Este escrito en memoria de los últimos ejecutados por Francisco Franco (el franquismo bajo Juan Carlos Borbón siguió ejecutando vascos) nos llega vía correo electrónico:
Cada 27 de setiembre en Euskal Herria se conmemora desde hace 30 años, bajo la denominación de Gudari Eguna, a los cientos de voluntarios vascos muertos en la lucha.
Cada 27 de setiembre en Euskal Herria se conmemora desde hace 30 años, bajo la denominación de Gudari Eguna, a los cientos de voluntarios vascos muertos en la lucha. No se trata de una fecha escogida al azar. El 27 de setiembre de 1975 el régimen del dictador Francisco Franco, a escasos dos meses de su esperado óbito, daba sus últimos coletazos con los fusilamientos de Jon Paredes, Txiki, y Anjel Otaegi, junto a tres militantes de la ya extinguida organización antifascista FRAP: José Luis Sánchez Bravo, Ramón García Sanz y Humberto Baena.
El martes se conmemora el 30 aniversario de aquellas ejecuciones que marcaron inevitablemente la lucha por la liberación de Euskal Herria y reduplicaron compromisos. Aquella fecha ha pasado a engrosar un lugar destacado en las páginas de la historia de este pueblo. No fueron las únicas penas capitales impuestas a ciudadanos vascos, pero sí las últimas ejecutadas hasta hoy desde el alzamiento fascista de 1936 y que señalarían el camino «atado y bien atado» de la llamada «transición». GARA recupera en este monográfico todo lo ocurrido, con testimonios directos de quienes vivieron aquella tragedia colectiva.
Aunque cinco años antes, en el proceso de Burgos, el régimen franquista había optado por conmutar las penas capitales que pesaban contra seis de los once militantes vascos imputados, en 1975 seguía latente el último precedente de una ejecución militar contra un activista político. El 2 de marzo de 1974, en el patio de la cárcel Modelo de Barcelona, un verdugo sevillano daba la definitiva vuelta al vil garrote que terminó con la vida del joven militante del Movimiento Ibérico de Liberación Salvador Puig Antich.
El 27 de setiembre de 1975, sábado, eran fusilados Txiki y Otaegi, ambos a las 8.30 de la mañana, al igual que los tres militantes del FRAP. Aunque en este caso el verdugo sevillano también se trasladó hasta el penal de Barcelona, las autoridades franquistas optaron, a escasas horas de los fusilamientos, por utilizar el paredón, para que así fuera factible realizar las ejecuciones simultáneas de Madrid, Barcelona y Burgos.
Txiki cayó muerto por los disparos de un piquete de seis voluntarios de la Guardia Civil en el claro de un bosque cercano al cementerio barcelonés de Cerdanyola, atado a un trípode de pies y manos, y entonando el ‘‘Eusko gudariak’’ tras gritar «Gora Euskadi askatuta. Aberria ala hil!» con una media sonrisa en sus labios.
Anjel Otaegi, en cambio, fue fusilado en una huerta de la cárcel burgalesa de Villalón por un piquete de voluntarios de la Policía Armada española. Nadie estuvo presente en su ejecución. No lo permitieron, pese a que su tía Mertxe Otaegi y más de media docena de amigos no se movieron durante toda la noche del exterior de la prisión española.
Su madre María y el párroco de Nuarbe fueron los únicos que pudieron despedirse de él en las horas previas de capilla. Mertxe Otaegi recuerda que María le relató cómo se despidió Anjel en presencia de siete militares que les obligaron a hablar sólo en castellano en todo momento: «Ama, yo no he matado a nadie, ellos me van a matar. Estate tranquila, voy a dar mi vida por los vascos y por Euskal Herria. Sigue tranquila como hasta ahora, ama. Agur».
Sí hubo testigos, en cambio, en la de Txiki, que estuvo arropado por su hermano Mikel y sus abogados defensores Marc Palmés y Magda Oranich. Mikel Paredes, el hermano mayor, cita emocionado aquel momento «que jamás podré olvidar». Mikel señala que tras permanecer toda la noche en la capilla de la cárcel junto a Jon, y tras habérselo llevado antes de las 8.00, ellos se encontraban en el despacho de los abogados. «Entonces nos dijeron que nos teníamos que ir, y nos marchamos detrás del vehículo militar en el que se lo llevaban. Recuerdo que el capitán de aquellos guardias, cuando vio cómo era Jon, cómo había actuado con sólo 21 años, me dijo que le hubiera gustado que sus soldados tuvieran el mismo valor que Jon. El capitán lloraba, y otros dos chavales que iban en el jeep militar también lloraban. Me acuerdo que uno de ellos me dio un pañuelo. Aquellos también lloraban por alguna razón, porque veían valor... o injusticia».
