que había, por lo menos, caminado durante toda una noche. Era extraño que si, como apuntaba alguna fuente, el cadáver habría permanecido en el mismo lugar durante un mes, no presentara trazas de haber sido pasto de alimañas, roedores o pequeños carroñeros.

En abril de 2018, y tras superar numerosos tramites burocráticos, el cadáver de Bidaola fue exhumado en el cementerio de Tolosa para hacerle una segunda autopsia, por parte del forense Paco Etxeberria. El desconcierto y la emoción entre los presentes fue mayúsculo. Cumpliendo en 1976 las normas internacionales para el trasladado de cadáveres, el ataúd de zinc fue completamente sellado. De tal forma que no entró en el féretro ni un soplo de oxígeno. El cuerpo de Bernardo Bidaola estaba tal y como encontró la muerte en la primavera de 1976. Con las excepciones del proceso de autopsia. Los resultados de esta segunda autopsia coincidieron con los de la primera. Una herida leve en un tobillo. Ninguna traza de suicidio.

La investigación sobre lo ocurrido parece haber concluido. Con demasiados flecos aún por descifrar. ¿Estuvo Bidaola, como se dijo entonces, retenido en Iruñea? La Secretaría General para la Paz y la Convivencia de la Dirección de Víctimas y Derechos Humanos del Gobierno Vasco publicó el caso, en 2015, entre los que necesitan “más contraste e investigación”. Pero no fue más que una declaración de intenciones.

Acaso, valdría para desbloquear este impasse, al margen de la desclasificación improbable de los archivos policiales españoles, el seguimiento de la hipótesis que nombraba esos “trabajos sucios” de diversos contrabandistas para la Guardia Civil. Hipótesis que tomó cuerpo con el descubrimiento del crimen de la sima de Gaztelu (2014) y que aventuró otros nombres como el de Bidaola e incluso el de Pertur. ¿Trasladó alguien el cadáver de Txirrita de sede oficial al bosque? El mayor problema para esta vía es que estos contrabandistas colaboradores de la década de 1970 ya han fallecido por razones puramente biológicas.






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