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jueves, 13 de noviembre de 2003

Marín | Elecciones en Cataluña

Cada vez que se habla del derecho a la autodeterminación de los pueblos en el estado español el debate suele cargarse hacia Euskal Herria, con la clara intención de negarlo e incluso, criminalizarlo.

Pero como ya hemos dicho anteriormente, Euskal Herria no es la única nación histórica donde sus habitantes son conscientes de sus derechos civiles y políticos, también están Catalunya, Galiza, Andalucía y por qué no, las Islas Canarias.

Pues bien, para arrojar un poco de luz acerca de lo que está ocurriendo en Catalunya traemos a ustedes este artículo de opinión desde La Jornada:


Elecciones en Cataluña: fin de una (larga) época

Miguel Marín Bosch | Ex subsecretario de Relaciones Exteriores e investigador de la Universidad Iberoamericana

El próximo domingo los catalanes acudirán a las urnas para elegir a los 135 miembros de su Parlament. Se trata de las séptimas elecciones autonómicas desde la restauración de la democracia tras la muerte de Franco en 1975. Las encuestas indican que ninguna de las dos principales fuerzas políticas obtendrá la mayoría absoluta. Ni Artur Mas, de Convergència i Unió (CiU), ni Pasqual Maragall, del Partit dels Socialistes Catalans (PSC, la rama catalana del PSOE), conseguirá los 68 escaños necesarios para gobernar solos. Comparado con los resultados de 1999, el avance más significativo será de Esquerra Republicana (ERC), con Josep Lluis Carod-Rovira. El Partido Popular (PP), con Josep Piqué, avanzaría un poco, como también lo haría la coalición de Iniciativa per Catalunya (ICV), con Joan Saura.

Lo que sí es seguro es que Jordi Pujol ya no será el president del gobierno de la Generalitat. Es el fin de una época.

Cuando llegué a Barcelona como cónsul general, en el verano de 1995, hice las visitas protocolarias a las autoridades locales, empezando por el president Pujol y el entonces alcalde de la ciudad, Pasqual Maragall. Pujol llevaba 15 años en el poder, y Maragall, 12. Con el segundo hice buena amistad (nuestras madres habían sido amigas) pero con el primero la relación fue muy accidentada. El día que fui al Palau Sant Jordi, sede de la Generalitat, en la Plaza de San Jaime del magnífico barrio gótico, Pujol me recibió muy bien, pero a los pocos minutos nuestra conversación se volvió un tanto ríspida.

Oiga -me dijo-, ¿no cree usted que el PRI lleva demasiado tiempo en el poder? Soy -agregó- un creyente en la alternancia política y le haría bien un cambio a México.

Puse cara de circunstancia y, como representante de un gobierno priísta, le empecé a platicar de los cambios que se estaban gestando entonces en mi país. Pero me interrumpió.

Aquí también -se apresuró a decirme- lleva demasiado tiempo gobernando Felipe (refiriéndose a Felipe González, ya en su décimo segundo año al frente del gobierno español). No es que quisiera que ganara el Partido Popular (encabezado por José María Aznar) pero... y volvió a referirse al principio de la alternancia en el poder.

No pude resistir y lo interrumpí.

Senyor president -le dije-, aquí, en Cataluña, ¿se aplica también ese principio de alternancia?

El president cambió el tema. Sin embargo, semanas después, durante un almuerzo en honor del gobernador de Oaxaca, en el que me sentaron al lado de Pujol, me volvió a hacer el mismo comentario sobre el PRI y Felipe González.

No por mucho repetir la misma pregunta -le dije- le voy a cambiar la respuesta. ¿Se aplica o no en Cataluña el principio de la alternancia?

Al año de esa plática el PP estaba en La Moncloa y en el 2000 el PAN llegó a Los Pinos. Pujol seguía de president.

A diferencia de los demócrata cristianos de Unió, Convergència no es un partido típico. Es más bien un estado de ánimo, una actitud en torno a la figura de su dirigente. Y durante casi un cuarto de siglo, Pujol ha sabido moverse bien, recorriendo toda Cataluña para conocer personalmente a sus habitantes (sobre todo la mitad de la población que habla catalán y suele votar en las elecciones autonómicas), manipulando la alianza de CiU, menospreciando al dirigente de Unió (el socio minoritario) y encargándose en Convergència de poner fin, de una manera u otra, a la aspiración de otros por sucederlo. Y fueron muchos los que se quedaron con las ganas. Artur Mas ha resultado ser el único títere con cabeza, y quién sabe si logre suceder a Pujol.

Médico de profesión, Pujol se conduce como un abarrotero atendiendo a sus clientes. Sus pláticas con sus electores son amenas y no deja de preguntarles cómo está la familia y si les alcanza el sueldo o la jubilación.

Es pragmático. Cuando conviene, enarbola la bandera catalana. En otras ocasiones opta por un nacionalismo light. En el último gobierno del PSOE, le dio los votos de CiU para que Felipe González tuviera una mayoría en las Cortes. En su primer gobierno, el PP tampoco obtuvo la mayoría y, otra vez, Pujol salió al quite para que José María Aznar pudiera gobernar. Con los medios de comunicación tiene una relación única. Los torea, los apapacha y, cuando hacen alguna pregunta que lo incomoda, su respuesta es clara: Avui no toca (hoy no se hablará del tema planteado).

Las elecciones del próximo domingo serán muy reñidas y son muchas las posibles combinaciones para lograr alianzas que permitan que Mas o Maragall lleguen a presidir la Generalitat. A diferencia de Pujol, este último ha buscado también el voto de los catalanes que no hablan catalán, los que llegaron de otras regiones de España y cuyos votos en Barcelona han garantizado la permanencia de alcaldes del PSC durante los mismos años que Pujol ha estado al frente de la Generalitat.

Maragall propone un "nuevo catalanismo" integrador ("con acento extremeño, andaluz o asturiano") para que los catalanes que hablan español en su casa se identifiquen con Cataluña. Estos son los que Pujol ha cultivado poco. Ya desde joven se había manifestado en contra de los recién llegados de otras regiones de España. Con el tiempo tuvo que ir cambiando su actitud, como también lo han tenido que hacer sus partidarios, muchos de los cuales aún no han aceptado totalmente la presencia en Cataluña de los inmigrantes y sus descendientes.

Maragall también ha anunciado que, de triunfar en las elecciones, buscaría una sola relección para un total de ocho años. Así lo hizo Aznar, y quizás sea la manera de garantizar la anhelada alternancia en el poder.





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