Un amigo, abatido
En las últimas horas que pasaron junto a Jon en la capilla carcelaria, Mikel señala que estuvieron charlando de las cosas que acaecían en Euskal Herria. Txiki «se entristeció mucho cuando le dije que su amigo Montxo había caído abatido. Se llevó un gran palo. Pienso que sería de su grupo», señala Mikel. Montxo fue abatido por la Policía el 18 de setiembre en un piso de Madrid, de nuevo por las labores del infiltrado policial Mikel Lejarza, El Lobo.
Entonces, al igual que en el juicio militar, Jon Paredes era consciente de que «ya no había nada que hacer». Durante el juicio, en el que estuvieron presentes la madre y la tía de Txiki, éste ya le comunicó a su madre «que estuviera tranquila. Que si algo le pasaba a él, que si perdía un hijo, estuviera tranquila porque iba a ganar miles. Que todos los vascos iban a ser ahora sus hijos. Y así fue», señala Mikel.
«Aberria ala hil»
Fue mientras esperaban la llegada del amanecer en la capilla carcelaria cuando Jon entregó a su hermano una foto- grafía familiar, en cuyo reverso Jon Paredes reprodujo las palabras del Ché Guevara: «Mañana, cuando yo muera, no me vengáis a llorar. Nunca estaré bajo tierra, soy viento de libertad».
Para cuando Mikel y los abogados llegaron al claro del bosque, Txiki ya se encontraba atado a un trípode. «El nos vio entre los guardias y nos sonrió, y fue entonces cuando gritó ‘Gora Euskadi askatuta’ y ‘Aberria ala hil’. Y empezó a cantar el ‘Eusko Gudariak’ con una fuerza impresionante». Mikel afirma que en sus sueños sigue apareciendo Txiki, con sus 21 años: «Siempre lo recuerdo como aquel día».
En cambio, Otaegi, tras la visita con su madre el día 26, quizás aguardaba esperanzas de una conmutación, según relata su tía. «Le decía a María que le veríamos fuera más temprano de lo que pensábamos. Pero lo que no sabemos es si verdaderamente pensaba eso o lo dijo para tranquilizar a su madre».
Desde entonces han pasado tres décadas, pero aquel día sigue muy vivo en la memoria colectiva de los vascos. El hermano de Txiki señala que «los fusilamientos de Jon y Anjel fueron unos hechos que marcaron mucho a la gente, y más aún a la juventud de aquella época». Las ejecuciones de los dos militantes de ETA supusieron un punto y aparte en Euskal Herria y en la determinación y adquisición de compromisos en la generación de la época. Y constataron que el régimen franquista intentaba apuntalar su posición, fuera como fuera, en un momento en que se intuía que el final de la vida de Franco estaba muy próximo.
Hechos que marcaron
Mikel recuerda muy bien la brutal represión que hubo en los días posteriores a las ejecuciones. En la misa que oficiaron en Barcelona al día siguiente, la Policía Armada irrumpió incluso en el recinto eclesiástico con porras en mano, al igual que en el funeral oficiado en Zarautz, tras el que hasta el cura fue apaleado por la Guardia Civil y la madre de Txiki resultó detenida.
Pasaría más de un año hasta que las autoridades franquistas permitieran el traslado del cuerpo de Txiki de Barcelona a Zarautz.
A Nuarbe, pese a que el pueblo estaba tomado por la Guardia Civil, cientos de amigos, conocidos y ciudadanos llegaron andando por los montes colindantes a tributar un último adiós a Otaegi. Su tía recuerda que partieron de Burgos tras el féretro y media docena de furgonetas de la Policía. «Pero cuando llegamos a un semáforo en rojo, ellos se lo saltaron y nos obligaron a quedarnos hasta que se puso en verde. Nosotros llegamos a Nuarbe sobre las 18.45 y el cuerpo de Anjel llegó a las 22.30. ¿Qué hicieron, dónde estuvieron durante ese tiempo? Eso no lo sabemos».
Amigos de Otaegi subieron a hombros el féretro bajo la mirada de las metralletas de los militares. Una vez allí, incluso rompieron el cristal del féretro para cerciorarse de que era su cuerpo el que se guadaba en el interior. Un niño extendió una bandera vasca que duraría días, al pasar inadvertida en el control de la Guardia Civil. Su tía relata que esa «guerra de la ikurriña» duró semanas. La Guardia Civil la quitaba, «pero nosotros cada noche la poníamos».
Tanto Euskal Herria como el resto de Europa hirvieron en protestas. El franquismo respondió «con la brutal represión; era lo de siempre, intentando apagar algo que ya estaba encendido y que no po- dría conseguir apagar», recuerda Mikel Paredes.
«Fueron momentos muy duros, que no se pueden expresar con palabras. Pero hay momentos que merecen la pena y eso quedará siempre conmigo». Y con Euskal Herria.
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