Es bien sabido que en un intento por aparentar un clima de inclusión y aceptación hacia Nabarra de vez en cuando Madrid encarga a alguno de sus organismos culturales que lleve a cabo actividades y eventos que muestren a lo vasco como parte del patrimonio español (sin importar que parte de Euskal Herria esté ocupada por el estado francés claro está). Por conducto de El País les compartimos las experiencias de dos vascos que visitaron Palestina recientemente, mucho ojo a lo que comentan:
Un 'marmitako' en Palestina
K. Asry
"Los palestinos nos tienen bastante controlados", resume Manu Iturregi, 35 años, músico hasta la médula e integrante del cuarteto Karramarro. "Saben que los vascos tenemos idioma propio, que hay independentistas en lo político, que tenemos una identidad cultural diferente, que estamos situados en el norte... He estado en Siria y Jordania y allí no tienen ni idea, ni le dan importancia ni relevancia. En Palestina por lo menos nos ubican fuera del flamenco", añade. Han pasado ya cinco semanas desde que llevaran sus versiones de las canciones tradicionales vascas a Cisjordania pero el recuerdo sigue imborrable.
Su grupo formó parte de la semana cultural vasca organizada por la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) a finales de abril en tres universidades palestinas -Belén, Nablús y Ramala-, a iniciativa del profesor de Español de la Universidad de Belén, Tirso de Somonte.
Además de conciertos en los que la gente rompía a aplaudir cuando llegaban los coros en euskera -sobre todo en Ramala-, la iniciativa incluyó clases de cocina vasca y conferencias sobre el estado actual de la lengua y literatura vasca. "Hicimos un marmitako con un atunazo pescado en Haifa y un goxua como postre típico mientras que ellos prepararon una ensalada", explica Gorka Mirantes, 33 años, jefe de cocina en un hotel bilbaíno y fotógrafo amateur, que también organizó una exposición sobre Bilbao.
Los participantes explican que el viaje sirvió para romper algunas de las ideas preconcebidas que mantenían sobre la sociedad palestina. "Hay un ambiente universitario brutal, con mogollón de chicas. Todo está en ebullición. Me sorprendió también que pasan de la política. No quieren más problemas: quieren poder trabajar, ayudar a sus familias, los amigos y el fútbol. Parecen atrapados entre sus políticos y la invasión israelí", recalca Mirantes.
También cuentan cómo cada ciudad es un mundo. Belén está muy predeterminada por su cercanía a Jerusalén, relata Iturregi, mientras que Ramala, capital administrativa de la Autoridad Nacional Palestina a la que Israel consiente el "control civil" de los territorios, muestra una pujanza económica y un aperturismo que contrasta con el hermetismo de la sociedad en Nablús. Mirantes coincide: "Todo parece un poco más cerrado allí, es difícil conseguir una cerveza y sorprende ver en medio de un mercado las fotos de los mártires".
También vieron en primera fila la asfixia a la que Israel somete a los palestinos, la humillación del muro o los puntos de control que convierten en indignas hasta las rutinas más simples. "Las vejaciones son constantes. Hoy te dejo ir a trabajar, mañana no... y eso es solo lo que vemos. Imagina todo lo que ocurrirá sin que nos enteremos", concluye Mirantes.
Más importante aún Sr. Mirantes, lo que los israelíes hacen a los palestinos es muy similar a lo que los españoles han hecho a los vascos a lo largo de los últimos ocho siglos. Y no se engañe a usted mismo Sr. Mirantes, las fotos de los mártires son el equivalente a las fotos de los presos dispersados por la represión española en contra de sus familiares.
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