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viernes, 30 de agosto de 2013

Cronopiando | Deseo para una Masacre

Con su infalible e implacable pluma Koldo Campos aborda el tema de la situación en Siria:

Deseo  para una masacre

Koldo Campos Sagaseta | Cronopiando

No, no tengo poderes sobrenaturales, ni satélites a mi  servicio que me informen al instante de cuantas moscas sobrevuelan ahora mismo  el área sur de la Casa Blanca. Tampoco dispongo de un equipo de inspectores que  se desplacen a una perdida jungla o a un recóndito paraje al otro lado del mundo  a averiguar algún oculto enigma, ni disfruto de un surtido grupo de sesudos analistas que me instruyan al respecto de cualquier dilema, pero mucho antes de que el presidente de los Estados Unidos y su habitual corte de aliados llegaran  a saber que en Iraq no había armas de destrucción masiva, yo ya lo sabía.

Solo, en un pequeño pueblo de Euskalherria, sin más informaciones que  las que los grandes medios de comunicación tergiversaban o escondían, sin otra asesoría que la de mi panadero, sin otro contertulio que el vecino y sin necesidad de moverme de mi casa, siempre supe que Iraq no disponía de las mentadas armas y que, en cualquier caso, ninguna importancia tenía porque con independencia de que así fuera la suerte de Iraq estaba decidida.

Vuelve a repetirse la historia y los pretextos con la única variable del nuevo país  llamado a padecer la canallada. Ahora le ha correspondido a Siria.

Yo sigo  en el mismo pueblo y dispongo de los mismos informantes, del mismo panadero y vecino. Y sé que poco importa lo que los inspectores vayan a resolver, los  mismos que meses antes, por cierto, ya habían denunciado el uso de armas quínicas por quienes los medios de comunicación tildan de “rebeldes” precursores  de nuevas primaveras árabes tan florecidas como la egipcia, la libia o la  tunecina y que les habían sido suministradas, precisamente, por Estados Unidos y  sus monárquicas alianzas en la zona.

Sobre Siria van a vomitar su infierno  por más insensato que resulte su artero procedimiento en relación a los fines  que mienten.

Dan asco, repugnan y sólo se merecen que el mismo horror que  desatan lo padezcan, que toda la miseria que siguen generando la sientan y la  sufran, que sus letales bombas les estallen en sus genocidas manos, que su  diluvio de fuego les abrase sus cínicas sonrisas, y que desaparezcan de la faz  de la tierra y con ellos su maldita memoria.

Y que así sea hasta que pueda  redimirse la esperanza de otro mundo posible en el que los canallas no decidan  las agendas de la paz y la guerra que aún no es, ni pongan hora a la vida y a la  muerte que será.






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